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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WOMAN ON PIER 13 (1949, Robert Stevenson) [Me casé con un comunista]

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A lo largo de la ya larga singladura desplegada por el cine, han surgido numerosos marcos y situaciones, que posibilitaron películas incómodas para ser analizadas y valoradas pasadas cierto tiempo. Incomodidades estas centradas ante todo en el aura sociocultural que emana de su planteamiento. Y hay que decir que fue en el periodo maccarthista, donde esta circunstancia albergó quizá una mayor importancia. Junto a títulos dominados por el esquematismo y la demagogia al plasmar la supuesta paranoia comunista propugnada por las fuerzas más reaccionarias de Hollywood, se colaron otros exponentes en algunos casos hoy día condenados por su presunta vitola derechista, como si además una película conservadora no pudiera albergar suficiente calidad. En este sentido, no puedo dejar de citar la admirable -y muy reveladora- MY SON JOHN (Mi hijo John, 1952), una de las grandes obras de Leo McCarey, generalmente menospreciada por comentaristas que estoy seguro en no pocos casos ni se han molestado en verla. O, en un peldaño algo inferior, la previa, oscura y casi aterradora en su mirada documental THE IRON COURTAIN (El telón de acero, 1948. William A. Wellman).

Dentro de esta coyuntura, en todas las crónicas que han reflejado un repaso supuestamente distanciado a aquel tan deplorable contexto cinematográfico, siempre se detienen a citar la referencia que propició el magnate de la RKO, Howard Hugues, al dar vida el proyecto que concluiría finalmente en THE WOMAN ON PIER 13 (1949, Robert Stevenson); la circunstancia de que dicho proyecto permitirá detectar a supuestos miembros del partido comunista, entre los cineastas que rechazaban hacerse caso de su dirección -entre ellos, Nicholas Ray y Robert Rossen-, es prácticamente el triste aval que acompaña una película tan pequeña como estimable, que si bien acusa las debilidades de guion propias de plasmar una cédula comunista propia de un clan mafioso y criminal, no es menos cierto que alberga suficientes elementos de interés, aspectos estos nunca destacados al referirse a esta producción, por quienes hablan de la ella, igualmente en buena medida sin haberla visto jamás.

Jamás estrenada en nuestro país -parece que su marchamo de título incómodo llegó incluso al duro franquismo de aquel tiempo, aunque es cierto, que fueron muchos los títulos de la RKO que quedaron carente de exhibición en las pantallas españolas-, la película se inicia describiendo, de manera ingeniosa -un primer plano sobre el documento de matrimonio, en el que firman los dos contrayentes- la boda entre Brad (un eficaz Robert Eyan) y Nan Collins (Larraine Day). Él es un reputado directivo en una compañía naviera ubicada en San Francisco. Ella, una muchacha de buena familia, que hasta poco antes mantuvo una relación sentimental con un compañero de Brad, del que se enamoró y casó con sorprendente rapidez. Nan, asimismo, cuida de un hermano más joven que ella -Don (John Agar)-, que trabaja en el entorno portuario. Lo que se dirime como una andadura estimulante para la buena pareja, y para el prometedor devenir profesional del protagonista, pronto se verá teñido de oscuros nubarrones. Este tendrá una presencia inicial con la llegada de Vanning (Thomas Gomez), líder de una célula comunista que recuerda a Brad su pasado el partido, conminándole a que colabore de nuevo con él, bajo el chantaje de poner en conocimiento de la policía, pruebas que podrían arruinar su futuro, y que en el pasado le relacionaron con un asesinato. Pero es que al mismo tiempo este será presionando por partida doble, ya que se sumará a ello la mundana Christine Norman (Janis Carter), antigua amante suya, que ha optado por seducir a Don para enredar la tela de araña en torno a su cuñado. Todo irá confluyendo en torno a un protagonista cada vez más superado por los acontecimientos, incapaz de poder revelarse contra la huella de su pasado, y siendo coaccionado para que se produzca una huelga entre patronal y sindicatos del puerto, fomentada por Vanning. Al mismo tiempo, Christine utilizará a Don como un juguete, para lograr que vaya asimilando los postulados comunistas y los extienda en las asambleas de trabajadores. Sin embargo, no podrá contar con una cosa inesperada; se enamorará sinceramente del muchacho.

