THE GIRL IN THE RED VELVET SWING (1955, Richard Fleischer) La muchacha del trapecio rojo
“El amor a veces es un error” será la sentencia que la viuda de Stanford White (una de las mejores interpretaciones de Ray Milland) pronunciará a la joven Evelyn Nesbit (Joan Collins, en aquellos tiempos siempre presente en la gran pantalla como personificación de la tentación), cuando esta intente justificar la falsedad de su declaración en el juicio, que ha servido para que su marido –Harry Kendall Thaw (Farley Granger)- sea declarado inocente del asesinato de White, aunque haya sido considerada como atenuante la demencia de este. En buena medida esa frase tan lapidaria, está en la esencia de este relato, basado de manera fidedigna en uno de los crímenes más recordados de la vida newyorkina de inicios de siglo XX, y con el que Richard Fleischer logró uno de los mejores títulos de su filmografía, en un periodo de especial inspiración y febrilidad en su obra. THE GIRL IN THE RED VELVET SWING (La muchacha del trapecio rojo, 1955) aúna en su propuesta dos de los elementos más recurrentes en su cine. Uno es su inclinación al estudio y las patologías que inciden a comportamientos criminales, y otro es realizar esos recorridos a través del preciso dibujo del contexto social en que estos se produjeron. Es en la incardinación de ambas vertientes, en donde podemos situar desde títulos tan próximos como VIOLENT SATURDAY (Sábado violento, 1955) o COMPULSION (Impulso criminal, 1959), hasta otros más cercanos en el tiempo como THE BOSTON STRANGLER (El estrangulador de Boston, 1968) o 10 RILLINGTON PLACE (El estrangulador de Rillington Place, 1971). Prácticamente, casi todos ellos quedan integrados entre lo más valioso legado por un director que, con todo, supo integrarse con destreza en otros géneros tradicionales como el cine de aventuras, el bélico o –en menor medida-, el western.
Partiendo de la premisa de que es en dichas coordenadas donde Fleischer asumió su campo de trabajo predilecto –algo que entendieron muy bien sobre todo en su periodo para la 20th Century Fox, adjudicándole por lo general proyectos que se adecuaban a las características del director-. Lo cierto es que en THE GIRL... se da además una especial circunstancia, al ser una de las primeras producciones en las que asumió el uso del CinemaScope, este es utilizado en la misma con una propiedad asombrosa, teniendo en cuenta que se trataba aún de un formato en estado embrionario. Sin duda alguna, puede afirmarse que fue uno de los directores hollywoodienses que creyeron desde el primer momento en las propiedades de lo que en sus inicios se ofrecía como una novedad para atraer al público a las salas, en competencia con la creciente pujanza de la televisión. Fleischer, junto a Nicholas Ray e incluso al escéptico Fritz Lang de MOOONFLEET (Los contrabandistas de Moonfleet, 1955), entran dentro del conjunto de cineastas que hicieron de la pantalla panorámica un nuevo modo de expresión lleno de posibilidades dramáticas, hasta dominar en pocos años la producción cinematográfica mundial.
Centrada en unos sucesos que tuvieron lugar en 1901, THE GIRL... nos relata como una simple pugna entre dos destacados representantes de la sociedad norteamericana de principios de siglo -integrada dentro de ese nuevo progreso urbano-, utilizan a alguien que pertenece a círculos plebeyos, para exteriorizar sin que ellos se lo propongan la rivalidad que acompaña sus vidas, con una conclusión trágica. Los protagonistas son el citado White, un excelente y prestigioso arquitecto de elegantes y refinados modales, presto a asumir una indeseada madurez, que despide a su esposa en un viaje que realiza por motivos de salud. Por su parte, su sempiterno opositor es Harry K. Thaw un joven caprichoso y pendenciero que sublima su ausencia absoluta de ética y moral haciendo ostentación del poderío económico de su familia. Contrastando con la elegancia y distinción del arquitecto, ambos se fijarán en la belleza que asume una joven de modesta extracción social, que ha iniciado su andadura en el mundo de la revista. Se trata de Evelyn, quien desde el primer momento se inclinará –con verdadera inocencia- por la delicadeza en las formas que le manifiesta White. Este, por su parte, se debate en su natural inclinación por las mujeres –en las que desea manifestar su renuncia a una madurez ya evidente- y el respeto que debe a una mujer a la que ama. Por su parte, Thaw no cejará en su empeño de seducir a la muchacha, basándose en todo momento en su pugna con Stanford. De alguna manera, la modulación dramática de Fleischer incide de manera muy sutil en dos formas de asumir superficialmente la distinción social. De una parte la marcada por la educación y de otra por el arribismo que proporciona el dinero. Pero la mirada del realizador no deja de mostrarse crítica en sus dos representantes, en la medida que ambos utilizan a Evelyn como un objeto de su propiedad. White lo hará de manera más noble, pero jamás renunciará a su matrimonio y se arriesgará compartiendo una vida plena con la joven. Mientras tanto, el prepotente multimillonario si le propondrá su matrimonio, pero este estará desde el primer momento dominado por los recelos ante cualquier referencia al pasado de la muchacha en su relación con el célebre arquitecto.
