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CINEMA DE PERRA GORDA

JANE EYRE (1944, Robert Stevenson) Alma rebelde

JANE EYRE (1944, Robert Stevenson) Alma rebelde

Se suele citar JANE EYRE (Alma Rebelde, 1944. Robert Stevenson), como la más valiosa de cuantas adaptaciones fílmicas se han realizado de la célebre novela de Charlotte Brontë. Probablemente sea así, ya que nos encontramos ante un título magnífico, una valiosa muestra de relato gótico, desarrollada dentro del contexto que auspiciaron los grandes estudios, a la hora de plasmar cuidadas adaptaciones literarias como elemento de prestigio. Sin embargo, estoy convencido que buena parte de quienes hicieron dicha afirmación, habrán contemplado pocas o ninguna de dichas adaptaciones… o quizá no hayan visto esta, bastante inaccesible hasta que en los últimos tiempos su edición en DVD ha permitido su necesaria recuperación. Y digo esto, en la medida que conservo un recuerdo muy grato de la adaptación que Delbert Mann filmó –con origen televisivo- a principios de los setenta, centrado en la memorable interpretación que en ella realizaba George C. Scott, para mi gusto la mejor encarnación posible del adusto Rochester. En cualquier caso, cierto es que el británico Robert Stevenson –“fichado” unos años atrás desde su Inglaterra natal por David O’Selznick, junto a Alfred Hitchcock- logró una de las mejores obras de su extensa y decreciente filmografía, en un periodo en el que también cabe destacar de manera muy especial la previa JOAN OF PARIS (1942). Contrastando ambas películas, cabe destacar la capacidad que el realizador ofrecía en aquellos momentos de su trayectoria, a la hora de desarrollar sus ficciones en ámbitos y contextos enfermizos, siniestros o decadentes. Esa facultad para modular relatos dramáticos dentro de un contexto en el que la atmósfera se erige como ingrediente esencial, fue sin duda el elemento que facilitó su elección como realizador de esta magnífica adaptación literaria. Una película que goza de un notable prestigio, pero que del mismo modo no pocos aficionados intentan minusvalorar en ella la personalidad de su realizador, al intentar hacer prevalecer el hecho de que su protagonista masculino –Orson Welles- realizara diversas aportaciones en la confección de la película. Puede que así sucediera –en algunos instantes sí que se observa esta influencia-, pero ello no debería ser motivo de demérito a la labor de un Stevenson que, si asumió algunas sugerencias wellesiana, era porque entendía que podían favorecer los contornos del relato. Pero es algo que se podría extender a no pocos títulos de aquel periodo –se me ocurre ahora la referencia de ALL THAT MONEY CAN BUY (El hombre que vendió su alma, 1941) de William Dieterle-, que de inmediato se vieron seducidos por las posibilidades que brindaba el barroquismo visual y narrativo que tuvo en la figura de Welles su principal valedor.

A partir de dichas premisas, el discurrir de JANE EYRE oscila entre el seguimiento de dicho enunciado, insertándolo en la caracterización de sus imágenes dentro del concepto de adaptación literaria de época que caracteriza su conjunto. Para ello, hay que destacar en primer lugar la excepcionalidad de su fotografía en blanco y negro –obra de de George Barnes-, el pertinente montaje de Walter Thompson y el comentario sonoro de un inspirado Bernard Herrmann. Serán elementos de los que se servirá de manera brillante Robert Stevenson, para lograr un resultado que alberga desde sus primeras imágenes ese alcance literario que proviene no solo del inicio con la voz en off de la protagonista. En efecto, desde sus primeros compases, la película vislumbra una espesura, una capacidad de concreción en la plasmación de la base argumental, destacando por medio de la planificación y la iluminación ese carácter de relato gótico, e incidiendo a través del montaje en su capacidad para detenerse en aquellas líneas argumentales caracterizadas por un especial interés en su progresión dramática. Se trata de una circunstancia que vislumbramos ya en el episodio que narra la infancia desgraciada de la protagonista –encarnada con enorme sensibilidad por Peggy Ann Garner-. Serán unos minutos en los que se rozará la frontera del recargamiento y el esquematismo, a la hora de describir el truculento contexto familiar que sufrirá la pequeña antes de recalar en el orfanato comandado por el autoritario Henry Brocklehurst (el siempre magnífico Henry Daniell). Por el camino, ya hemos tenido ocasión de comprobar algunas de las más rotundas cualidades del film; su extraordinario diseño de producción, una ambientación de alcance pictórico –especialmente en las secuencias desarrolladas en exteriores-, y una reconstrucción de época sobresaliente, integrándolo con especial acierto como una de las muestras más valiosas de esa reconstrucción de ascendencia literaria. Unamos a ello algunos instantes de especial fuerza visual, como ese plano en el que la Jane niña es reprendida y situada en un taburete en el patio del orfanato, el instante en el que es castigada junto a su amiga Helen Burns (una jovencísima Liz Taylor), caminando en círculo bajo la lluvia, o ese plano admirable en el que el detalle de las manos de las dos amigas servirá como triste anuncio de la muerte de Helen.

