SUMMER OF SAM (1999, Spike Lee) Summer of Sam
A la hora de asumir como espectador las películas de Spike Lee, siempre me suele suceder lo mismo. Aprecio conjuntos de desmesurada duración en los que se alternan momentos deslumbrantes y fragmentos interesantes, con otros irregulares o prescindibles y momentos caracterizados por el efectismo. Pero siempre hay algo que me hace apreciarlos más allá de los que pudiera pensarse. No se si es la visión de conjunto, el virtuosismo del que hace gala, la facilidad con la que logra alcanzar conclusiones atractivas… Sin duda, algo hay que no sabría definir en el cine de este sempiterno cronista del caos urbano, que habría que situar como el otro gran cantor newyorkino –junto a Woody Allen-, si bien sus objetivos temáticos y cinematográficos sean bien dispares de los ofrecidos por el célebre cómico y realizador. Me confieso un seguidor del cine de Spike Lee, que alcanza a mi juicio un nivel general en su obra bastante por encima del medio existente en la industria estadounidense, aunque bien es cierto se ha ralentizado en los últimos años, rebelando una notable personalidad quizá en ocasiones proclives al enfatismo, pero que es capaz de ofrecer un producto tan sincero y emocionado como 25th HOUR (La última noche, 2002), uno de los grandes títulos USA de la pasada década, y que supone una apuesta de coherencia con sus inquietudes cinematográficas, tamizadas por el trauma creado por los atentados del 11M.
Una visión atenta del título que centra estas líneas –me estoy refiriendo a SUMMER OF SAM (1999)-, además de ratificar la coherencia que –para bien y para mal- define el cine del afroamericano, resulta casi premonitoria para ese pavoroso retrato de una sociedad rota por un hecho tan inesperado como el atentado contra las torres gemelas ¿Podría ello revelar que nos encontramos ante una convivencia sostenida entre alfileres en el marasmo de un auténtico caos de etnias de aparente coexistencia pacífica, en un conjunto donde esta puede ser alterada y arrinconada con facilidad?
Creo que las imágenes descompensadas, apasionadas, por momentos farragosas en el exceso de diálogo y de argot, y en otras fascinantes –el montaje que en pocos instantes describe las consecuencias de un apagón en New York-, permiten contemplar otra apuesta del realizador. Todo ello, a partir de la psicosis que se produce en la ciudad de la gran manzana en el verano de 1977, en el que a la presencia de unas altísimas temperaturas, hay que unir los crímenes cometidos por un asesino, que ha logrado aterrorizar a su población. Por momentos, las características de este caso criminal –que realmente aconteció en aquella época-, nos remite al cine de Fritz Lang; -el asesino que se comunica con la policía WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955)-, el fantasma de un linchamiento latente –FURY (Furia, 1936)-, o la movilización de los bajos fondos para lograr atraparlo antes que la policía –M (M, el vampiro de Dusseldorf, 1931)-, un aspecto este que quizá lo ligaría con más presteza en la magnífica y eternamente menospreciada versión que Joseph Losey efectuó de dicho argumento, trasladándolo en 1951 a territorio norteamericano. En este sentido, SUMMER OF SAM logra expresar en su microcosmos de imágenes, situaciones y personajes, ese latente estado de inseguridad que muy pronto devendrá en el florecimiento de la desconfianza, el resentimiento, la lucha y, finalmente, la violencia. Todo ello, permitiendo emerger las fantasías de un racismo latente y nunca superado –en un momento determinado y ante la cámara de televisión, una mujer negra de mediana edad afirma que si los crímenes del psicópata; que solo mata a parejas blancas, los realizara un negro, pronto surgirían los disturbios reciales-. No le faltará razón, pero al mismo tiempo la cámara de Lee muestra como a consecuencia del ya mencionado apagón, son especialmente los componentes de las minorías quienes asalten comercios y almacenes.
Al tiempo que este retrato sociológico, SUMMER OF SAM centras su radio de acción en la relación que mantienen un grupo de jóvenes newyorkinos blancos, algunos procedentes de la minoría italiana, otros dependientes de pequeños trapicheos con la droga, enamorados de la música disco –que en aquellos años se encontrará en todo su esplendor-, y que verán con creciente recelo el retorno de Richie (Adrien Broody), que se distancia de los aparentemente normales hábitos de estos por su estética punk, totalmente diferente en el vestir, y su presencia y actuación en clubs gays. Una vez más, para aquellos que son víctimas de ser ciudadanos de segunda, en el fondo no hacen más que continuar las peores tendencias que han sufrido en sus propias carnes, hasta hacer víctima a Richie de unas conclusiones infundadas.
El conjunto filmado por Spike Lee, en algunos momentos retoma ecos de SEVEN (1995, David Fincher) –en mi opinión, uno de los mayores bluffs del cine de los noventa-, en otros parece sumarse a la evocación crítica de la estética de los setenta –BOOGIE NIGTS (1997, Paul Thomas Anderson); de la que asume algunos brillantes y complejos planos secuencia o la menos valiosa aunque nada desdeñable 54 (54, 1998. Mark Christopher)-. En cualquier caso, no deja de mostrarse como otro capítulo coherente en su trayectoria como hombre de cine. Una película en la que se describe la patología de una serie de individuos sometidos a situaciones personales extremas, que confluyen en un caos colectivo que ejercerá como catarsis para cada uno de ellos. Dentro de dichos parámetros, una vez más demostrará junto a su pericia y excesos narrativos, un perfecto dominio de la dirección de actores –logra controlar y extraer los mejores registros del generalmente sobreactuado John Leguizamo-, que incluso permite el brillo en una breve participación del veterano Ben Gazzara. Junto a sus actores, el equipo técnico del director –su compositor, Terence Blanchard entre ellos-, logran concretar una propuesta tan valiente como irregular, clarividente y descompensada, que revela el talento reflexivo y cinematográfico de uno de cineastas más completos, desconcertantes, lúcidos e incómodos con que ha contado el cine USA, y del que su retirada del primer plano del mismo, no cabe sino lamentar.
Calificación: 3
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