LAST HOLIDAY (1950, Henry Cass) Las últimas vacaciones
Apenas conocido por el ser el firmante de la cult movie BLOOD OF THE VAMPIRE (La sangre del vampiro, 1958) y, en los últimos años, conociendo la cierta reivindicación de THE GLASS MOUNTAIN (1949) –que no he visto hasta la fecha-, lo cierto es que es muy escaso lo conocido en la filmografía del londinense Henry Cass (1902 – 1989). Máxime cuando nos encontramos con una obra que se extiende en unos veinticinco largometrajes. Evidentemente, nos encontramos ante uno más de entre la sugestiva nómina de cineastas británicos merecedores de una visión relajada de su obra, con la intuición de encontrar tras ello la figura de un profesional no solo cualificado, sino poseedor de ciertos rasgos de personalidad dignos de ser reseñados. Lo cierto y verdad es que la oportunidad de contemplar LAST HOLIDAY (Las últimas vacaciones, 1950), no solo acrecienta esa impresión, sino que ante todo revela la mayúscula sorpresa de encontrarnos ante una de las producciones más valiosas de su tiempo en el seno del cine británico.
Extraña combinación de tragicomedia, crítica mirada al clasismo inglés, con oportunos y sombríos toques fantastiques, la película –que tuvo un poco recordado remake en 2006, de la mano de Wayne Wang- se basa en atrayente guión de J. B. Priestley –siempre insertando en ellos ciertos elementos de índole metafísica-, y proponiendo lo que en primera instancia podría erigirse como una variación del enunciado que en 1934 diera como fruto la estupenda DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones. Mitchell Leisen). En esta ocasión, la melodía de un sombrío flautista que se vislumbra en su sombra en el asfalto –y que al final de la película descubriremos se trata de una metáfora sobre la propia mortalidad-, dará paso a la secuencia de apertura, desarrollada en la antesala de un ambulatorio médico. La visión que Cass ofrece de dicho emplazamiento sanitario es casi devastadora, con una muchedumbre de enfermos casi enracimados y exteriorizando diversas enfermedades comunes. Uno de sus doctores recibe a George Bird (un superlativo Alec Guinness), gris vendedor de máquinas agrícolas, soltero y solitario, comunicándole sin especial miramiento que padece la extraña enfermedad de Lampington, que en un plazo breve le condenará a una muerte segura. Tras dejar a Bird atenazado, le recomienda que gaste el dinero que tiene –ya que se trata de un ser sin familia ni compañía- y disfrute del poco tiempo que le queda disfrutando lo que podrían ser sus “últimas vacaciones”. Será ese el planteamiento que con rotundidad ofrecerá este extraño y magnífico film, que muy pronto revelará su extraña y casi indefinible formulación genérica, unido a elementos fúnebres que se insertarán en numerosos instantes del relato. En esos primeros minutos, Bird será amonestado por el dueño de un local funerario ya que se ha apoyado en su cristal, verá discurrir un carro que circula sin ataúd, escuchará a un violinista ciego que toca el tema que emergerá como premonitorio del alcance del film, o se comprará ropa de segunda mano que modificará su aspecto, en una tienda que tiene como extraño maniquí un esqueleto. El Alec Guinness de LAST HOLIDAY aparecerá como un ser extrañamente rejuvenecido –siguiendo el consejo del empleado de la vieja tienda de ropa-, dominado por una iluminación que por momentos lo hace aparecer –en especial en secuencias nocturnas y de interior- como un auténtico cadáver viviente. También siguiendo los consejos del doctor, viajará hasta un hotel en donde se alojará, provocando casi desde el primer momento una soterrada revolución entre su personal y los propios moradores. Será a partir de ese momento cuando la película se abra en su vertiente coral, permitiéndonos conocer una representativa fábula en torno a la sociedad británica, en cuya interacción Bird se convertirá en todo un personaje de referencia. Lo hará al exteriorizar una nueva mirada sobre los comportamientos emanados de una persona que ya no tiene nada que perder. Ya en el mismo momento en el que había comunicado a su jefe laboral la marcha, verá como lo que hasta entonces era una sucesión de ninguneos, se transforma para él en un nuevo ámbito vital, en el que no solo se tiene en cuenta su opinión, es un hombre casi “de moda”, e incluso en ciertas ocasiones parece tener la sensación ¿o es una realidad? de poder convertir en realidad aquellos deseos que vienen a su mente –esa increíble lluvia que se produce cuando está jugando al críquet-. Todo sucederá una vez llegue a ese hotel que se erigirá en un extraño y al mismo tiempo delicado microcosmos, donde nuestro protagonista se paseará con el estoicismo de Mr. Hulot, provocando sin pretenderlo una pequeña revolución en un contexto donde el clasismo británico quedará siempre evidente, en seres como un ministro del gobierno, mujeres de avanzada edad y alto concepto de sí mismas, un joven matrimonio cuyo esposo se ha inclinado a actividades poco lícitas, un inspector de policía, o incluso el gerente de un hotel de amable y casi juguetón carácter, pero que declina la presencia de niños en el establecimiento. Con estos y otros personajes, se nutre el discurrir de Mr. Bird, cuya inesperada confluencia con todos ellos provocará un punto de inflexión en el modo de vida de todos ellos. Será algo que articulará Henry Cass con voz callada, atendiendo a la psicología de todos y cada uno de dichos seres, con unos modos ligeros pero no por ello desprovistos de densidad.