A partir de dichos mimbres, las virtudes de una película como THE GIRL... se centran en dos elementos que el espectador advertirá desde el primer momento. Uno de ellos será la cuidadísima ambientación lograda en sus imágenes, que sabe combinar a la perfección la iconografía que el cine había transmitido hasta entonces de dicho contexto temporal. El otro es sin duda la excepcional fotografía en color de Milton Krasner, que no dudo en considerar entre las más memorables del cine norteamericano de la década de los cincuenta. La confluencia de ambos aspectos, unidos al bellísimo tema musical que compone Leight Harline –y que se escucha en unos títulos de crédito dominados por el fondo de un lujoso cortinaje descrito en tonos intensamente rojos-. será el punto de partida de una narración desarrollada a través de secuencias por lo general descritas en planos largos, unidas a la confluencia de breves insertos y utilizando a fondo la profundidad de campo, la disposición de la dirección artística o la ubicación y movimiento de los actores dentro del encuadre. Con estas armas expresivas –plasmadas con un rigor inusitado, que llega a afectar a secuencias descritas incluso en exteriores de relativa complejidad-, Fleischer compone una auténtica radiografía que sabe ser al mismo crónica y disección de unos modos sociales dominados por la hipocresía y el peso de un contexto limitado en sus posibilidades. En la demostración de este enunciado, el realizador compondrá un relato en el que el gusto por el detalle, la presencia de la elipsis, el cuidado en el retrato y la coordinación de sus elementos, lograrán un conjunto espléndido en su pura y simple demostración como melodrama criminal. Pero también lo será en el alcance de su análisis y denuncia de unos comportamientos que –y la propia filmografía posterior de su artífice lo ratificaron- no han menguado en el ser humano, por más que sus ropajes hayan virado en su configuración exterior.
Esa lucidez al tratar la hipocresía, se manifestará en la manera implícita con la que se plasma una cierta superioridad con la que White intenta complacer económicamente a su amada, o en el gesto circunflejo de la directora del colegio en el que este interna a Evelyn para que depure su educación –la trampa del burgués acomodado; integrar a su conquista en un mundo para él familiar-. Crear en definitiva una nueva criatura, a partir de la joven belleza de la mujer que descubrió un día de manera casual. Será un caramelo demasiado preciado para que sea rechazado por la joven, quien sin embargo ama sinceramente a Stanford, y desea compartir con él el resto de su vida. Será algo que no podrá decidir el conocido generalmente arquitecto, por más que se debata entre su deseo de vivencia de una segunda juventud, y el respeto a unas convenciones de las que no puede mantenerse ajeno –y que Milland sabe manifestar a la perfección en el retrato de su personaje-. La confluencia de los deseos de ambos amantes, tendrá su expresión máxima en la espléndida secuencia en la que White describe a Evelyn la presencia en su oculta mansión de su obra más preciada, la recreación de un jardín artificial presidido por un columpio descrito en tonos rojos, con los que asumió el encargo de un cliente que finalmente no le pagó. Por ello se quedó con su creación, en la que la muchacha se subirá siendo empujada por Stanford. En ese momento la planificación de Flesicher romperá el rigor del resto del film, combinando planos objetivos con otros subjetivos de la muchacha siendo simbólicamente elevada a las alturas, mostrando la cámara los semblantes transfigurados de sus dos protagonistas, mientras como fondo resuena con fuerza el tema musical definitorio del film.
