O. S. S. (1946, Irving Pichel)
Partamos de una base; detectar los convencionalismos y servidumbres que imponen sus imágenes, y en ciertos momentos echar de menos que en su resultado se inserten con mayor calado las sugerencias que plantean sus mejores momentos. Pero, si más no, preciso es reconocer que O. S. S. (1946) supone una apreciable muestra de cine de intriga y, con probabilidad, una de las películas más solventes de su realizador, el enigmático e irregular Irving Pichel. Sin ser un especial conocedor de su andadura como realizador –tan zigzagueante como curiosa-, lo cierto es que en ella se dan cita desde clásicos del fantastique –THE MOST DANGEROUS GAME (1932, El malvado Zaroff), codirigida con Ernest B. Schoedsack- hasta soporíferas muestras de ciencia-ficción como DESTINATION MOON (Con destino a la luna, 1950). Sin embargo, entre lo que he podido contemplar de su cine, al tiempo que detectar un generalizado estatismo de vertiente teatral –que en algunas ocasiones logró solventar con un mayor brío cinematográfico-, cierto es que se encuentra uno de los primeros films antinazis rodados en Hollywood, que al mismo tiempo se ofrece como una película bastante atractiva dentro de su relativo esquematismo –me refiero a THE MAN I MARRIED (1940)-. Sin llegar al grado de interés demostrado en esta última película, lo cierto es que el título que nos ocupa no deja de ofrecer interesantes aspectos, más allá de resultar un relato que se deja ver con agrado, insertado dentro de las coordenadas habituales del subgénero en que se inserta.
Dentro de dicho contexto, el film de Pichel –basado en una novela del especialista Richard Maibaum, ligado posteriormente al personaje de James Bond y en aquellos años adscrito a la nómina de la Paramount-, narra la odisea vivida en la Francia de los últimos coletazos de la ocupación nazi, por parte de un grupo de norteamericanos entrenados para infiltrarse entre la población y realizar labores de especial riesgo, bien sea a través de la transmisión de información, como de sabotaje a objetivos nazis. Se trata de la denominada Office of Strategic Services, a cuya contrastada tarea queda dedicada la película –envolviendo sus primeros minutos y sus pasajes finales dentro de un tono patriotero que en poco le beneficia con el paso del tiempo-. Ya en sus primeros instantes, esta producción de la Paramount intenta combinar ese alcance de film destinado a la exaltación postbélica con el tipo de cine noir que practicaba en aquellos años dicho estudio –a lo que no es ajeno en absoluto la presencia de Alan Ladd en cabeza del reparto-. A través de su personaje, y de una primera acción que nos lo presentará intentando robar un documento en una oficina gubernamental, conoceremos a John Martín (Ladd) quien junto a un grupo heterogéneo de ciudadanos es reclutado por las fuerzas militares representadas en el comandante Brady (Patrick Knowles), para que se trasladen a Francia y formen un comando denominado Applejack. Dentro de la nómina de voluntarios, destacará por su singularidad la presencia de una escultora francesa instalada en San Francisco –Ellen Rogers (Geraldine Fitzgerald)-, simulando la identidad de una amiga suya que se suicidó algún tiempo atrás. La película mostrará de manera atractiva el adiestramiento del personal elegido, haciéndoles partícipes de los riesgos, trucos y posibles consejos que han de acometer a la hora de asumir una aventura de tintes tan inciertos. Todo ello será planteado de manera práctica, mientras la voz en off de Brady describe los posibles inconvenientes que puedan sufrir este colectivo, quien pronto asumirá su misión en la Francia central.
