JESSE JAMES (1939, Henry King) Tierra de audaces
Se suele reconocer a JESSE JAMES (Tierra de audaces, 1939. Henry King) como la versión canónica a la hora de narrar las andanzas del conocido forajido del Oeste, siempre unido a la figura de su hermano Frank en tierras del Sur de Estados Unidos. Han pasado ya más de setenta años desde el rodaje de este –digámoslo ya-, excelente film, y resulta pertinente reconocer que el sedimento proporcionado le ha permitido erigirse como un auténtico clásico del western. Un género que en aquellos años estaba a punto de iniciar su primer periodo de madurez, y que tuvo su prolongación de manos de la misma 20th Century Fox de Zanuck con THE RETURN OF FRANK JAMES (La venganza de Frank James, 1940), primero de las dos casi consecutivas contribuciones al género que el gran Fritz Lang brindó al mismo. Hay que partir de la premisa de que JESSE JAMES constituyó un enorme éxito en el momento de estreno, basado ante todo en la irresistible fuerza –y es algo que sería justo admitir- que impuso en sus imágenes el protagonismo de un joven Tyrone Power, consagrándose con apenas veinticinco años como un auténtico héroe de la gran pantalla. Ya había formado parte de algunos repartos a las órdenes de King, quien lo ampararía como uno de sus intérpretes de cabecera, ofreciendo bajo su dirección algunos de sus mejores roles.
Sin embargo, por encima de brindar una visión cercana a los senderos de la leyenda, y sin olvidar que nos encontramos ante una mirada muy personal sobre la andadura de uno de los personajes más célebres de la historia del Oeste americano, convendría señalar que una de las grandes singularidades de la magnífica obra de King, lo ofrece a mi modo de ver la incardinación de la andadura del forajido, dentro de un ámbito que su director manejó con autentica maestría; el denominado Americana. Una vez más, el director inserta esta andadura en apariencia inserta en los márgenes del western, asumiendo en su definitiva plasmación unas características que la entroncan de manera clara dentro de una vertiente genérica que proporcionó al cine USA de algunas de sus mejores y más personales muestras durante décadas. Y es desde dicha mirada, por la que se puede establecer una de las lecturas más apasionantes a la hora de analizar sus virtudes. Cierto es que dicho prisma no es el que se ha venido a resaltar por lo común, aunque cualquier seguidor en la obra del gran cineasta lo pueda percibir desde sus primeros fotogramas.
Estos –expresados en un magnífico color, en la primera ocasión en la que King abandonó el blanco y negro, que recuperaría en posteriores ocasiones- describirán las tácticas que desarrollará el avieso Barshee (Brian Donlevy), a la hora de alcanzar la firma y, con ello, la venta a muy bajo coste, de numerosas tierras de granjeros, que se necesitan para proceder a la prolongación del ferrocarril. Este acudirá a las haciendas junto a varios secuaces, mostrando métodos intimidatorios cuando el propietario se muestra renuente –es lo que sucederá en la visita que harán a una granjera que es convencida por su hijo para que consulten con un abogado, siendo este agredido por los sicarios del enviado de la firma del ferrocarril-. Para su desgracia –y es algo que una vez consumada la tragedia le advertirá el mayor Rufus Cobb (impagable Henry Hull)-, acudirá a las tierras de la Sra. Samuels (Jane Darwell), madre de los James, donde reiterará su petición, intentando forzar su firma para vender por apenas dos dólares por acre los terrenos de la familia. La reiterada negativa hará entrar en escena al hasta entonces ausente –en el sentido de situarse al margen de la situación vivida, pese a encontrarse físicamente al lado de la misma- Frank (admirable en su rápida madurez Henry Fonda) y, al escuchar un disparo, al propio Jesse (Power), al cual han conocido y preguntado al llegar a las inmediaciones. El casi inevitable enfrentamiento provocará el desalojo de Barshee y sus secuaces, iniciando una espiral que iniciará la denuncia de este, forzando la huída de los dos hermanos, el posterior ataque de este a la vivienda de la Sra. Samuels, creyendo que allí se encuentran los James, provocando la muerte de esta, y de alguna manera, abriendo el camino para la venganza con su propia vida. Pese a resultar quizá trepidante la narración de estos primeros seguimientos argumentales –provistos de la mano del experto Nunnally Johnson-, lo cierto es que desde el primer momento Henry King aplica su peculiar narrativa, basada en un estilo contemplativo, y caracterizada por una apuesta por la serenidad. En la confluencia del impagable ritmo alcanzado por el film, la plasmación de las situaciones de violencia e incluso conatos de espectacularidad que serían muy imitados en posteriores muestras del género, y el intimismo que caracteriza el conjunto de su metraje, podríamos decir que se encuentra la auténtica piedra filosofal que proporciona las excelencias de JESSE JAMES. En su discurrir, se apuesta por insertar la figura del legendario pistolero como un héroe casi aventurero, sin por ello omitir ese lado autodestructivo que probablemente guió la andadura del personaje. Dejando por el camino diversos de los elementos que forjaron su biografía, lo cierto es que el film de King y Johnson alcanza una considerable dirección en esa elección cercana a los intereses y el mundo personal ya demostrado por el realizador en aquellos años. Más allá de esa extraña consideración mítica del supuesto criminal, que aparecerá con rasgos positivos en su lucha contra esos macropoderes que se atreven a violentar la sufrida pero al mismo tiempo plácida vida de los granjeros, el director de WILSON (1944) lleva a su terreno un aparente western, que en realidad esconde una mirada en defensa de esa sociedad rural norteamericana –en este caos el del Sur del periodo de actividad de los James, en el último tercio del siglo XIX-, destacando la placidez con la que se muestra el entorno campestre, en contraposición con el entorno bullicioso de un progreso que se intuye destructor de esa hipotética intimidad social descrita. Será todo ello, el campo que intentará fagocitar el editor del periódico local por parte de su máximo responsable, el ya señalado Cobbs, quien durante todo el relato –quizá el elemento más divertido y disolvente de la película- no dejará de plasmar constantes editoriales criticando con los mismos términos casi insultantes, todo tipo de profesionales en los que se haya visto envuelto; en especial destacará su fobia a los abogados. Profesiones todas ellas que llegan a una ciudad que se va a ver envuelta en la llegada del progreso, y de cuya nueva definición originaria se erigirá James casi en su principal valedor.
