BLOOD OF THE VAMPIRE (1958, Henry Cass) La sangre del vampiro
Artífice de una filmografía que atesora casi veinticinco títulos –rodados entre 1937 y 1968-, reconocido en su aportación como director teatral experto en la puesta en escena de obras shakesperianas durante la mitad de los años treinta, lo cierto es que muy poco se conoce de la figura del británico Henry Cass (1902 – 1989), siendo quizá su único film que atesora cierto culto, este BLOOD OF THE VAMPIRE (La sangre del vampiro, 1958), rodado en Inglaterra cuando la apuesta por el cine de terror lanzada por Hammer Films ya se había coronado con un extraordinario éxito de público. Al socaire de la clara inclinación del estudio comandado por Michael Carreras y Anthony Hinds, surgieron pequeños pero no desdeñables competidores, siendo uno de los más característicos el tandem formado por los productores Robert S. Baker y Monty Berman –que al mismo tiempo ejercerá en la película la función de brillante operador de fotografía-. Ambos produjeron algunos títulos dentro del género, caracterizados por su vertiente sombría, su misantropía, e incluso su clara inclinación sadiana. Películas quizá mitificadas en su conjunto por no pocos aficionados, que a mi modo de ver oscilan entre la mediocridad de THE HELLFIRE CLUB (Los caballeros del infierno, 1960. Robert S. Baker y Monty Berman), alcanzando quizá su mayor cota de brillantez en la espléndida THE FLESH AND THE FIENDS (La carne y el demonio, 1960. John Gilling). Muy cerca del título que protagonizara de forma magnífica Peter Cushing y Donald Pleasance, readaptando la novela de Robert Louis Stevenson The Body Snatcher, se encuentra la película que comentamos, que podría incluso situarse como la más singular y atrevida de cuantas acometieran dicha pareja de productores, hasta erigirse como toda una rareza. Algo difícil, situándonos en un periodo definido por una gran riqueza para el cine de terror británico.
BLOOD OF THE VAMPIRE tiene su prólogo en la Transilvania de 1874. allí asistiremos –en medio de un yermo paraje de sombríos tintes pictóricos-, a la destrucción de un ser que aparenta ser un vampiro. La obligada introducción violenta de la estaca sobre su corazón, dará pié a los impactantes títulos de crédito y, de modo muy especial, la presencia de la sangre, detalle este que servirá para anunciar al espectador uno de los rasgos sobre los que se sustentará esta interesante e insólita historia. Tras la previsible ejecución, un ser de características deformes –más tarde sabremos que se trata de Carl (Victor Maddem)-, matará al enterrador –que se encuentra totalmente solo ejerciendo su lúgubre función en pleno monte- y recuperando el cuerpo del cadáver atravesado por la estaca, al cual efectuará una operación realizada por un doctor borracho de pocos escrúpulos, trasplantándolo por otro corazón que mantenía con vida. Cuando el galeno quiera percibir unos emolumentos superiores a lo acordado, Carl no dudará tampoco en apuñalarle. La acción se traslada seis años después, mostrando en la corte de Carlstadt el juicio por la conducta del dr. John Pierre (Vincent Ball), un honorable representante de la medicina que será juzgado y condenado en circunstancias extrañas, ante el inesperado fallecimiento de uno de sus pacientes. Totalmente destrozado por su inesperada condena, que le separa de su prometida Madeleine (la siempre maravillosa Barbara Shelley), mantendrá la esperanza de una revisión de su condena, basada ante todo en el testimonio de un viejo colega suyo. Sin embargo, su entrada en prisión pronto le modificará de emplazamiento, siendo destinado de forma inesperada a la prisión de dementes que comanda el siniestro dr. Callistratus (Sir Donald Wolfit). Aquello será el inicio de la vivencia de una atmósfera de pesadilla para un hombre educado y curtido en las buenas costumbres, encontrando su único asidero emocional en la figura de su compañero de celda, quien no obstante le pondrá al día de las atrocidades cometidas en aquel centro penitenciario aislado del mundo. Para su sorpresa, la llegada de Pierre a dichas instalaciones obedecerá a una calculada decisión surgida de la mente diabólica de su responsable –a quien pronto descubriremos como el cadáver que había sido sometido a la estaca y recuperado por operación en los primeros instantes del film-, ayudándole en sus tareas el fiel Carl, y que ha logrado en estos seis años comandar –nunca sabremos como- este recinto penitenciario como emplazamiento y nutriente para realizar una incesante serie de experimentos, basados en el estudio de la sangre –que obtendrá de sus reclusos-, para alcanzar el tipo de líquido que sirva para obtener su tan deseada inmortalidad. En la medida que considera a Pierre capaz de serle eficaz en esta incesante tarea –que no le comentará en su vertiente más siniestra-, el doctor se aprestará a ayudarle, sirviendo al mismo tiempo estas tareas para vivir en el recinto con no pocos privilegios. Será no obstante una efímera ilusión, ya que poco a poco el joven galeno irá descubriendo el sórdido manto de crueldad y muerte que presiden los experimentos de Callistratus.