Será a partir de esos momentos, cuando los formalismos y el cierto estatismo que definirán las secuencias previas a la presentación de personajes y el anuncio de la misión, se transmute a la propia estancia de los elegidos en ese territorio francés ocupado por completo por los nazis, cuando la película adquiera una cierta espesura. No vamos a señalar, en este sentido, que nos encontramos cercanos a los logros aportados por un Fritz Lang en este tipo de subgénero –MAN HUNT (El hombre atrapado, 1941), CLOAK AND DAGGER (1946)…-, pero sí que es cierto que, en otra vertiente, el film de Pichel se asemeja en intenciones y resultados a títulos tan populares como THE HOUSE ON 92nd STREET (La casa de la calle 92, 1945. Henry Hatahway) en este caso para la 20th Century Fox. Poco a poco, sus imágenes se van imbricando de ese peligro acechante en todo momento, logrando el realizador –bien ayudado por el operador de fotografía Lionel Lindon, la brillantez del equipo escenográfico e incluso a la adecuación de su banda sonora- que el espectador sienta muy de cerca el peligro que acompaña en todo momento a los componentes de este grupo de resistencia. Cierto es, que incluso en este aspecto concreto, en pocas ocasiones nos ausentamos del contexto del estereotipo, y tampoco la propuesta tiene intención alguna de inscribirse dentro del terreno de una abstracción que, sin duda, hubiera conferido al relato un menor alcance de actualidad, pero sí una superior enjundia como tal producto fílmico. Pero aún partiendo de esas limitaciones de partida, lo cierto es que O.S.S. logra interesar en casi todo momento, e incluso plantear en su discurrir interesantes elementos –en no pocas ocasiones provinentes del guión-, de los que Pichel logra extraer su potencial cinematográfico. Es algo que se manifestará en la extraña relación que se manifestará entre Ellen y el coronel Meister (John Hoyt), que servirá para describir un nazi sensible ante el hecho artístico –y adelantando con ello personajes de similares características planteados por Jean-Pierre Melville en la excelente LE SILENCE DE LA MER (1949), el Paul Scolfield de la muy posterior e interesantísima THE TRAIN (El tren, 1964. John Frankenheimer)-, o en la propia presencia de un agente de la Gestapo –Amadeus Brink (un estupendo Harold Vermilyea) que, intuyendo la cercana derrota de su bando, no dudará en negociar con la pareja formada por Martín y Ellen, para al tiempo que ayudarlos en su labor de logro de documentación de alto secreto, alcance suficientes ingresos para con ellos poder sobrellevar una vida cómoda dentro de la inmunidad que solicita.
Pero junto a ello, destaca en el título que comentamos ese gusto por el detalle que ejemplificará a la perfección momentos tan tensos como aquel que muestra un restaurante, donde la diferente manera con la que utiliza el cuchillo y el tenedor uno de los enviados, servirá para que sea reconocido e inmediatamente ejecutado –el momento del descubrimiento de su cadáver, deviene como uno de los más dolorosos de la función-. En un terreno más o menos semejante, alcanza similar interés y quizá una tensión superior la manera con la que es interceptado y ejecutado uno de los agentes; mientras enviaba información cifrada por radio. La secuencia está modélicamente formulada, mientras Meister y sus hombres suben las escaleras del apartamento donde este se encuentra operando, hasta acribillarlo mientras la imagen mantiene encendidas y en plano fijo las claraboyas superiores de la puerta de la habitación.
Más allá de ese conjunto de situaciones que permite y dota de interés la película –el episodio que permite la voladura de un túnel ferroviario, escondiendo materia explosiva en una cabeza escultórica-, su discurrir plantea una insólita relación entre el aguerrido Martín –quien en sus últimas imágenes, poco antes de enviar la última información, crucial para el avance de los aliados, aparecerá vestido casi como si fuera un personaje del western, y Ellen. Ambos poco a poco se irán conociendo y comprendiendo, deseando esperanzadamente poder vivir una nueva existencia juntos en Londres. Sin embargo, el deber se impondrá ante ellos de manera inapelable, y, en un momento dado, para Martín se planteará un dicho que Ellen le había comentado en reiteradas ocasiones; que le dejara sola en el peligro. Cuando todo estaba a punto de surtir el resultado deseado, la inesperada llegada de Meinster provocará la eliminación de la escultora –la película tiene la delicadeza de utilizar la elipsis para evitar mostrar el terrible destino que le acecha, y que esta asume con entereza-. De nada valdrá ya el rápido regreso de Martín una vez ha cumplido una misión crucial de trasmisión de información a los aliados. Una vez regrese a la pequeña vivienda en donde estaban recogidos por la benevolencia de una amable anciana, notará el vacío de la ausencia de esa mujer a que quería y deseaba establecer su futuro con ella...
Digamos para finalizar que O.S.S., sin ser un producto que pueda engrosar ninguna antología de lo mejor ofrecido por el cine de intriga antinazi de aquel tiempo –pródigo en exponentes de gran calado-, resulta un producto que cumple sus objetivos de servir de homenaje a un colectivo que tanto se arriesgó en los tiempos de la ocupación nazi en Francia, al tiempo que se erige como una estimable propuesta de género, que en sus mejores momentos llega a alcanzar un grado de intensidad realmente notable.
Calificación: 2’5
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