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CINEMA DE PERRA GORDA

CASH ON DEMAND (1961, Quentin Lawrence)

CASH ON DEMAND (1961, Quentin Lawrence)

Nunca dejaré de incidir en ese auténtico cofre de piedras preciosas inexploradas, que alberga el acercamiento al cine británico clásico. Se trata de una faceta que a nivel personal me ha proporcionado no pocos placeres, ratificando mi creciente admiración por la producción de dicha cinematografía. Dentro de esas coordenadas, es curioso –y grato- admitir, como en el contexto de Hammer Films –quizá la productora más analizada de aquel país, junto a la Ealing-, se insertan exponentes que avalan esa misma circunstancia, y que en bastantes ocasiones exceden el marco genérico que le caracterizó –el fantástico y terror-. En todo caso, y aún admitiendo dicha circunstancia, no puedo por menos que ocultar por un lado la singularidad que presenta CASH ON DEMAND (1961, Quentin Lawrence), y por otro las cualidades de la misma. Ahí es nada, partiendo de una concienzuda realización por parte del poco conocido Quentin Lawrence –más extendido en su faceta televisiva, y de quien recuerdo con simpatía la previa THE TROLLENBERG TERROR (1958)-, se nos brinda una por momentos apasionante combinación de thriller psicológico y actualización de los postulados dickensianos del “Cuento de Navidad”, confluyendo en un producto tan sencillo en su estructura como casi modélico en su plasmación cinematográfica.

La película se desarrolla en el interior de una cotidiana oficina bancaria ubicada en una zona tranquila de Inglaterra, dirigida por un hombre intransigente y sin ninguna consideración con sus empleados –Fordyce (Peter Cushing)-. Nos encontramos en la víspera de la navidad, y ni siquiera ese contexto le motivará la más mínima sensibilidad hacia su personal, a los que no duda en recriminar el más mínimo fallo en sus tareas laborales. En un momento dado, Fordyce recibirá la visita del coronel Hepburn (André Morell), que acude en calidad de inspector de la firma de seguros que protege la entidad bancaria. Este aparecerá como un cuidadoso valedor de las medidas de seguridad implantadas en el banco, pero de manera inesperada se revelará un tan carismático como implacable atracador, que ha dispuesto el secuestro de la mujer e hijos del hasta entonces implacable responsable bancario, sometiéndole al chantaje que supondrá para él la colaboración en el robo de las más de noventa mil libras que se encuentran depositadas en la cámara acorazada de la oficina. Más allá del propio asalto, el encuentro con Hepburn supondrá para Fordyce un punto de inflexión que le facilitará el derrumbamiento de la dureza y carencia de sentimientos sobre los que hasta había basado su existencia.

Desde su propia secuencia progenérico –en la que con muy medidos planos secuencia se describe el marco donde va a desarrollar la narración, acompañados por la música altisonante de Wilfred Josephs, y ayudados por la espléndida fotografía en blanco y negro de Arthur Grant; más reconocido en sus aportaciones en color-, el espectador intuye que va a asistir a una película revestida de una peculiar personalidad. Pese a esa circunstancia, sus primeros minutos parecen introducirnos en un extraño marco, centrándose en la descripción de la figura del implacable Fordyce. Será a mi modo de ver el fragmento de menor interés de la película, no por que en sí mismo carezca de interés, sino en la medida de ofrecer un cierto manierismo al subrayar el comportamiento del protagonista –esa manera del director de ordenar todo lo que discurre por sus manos con modos casi obsesivos-. Por fortuna, ese breve capítulo –que nos permitirá adquirir un retrato preciso del responsable de la oficina-, pronto dará paso al núcleo central del relato, la interacción establecida a partir de la entrada de Hepburn en el despacho del director, inicialmente como delegado de la firma aseguradora de la oficina, y poco después revelándose como un audaz asaltante de la misma. Pocas películas he contemplado con propuestas más audaces y al mismo tiempo más lógicas, que las que ofrece CASH ON DEMAND. Caracterizada además por una casi total unidad de tiempo –la acción que vive el espectador se corresponde casi en su totalidad a la marcada en el propio film-. El film de Lawrence se beneficia enteramente por el excepcional duelo interpretativo establecido a partir de ese momento entre Peter Cushing y André Morell, que por momentos parece sumarse a los mejores planteamientos del cine de Joseph Losey en aquellos momentos dentro del terreno del drama psicológico. A partir de esta interacción, y estableciendo el peculiar asaltador como auténtico apólogo moral del hasta entonces frío comportamiento de su sojuzgado interlocutor, el reto psicológico y emocional planteado en la película –basado en una obra teatral de Jacques Gillies, adaptada como guión por David T. Chantler y Lewis Greifer-, se despliega con tanta precisión, dentro de una escalada de tensión creciente –la descripción del propio robo en la caja acorazada-. Al mismo tiempo, su devenir  destacará en la interrelación de los dos protagonistas, unos diálogos afilados, definitorios de dos caracteres opuestos que se enfrentan en todo momento –es destacable el instante, mediada la película, en el que el hasta entonces atribulado Fordyce se crece al amenazar a Hepburn, insinuando con matarle si algo pasa con su mujer e hijo-.

