SLACKER (1991, Richard Linklater)
Cuando uno ya ha tenido la oportunidad de visionar no pocas de sus obras, ratificar la personalidad de las mismas, y asumir con no poco placer el hecho de encontrarnos ante uno de los realizadores más interesantes con que cuenta hoy día el cine norteamericano, lo cierto es que contemplar SLACKER (1991), la ópera prima de Richard Linklater, tiene algo de especial. Supone darse de bruces con una aplastante realidad; la de reconocer que Linklater mostraba ya desde sus primeros pasos en la pantalla, un mundo expresivo y unas constantes temáticas definidas de forma absoluta. Es algo que se desprende más allá de la espontaneidad que manifiestan sus fotogramas, de la estructura discontinua que se enseñorea de un función en la que apenas existe un guión, entendido este de la manera habitual que caracteriza la ficción cinematográfica.
En su lugar, su propuesta se erige como una desprejuiciada ronda de personajes, a cual más iconoclasta, dentro del marco de la ciudad texana de Austin. Pero lo curioso de esta extraña y constante sucesión de seres, es que pese a suponer en sí mismos una estrafalaria galería, al espectador advierte con extrañeza que estos son más reales, cotidianos y creíbles de lo que podría parecer a primera vista. Esa fauna que por momentos nos puede acercar a auténticos frikis, en realidad se describe como una mirada inmisericorde en torno a la vertiente más desoladora y mediocre de la condición humana. Se trata de una premisa que comprobaremos desde los primeros instantes de la función, a partir de ese escalofriante –por cotidiano- atropellamiento de una mujer de cierta edad, que un lento travelling de retroceso nos revelará la terrible realidad del aparente accidente; ha sido un asesinato provocado por su propio hijo.
Es a partir de estos instantes, cuando SLACKER se describe con tanta deliberada parsimonia, como con un grado de coherencia interna de alto octanaje. Lo hará sin alzar nunca la voz, con una cotidianeidad desarmante, y aplicando unos modos visuales tan desganados –si entendemos estos dentro de los cánones habituales en la pantalla-, como reconocibles de forma inequívoca en el cine posterior de nuestro cineasta –en especial para los títulos que bastantes años después rodó utilizando unas revolucionarias técnicas de animación-. De tal forma, podrá gustar más o menos su cine, pero nadie puede negar en la obra de Linklater una voluntad de explorar nuevos caminos, que se inició en la que sería su primera aportación formulada para la gran pantalla. Hay en su desarrollo una textura visual, incluso una peculiaridad en la propia configuración física de sus intérpretes, en sus vestimentas, en su forma de caminar y, de forma especial, en sus diálogos. Ese desapego y ausencia de dramatización, deja paso en la película –como en buen parte del cine de su artífice-, a otra manera de concebir una dramaturgia que, de manera deliberada, huye de esa misma configuración, habitual en el conjunto de la producción cinematográfica. Solo por esa circunstancia, se debería tener en cuenta un modo de concebir el cine, que en esta ocasión pudo aparecer quizá como un ejemplo aislado y quizá condenado al fracaso más absoluto, pero que casi dos décadas después emerge con una desarmante coherencia no solo con el posterior desarrollo de la obra de su artífice, sino con la facilidad con la que su artífice logra manifestar en la pantalla ese lado oculto, esquizoide y, de tan estúpido, por completo ligado a la realidad norteamericana.
En concreto, SLACKER nos traslada hasta seres que no se esconden en contar sus paranoias detrás de ese taxista que escucha los mismos con un desinterés y desapego absoluto, con otro que parece haber destinado su vida a intentar descubrir todo aquello que se oculta en la conspiración que acabó con la vida de Kennedy, a un veterano luchador de la causa republicana española –lo que permite al espectador hispano descubrir la veracidad de los datos que introduce en este breve episodio-, que en el fondo no ha hecho más que fantasear dentro de su veteranía ante un inesperado ladrón. De esa y otra fauna se nutre este recorrido casi basado en la improvisación, en el que no se ausentará esa inquietud metafísica que parece acompañar la obra de Linklater, sin que en ningún momento le abandone ese sentido crítico, que tendrá con el paso de los años exponentes tan valientes y valiosos como FAST FOOD NATION (2006).
¿Cómo es posible que una amalgama que en realidad se excluye por completo de la narrativa tradicional, y que en definitiva no es más que una sucesión improvisada de insólitos personajes, adquiera en la pantalla esa sensación de verdad tan acusada? ¿Cuál es la receta que promueve un director que entonces contaba con una tan escasa experiencia fílmica, para transmitir al espectador más avezado el riguroso seguimiento de una manera tan personal de entender la narrativa, siendo esta al mismo tiempo tan invisible, tan alejada de cualquier moda y, al mismo tiempo, tan tangible y auténtica? En realidad, supone una receta tan difícil de discernir como fácil de percibir. Se trata, sin llegar a discernir la esencia del cine de un nombre que ha sabido encontrar desde el principio un camino personalísimo –con la excepción de la alimenticia THE NEWTON BOYS (1998)-, de un ejemplo pertinente y especialmente valioso, que habla de las posibilidades que sigue manteniendo y albergando la exploración en el lenguaje y los códigos cinematográficos. Por fortuna, dos décadas después de este atractivo, irónico, terrible, iconoclasta y, al mismo tiempo, cercano SLACKER, los espectadores de aquellos primeros años noventa, pudieron atisbar el talento que ya se intuía en un nombre que sigue sorprendiendo y siendo coherente, en una obra sostenida con tanta humildad, convicción y absoluto alejamiento de las constantes que dominan el cine norteamericano de nuestro tiempo. Felicitémonos por admitir que con valores como Linklater, se expresa una de tantas posibilidades alternativas para el el disfrute de la magia de la pantalla.
Calificación: 3
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