PRINCE OF PERSIA: THE SANDS OF TIME (2010. Mike Newell) Prince of persia: Las arenas del tiempo)
¿Se imaginan una extraña combinación en la que se encuentren ingredientes –en partes dispares-, de las lejanas producciones orientales de la Universal International protagonizadas por Tony Curtis y Piper Laurie, el sentido de espectáculo de barraca de feria aportado por el Indiana Jones de Steven Spielberg, el vitalismo del Jacques Tourneur de THE FLAME AND THE ARROW (El halcón y la flecha, 1950) y, por encima de todo ello, el compendio de vicios visuales emanados por cualquiera de las producciones de Jerry Bruckheimer. Mézclese todo ello y se obtendrá el resultado de esta discreta, en mucho momentos gratuita, en otros demasiado infantil y, solo en algunos instantes aceptable PRINCE OF PERSIA: THE SANDS OF TIME (Prince of Persia: Las arenas del tiempo, 2010) dirigida por un cada vez más invisible Mike Newell, puesto que percibimos una producción que podría haber firmado perfectamente Michael Bay. Da igual por tanto que nos encontremos ante una supuesta recreación digital de una Persia y las arenas del desierto, inundada de innecesarios planos aéreos –uno de los elementos más molestos de las películas producidas por Bruckheimer-.
Ese será el marco en el que se desarrolla la fantasiosa historia de Dastan (Jake Gyllenhaal), un pequeño pillín de origen humilde pero considerables agallas, que es adoptado por el Rey de Persia, convirtiéndolo en príncipe junto a sus dos hijos legítimos. Muy pronto ese origen nos trasladará al momento en que Persia viva una supuesta invasión de armas –dagas y cuchillos- en apariencia, procedentes de un reino vecino caracterizado hasta entonces por su carácter pacífico. Para ello, el rey Sharaman (Ronald Pickup) enviará a los príncipes para rodear la ciudad, con objeto de averiguar y protegerse de esta súbita presencia de armamento. Hasta sus puertas acudirán Tus (Richard Coyle) y Garsib (Toby Gebbell), los dos legítimos herederos, pero actuará por su cuenta y guiado por su instinto Dastan, logrando invadir la ciudad vecina al entrar por uno de sus laterales. De la misma se hará responsable Tus, haciendo presa a la princesa del templo, depositaria del secreto mágico que se encierra en su seno. Será esta la premisa sobre la que se articulará un artefacto pirotécnico en el que no cabe duda se impone sobre todo ese sentido del exceso, de planos, de tomas aéreas, de altisonancia en la banda sonora, de nula credibilidad en la actuación de sus “personajes” –no existe verosímil fílmico-, por más que nos encontremos ante una fantasía, ante las constantes hazañas que realiza Darsan con unas coreografías que desafían cualquier mínimo sentido de la gravedad.
Y en cuanto a lo que rodea la supuesta historia –no es de extrañar que aparezca a partir de un video juego-, poco más se puede decir. Los villanos devienen previsibles, las situaciones se esgrimen en base a elementos mil veces vistos en los referentes antes citados. Nada hay de malo en ello, y en buena medida el citado Spielberg supo aunar la condición de productos maisntream con la asimilación de referencias incluso de elementos del serial y el pulp –aunque ello no le brindara títulos memorables, pero sí ligados a la memoria colectiva-. Lo triste es que el invisible Mike Newell y, sobre todo, su todo poderoso productor, no dudan en sacrificar cualquier elemento de añoranza hacia esa vertiente de aventura exótica que en teoría homenajean con la película, al transformarlo en una caótica y por momentos enervante sucesión de planos –en ocasiones esa ausencia del más mínimo sentido de la sintaxis y una relajación en la planificación, llega a ser insostenible-. Sin embargo, si logramos hacer abstracción de tods estas rémoras y de la insulsez de la actriz que encarna la princesa Tamina (Gema Arterton), podemos a ráfagas encontrarnos con un moderado entretenimiento en el que me ha sorprendido gratamente la adecuación puesta a punto por Jake Gylleenhal –que me parece un actor espléndido, pero mucho me temía no fuera adecuado para roles de estas características-, y que discurre con relativa placidez por más que le sobre duración, hasta llegar a una conclusión tan pirotécnica como las planteadas por Spielberg en las mencionadas obras que tenían como protagonista a Indiana Jones. Partiendo en este caso del poder premonitorio que proporciona una daga mágica, la película atesora elementos de cierto atractivo como esas terroríficas serpientes, resolviéndose su casi imposible conclusión, con una extraña pero ingeniosa trompe d’oeil, que en el fondo invita a contemplar el conjunto de su metraje previo como lo que es, un lujoso, inane y finalmente moderadamente distraído juguete, destinado a obtener sustanciosos beneficios en las taquillas, y a ser olvidado al poco de haberse contemplado. Que pese a sus muchas carencias y excesos, finalmente deje un cierto regusto entrañable, debe quedar en el haber de una película que, de haber respirado más humildad y regusto a un clasicismo perdido, sin duda hubiera permitido un balance bastante más perdurable del legado, pero que en su propia escasa enjundia deviene hasta cierto punto una moderada simpatía.
Calificación: 1’5
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