Esa mirada por momentos casi musical, en la que el rol encarnado por Alec Guinness aparece casi de la sombra a la luz, no dejará de asumir la extraña atracción que por él sentirá fundamentalmente Shelia (Beatrice Campbell), al servicio de la extraña y al mismo tiempo sensible gobernanta Mrs. Poole (Kay Walsh). Entre ellos se transmitirá una extraña empatía que trascenderá el ámbito del hotel, y fraguará en una extraña relación, dominada por la sinceridad, mientras que todas las que se desarrollan en el recinto estén presididas por la hipocresía o las falsas apariencias. Sin embargo, pese a su resignación, el protagonista manifestará una inesperada pero en el fondo deseada alegría, al comprobar por casualidad que el mal que el doctor le ha dicho que padecía, en realidad fue fruto de un error médico al confundir unas radiografías. Pedirá prestado el vehículo de un corredor de apuestas que se encuentra en el mismo hotel, para poder comprobar dicho error. Sin embargo, esa liberación no podrá evitar la serie de negros augurios que ha ido viviendo a lo largo del metraje, e incluso en estos últimos momentos –esa señal que preludia lo peor-. Mientras tanto, sus compañeros de hotel prepararán una cena en honor de Bird, asumiendo de alguna manera el papel que sobre ellos ha ejercicio a la hora de valorar lo mejor de ellos mismos. Sin embargo, el retraso motivará que esa inicial admiración pronto se transforme en un abierto cuestionamiento de su personalidad. Será un conato de rebelión que cortará de raíz Mrs. Poole con el trágico anuncio con el que culminará el film, reiterándose la presencia exterior de ese extraño violinista cuya sombra se proyecta sobre el suelo, punto de inicio del film.
Delicada, honda a partir de su aparente alcance liviano, LAST HOLIDAY es una –y van- joya del cine británico desconocida y que merece por derecho propio asumir dicho estatus. Dominada por una extraña densidad, narrada a través de la profusión de encuadres algo rebuscados, que por otra parte no aparecen como algo chirriante, una dirección de actores impecable y presidida por la ausencia de excesos histriónicos, y una sensación de algo evanescente. En su seno se producirán momentos de exquisita sensibilidad, como la secuencia en la que Bird ayudará a la sirvienta de una de las damas residentes, que la ha humillado públicamente, no logrando sin embargo que esta se emancipe de su ama, el admirable episodio en el que ante la huelga de personal de los hoteles, sus ocupantes se decidirán a asumir ellos mismos, la llevanza del mismo –una de las damas atenderá incluso las llamas de teléfono, señalando al requerimiento de un anónimo futuro cliente que sí podrían admitir niños-, asumiendo la preparación de la cena con la que pretenden sorprender a Bird. Todo el conjunto de LAST HOLIDAY deviene tan sincero en su equilibrio casi musical, como si nos encontráramos ante un relato insustancial que nos es contado en voz callada. Liviano en apariencia, escondiendo casi con reparo su condición de apólogo moral, trasladando al espectador la extraña sensación de asistir a una especie de extraña, cotidiana y mesurada ceremonia, en la que puede visualizarse una nada solapada metáfora sobre el clasismo de la sociedad inglesa. Adelantando algunos de los títulos que poco tiempo después firmaría Alexander Mackendrick –precisamente aquellos que protagonizó Guinness-, pero con una impronta narrativa y de tempo bastante personal, bueno es que nos sirva de punto de partida para intentar bucear en la filmografía de un Henry Cass que con probabilidad pueda erigirse como un nombre digno a tener en cuenta.
Calificación: 4
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Luis Tovar -