Será el instante álgido en una pasión que pronto devendrá en simple relación de dominio, y que tendrá como consecuencia el acercamiento de la muchacha hacia el despótico Thaw, con quien de manera incompresible se casará, viviendo un auténtico infierno en su relación con ese ser dominado por trastornos maniaco depresivos. Serán el preludio del crimen que perpetrará este cuando contemple a su eterno rival presenciando un espectáculo en un teatro al aire libre diseñado por él mismo, y que motivará la vista a la que será sometido por la justicia de la época. Un juicio en el que apenas tendrá importancia para Fleischer la figura del condenado –que apenas es mostrado en su desarrollo-. Por el contrario, la comparecencia jurídica servirá para que los modos sociales que rodean a los dos protagonistas masculinos –uno de ellos asesinado por el otro-, desplieguen sus redes utilizando de nuevo a la plebeya Evelyn. Unos intentando que esta no declare para favorecer la condena a muerte del asesino, y la familia de él –especialmente su madre-, intentando justificar la conducta de su hijo por medio de las circunstancias que dominaron su propia gestación. A ninguno de ellos importará quien ha sufrido en su vida un shock del que jamás se recuperará, aunque en un gesto de íntima dignidad, la protagonista rechace la ayuda económica que le entreguen “generosamente” la familia Thaw, a cambio lógicamente de desligarse por completo de su entorno.
THE GIRL IN THE RED VELVET SWING culmina de manera atroz, en un final que me recordó lejanamente los planteados en las previas FREAKS (La parada de los monstruos, 1932. Tod Browning) y NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947. Edmund Goulding). Finalmente, Evelyn retornará a un contexto del más degradado teatro de variedades, recreando ante un público masculino casi salvaje el número del trapecio rojo, con el que vivió el que quizá fue el instante más feliz de su existencia. Dolorosa conclusión para alguien que actuó en todo momento con honestidad y convicción, y cuyo único pecado fue el de aceptar someterse al juego de dos representantes de la alta sociedad, ociosos dentro del alcance de sus posibilidades económicas. Será el mismo esquema que seguirá pocos años después, el planteamiento de otro de los grandes títulos de Fleischer –que su propio artífice reconocía preferir entre toda su obra-. Me refiero, por supuesto, al mencionado COMPULSION, caracterizado sin embargo por un mayor alcance en su crónica judicial, trasmitido en un riguroso blanco y negro.
Me gustaría destacar para finalizar, un detalle revelador del control que Fleischer demostró de los distintos elementos que confluirán en esta excelente película. Me refiero a la presencia del para mi molestísimo Farley Granger, encarnando uno de los roles protagonistas –y prolongando una galería de tipos más o menos ambiguos y cuestionables, estrenada con su intervención en dos películas de Alfred Hitchcock, y prolongada en su protagonismo en SENSO (1954) de Visconti-. A pesar del empeño –inútil- del intérprete, Fleischer por lo general lo encuadrará en planos generales o medios, mitigando los acercamientos a su rostro en comparación de los que adquieren los otros dos roles principales. Un rasgo apenas perceptible que habla de la sabiduría y el empeño mostrado por un director que supo aunar melodrama, relato criminal y análisis social. Todo ello envuelto en un ropaje de cine espectáculo en pantalla ancha y definido por un extraordinario cromatismo. Sin duda, eran los milagros –bastante frecuentes en aquellos tiempos- que brindaba un cine norteamericano descrito en uno de los momentos de mayor madurez de toda su historia.
Calificación: 4
2 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Muchas gracias por tu comentario. El caso de esta película es curioso para mí, ya que llevaba años detrás de ella, y siempre por una cosa u otra no podía acceder. Hace unos tres años un amigo me dijo que tenía una copia en castellano, con los fragmentos censurados en su momento en España solo en inglés. Por eso, decidí esperar a posterior ocasión, y esta ha llegado gracias al foro de cine clásico.
Además de los elementos que justamente señalas, admiro en la película su abrumadora fuerza visual.
Un abrazo
Juan Carlos
Roberto Amaba -
Precisamente he vuelto a verla hace dos días porque quería escribir una cosilla sobre su final, en relación con otro final célebre con mujer protagonista, a ver si el lunes lo tengo listo.
Muy de acuerdo con la apreciación de Fleischer en general y de esta peli en particular, mucho más densa de lo que puede aparentar, como su director, vaya. Como bien dices, el tratamiento de los comportamientos es muy agudo, tanto que lo que al final vemos son las perversiones más ocultas de cada cual. Siendo como es un reflejo de la agitación de las rígidas covenciones sociales del momento, me parece que termina siendo más un estudio de las angustias personales. A ver si me explico, en ese sentido es más Hitchcock que otra cosa.
Un saludo.