Pero con ser casi apasionante el desarrollo de su metraje –parece que nos encontremos con un valioso precedente de propuestas dramáticas ejecutadas por dramaturgos en la línea de Anthony Schaffer-, la virtud de CASH ON… reside en la capacidad mostrada en todo momento por Quentin Lawrence para extraer de la misma el mayor partido estrictamente visual de la misma. Para ello aprovechará la cuidada planificación en pantalla ancha, componiendo sus planos siempre para potenciar al máximo la intencionalidad dramática emanada por su base argumental. Será algo que tendrá su principal punto de apoyo en la interacción de la extraordinaria labor de sus protagonistas, pero que se extenderá también en la escasa pero sustanciosa galería de secundarios –los empleados de la oficina y los inspectores de policía que harán acto de presencia en los minutos finales-. A partir de la confluencia de estos factores, Lawrence no dejará la oportunidad de aprovechar detalles –el instante en el que se destaca a Pearson (Richard Vernon) distraído haciendo garabatos en una libreta, el momento cuando se va a realizar el golpe en el que emerge un viejo limpia cristales en la ventana del despacho, los dos fajos de billetes que Hepburn dispone en el bolsillo del director- que aportarán matices y elementos dramáticos que, pese a su carácter suplementario, contribuyen a complementar y dotar de interés a la función. Un conjunto dramático que alcanzará el paroxismo en la escenificación del robo –las dudas que se establecen con las normas ante Pearson, las tribulaciones de Fordyce al intentar abrir infructuosamente la cámara acorzada; extraordinaria la vulnerabilidad que muestra Cushing y el contrapunto del primer plano de Morell, aparentando seguridad pero escondiendo un oscuro terror a que su plan fracase-, y en la creciente modulación del mismo –esa luz de alarma que se enciende, revelando que la puerta de seguridad no se ha cerrado-. Como si asistiéramos ante un singular precedente de SLEUTH (La huella, 1973. Joseph L. Mankiewicz), CASH ON DEMAND adquirirá en su último tramo un giro sorprendente, hasta adquirir en su conclusión un carácter de apólogo moral. Quizá –reconozcámoslo- aparezca un cierto destello moralizante –la ambientación navideña casi obliga a ello-. Sin embargo, esos minutos finales nos permitirán dos instantes fabulosos, en los que el realizador potencia la inmensa talla de un Cushing, revelando en esos instantes la gratitud de un ser egoísta y sin sentimientos hasta muy poco tiempo antes. Será en esa expresión que muestra hacia sus empleados, al comprobar como estos salen al paso ante la llegada de la policía, y mostrando con ello la adhesión de todos ellos a su drama personal y, por supuesto, en esa mirada final, repleta de comprensión y complicidad, anunciándoles que asistirá a la fiesta navideña organizada por ellos. Una conclusión conmovedora para un film muy atractivo, que hay que incluir por derecho propio en cualquier antología del thriller inglés, además de permitirnos completar los perfiles de la inagotable inspiración de Hammer Films.

Calificación: 3

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