Lo que tratado bajo un necesario grado de abstracción podría haberse dirimido como la historia de una redención imposible por parte del protagonista -como sucedió en el señalado film de McCarey, que finalmente se convertía en una furibunda diatriba contra el matriarcado americano-, en THE WOMAN ON PIER 13 se dirime a partir de la propia génesis del proyecto, y del guion planteado por Charles Grayson y Robert Hardy Andress, en una peripecia en la que el servilismo en la denuncia del presunto comportamiento criminal del entorno comunista, permite que la fisicidad y la buena atmósfera del relato, no alcance la densidad que, en algunos momentos, se destila en algunas de sus situaciones.

Y es que, llegados a este punto, hay que señalar que el film de Stevenson resulta finalmente apreciable. Y lo es por varias razones. De entrada, la propia realización de un hombre de cine -por cierto, de origen británico- en aquellos momentos dotado de algo más que probada profesionalidad -no olvidemos que seis años antes había realizado la magnífica JANE EYRE (Alma rebelde, 1943), entre otros títulos notables formulados para la propia RKO-. Esa propia presencia dentro del estudio, es la que permite al mismo tiempo que la película encuentro un aliado de excepción con el aporte de la iluminación en blanco y negro que ofrece el imprescindible Nicholas Musuraca, capaz de brindar con sus claroscuros y el aprovechamiento de las escenas nocturnas, sean estas interiores o exteriores, a la hora de proporcionar espesura visual a un relato esquemático a nivel argumental. Unamos a ello la brillantez del montaje ofrecido por Roland Gross, capaz de redondear un conjunto provisto de ritmo, y de esta manera orillar elementos que quedan sin suficiente explicación ¿A que se debe el interés de Vanning en propiciar esa huelga portuaria, en una subtrama que parece anticiparnos por momentos el ON THE WATERFRONT (La ley del silencio, 1954) de Elia Kazan? Apenas se intuye el motivo en los minutos finales.

En cualquier caso, pese a lo estereotipado de su galería humana -incluso el personaje encarnado por Robert Ryan carece de los matices que podría albergar un ser atormentado-, lo cierto es que el film de Stevenson se contempla con relativa placidez, en base sobre todo al ya señalado sentido del ritmo, y al aspecto exterior de cualquier noir de su tiempo, que le dota sobre todo el aporte de Musuraca. A la diestra mano de Stevenson articulando dichos elementos, y procurando que el elemento discursivo intente quedar en un segundo término, aunque justo es reconocer que en no pocos momentos ello es imposible de lograr, o incluso hagan acto de presencia episodios tan poco convincentes como el descrito en la parte final, con Nan intentando acercarse al asesino de su hermano. Fruto de ese empeño, se encuentran algunos de los pasajes más atractivos de la película, en los que la querencia por la tensión, la violencia y una atmósfera de pesadilla, se imponen sobre sus debilidades argumentales. Me refiero, sobre todo, al brillante y excelentemente planificado clímax final con el tiroteo en el interior de una fábrica, propio del más reconocido thriller de la época, aunque ¡Ay!, la película concluya con el definitivo castigo del protagonista, aún asumiendo antes su redención personal. Notable fuerza albergará, igualmente, el tenso momento en que el cabecilla comunista amenaza a Christine con empujarla al suicidio, al verla tan afectada con su muerte de su amado… hasta forzar su asesinato en off. No obstante, a la hora de quedarme con un episodio concreto de la película, no dudaría en elegir la desmesura -casi digna del posterior Samuel Fuller- que brinda el crimen cometido por los esbirros de Vanning, contra uno de los comunistas que ha fallado en las órdenes dictadas, y que será atado y tirado a las aguas del puerto en plena noche, teniendo como testigo al propio Brad, facilitando que el crimen le sirva como amenaza.

Calificación. 2’5

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