THE GORGEOUS HUSSY (1936, Clarence Brown)
He de reconocer que aún partiendo de la base de mi creciente admiración por el cine de Clarence Brown –cada vez tengo más claro que se trata de uno de los primerísimos cineastas norteamericanos que aún se encuentran pendientes de un definitivo reconocimiento-, tenía ciertas reticencias en torno al visionado de THE GORGEOUS HUSSY (1936). La presentación que se ofrece en sus títulos de crédito, su servilismo al look de la Metro Goldwyn Mayer –estudio al que Brown perteneció durante toda su carrera- y la condición anunciada de erigirse en una fantasía historicista… podría hacernos temer uno de esos productos tan trasnochados y kitchs propios del estudio del león. El hecho de que su rodaje se produjera en un periodo en el que Brown osciló con la imaginería propia de la productora, era un elemento preventivo que justo es reconocerlo, se disipa con bastante rapidez. Muy pronto nos encontramos con un cineasta en perfecto estado de forma, haciendo propia esa nueva apuesta de Americana, encuadrada en el Washington de las primeras décadas del siglo XIX –la Unión apenas va cumplir sus primeros cien años de vida, y su estabilidad se ve sometida aún a prueba por parte de los intereses particulares de sus senadores-. La película muy pronto nos mostrará la cerrazón demostrada por el joven representante de Virginia, John Randolph (Melvyn Douglas). Este será, por otra parte, el gran amor de la joven protagonista -Peggy Eaton (una Joan Crawford dotada de enorme frescura)-. Sin embargo, esos coqueteos nunca tendrán el resultado apetecido, apareciendo en escena el atractivo marino Bow Timberlake (Robert Taylor). Este logrará con rapidez conquistar a Peggy, casándose con ella de manera inesperada, aunque ello no le impida tener que acudir a una misión en el mar… que hará culminar de manera trágica e inesperada el matrimonio. La historia seguirá con la llegada del senador Andrew Jackson (excelente Lionel Barrymore) –tío de Peggy- hasta Washington, presentándose a unas elecciones en las que ganará, pese a la fuerte oposición que recibirá dados sus orígenes más o menos humildes, y haciendo especial hincapié en la sencillez de su esposa –Rachel (magnífica Beulah Bondi)-. Una vez entronizado como primer mandatario, fallecerá su esposa, siendo su joven sobrina quien realmente se convertirá en la mujer de su vida, no sin tener que recibir constantes críticas por parte de la alta sociedad de la capital. Peggy llegará incluso a plantearse recuperar la relación con Randolph y llegar al matrimonio, aunque las diferencias en los planteamientos políticos de ambos –ella, ferviente seguidora de la Unión; él secesionista en todo momento-, impedirán que ese amor latente con el paso de los años pueda fructificar en matrimonio.
Jackson –de manera pragmática y al mismo tiempo lúcida- sugerirá a su sobrina que se case con el amable y fiel ministro de la Guerra, John Eaton –Franchot Tone-, que la ama de manera nada oculta. La muchacha accederá a los deseos, al ver en Eaton un hombre noble y entregado, aunque un nuevo, inesperado y violento episodio, la vea de nuevo ligada a Randolph. Será el disparo que recibirá del siniestro Sunderland (Louis Calhern), partidario de una lucha violenta por la secesión, y ante la cual Randolph se opondrá, asumiendo ya demasiado tarde la inutilidad de sus planteamientos. Peggy viajará hasta su lecho poco antes de que este muera, siendo sometida a un escándalo por parte de esa sociedad que se ha cebado en todo momento en su persona. La sabia actitud de Jackson logrará librarla de una situación que incluso podría comprometerle a él como mandatario, enviando al matrimonio Eaton hasta España, donde John ejercerá con tranquilidad como embajador de los Estados Unidos.
Estoy seguro que el seguimiento del recorrido argumental que presenta THE GORGEOUS HUSSY, que parte de un guión de Ainsworth Morgan y Stephen Morehouse Avery –adaptando una novela de Samuel Hopkins Adams-, no invita demasiado a la degustación de la misma. Sin embargo, cualquier espectador –me temo que hay hoy día muy pocos-, más o menos conocedor de las cualidades que rodean a su realizador, encontrarán en esta película una prueba más no solo de su sabiduría cinematográfica, sino sobre todo asumirían el hecho de que nos encontramos ante un “autor” cinematográfico en toda la extensión de la palabra. Para encontrar alguna referencia consistente sobre la película, recurrí una vez más al extraordinario “50 años de cine norteamericano” escrito por Bertarnd Tavernier y Jean Pierre Coursodon, donde se inserta un amplio –aunque no demasiado entusiasta- recorrido sobre la andadura de Brown. Curiósamente, en el mismo no se hace referencia alguna sobre el título que nos ocupa –ni tampoco directa de la que para mi es su obra maestra OF HUMAN HEARTS (1939)-. Sin embargo, ambos críticos saben dar con la esencia de su estilo, que se transmite plano a plano en esta estupenda película. En efecto, como señalaron estos, Brown prescinde en su cine del seguimiento de una narrativa más o menos convencional, prefiriendo adoptar la crónica de diferentes episodios de la vida norteamericana del pasado, expresándola a través de la inserción de pequeños episodios, donde el matiz intimista, cotidiano y la crónica de los sentimientos, tiene una cabida sensible e incluso delicada, dejando de lado los supuestos “grandes momentos” que en su cine por lo general son obviados mediante la elipsis.
