THE MAN WHO FINALLY DIED (1962, Quentin Lawrence)
Artífice de una no demasiado extensa filmografía para la gran pantalla, es por el contrario el medio televisivo, el ámbito en el que el británico Quentin Lawrence (1920 – 1979) desarrolló la mayor parte de su andadura como realizador. Por el contrario, solo firmó seis largometrajes, de los cuales THE MAN WHO FINALLY DEAD (1962) fue el cuarto de ellos, retomando al parecer el argumento de una serie televisiva puesta en marcha en 1959, y en la que el propio Lawrence dirigió uno de sus capítulos. Es al mismo tiempo la tercera de sus películas que tengo ocasión de contemplar, y si THE TROLLENBERG TERROR (1958) era una propuesta de bajo presupuesto, realizada al socaire de la efervescencia de la ciencia-ficción británica de aquel tiempo, y CASH ON DEMAND (1961) una atractiva variación del célebre A Christmas Carol de Dickens, en formato de moderno policíaco, nos encontramos en THE MAN WHO FINALLY DIED con una no menos atractiva variación de THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949), auspiciada en su momento por la pluma de Graham Greee y las tareas de realización de Carol Reed. El enunciado de aquel mítico relato, se traslada en esta ocasión a una pequeña población alemana, hasta donde viajará Joe Newman (Stanley Baker), un compositor de jazz inglés, que atenderá una llamada que le indica que su padre se encuentra allí. Joe ha permanecido durante muchos años al margen de su progenitor –al que creía muerto desde hace muchos años- siendo esta la ocasión para reunirse con él. Lo que no sabrá que en realidad ha sido objeto de una trampa por parte de Brenner (Nial MacGuinnis), al objeto de servir de conejillo de indias para que investigue la sospecha de que su progenitor, al que en apariencia se ha enterrado pocos días atrás –y que fue médico aliado con la causa nazi- se encuentra con vida. Por su parte, Newman irá descubriendo las circunstancias que rodeaban la vida de su padre, así como la segunda mujer que este tuvo –Lisa Deutsch (Mai Zetterling)-, que en esos momentos se encuentra viviendo con el Dr. Peter von Brecht (Peter Cushing), viviéndose una situación que tiene mucho de incierto y amenazador.
De entrada, lo cierto es que Lawrence propone una mixtura de film de misterio y policíaco británico con aura del kriminal alemán, sin que esto suponga ninguna remembranza de uno de los modos menos atractivos de enfocar el policial, que tuvo en práctica el seguimiento de dicho género en el cine europeo. La amalgama, sin embargo, funciona con bastante pertinencia en una película que combina esa frialdad inherente a la manera teutona de entender el género, con los elementos que concedieron un especial atractivo a los modos británicos de plasmar sus diferentes manifestaciones, en todo momento ligados a los senderos del drama psicológico. En esta ocasión dicha circunstancia se manifiesta en una pertinente descripción de la fauna humana que puebla este extraño relato de misterio, en la ambivalencia que caracterizan sus extraños comportamientos. En esa querencia casi siniestra a los atisbos que aparecen en torno a la barbarie nazi –que tendrá su máximo punto de conflicto en el oscuro pasado de von Brecht-. En lo sombrío e incluso hosco que aparece la residencia en donde se encontraron los supuestos últimos momentos del fallecido. Lo siniestro de ese lugar anexo a la residencia del citado doctor, o lo sórdido de las secuencias desarrolladas en el cementerio de Konigsbergen, la localidad de Bavaria en donde se desarrolla la acción.
