DAVID AND LISA (1962, Frank Perry) Elisa
Nos encontramos en los primeros años sesenta. Una época propicia para trasladar a la pantalla –especialmente desde las cinematografías europeas, pero también desde el ámbito de un cine norteamericano inclinado a propuestas en apariencia valientes-, una serie de problemáticas y situaciones que hasta entonces el cine había planteado de manera menos real –lo cual no quiere decir que las mismas carecieran de entidad como tales exponentes fílmicos-. Es por ello que quizá no parezca casualidad que con la llegada de esta década, el cine norteamericano se atreviera a tratar la locura a través de diversos títulos, la mayoría de los cuales han envejecido con el paso de los años. Y es que si incluso una propuesta tan vibrante como la fulleriana SHOCK CORRIDOR (Corredor Sin retorno, 1963) acusa ciertos excesos y debilidades, deficiencias de mayor calado se esconden en producciones en su momento prestigiadas e incluso galardonadas, como THE MIRACLE WORKER (El milagro de Ana Sullivan, 1962. Arthur Penn) o el mismo título que nos ocupa DAVID AND LISA (Elisa, 1962), que supuso el debut como realizador del nunca especialmente distinguido Frank Perry, quien poco a poco irá desarrollando una filmografías de escasos vuelos, dominada quizá por una cierta inclinación al tratamiento pretencioso de temas de inicial interés.
En cualquier caso, justo es reseñar que también en aquel periodo, el cine norteamericano supo ofrecer su auténtico y verdadero film sobre la locura –LILITH (1964, Robert Rossen)- recibido con abierta hostilidad por la crítica de la época, aunque actualmente goza de un merecido estatus de culto-, mientras que en otros países europeos, como Francia, una película como LA TÈTE CONTRA LES MURS (La cabeza contra la pared, 1959. George Franjú), mostraba –dentro del sórdido y siniestro mundo personal de su realizador- una visión dura y sin concesiones sobre el rechazo que la sociedad desplegaba contra los que representaban una locura que podía ser peligrosa como auténtico elemento de rebeldía contra lo establecido. Es precisamente a la hora de comparar el film de Perry con los dos magníficos referentes que evocamos en estas líneas, cuando quedan en evidencia las limitaciones de este pequeño relato, que quizá en el momento de su estreno pudo provocar una cierta admiración, aunque hoy día queda al descubierto la enorme cortedad de miras que plantea su argumento –surgido de la novela de Theodore Isaac Rubin, transformado en guión de la mano de Eleanor Perry-. Un punto de partida que casi medio siglo después de su realización, se atisba con auténtica intensidad, limitando de manera considerable el alcance de un relato que, a fín de cuentas, se revela como una pequeña historia sentimental, surgida dentro del ambiente de un sanatorio psiquiátrico, en el que se encuentran dos jóvenes enfermos. Uno de ellos es David (Keir Dullea, en un rol que marcará el futuro de su carrera), hijo de un matrimonio de clase alta que será llevado a este hospital, donde muy pronto quedará claro su carácter hostil, altanero e incluso provocador, negándose a colaborar con el personal del recinto, y evidenciar desde el primer momento un auténtico pavor a todo tipo de contacto físico con cualquier ser humano. Desde su entrada en el recinto, pronto llamará su atención una joven muchacha empeñada en hablar en rima, e igualmente dominada por una extraña esquizofrenia que le hace portadora de dos personalidades –Lisa (Janet Margolin)-. A partir de ese momento ¿Habrá algún espectador que, viendo lo que sigue, pueda dudar en como acaba la función? Yo desde luego lo tuve claro desde el primer instante, y el desarrollo posterior del proceso evolutivo marcado por su protagonista no solo no me sorprendió en absoluto, sino que lo consideré desde el primer momento por completo previsible.
Y esa sensación de sobrepasar un sendero en apariencia rupturista, pero en última instancia plagado de convenciones, es el que bajo mi punto de vista convierte el debut cinematográfico de Perry en poco más que una pieza de museo, una arqueología fílmica que gozó en su momento de un cierto prestigio, pero a la que el paso del tiempo ha trasladado al terreno de una discreción, e algunos momentos elevada –eso si- en sus instantes más sinceros. En este sentido, justo será señalar en el debe de la función, lo convencional de su propia propuesta dramática –en todo momento sabemos los giros que va a asumir su desarrollo-, las generalmente horribles secuencias en las que se describen las crisis del protagonista –subrayadas además de manera horrible por el fondo sonoro de Mark Lawrence, más afortunado en los momentos intimistas-, e incluso las ridículas plasmaciones visuales de las pesadillas que vienen reiterándose en la mente de David.
Pero al mismo tiempo, y ya partiendo de la base de reconocer la discreción de la función –algo que podría tener otro ejemplo en la francesa LES DIMANCHES DE VILLE D’AVRAI (Sibila, 1962, Serge Bourguignon)-, cierto es que la misma también alberga elementos de interés. Quizá no demasiados para intentar elevarse sobre su medianía y la condición de “falso prestigio” que se cierne sobre su resultado, pero al menos permiten que nos encontremos con una película que, al margen de sus intenciones iniciales, sabe alcanzar un cierto grado de interés en base a elementos que van desde la magnífica fotografía en blanco y negro de Leonard Hirschfield –entroncada por otra parte en lo que entonces quedaba definido como una especie de qualité de tendencia europea ligada a las corrientes renovadoras del cine del viejo continente-, hasta la convincente interpretación que el veterano Howard Da Silva ofrece del dr. Swinford. Pero por encima de todos estos aspectos concretos, personalmente lo que más me gusta de DAVID AND LISA, es la disposición de la película en base a pequeños episodios siempre culminados con un fundido en negro. Una estructura poco arriesgada, pero que por otro lado evita esa inclinación al fácil efectismo que, por fortuna, estará presente en pocas ocasiones en la película –curiosamente las más olvidables de la misma-. Esa opción confiere a la película un cierto alcance de cuento sombrío, que por desgracia no sabe aprovechar más a fondo esa posibilidad, y evitando con ello sumarse a esa realmente escasa galería de grandes títulos que abordaron con valentía y rigor cinematográfico, una de las temáticas más complejas de trasladar a la gran pantalla. Cierto es que lo logrado por Perry deviene previsible, pero también es justo reconocer que se atisba sinceridad dentro de esa limitada y contenida visión del drama de un joven aquejado de una enfermedad mental, que no ha recibido el cariño de sus padres, y que finalmente encontrará una especie de redención en la figura de otra joven interna. Lo dicho, una especie de “love story”, discreto pero nunca rechazable, que logró un cierto éxito en el momento de su estreno, pronto disipado con el paso de los años.
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Best regards, Natali, CEO of iscsi initiator for windows