Pasarán diez años -en un rápida elipsis que nos permitirá conocer a Jane ya joven (encarnado por una espléndida Joan Fontaine)-, descubriéndose en ella su intención de huir del dominio del siniestro Brocklehurst y desarrollar la vocación de institutriz, aceptando la oferta que se le brinda para educar a la pequeña Adele Varen (Margaret O’Brian). Una vez la acción se centra en los parajes rurales, ese alcance pictórico de su ambientación cobrará un mayor protagonismo. La presencia de espesas nieblas y oscuros parajes, irá acompañada por la tenebrosa magnificencia de la mansión de la que es dueño Edward Rochester (Welles), padre de la muchacha. Será para nuestra protagonista la integración en un nuevo contexto, en el que la inicial reticencia representada por el áspero carácter de Rochester, poco a poco irá evolucionando a una progresiva admiración, que llegará a convertirse en sincero amor –compartido por este-. Llegados a este punto, sus secuencias adquirirán una extraña modulación a partir de los diálogos y la evolución que estos denotarán sobre la relación entre los protagonistas. Aunque considere personalmente que Welles no era el intérprete más adecuado para encarnar un personaje de la sutileza de Rochester –en no pocas ocasiones demuestra ser uno de los intérpretes más sobrevalorados del cine norteamericano-, es tal la capacidad evocadora que describe la realización de Stevenson –unido a las excelencias que sí aporta la Fontaine, que logra en su personaje extraer todos los matices y la sensibilidad tamizada de personalidad avanzada y reivindicativa-, que esos diálogos –por lo general, desarrollados en exteriores- proporcionarán a la película una tonalidad delicada y emocionante –de alguna manera, adelantan esa posterior y más rotunda pareja romántica que representaban Rex Harrison y Gene Tierney en la maravillosa THE GHOST AND MRS. MUIR (El fantasma y la Sra. Muir, 1947)-. A partir de esas premisas, JANE EYRE discurre con intensidad, quizá discurriendo de forma un tanto apresurada en sus pasajes finales, logrando no solo mostrar esa credibilidad propia del mejor cine literario. La fuerza que asumen esos interiores adustos de la mansión de Rochester, lo inquietante de aquellos instantes en donde la amenaza se expresa por medio del personaje de su esposa demente, el cambio de su inicial hostilidad por una actitud más comprensiva, o lo admirable de sus últimos minutos –pese a incidir de nuevo en ese cierto apresuramiento que creo detectar-, conforman un conjunto magnífico. Propone una de esas casi ejemplares adaptaciones novelescas, como años antes había planteado el cine USA con A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935. Jack Conway) o muy poco después lo ofrecería el cine británico con la excelente GREAT EXPECTATIONS (Cadenas rotas, 1946. David Lean). Se trata de dos ejemplos en modo alguno citadas al azar, ya que de alguna manera suponen eslabones de un modo de entender la traslación literaria –máxime partiendo de referencias ubicadas en periodos temporales más o menos convergentes-, representativa de unos modos de entender en el hecho cinematográfico de absoluta e imperecedera pertinencia.

Calificación: 3’5

3 comentarios

Feaito -

La carrera de Joan Fontaien merece ser reevaluada. Generalmente se la recuerda y menciona por las películas de Hitchcok "Rebeca" (1940) y "Sospecha" (1941), pero esta adaptación del clásico de Brönte, así como "La Ninfa Constante" (1943), "Carta a una Desconocida" (1948) y "September Affair" (1950), contienen sus cumbres interpretativas.

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He best can pity who has felt the worse.

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