Lo cierto y verdad es que BLOOD OF THE VAMPIRE es una película que, de antemano, ha de ser disculpada en algunas de sus acciones –la facilidad con la que Pierre asciende y desciende de su estancia para alcanzar la parte baja de la prisión, el hecho de que en un momento dado los perros que se encuentran allí aparezcan tranquilos, cuando lo normal es que ofrezcan sus habituales alaridos-, que incluso se extenderían al hecho injustificado de que la prometida de este viaje hasta el recinto –sin razón alguna que lo justifique- para atender a la corazonada de que Pierre se encuentra con vida, ofreciéndose como ama de llaves –la anterior ha sido otra de las víctimas del dueño y señor de aquellos territorios, por inmiscuirse en demasía en sus actividades-. Pero aún reconociendo estas pequeñas o no tan pequeñas debilidades –debidas en su mayor parte a aspectos de un guión que firmaría el prestigioso Jimmy Sangster, en esta ocasión fuera de su hegemonía en la Hammer, no cabe duda que nos encontramos con un título que adquiere personalidad propia. Por momentos, parece que la propuesta desee aunar el terrible contexto de los mad doctor”, la iconografía de Bela Lugosi –representada en el rostro de Donald Wolfit, al que por cierto Ronald Harwood tomó como referente para realizar la obra teatral que posteriormente dio pie al espléndido THE DRESSER (La sombra del actor, 1983, Peter Yates)-, e incluso por momentos la propia simplicidad de su peripecia argumental, parecen remitirnos a un primitivo cine de terror enmarcado en la producción de los hermanos Halperin. Estos y otros aspectos se dan cita en una película en la que la representación del vampiro se centra en un ser mortal que en realidad busca sangre para poder subsistir. De alguna manera Terence Fisher logró un título de resonancias similares con la inmediatamente posterior THE MAN WHO COULD CHEAT DEATH (1959) –también con guión de Sangster, aunque en esta ocasión partiendo de una obra teatral precedente-, que considero eleva un poco el grado de atractivo que ofrece el título que comentamos.
En cualquier caso, y aún atendiendo a todos estos matices, no cabe duda que Henry Cass logro con esta película, una de las propuestas más ásperas, originales y al mismo tiempo hechizantes, ofrecidas por el vampirismo cinematográfico de la década de los cincuenta. Cierto es que no podemos situarla en la cima de logros que están en la mente de todos, pero ello no nos debe impedir reconocer en sus imágenes ese alcance transgresor que proporcionan unas imágenes en la que lo bizarro, la violencia extrema e incluso el sadismo se sitúan como principales elementos recurrentes. Con referencias concretas que van de obras literarias como “El Conde de Montecristo”, “El malvado Zaroff”, esa clara adscripción por un cierto primitivismo cinematográfico que contrastará con el insólito cromatismo de sus secuencias, una realización que en ningún momento busca alcanzar el virtuosismo, pero siempre se caracterizará por su extrema funcionalidad, lo cierto es que BLOOD OF THE VAMPIRE emerge como una “rara avis”. Un extraño relato bañado de tintes pesadillescos, en el que la tormentosa andadura vivida por el joven doctor protagonista aparece bañada por tintes tan sórdidos y aterradores, como el descubrimiento de las actividades de la prisión de dementes y, con posterioridad, ese episodio final en el que su compañero de celda aparecerá como victima propiciatoria de un último experimento por parte de Callistratus, en el que además de contemplar la horripilante –y espectacularmente espectral, si se me permite la expresión- galería de seres que este alberga en su cuarto secreto –destacando entre estos un cadáver que mantiene hibernado en un gran bloque de hielo-, percibiremos que el ser más noble que poblaba aquella galería de seres, era el deforme pero sensible Carl, quien en el último instante no dudará en vengarse de ese doctor al que sirvió con fidelidad, y del que llegó hasta el límite en su servidumbre. Irregular, fascinante, mórbida en grado extremo, y sobre todo ideada para lograr un éxito comercial inmediato, lo cierto es que la singularidad e incluso el exceso que preside el conjunto del metraje de la presente propuesta, es el que más de medio siglo después le ha proporcionado su definitiva carta de naturaleza, dentro del prolífico y pródigo fantastique británico de aquel tiempo.
Calificación. 3
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