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CINEMA DE PERRA GORDA

STATE FAIR (1933, Henry King) La feria de la vida

STATE FAIR (1933, Henry King) La feria de la vida

STATE FAIR (La feria de la vida, 1933), aparece sin duda como uno de los frutos máximos de la andadura de Henry King en sus fértiles años treinta. Lo es, estoy convencido de ello, por partir de una novela de Philiph Strong, llevada a la pantalla en otras dos ocasiones posteriores, dirigidas en 1945 por Walter Lang y en 1962 por Mel Ferrer. King encontró aquí terreno abonado para dar rienda suelta a su autentica comunión con esa vertiente de Americana de la que fue quizá su practicante más avezado, y que le permitió ya en pleno periodo silente su primer gran éxito, el magnífico TOL’ABLE DAVID (1921). En esta ocasión, se aúna la fama que por aquel entonces gozaba Will Rogers –un actor sin duda singular, que falleció apenas dos años después en un accidente-, en la cima de su popularidad. Y hay que hacer especial mención a la destacada presencia en el reparto de la extraordinaria Janet Gaynor, una de las musas del estudio, ya desde sus triunfos en las postrimerías del mudo, de la mano de Frank Borzage. De modo que King sabía bien en que terreno se adentraba, plasmando la entraña de una anécdota argumental de costuras livianas; las vivencias de la familia Fake, con motivo de la vivencia de la feria estatal de Iowa. King inicia la película con ese rótulo que sirve casi como el anuncio de una representación. Como si nos señalara que lo que vamos a contemplar, es una anomalía en la cotidianeidad de ese pequeño microcosmos que disfruta de la aparente rutina de su existencia, en medio de esa granja situada en un ámbito rural. Sin embargo, ellos en el fondo, casi de manera subconsciente, esperan de esa ruptura festiva, una nueva luz en sus vidas. Para el padre -Abel (Rogers)-, es la oportunidad en ver premiado a su orondo cerdo, al que dedica más cariño y entrega que a su familia. Para la madre –Melissa (Louise Dresser)-, el deseo máximo de ver reconocidas sus excelencias culinarias, basadas en las recetas de su madre. Pero será en los dos hijos del matrimonio donde se situará, casi sin ellos pretenderlo, la oportunidad para que cambie su futuro. Margy (Gaynor) acudirá a la celebración con la duda planteada en si mantener el compromiso existente con un joven que aparece más como amigo de infancia, y del que apenas hay indicios que señalen que una posible boda puede resultar enriquecedora para ambos. Por su parte, Wayne (el posterior realizador Norman Foster) aparecerá como un muchacho indefinido, solo preocupado por poder obtener los premios en una caseta de feria, habiendo ensayado durante todo el año con el tiro con aros.

La vivencia de la feria durante una semana aparecerá casi como un hecho trascendental para todos ellos. Para las penalidades que sufrirá Abel, con tal de ver como su adorado cerdo contraría sus ilusiones, como la abnegada esposa triunfa con sus recetas, en especial con la de la carne picada, debido a que inesperadamente en ella se insertaba más licor de manzana del necesario –y que ella misma en un principio rechazaba-. No obstante, la celebración tendrá capital importancia para unos muchachos, en lo que se ofrecerá casi como una nueva ventana de visión hacia su propia madurez. Para Margy el encuentro con un avispado periodista –Pat (Lew Ayres)- supondrá la puesta en entredicho del larvado compromiso existente en su ámbito. Sin embargo, para Wayne, estos días de júbilo festivo le permitirá conocer a Emily (Sally Ellers), sintiéndose con ello imbuido de una extraña vitalidad. Lo importante en la mirada de King es atender a las miradas, los pequeños gestos, la complicidad en sus personajes. En STATE FAIR no hay instantes dominados por la impaciencia ni el apresuramiento. El gran realizador sabe extraer en ocasiones los momentos más sinceros de su cine en aquellas situaciones en apariencia más insustanciales –las conversaciones descritas en los viajes de ida y vuelta en el coche de la familia, tan diferentes en su tonalidad-. En todo momento hay una cercanía, una mirada sincera basada en pequeños hechos, en detalles en apariencia insignificantes, que en su conjunción logran forjar esa nueva mirada, renovada, para nuestros cuatro protagonistas. No cabe duda que el epicentro dramático de la función se centra en el repentino coming of age de los dos hijos, despertando ambos a una edad adulta de manera casi repentina. Está tan bien planteada la presencia de ambos romances, que uno no advierte de lo artificioso de su rapida presencia, encontrando una vez más esa magia cinematográfica que permite hacer creíble cualquier situación planteada.

King sabrá dosificar la fuerza de las dos relaciones surgidas para los hijos. Para ello se beneficiará de la condición de título inserto en el precode, lo que permite al director realizar alusiones sutiles mediante el montaje, plasmando insinuaciones sexuales mediante el uso de la elipsis, centrada en los dos hermanos y sus conquistas amorosas. Lo hará utilizando los fondos de las atracciones, las sombras que proporcionará el disfrute de algunas de ellas, el vértigo inicial de Margy por correr en la montaña rusa, en la que conocerá a Pat. Esa noria que servirá como fondo al pensamiento de este. En la franqueza y elegancia con la que se plasma la experiencia sexual entre la sensual Emily y Wayne, que logrará transformar a este, y tras haberlo conocido decidirá no prolongar una posible relación, dada la nobleza que ha descubierto en él. De todos modos, el encuentro con el joven periodista, que se sincera con esa mujer llena de inocencia que le ha marcado, servirá como punto de referencia a la hora de renunciar a parte de su pasado reciente. King no moraliza, solo muestra. Es capaz de extraer el mayor grado de emotividad a secuencias a las que despoja de dramatismo, invocando un estilo, por así decirlo, esencial. Esa despedida entre Pat, envuelto en la nocturnidad del bosque, totalmente transformado. Las lágrimas apenas contenidas de Margy en el viaje de retorno… Es todo puro sentimiento, como lo brinda uno de los finales más conmovedores jamás filmados por su director –lo cual es ya mucho decir, de un hombre de cine que sabía valorar la fuerza liberadora de la conclusión de sus relatos-. Una vez de nuevo en la granja, retorna la cotidianeidad, los comentarios de la familia, el descubrimiento por parte de Melissa de que su carne picada tenía doble ración de licor de manzana… Pero para Margy todo ha cambiado de repente. Tal y como señalaba el rótulo que iniciaba la película, parece que la feria haya acabado muy rápido. No desea ver al joven con el que casi tenía comprometido casarse, pero al mismo tiempo se niega incluso a ser contemplada en su infinita tristeza. De repente, una llamada lo cambiará todo. La muchacha estallará en júbilo al saber de boca de su amado, que este se encuentra en la población esperándola. La película al mismo tiempo recibirá una lluvia liberadora, bajo la cual los dos jóvenes se abrazarán llenos de júbilo, mientras la cámara insertará el obligado The End, inserto tras la caída de los grandes rótulos de papel que anunciaban esta State Fair. Una película que no rehuye el rodaje de numerosas secuencias en estudio y presencia de transparencias en su discurrir. No importa. Que de la cotidianeidad de sus personajes y situaciones, sabe elevarse a las más altas cotas de penetración en el alma de esa galería humana que comprende como casi nadie. Se trata de una muestra definitiva del mundo personal que con tanta emoción y al mismo tiempo aparente sencillez, sabía aplicar uno de los grandes humanistas de la Norteamérica rural; Henry King.

Calificación: 4

1 comentario

Leila Moroni -

Excelente comentario, no se puede decir mejor todo lo que hay en este maravillosa película, una joya.