A WOMAN REBELS (1936, Mark Sandrich) [Una mujer se rebela]
Conocido por sus musicales al servicio del tandem Fred Astaire-Ginger Rogers –que confieso no provocan en mi demasiado entusiasmo-, y quizá más capacitado para la comedia pura –algunas de sus aportaciones al servicio de la olvidada pareja de humoristas formada por Wholer y Olsen me parecen atractivas-, lo cierto es que en el conjunto de la trayectoria profesional de Mark Sandrich (1901 – 1946) influye el hecho de su prematuro fallecimiento, que quizá le hubiera permitido fructificar en una madurez profesional en otros ámbitos y géneros. Géneros que en alguna ocasión frecuentó, como fue el caso del melodrama, del que existe una aportación de cierto culto como SO PROUDLY WE HAIL! (Sangre en Filipinas, 1943), cuyo recuerdo me es tan lejano como poco estimulante. Pero ya en plenos años treinta, dentro de ese periodo consagrado al servicio del célebre tandem de bailarines, Sandrich brindó para la entonces pródiga R.K.O. Pictures, una curiosa propuesta de carácter feminista, en la que por medio de un formato melodramático se estableció un alegato en torno a la emancipación de la mujer. Esta es la génesis de A WOMAN REBELS (1936) –jamás estrenada comercialmente en España, aunque conocida en pases televisivos y ediciones digitales con el título de UNA MUUER SE REBELA-, combinando en su desarrollo esa ya señalada vertiente reivindicativa, su adscripción al melodrama, todo ello unido a ciertos elementos de carácter irónico o humorístico. Aspectos que en su conjunción servirán en teoría para desdramatizar algunos de los elementos ofrecidos en la función.
La acción se inicia en pleno periodo victoriano, mostrándonos la férrea disciplina con la que el juez Byron Thistlewaite (Donald Crisp) mantiene a sus dos hijas, ya adolescentes, inculcándoles mediante una rígida profesora, lo que por aquel entonces se entendía como perfecta educación de cara a unas mujeres, a las que en todo momento se consideraba socialmente como seres inferiores al hombre. Ya en esos instantes iniciales, advertiremos la personalidad más definida que caracteriza a Pamela (Katharine Hepburn), frente a la más dócil e impresionable Flora Anne (Elizabeth Allan) El padre de ambas decidirá presentarlas en sociedad, logrando que esta última encuentre al amante perfecto en la figura del apuesto teniente Alan Craig (David Manners), con quien se casará de inmediato. Sin embargo, Pamela renunciará a un matrimonio auspiciado por su progenitor, optando por coquetear con un atractivo joven –Van Hefflin- del que pronto se enamorará, aunque descubra en un momento dado que se encontraba ya casado. Fruto de aquel efímero romance quedará un embarazo que la protagonista deseará ocultar, para lo cual viajará hasta Italia, en donde se encuentra su hermana –también embarazada-, esperando el retorno de su esposo. La desgracia se cebará sobre ellos al producirse la muerte de Alan en un incendio en su buque, y al conocerse la noticia su esposa fallecerá de un fuerte golpe, perdiendo también el pequeño que portaba en su vientre, no sin antes rogar a su hermana que su hijo se hiciera pasar como el de ella, para evitar el escándalo en la familia. Pasará el tiempo y Pam cuidará de su pequeña Flora encubriéndola como su sobrina, y estando en todo momento amparada por la figura del bondadoso diplomático Thomas Lane (Herbert Marshall), quien en diversas ocasiones le pedirá su mano, siempre con respuesta infructuosa por parte de la protagonista –pese a amarlo sinceramente-, temerosa de las consecuencias que pudiera acarrear el descubrimiento de la verdadera realidad que esconde a su hija. Poco a poco, Pam se convertirá en una conocida figura en el campo de la búsqueda de los derechos de la mujer, aunque ello actuará en un momento dado en su contra, al producirse un inesperado romance entre Flora y el hijo de quien fue el padre de esta. La situación desembocará en consecuencias imprevisibles, aunque quizá suponga el detonante para asumir la normalidad en la estabilidad sentimental de alguien que solo sufrió por ser consecuente con una personalidad adelantada a su tiempo.
Correcta y fluida en todo momento, quizá encontremos el mayor elemento de singularidad de A WOMAN… en la incorporación de esos pequeños elementos de comedia que, hábilmente insertados, contribuyen a desdramatizar algunas de sus situaciones –pienso en ese doble encuentro de Pam en el museo de cera de Madame Tousaud con la figura de un guarda, posteriormente real, la divertida situación cuando está cruzando un riachuelo, en el “gag” del acompañamiento de una cabra para que dé leche a la pequeña hija / sobrina de esta, o en el inesperado éxito que obtiene el giro editorial que la protagonista brinda a la publicación en la que colabora, al convertirse en improvisada jefa de redacción de la misma-. Pero hay algo que impide que el título de Sandrich sobrepase nunca la barrera de una discreta validez, y es la falta de arrojo con la que el director afronta una historia, en la que ni mirándola en el tratamiento de una luchadora de los derechos de la mujer –resulta en esta vertiente demasiado blanda- ni, por supuesto, encontramos en sus imágenes, una narración en la que destaque por su intensidad. En este sentido, momentos como el que propicia la muerte de la hermana de la protagonista, aparecen sin una especial fuerza, ni siquiera el encuentro tantos años después del que fuera su primer amor –ahora convertido en acaudalado y amargado hombre casado-, traslada al espectador esa sensación casi obligada del melodrama con “carne”. Cierto es que aparecen momentos de cierta delicadeza –esa mujer desahuciada que acude a la redacción de la revista pidiendo ayuda, que servirá como detonante para que Pam se decida a modificar la línea de la publicación y, con ello, ser más consecuente con su personalidad-, o incluso movimientos de cámara provistos de una notable elegancia –como el que describe el baile de sociedad que contemplaremos en los primeros minutos de la función-, esa inesperada tempestad que sucederá tras el último encuentro con Lord Gerald (Van Hefflin) para intentar parar el escándalo que se avecina entre ambos, o la emoción que muestra el abrazo final entre ese padre adusto que comprende –muy a su pesar- la equivocación de su forma de educación y su comprensiva hija. Pero también es cierto que A WOMAN REBELS le cuesta arrancar –sus primeros minutos resultan algo morosos-, que algunos de sus instantes devienen carentes de fuerza –la mayor parte de las secuencias amorosas entre Pamela y Thomas-, y que incluso los instantes finales aparecen desprovistos de la rotundidad que casi pide a gritos su enunciado.
En definitiva, pese a resultar una película que se deja ver, sin entusiasmos pero también sin objeciones, lo cierto es que un argumento como el que plantea A WOMAN REBELS –obra de Anthony Veiller y Ernest Vajda, basado en la novela Portrair of a Rebel de Nella Syrett- en todo momento parecía destinado a un cineasta como John M. Stahl. De sus manos hubiera salido otra muestra de su estilo sobrio pero, del mismo modo, acompañados de esos instantes de inigualable inventiva que sabía proporcionar a su cine, integrándolos además con la debida pertinencia en su marco social, como solo un estilista de su talla sabía ofrecer. Y para ello, no hay más que comparar la conclusión del título que nos ocupa, con la electrizante –aunque en apariencia pareciera del mismo grado- filmada por el mencionado cineasta en ONLY YESTERDAY (Parece que fue ayer, 1933).
Calificación: 2
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