LOVE IS BETTER THAN EVER (1952, Stanley Donen)
Decididamente, hace tiempo que dejó de resultar de moda hablar de un director de la talla de Stanley Donen. Quien puede que resulte el último gran cineasta clásico vivo, y que personalmente siempre he situado entre mis realizadores de cabecera, no tuvo con el paso del tiempo ni la suerte de Billy Wilder, ni la merecida aunque tardía reivindicación de Mitchell Leisen o Leo McCarey. Ni siquiera la concesión hace pocos años de un Oscar honorífico a su aportación al cine, logró evitar ser considerado poco más que por ser el coautor de SINGIN’ IN THE RAIN (Cantando bajo la lluvia, 1952. Stanley Donen & Gene Kelly). Y es que, hemos de reconocerlo, pocos vientos podía tener a favor el que quizá fuera el más ilustre representante de la generación de cineastas ligados a la comedia a partir de mediada la década de los cincuenta, o una de las indiscutibles cimas de un género tan poco apreciado –incluso por mí mismo, he de reconocerlo- como es el musical. Sin embargo, aquellos que seguimos viendo en la filmografía de Donen a un primerísimo cineasta, siempre hemos apostado por contemplar en su obra una coherencia que, más allá de la lógica irregularidad propia a todo cineasta ligado a la industria, ni siquiera el propio realizador tuvo la astucia de defender en las escasas ocasiones en que fue entrevistado –y cuyas declaraciones fueron astutamente utilizadas por sus detractores para revertirlas en contra suya, como si lo que valiera para apreciar de un director es lo que pensaba, no la manera con la que se expresaba tras la cámara-.
Dicho esto, y reiterando que en el seguimiento la obra de Donen he encontrado algunos de mis mayores placeres como espectador cinematográfico, justo es reconocer que no podemos incluir LOVE IS BETTER THAN EVER –rodada tras el debut del cineasta, codirigiendo junto a Gene Kelly la magnífica ON THE TOWN (Un día en Nueva York, 1949), aunque estrenada tras el posterior rodaje de la más conocida y también entonada ROYAL WEDDING (Bodas reales, 1951)- entre los títulos destacables de su filmografía. Ello no nos debe impedir acercarnos a ella, más allá de la simpática discreción que su resultado ofrece, contribuyendo a completar la mirada sobre la aportación de uno de los realizadores más vitalistas que brindó el cine norteamericano en su generación de postguerra. Y algo de ello, siquiera sea de manera irregular, podemos apreciar en los modestos pero nítidos fotogramas en blanco y negro -de los pocos que filmó un director acostumbrado al color-, que se inician en el seno de una academia de danza que comandan la joven Anastacia (sic) McCaboy (Elizabeth Taylor) y su madre (Josephine Hitchinson), ubicada en una tranquila localidad de New Haven. Un inesperado accidente de su madre, llevará a nuestra joven protagonista en solitario a una convención de bailes en Nueva York. Allí conocerá a Jud Parker (Larry Parks), un conocido y un tanto jactancioso agente teatral, con quien casi sin pretenderlo iniciará un romance, que el propio Parker rechazará cuando compruebe que lo que para él es un juego, ha sido tomado por la muchacha completamente en serio.
Tomando como base un guión de Ruth Brooks Flippen, LOVE IS BETTER… se erige como una pequeña, ligera, a ratos chispeante y divertida –las sucesión de caídas accidentales que sufre Jud en un momento determinado-, en otros momentos inane, combinación de comedia romántica, en la que siempre emerge como fondo el eco de ese musical ausente que se añora en la planificación de no pocas de sus secuencias y lances sentimentales, mientras que por otra parte nos podemos encontrar con una visión casi documental que nos brinda del Nueva York del momento de rodaje del film. No debería ser nada de particular, máxime cuando Donen –junto a Gene Kelly-, habían logrado escenificar el musical en la calle en la mencionada y canónica ON THE TOWN, pero lo cierto es que casi seis décadas después de ser filmada, deviene como uno de los elementos más atractivos y vivos de esta pequeña película, en la que asoman aromas de la serie B de la Metro Goldwyn Mayer, en la que no conviene olvidar la presencia en un cameo del propio Kelly –interpretándose a sí mismo- y, sobre todo, la belleza y la frescura de una Elizabeth Taylor que domina todos aquellos planos en los que aparece. No puede decirse lo mismo de Larry Parks –por mucho que haya que destacar su actitud progresista que le llevó a ser perseguido por la “Caza de Brujas” de McCarthy-, quien demuestra sus enormes limitaciones como comediante, resultando áspero y apático en su encarnación del agente teatral que desea jugar con la inocencia de Anastacia, cayendo finalmente bajo los encantos que esta le proporcionará. Sin ser una película destacable –aunque se vea con moderado agrado-, no cabe duda que desde su propia condición de modesta producción de programa doble –y el propio hecho de estar dos años en lista de espera de estreno y su posterior olvido fue buena prueba de ello-, ya nos permite intuir parte del universo presente en la obra de su realizador, que muy pocos se han atrevido a reivindicar en los últimos tiempos. La evanescencia de los sentimientos, esa fugacidad de la felicidad, la musicalidad que muestran algunos de sus planos generales, son indicios que de forma modesta ya comenzaba a introducir el que muy poco antes había resultado ser uno de los más reconocidos coreógrafos del estudio del león. Cierto es que se encuentra presente de manera intermitente, y no tiene en la presencia de Parks ese necesario aliado que sí encontró Donen en otras de sus obras, pero ello no impide incluso atender a la singularidad que ofrece esta sencilla mezcolanza genérica, que tiene en su propio y simple descubrimiento uno de sus alicientes más valiosos.
Calificación: 2
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