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CINEMA DE PERRA GORDA

OLD IRONSIDES (1926, James Cruze) Trípoli

OLD IRONSIDES (1926, James Cruze) Trípoli

De entrada, OLD IRONSIDES (Trípoli, 1926. James Cruze), es una muestra más del enorme peso industrial que Hollywood albergaba en el periodo silente, cuando el cine ya se había articulado como un medio de entretenimiento de las masas. Nos encontramos ante una auténtica superproducción, inscrita por un lado en el ámbito de las aventuras marinas, pero al mismo tiempo, imbricando su base argumental, dentro de los primeros pasos de los Estados Unidos como nación, a finales del siglo XVIII. Los rótulos iniciales de la película de Cruze, que se beneficia al máximo de la solvencia del look de Paramount, nos describen la explosiva situación, protagonizada por hordas de piratas Berberiscos, que durante largo tiempo han hecho estragos en el mar Mediterráneo, asaltando barcos, vendiendo como esclavos a sus presos, e impidiendo el normal desarrollo de la actividad en el mar. Presos de múltiples ataques, las primitivas autoridades norteamericanas decidirán la creación y botadura del Constitucion, una nave destinada a contraatacar esa invasión pirata, poniendo en él y en su tripulación, las esperanzas tanto de los primeros ciudadanos norteamericanos, como en sus autoridades, que apenas cuentan con financiación en esos primeros años como tales.

Será todo ello una base de realidad históricas, que muy pronto servirá para insertar la ficción que predominará en OLD IRONSIDES; la aventura personal de un bondadoso muchacho de Salem -encarnado por un joven Charles Farrell, quien logró con esta película, con su frescura, con su erotismo también, en este rol, alcanzar un rápido estrellato, fundado poco después en sus inolvidables protagónicos junto a Janet Gaynor, en los melodramas dirigidos por Frank Borzage-. Y un Farrell también, que en una explosión sucedida en esta película -que ocasionó la muerte de un técnico y diversos heridos-, lo dejó con una sordera parcial durante el resto de su vida-. Este leerá el anuncio para reclutar personal, en la tripulación del Continental, pero será convencido mediante una borrachera por dos viejos lobos de mar -Bos’n (Wallace Beery) y el desertor Gunner (George Bancroft), para que engrose la tripulación de un barco que está a punto de partir. Será el momento en que el protagonista descubra por un lado la dureza de la tarea de la mar, para la que sin embargo se mostrará bien dotado, y por otro a conocer a la joven y hermosa Esther (Esther Ralson). Poco a poco se irá familiarizando con su nuevo modo de vida, sufriendo junto al resto de la tripulación, el asalto de un comando pirata, que los llevarán presos, e incluso separarán a Esther del conjunto de los capturados, siendo comprada por un comerciante que la quiere ofrecer como obsequio al sultán. Al mismo tiempo, la tripulación del Constitucion irá poniendo en practica una serie de audaces maniobras, que paulatinamente irán menguando la capacidad de los piratas, lo que contará de manera inesperada con la ayuda de ese grupo de cuatro marinos, encadenados -entre los que se encontrarán el joven marino, Bos’n, Gunner y el cocinero negro-, que lograrán escaparse de su prisión, y ser rescatados por el personal del buque americano. Será el punto de partida para lograr llevar a cabo la ofensiva final y, de manera subsiguiente, la recuperación y consolidación de la relación en la joven pareja protagonista.

Hace pocos tiempo, el destino me permitió acercarme a otro de los títulos de Cruze, el ya sonoro I COVER THE WATERFRONT (A la sombra de los muelles, 1933), y en mi comentario argumentaba una cierta pesadez narrativa, apelando quizá a una mayor destreza en el periodo silente. Lo cierto es que contemplando OLD IRONSIDES revela que esas previsibles cualidades, en cierto modo certifican las limitaciones de un realizador, que incluso en sus mejores tiempos, demostraba eficacia, pero al mismo tiempo incapacidad, a la hora de extraer las mejores posibilidades, de una historia que se prestaba a ello -la película queda narrada en planos fijos en todo momento-. Y es que no dejamos de encontrarnos ante una historia arquetípica, en la que su innegable eficacia, o el cuidado de su diseño de producción, no va acompañada de un especial grado de inspiración por parte de su máximo artífice. Apenas podemos destacar aquellos instantes que describen la dureza de la vida del mar, sobre todo señalada en la brutalidad del submundo de la tripulación, hacinada en los sucios camarotes, aunque por otra parte se incline en demasía al ya habitual show histriónico, marcado entre Wallace Beery y George Bancroft, en buena medida inclinado en tono de comedia, y absolutamente letal a la hora de impedir insuflar densidad a su conjunto. Así pues, nos encontramos en este terreno con un relato de aventuras marinas, tan previsible como entretenido en sus mejores momentos, pero que se olvida con la misma ligereza con la que se contempla.

Por el contrario, si por algo destaca, y moderadamente, OLD IRONSIDES, reside en su voluntad en describir el despertar a la vida de su joven protagonista. Ese hombre de campo definido en su nobleza, que desea abandonar una andadura futura quizá dominada por la rutina. Y es un retrato de carácter en el que no se ausentará la presencia de la sexualidad, iniciada con ese contraplano, en el que el muchacho observa y se lleva a turbar, al contemplar en la quilla del barco en el que se va a embarcar, con una talla de madera con forma de figura femenina. Esa evolución en la personalidad del joven, servido con inusual frescura por Farrell, permitirá una clara química con Esther Ralson. Algo que Cruze potenciará con una serie de primeros planos, que ‘acariciarán’ el romanticismo y la sensibilidad de la pareja, o la plasmación de esos dolorosos instantes, en los que su condición de presos, los harán separarse -la fuerza del momento en el que Esther se acercará al joven protagonista, que se encuentra tirado en el suelo y encadenado, antes de ser embarcada por el adinerado árabe que la ha adquirido-. Sin embargo, mucho antes, y dentro de dicho ámbito, podremos contemplar el mejor pasaje de la película. De noche, convertido ya el joven protagonista en comodoro, y portando el timón, se acercará la muchacha hasta él, mientras este no deje de mirar hacia arriba, para evitar esa explosión de sexualidad entre ambos, abrazándola y besándola ardientemente, momento en el que dejará el timón, coincidiendo con el fragor del mar. Un instante de arrebatadora pasión, en una película estimable, pero a la que le falta, precisamente, eso.

Calificación. 2’5

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