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CINEMA DE PERRA GORDA

MY LIFE WITH CAROLINE (1941, Lewis Milestone) Otra vez más

MY LIFE WITH CAROLINE (1941, Lewis Milestone) Otra vez más

Ensalzado en su momento, denostado en otros –sobre todo en los últimos compases de su filmografía-, sinceramente creo que ha habido pocos directores más controvertidos en si valoración que el ucraniano Lewis Milestone. Controvertido en la medida de encontrarnos un hombre de cine cuya valoración ha ido oscilando a lo largo del tiempo –no olvidemos que alcanzó el Oscar a la mejor dirección en 1930 por ALL QUIET ON THE WESTERN FRONT (Sin novedad en el frente), y encontrar asimismo que su obra puede hasta resultar desconcertante, dada la variedad de géneros y registros abordados en la misma. Quizá haya sido este último aspecto, unido al hecho de que Milestone se encontrara especialmente cómodo en las películas que abordaran aspectos bélicos –o más bien antibélicos-, en donde se encuentra la que considero su obra cumbre, la extraordinaria EDGE OF DARKNESS (1943), el eje para que sus propuestas en otros géneros, con ser de una valía quizá inferior, no se hayan reconocido en su justa medida. Y dentro de dicho contexto hay que situar sus aportaciones para la comedia –lamento no haber visto hasta la fecha que quizá sea su muestra más reconocida dentro de dicho género, como es THE FRONT PAGE (Un gran reportaje, 1931)-. Unas propuestas que, reitero, es probable no se encuentren entre lo más remarcable de su obra –ahí tenemos la simpática más no memorable OCEAN’S ELEVEN (La cuadrilla de los once, 1960) para ratificarlo, aunque fuera menos pretenciosa y más tolerable que la mucho más cercana versión de Steven Soderberg-, pero justo es reconocer que habiendo contemplado varios de los títulos adscritos a dicho género, ninguno de ellos me parece desdeñable aunque, también es justo reseñable, especialmente memorable. Por ello, de todos ellos, quizá para mi visionar MY LIFE WITH CAROLINE (Otra vez mía, 1941) no deje de suponer una relativa sorpresa, y quizá el exponente de comedia más valioso de cuantos he visto hasta la fecha firmados por Milestone.

Una vez más, procedente de una obra teatral, MY LIFE WITH CAROLINE se inicia con unos ingeniosos títulos de crédito en donde los principales personajes giran alrededor de un tiovivo, simbolizando la reiteración en las situaciones que van a producirse en el matrimonio protagonista, formado por Caroline (Ann Lee) y Anthony Mason (Ronald Colman). Este último es un importante editor que tiene su eje laboral en New York, y su esposa por el contrario no deja de tener aventuras amorosas con pretendientes. Aventuras que su esposo zanjará con habilidad. Una de ellas será la que de inicio la película, ubicada en una estación de esquí canadiense, protagonizada por la esposa con un gaucho –Paco del Valle (un divertido Gilbert Roland)-, que le insta a divorciarse y viajar con él hasta la Pampa y vivir una nueva vida juntos. Sin embargo, el avispado y astuto consorte tendrá conocimiento de la situación, llegando en tiempo oportuno para zanjarla con la seguridad de que conoce los resortes que harán volver a su regazo a su esposa. Lo insólito de la película es que, antes de llegar ese momento, el ya avezado esposo mirará con complicidad a la cámara, relatándonos que dicha situación, lejos de provocar su ira, en realidad no supone más que una de las salidas de una esposa a la que conoce ciegamente. Esta mirada al espectador –bastante poco usual en el cine de los años cuarenta-, nos remonta a dos años atrás, cuando la relación de su esposa se fraguó con un atildado y estúpido escultor –Paul Martindale (el siempre divertido Reginald Gardiner)-. Una vez más con la complicidad del cascarrabias padre de Caroline –Mr. Biss (impagable Charles Winninger)-, la pareja planficará el anuncio por parte de esta a su esposo, de su deseo de divorciarse e irse a vivir una nueva vida con el escultor –del que en un momento dado conoceremos su apurada situación, y que en el fondo está estafando a esta-.

A partir de este punto de partida, el desarrollo posterior de MY LIFE WITH CAROLINE se centra en el conjunto de estratagemas urdidas por un matrimonio que se encuentra más unido de lo que pudiera parecer a primera vista. La esposa intentando poder transmitirle su deseo de divorciarse, y en el sentido contrario la agudeza del esposo para sin perder nunca la compostura, tener la seguridad de revertir una situación que sabe de antemano va a lograr superar. Cierto es que el film de Milestone hubiera tenido unos intérpretes ideales en la pareja formada por Rex Harrison y Kay Kendall, pero no es menos evidente que en 1941 ambos intérpretes no eran más que bocetos de su personalidad. Es por ello que hay que destacar la pertinencia en el juego interpretativo de la pareja protagonista, en el rimo elegante que adquiere la pieza escénica llevada a la pantalla, que nunca alza el tono, pero siempre mantiene un ritmo irónico y de juego al gato y al ratón de notable eficacia. Los intentos frustrados de Caroline por zafarse de su esposo –y demostrándole con ello que no tiene la sinceridad suficiente para manifestarle cara a cara su decisión de finalizar su matrimonio-, irán acompañado por las seguras artimañas de este para frustrar sus planes de fuga y, sobre todo, ridiculizar de manera sutil la personalidad de rival en el amor de su esposa.

Hay detalles en la película que revelan un estilismo muy especial, como en la entrada de Anthony en la mansión en la que reside su esposa, contemplando las esculturas que presiden la misma –y delatando con ello su pasión por Martingale-. En esa misma secuencia, el intento de su esposa por relatarle su deseo de divorciarse de él, tendrá una divertida evasiva por parte del esposo al elevarse de la larga escalera circular, saludando a los distintos criados y sirvientes de la misma. Y es que, dentro del juguete de comedia que se encierra en MY LIFE WITH CAROLINE, en el fondo se encierra una nada solapada parábola de uno de los elementos que al final definen la relación matrimonial; el conocimiento que los cónyuges tienen de sí mismos, por más que en ocasiones ello vaya aparejado con una cierta sensación de pertenencia de uno a otro, que en realidad emerge en algunos de los instantes de esta película que se degusta con agrado, elegancia, un soterrado sentido del humor, y un impagable “gag” final con el encuentro de los dos amantes que han protagonizado la película, así como la presencia de una escultura que simboliza el ficticio amor de Martingale hacia la Caroline. Pero más allá de dichos episodios centrados en su aspecto de comedia, destacaría personajes secundarios, como el divertido mayordomo del escultor –pendiente de que su amo no sufra un supuesto ataque físico de manos de su rival amoroso-, o el romanticismo que se desprende del paseo en barco del matrimonio, en el que Caroline se olvida por completo de sus deseos de divorciarse, sobre todo cuando cae en medio de la bahía y es rescatada por su esposo –dentro de un episodio en el que el dueño del restaurante recibirá hasta tres proposiciones diferentes que le brindarán sendas sustanciosas propinas-. En realidad, todo el juego de ironías, dobles sentidos, amables diálogos y réplicas, está expuesto con Milestone con una destreza quizá más lograda que en otras de sus incursiones dentro de dicho género. Todo ello confluye en un título tan amable como irónico, tan en apariencia conformista como en última instancia revelador del conocimiento entre los seres humanos, a la hora de establecer lazos de unión entre ellos,

Calificación: 3

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