Un conjunto en el que las falsas sospechas llegarán a trasladarse al espectador, que en no pocos de sus instantes carecerá de la necesaria referencia para dirimir cuanto hay de cierto o de falso en el comportamiento de los seres con la que se ha topado Joe al llegar allí. Será algo con lo que tendrá que apechugar el propio protagonista, contando con la oposición manifiesta del entorno de su desparecido padre, pero también el capitaneado por el extraño y rudo inspector Hofmeister (Eric Portman), siempre ayudado por el sargento Hirsch (Nigel Green). Lo cierto es que contemplamos un relato en el que el uso del formato panorámico se revela impecable, tanto como la fuerza del contrastado blanco y negro brindado por Stephen Dade, transmitiendo esa severidad tan típicamente germana. Con esta base, su director logra una magnífica utilización narrativa en la valoración de los escenarios elegidos –tanto en secuencias de interior como en las desarrolladas en exteriores- o la profundidad de campo, integrando dicha impronta en un drama en el que sus personajes deambulan por los mismos sintiéndose en ocasiones partícipes de su disposición –recuerdo un plano en el que aludiéndose al pasado y el reproche nazi por parte de Joe, aparecerán encuadrados Lisa y von Brecht junto a un águila de piedra, ratificando dicha implicación-. La película apostará en esos interiores oscuros y siniestros –sobre todo en los que se desarrollan en la mansión del doctor-, adquiriendo el espectador en un momento dado la certeza de que el padre de Newman se encuentra con vida y, con ello, asumiendo la intuición que había manifestado su hijo. A partir de ese momento, el film de Lawrence aparece casi como una extraña continuidad del hoy bastante conocido SO LONG AT THE FAIR (Extraño suceso, 1950) rodado en su momento por Terence Fisher y Antony Darnborough, y sintiendo el espectador en un momento dado que el personaje con el que se ha identificado, tenía la llave de la cordura de su parte, a la hora de exteriorizar sus sospechas.
Sin embargo, uno de los aciertos de THE MAN WHO FINALLY DIED reside a mi juicio en esa capacidad por ofrecer un insólito –y un tanto alambicado- giro final, que lleva por tierra toda sospecha previa. Una elección descrita con un extraño sentido de la convicción, que prefiere insertarse de manera abierta por la senda de lo inverosímil, hasta erigirse como una extraña proclama en torno a la realización personal de un viejo hombre de la ciencia, sin detenerse a pensar si su disposición se establece al canal más adecuado. Al mismo tiempo, el relato se brinda como una auténtica catarsis personal para ese joven taciturno que en su denodada y finalmente infructuosa búsqueda de ese padre que pensaba se encontraba muerto hace tantos años, encontrará en su peripecia alemana un motivo para encontrar un nuevo horizonte vital, acompañado por una joven hasta entonces desorientada –Maria Wienewski (Georgina Ward)-. Para ello, la manera con la que Lawrence planifica la salida final de ambos en la puerta del viejo cementerio, en una jornada en la que adivina la presencia del sol, con los semblantes decididos, contrastará con esa otra aparición previa de Joe acompañado del sepulturero, dominada por una planificación y unos tonos de iluminación sombríos. Algo cambiará en el devenir de esa galería humana, aunque para ello tengamos que contemplar una serie de situaciones extrañas, apuradas, violentas incluso –tanto psicológica como físicamente- Episodios que en ocasiones parecen heredados del viejo serial policíaco, o secuencias revestidas de tanta dureza como aquella en la que Maria tiene que contemplar con enorme dolor, como desentierran el cadáver de su padre, fallecido una semana atrás, ya que se sospecha que contiene el del progenitor de Joe.
Episodios, tensiones, amenazas, giros inesperados. Un conjunto en donde cada personaje no sabe si espía o es vigilado, en el que la acción de cada uno de ellos puede ser cierta o una ficción, o donde encontramos incluso en el episodio de conclusión en un tren, donde Brenner custodia al veterano científico que ha estado recluido para ser trasladado de país. Un fragmento en el que Quentin Lawrence no duda en inspirarse abiertamente en el que sirve de conclusión a la obra maestra de Jacques Tourneur NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957), curiosamente utilizando para ello al mismo intérprete –MacGuinnis- lo que proporciona al mismo una extraña sensación al aficionado que conozca la que supone una de las cumbres del cine de terror.
Cierto es que unido a su profesionalidad, uno de los elementos que proporcionan mayor fuerza a THE MAN WHO FINALLY DIED, es el magnífico cast que logró conciliarse, todos ellos intérpretes de la mejor escuela británica, aunque procedentes de diversas generaciones y escuelas. Desde el duro y socarrón inspector encarnado por el magnífico Portman, siempre cómplice con el emergente Nigel Green, la sutileza y ambivalencia que demuestra Peter Cushing, o esa extraña mezcla de vulnerabilidad y dureza que esgrime el magnífico Stanley Baker. Es en ocasiones, en instantes donde Baker y Cushing comparten el plano, donde se tiene la extraña sensación de estar ante dos auténticos colosos. Un privilegio que alberga esta atractiva película de Quentin Lawrence, carente del menor reconocimiento en nuestro país, pero procedente de esa rica veta que el cine británico brindó al conjunto del policíaco europeo.
Calificación: 3
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