Todo ello se da cita en esta estupenda película, que va creciendo plano a plano, y adueñándose no solo del interés del espectador, sino ante todo impregnando la autenticidad de su relato en base a la apuesta por la emotividad expresada por sus personajes. Brown logra superar el inicial seguimiento a un look que puede parecer caduco, a través de su capacidad para penetrar en la psicología de unos seres que ennoblece en su psicología y acciones. No es el cine de Brown el propicio para presentar roles malvados. Aunque los haya, estos quedan en un muy segundo plano. Por el contrario, el cineasta –como tantos otros de su tiempo; Ford, Vidor, King, Stahl…- proyecta en ellos la esencia de una Norteamérica en la que cree de corazón. Y ese sentimiento está patente en esta ocasión en unos hombres y mujeres que se aman, que esconden en otras ocasiones sus emociones más íntimas, que creen en lo que defienden, y que incluso están dispuestos a asumir con resignación lo efímero de la existencia, aunque la ausencia de algunos de ellos no elimine su recuerdo y su enseñanza. En THE GORGEOUS HUSSY hay lugar para la comedia fresca –la manera con la que una criada cose los laterales de la cama, impidiendo que Peggu y Ben tengan un contacto directo-, para la descripción de una clase social llena de snobismo –la que no dejará de cuestionar a Rachel y a Peggy-. Pero, sobre todo, y teniendo como fondo el crepitar de un país que aún precisa su necesaria consolidación como tal, viviremos la pequeña historia, la tragicomedia de unos seres humanos que detentarán el poder –especialmente el presidente Jackson-, pero a los que observaremos en una intimidad creíble, cercana y al mismo tiempo emocionante. Brown no dudará en inclinarse por la elipsis temporal –algunas de ellas alcanzando varios años en el tiempo-, para describir con un enorme sentido del lirismo la muerte de Ben, la propia intuición del fallecimiento de la anciana Rachel, quien en su última conversación en la pantalla, sabedora de su cercana desaparición, no dudará en aconsejar a su sobrina por la protección de su esposo –es bellísimo el plano que nos indica donde se encuentran sus restos; una vidriera ante la que la evocarán su esposo y su sobrina, mientras un rayo de luz parece iluminarlos-, o la boda de Peggy con Eaton. No cabe duda que Clarence Brown era uno de esos privilegiados hombres de cine que sabía plasmar en sus mejores obras una visión propia de esa sociedad y, sobre todo, ese mundo y esos sentimientos, que fue reiterando film tras film, incluso en algunos exponentes donde sus bases argumentales de partida se alejaban de dichos propósitos –es el ejemplo de SONG OF LOVE (Pasión inmortal, 1947)-. Su mesurada visión de la existencia, la creencia en la bondad intrínseca del ser humano, su mirada como primitivo del cine, se fue manifestando con tanta contundencia como riqueza de matices en la mayor parte de su obra. En el título que nos ocupa, se expresa en numerosos instantes. Resulta difícil detenerse en todos ellos, pero episodios como la provocación que recibe Jackson minutos antes de anunciarse su elección como presidente, además de suponer un episodio de sorprendente complejidad –en su combinación de géneros y emociones-, ejerce como una prueba rotunda de las capacidades de un realizador magnífico. Y es curioso señalar, sobre todo para defender la –para mi, indudable- calificación de Brown como verdadero autor, señalar la emoción contenida que revisten esos planos finales, en donde el presidente Jackson se despide del matrimonio Eaton, al embarcar estos rumbo a España. Son instantes que superan con mucho la condición de “film de época” que aparenta su diseño de producción –Joseph L. Mankiewicz fue el productor de este film-, y que tanto en su aspecto exterior, como en su tonalidad y delicadeza, parece ejercer como precedente de PLYMOUTH ADVENTURE (1952), su inesperada última obra –Brown aún tenía edad para haber firmado más cine-, y una de las más bellas y delicadas aventuras marinas que jamás haya propuesto la pantalla.
Calificación: 3’5
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