THE GREAT GABBO (1929, James Cruze) El otro yo
Del mismo modo en que se encuentran tantos y tantos tesoros escondidos dentro de la cinefilia más ignota, justo es reconocer que en otras la existencia de factores externos, introducen de entrada un atractivo suplementario a películas que en realidad no merecen más consideración que la meramente arqueológica. Dentro de este último enunciado, no dudaría en incluir THE GREAT GABBO (El otro yo, 1929. James Cruze), avalada por la presencia al frente del reparto de un Erich Von Stroheim, cuando su figura se encaminaba al abandono casi forzoso de una filmografía previa como realizador, dejando la estela de una obra llena de fuerza expresiva, al tiempo que dominada por sus excentricidades y encontronazos con las productoras. A raíz de ello, ciertas referencias hablaban del título que comentamos, concediéndoles un determinado interés que, lamento tener que reconocer, no he visto por ningún lado. Dominada por su condición de musical primerizo, destinado a mostrar la introducción del sonido dentro de una propuesta que intenta aunar diversas vertientes genéricas, el film de Cruze destaca por su aspecto polvoriento, su estatismo visual, la caducidad de ese creciente predominio de musical y, ante todo, esa sensación de resultar en última instancia una película fallida, bien sea por la ausencia de ritmo, por la excesiva confianza mantenida en la presencia de Stroheim al frente del reparto, el desaprovechamiento de la historia del ventrículo y su muñeco, en tantas ocasiones llevada con más acierto y sugerencia a la pantalla, la caducidad de unos números musicales que devienen insoportables o, en definitiva, por que nos encontramos ante una película en la que su único atractivo, reside quizá en esa extraña confluencia de subgéneros. Digámoslo ya, THE GREAT GABBO solo merece ser reseñada por su insólita condición de partida, en modo alguno por la escasa altura de sus resultados.
Gabbo (Stroheim) es un ventrílocuo bastante pagado de sí mismo y dominado por un ego superlativo, que malvive en actuaciones desarrolladas en teatros de baja categoría, siempre acompañado por la ayuda fiel aunque nunca reconocida de la joven Mary (Betty Thompson). Esta en un momento dado se harta de la soberbia del artista, decidiendo a pesar suyo abandonarle cuando se han cumplido los dos años en que su relación se inició, aunque lamentando que dicho abandono se extienda a su muñeco parlante, al cual ha cogido un especial cariño. Los tiempos pasan, y contra todo pronóstico el ventrílocuo logra consolidar un gran espectáculo en Broadway, donde su atracción adquirirá un éxito atronador. Será un periodo en el que este frecuentará lujosos restaurante, realizando en ellos extrañas exhibiciones junto con su muñeco, que situará en el otro extremo de la mesa. Y será también el contexto con el que volverá a encontrarse con Mary, en la vorágine de su éxito teatral, sin saber que esta se encuentra casada con Frank (Donald Douglas), su compañero de números de baile. Gabbo intentará seducirla de nuevo, pero esta –aunque le profese un oculto cariño-, hará valer su condición de casada, desmarcándose de las insinuaciones del artista, quien de la noche a la mañana se verá abocado a una abrupta decadencia de sus cualidades como profesional del espectáculo, ya que sobre él no se puede sostener el más mínimo asidero emocional.
No cabe duda que Erich Von Stroheim asumió el rol de Gabbo incorporando en su trazado la mitología que le acompañaba como intérprete. Ese aplomo teutónico, la utilización anacrónica de uniformes de época adornados por medallones y condecoraciones –y para ello conviene destacar el aire kitsch que preside la actuación teatral de este, imbuido en un sofá “rococó”, vestido con un uniforme de la época napoleónica, e incluso donde sus ayudantes visten uniformes similares-, es indudable que emergería como un condicionante impuesto por el propio intérprete, ligando su personaje a la galería de los interpretados por él mismo en sus propias películas. Pero sucede que en THE GREAT GABBO el estatismo que domina las secuencias en las que su protagonista se encuentra presente es casi aplastante. Hay en ellas una morosidad y ausencia de fuerza expresiva en sus planos, nos importan poco las presuntas exhibiciones de ventriloquia del personaje, se desaprovecha por completo la relación mantenida entre este y su muñeco –ni siquiera en ello se producen situaciones ni matices que podrían insuflar un aire bizarro a la función-, dejando su discurrir de manera creciente en la incorporación de una serie de números musicales totalmente caducos –aunque no dudo que en aquellos tiempos pudieran aparecer como novedosos-. De todos ellos, quizá solo queda destacar, también por su carácter kitsch, el que se desarrolla sobre una gigantesca tela de araña, dotado al menos de un cierto soterrado erotismo, posible al encontrarnos ante una producción inserta antes de la llegada del castrante Código Hays.
Por lo demás, poco hay que destacar en esta película polvorienta, en la que algunos comentaristas han querido incluso ver fábulas sociológicas, pero que un servidor no duda en considerar una enorme decepción. De hecho, tan solo hay un instante en el que observo una cierta inventiva cinematográfica. Me refiero al plano que sucede a la primera huída de Mary de la servidumbre de Gabbo. Poco después, el absorbente ventrílocuo saldrá de la puerta portando su muñeco en el brazo, mientras este último llamará insinuantemente a esta, intentando en vano que regrese, introduciendo en el metraje un componente inquietante que, por desgracia, aparecerá por completo desaprovechado. En definitiva, quien iba a decir que el que fuera director de un título tan emblemático como THE COVERED WAGON (La caravana de Oregón, 1923), pudiera ser el firmante de una película tan modesta –cosa en sí nada censurable- como decepcionante, que tiene plomo hasta por las alas.
Calificación: 1’5
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