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CINEMA DE PERRA GORDA

EYES IN THE NIGHT (1942, Fred Zinnemann)

EYES IN THE NIGHT (1942, Fred Zinnemann)

Aunque nunca me he situado entre los admiradores –si es que a estas alturas tiene alguno- de la obra de Fred Zinnemann, resulta sorprendente encontrarse ante un título tan gris como el que supuso su segundo largometraje –EYES IN THE NIGHT (1942)- cuando apenas un año después firmó una de sus obras más valiosas –THE SEVENTH CROSS (1944)-. Cabe la posibilidad de que en esos dos años su oficio fuera refinándose, y también que la base dramática que podía ofrecer el –según las referencias- excelente material literario de Anne Seghers, adecuadamente transformado en guión para la pantalla de la mano de Helen Deutsch, supusiera un punto de partida en el que Zinnemann se implicó de forma especial. Sin embargo, y aún reconociendo esta circunstancia, cuestra trabajo asumir que el firmante de títulos más o menos brillantes, estimables o sobrevalorados –táchese lo que no proceda- como THE SEARCH (Los ángeles perdidos, 1948), ACT OF VIOLENCE (1948), THE MEN (Hombres, 1950) o HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952) –confieso mi debilidad por el segundo y cuarto de los citados-, fuera el responsable de una película tan despersonalizada. Quizá como el caso de los primeros trabajos de Jules Dassin –THE CANTERVILLE GHOST (1944)-, las presumibles cualidades del autor de FROM HERE TO ETERNITY (De aquí a la eternidad, 1953), quedaron por completo apagadas al asumir la realización de un encargo impersonal, en el que la poderosa máquina de la Metro Goldwyn Mayer apenas pudiera ser sobrepasada, dentro del cúmulo de convenciones y estereotipos planteados por esta ingenua mezcla de melodrama policíaco con un no menos ingenuo planteamiento antinazi.

EYES IN THE NIGHT se inicia con la exhibición realizada por Duncan Maclain (Edward Arnold), un invidente especializado en las dotes detectivescas, a las que cabe añadir su destreza en la autodefensa, para la cual tendrá un fiel aliado en su perro Friday –uno de los elementos más molestos de la función; el servilismo hacia la destreza del mencionado animal-. Maclain recibirá de manera inesperada la visita de una antigua amante suya –Norma Lawry (Ann Harding)-, casada con un prominente científico –Stephen Lawry (Reginald Denny)- confesandole la difícil situación que mantiene su hijastra –Bárbara (una jovencísima Donna Reed)-, al haberse prendado de un actor teatral de dudosa catadura con el que ella mantuvo en el pasado una relación –Paul Gerente-. Duncan le aconsejará que hable con Gerente para intentar cortar de raíz la situación, pero lo único que logrará –en una de las escasas secuencias que gozan en la película de cierta entidad propia, al proyectar la impostura y personalidad histriónica de este egocéntrico actor, quien discutirá ante Norma en pleno escenario tras uno de los ensayos; subrayando Norma la performance de este con un aplauso- es que su hijastra se enfrente directamente, exteriorizando la latente rivalidad que ha mantenido hasta entonces con ella. La situación adquirirá un inesperado cariz dramático al aparecer Paul asesinado de un golpe en la cabeza. Será el inicio de una espiral de misterio que se trasladará a la mansión de los Lawry, precisamente cuando el cabeza de familia está a punto de probar un descubrimiento de gran trascendencia para la ciencia aeronáutica en la que desarrolla sus investigaciones. La realidad es que su entorno de servidumbre se encuentra por completo dominado por una ofensiva nazi encabezada por Cheli Scott (Katherine Emery), la profesora de interpretación de Barbara, encaminada a hacerse con el poder del contenido de la fórmula que está a punto de ser autentificada por su artífice. La situación se convertirá casi en una pesadilla en una mansión Lawry en apariencia pacífica, acudiendo hasta ella Maclain simulando ser un tío de Norma, y basando el fingido aspecto exterior de su excéntrico comportamiento, como una auténtica impostura de cara a contrarrestar el elemento siniestro que se está desarrollando en la trastienda de una velada llena de tensiones.

Destacada en su vertiente positiva por poseer una escueta duración de apenas setenta y cinco minutos, EYES IN THE NIGHT aparece como una clara serie B dentro de la producción de la Metro de la época. Sin embargo, esta circunstancia no repercute en la posibilidad de que Zinnemann extrajera elementos de interés –más allá de la pertinencia de ciertos movimientos de cámara-, de un planteamiento argumental que en algunos momentos roza lo ridículo, y que incluso en su alternancia de puntos de vista no llega a adquirir la más mínima coherencia –pienso en el contrapunto de la actuación del comando nazi contra los Lawry y el propio detective ciego, mientras el perro Friday realiza sus tareas de rescate-. No existen en la función personajes dotados de la menor consistencia –con especial mención a lo ridículos que aparecen los criados / ladrones nazis-, y tan sólo la función despierta cierto interés al atender algunas de las estratagemas de Maclain; las escaramuzas que mantiene con el encargado de retenerlo al mostrarle trucos con las cartas, la situación que desarrolla con la criada Vera por medio de un mensaje escrito, evitando con ello que los que están escuchando tras la puerta adivine sus intenciones, el instante percutante del asesinato de esta, o el duelo en la plena oscuridad de un sótano, en el que nuestro detective logrará vencer al mayordomo que pretendía asesinarlo. Es muy poco, la verdad, para por el contrario tener que soportar algunas situaciones de humor chusco –situadas al inicio y la conclusión del relato, centradas en la destreza en la defensa del protagonista ciego- y, sobre todo, la ya mencionada y vergonzante definición que muestra este grupo de enviados nazis, que ha ideado un maquiavélico plan para acercarse a la familia Lawry, violentando su cotidianeidad con el único objetivo de apoderarse de la fórmula que persiguen. Todo el episodio del robo, al autentificación de la fórmula, y el intento de tortura de su artífice, resultan casi letales de puro aburrimiento.

Lo cierto y verdad es que además de la mediocridad que manifiesta, uno solo añora viendo el film de Zinnemann, que transcurriera algo más de una década, para que con un planteamiento de tintes más o menos semejantes, Henry Hathaway rodara para la 20th Century Fox una de sus propuestas policíacas más inteligentes. Me refiero en concreto a 23 PACES TO BAKER STREET (A 23 pasos de Baker Street, 1956), en el que sí estaba presente la agudeza y la tensión interna, que se encuentra por completo ausente en esta película primeriza, que en modo alguno hacía presagiar el predicamento que su realizador adquiriría muy pronto en la industria cinematográfica de Hollywood.

Calificación: 1’5

3 comentarios

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Elevándose genio desdeña un camino trillado. Se trata de regiones hasta entonces inexploradas

Antonio Nahud Júnior -

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Venga ver mi blog brasileño sobre el cine clásico.
Saludos
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