Lo cierto es que varios son los elementos que se pueden destacar en un relato que aparece hoy día lleno de vigencia. El primero de ellos podrían ser esas maneras serenas con las que King muestra la belleza de los paisajes. Acentuado por esa presencia del color –en aquel mismo año sería “estrenado” también por John Ford en la igualmente excelente DRUMS ALONG THE MOHAWK (Corazones indomables, 1939), otro Americana - Western también auspiciado por la Fox-, ya la secuencia inicial transmite esa sensación de placidez emanada por la vida del campo, que se extenderá por esos paisajes que trufarán el discurrir de la acción. En ocasiones estos se erigirán casi como un marco de especial inspiración para la modulación del protagonista, como lo ejemplificarán esas dos secuencias, casi paralelas, desarrolladas junto a un lago, en las que Jesse modificará sus iniciales intenciones. La primera de ellas servirá para que descarte su decisión de abandonar a la que poco después se convertirá en su esposa –Zee (Nancy Kelly), sobrina del editor del periódico-. En la segunda, descrita en el último tercio, este decidirá con la ayuda de su criado negro –del que se desprenderá una relación caracterizada por un paternalismo sudista muy acusado-, dejar a una esposa a la que ha sometido a constantes tensiones al acompañarle en sus huidas de las autoridades. Con esta apuesta por la matización psicológica. Con esa progresiva huída hacia adelante que irá marcando las actuaciones de Jesse, y la repercusión que ello tendrá en su mujer y la inevitable consecuencia de no poder convivir con el hijo de ambos, Henry King contrapondrá aspectos caracterizados por una subsidiaria apuesta por el terreno de la espectacularidad y la acción, insertos en el conjunto con especial acierto, aunque su presencia supongan una deliberada ruptura con es apuesta por la quietud narrativa que caracterizará su conjunto. Con ello quiero resaltar algunos de los momentos que en su momento marcaron toda una referencia a la hora de trasladarse en propuestas del western muy posteriores. Ocioso es señalar esa vibrante caída de los James con sus respectivos caballos por un precipicio para desembocar en un gran río, que todos recordamos en la tan mítica como poco estimulante BUTCH CASSIDY AND THE SUNDANCE KID (Dos hombres y un destino, 1969. George Roy Hill). Como llena de furia aparecerá esa huida de los forajidos, hasta sobrepasar y destruir a su paso las cristaleras de uno de los establecimientos de la localidad en donde realicen uno de los asaltos o, en definitiva, deslumbrante aparecerá ese vibrante travelling lateral que recorrerá el discurrir de Jesse –magnífica esa aparición de su rostro entre la noche cubierto con el pañuelo, como si fuera una imagen heredada de la época silente- por las cubiertas de los vagones, mientras por debajo vemos la cálida iluminación de los mismos, en unos compartimientos repletos de adinerados pasajeros.
Invectivas visuales de gran calado, que irán acompañadas por un acertado tratamiento psicológico de personajes –esos sudores que delatarán las acciones poco plausibles del dueño de la empresa de ferrocarriles –McCoy (Donald Meek)- o el futuro asesino de Jesse –Bob Ford (John Carradine)-. Esa ya señalada plasmación de la lLegada del progreso, tendrá su punto de inflexión con la presencia de un investigador que, con nuevos e ingenioso métodos de coacción, logrará destruir la casi inexpugnable defensa del asaltante y su entorno. Esa capacidad para describir una creciente tensión –la situación en la oficina judicial donde se ha encarcelado a Jesse, merced a una trampa urdida por McCoy-, en la que no faltará ni siquiera el contrapunto humorístico, brindado por el personaje del ayudante encarnado con su habitual parsimonia por el siempre estupendo Slim Summerville, serán otro de los rasgos que Henry King aportará en uno más de la gran cantidad de magníficos títulos que poblaron su filmografía. Una obra extensa y de alto octanaje dentro de su aparente simplicidad, en la que el western tendría años después, una presencia no solo brillante, sino capaz de erigirse como una auténtica plataforma para exteriorizar a través de sus convenciones, una de las miradas más valiosas y relevantes, de cuantas asumió uno de los géneros más representativos del cine norteamericano. Un clásico inmarchitable.
Calificación: 4
3 comentarios
anselmo -
Segundo. -
Antonio Nahud -