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CINEMA DE PERRA GORDA

Spike Lee

MALCOLM X (1992, Spike Lee) Malcolm X

MALCOLM X (1992, Spike Lee) Malcolm X

Aunque hemos de reconocer que hoy su nombre no cotice muy alto en la industria e incluso la crítica estadounidense –ni incluso la europea, pese a su reciente OLDBOY (2013)-, nunca he ocultado mi admiración por la obra del afroamericano Spike Lee. Capaz de alternar en su cine lo mejor y en ocasiones elementos visuales y narrativos quizá algo cuestionables, no por ello lo que he podido apreciar de su obra en todo momento me ha resultado carente de interés. Un interés que trasciende muy mucho el enunciado temático de la mayor parte de su obra –la reivindicación de la importancia de la raza negra en la sociedad norteamericana, y que se extiende en sus mejores momentos en la captación de la furia interna que la misma manifiesta bajo su aparente y civilizada superficie. Aspectos como este y otros, eran los que durante largo tiempo me incitaban a contemplar MALCOLM X (1992), sin duda uno de los títulos más conocidos de su filmografía, quizá su mayor esfuerzo de producción, y probablemente su producto más ambicioso –lo cual no quiere decir que ello lleve consigo aparejado una superación a nivel de cualidades-. A este respecto, hay que señalar que las ambiciones buscadas no se tradujeron a la hora de concurrir con ventaja en la carrera de los Oscars de aquel año –en la que solo obtuvo dos nominaciones, siendo la más destacable la de mejor actor para Delzel Washington-, acompañada de una considerable sucesión de premios menores que no compensaron una apuesta quizá inadecuada para un cineasta más cómodo en aquel entonces en unos formatos cinematográficos más sencillos a nivel de producción.

Es por ello que llegado el momento de enfrentarme ante este biopic de la vida del líder negro Malcolm X, uno no deja de asumir una extraña sensación ambivalente, basada en los sentimientos contrapuestos que su visionado me produce. Por un lado, no puedo ocultar que atisbo en sus imágenes una propuesta interesante, en la que durante sus mejores momentos se encuentra lo más valioso del cine de su realizador, que tiene además la virtud de alcanzar un crescendo narrativo e ir acompañado de una progresiva dramatización en los elementos que configuran su metraje. Sin embargo, no es menos cierto que MALCOLM X film se resume en un título caracterizado por una desmesura en su duración –cerca de tres horas y cuarto-, que en realidad perjudica su resultado final. Un resultado que además asume diferentes tendencias antes ya exploradas en el cine de décadas precedentes, lo cual en sí mismo no debe apuntarse como elemento negativo, más que cuando se imiten referencias quizá cuestionables ya del propio referente a imitar. Esto es lo que me sucede cuando casi la primera hora del metraje –la más prescindible del mismo-, se centra en la descripción de los años de juventud del protagonista. Será un largo fragmento que bien podría haberse resumido en pequeños apuntes, o incluso estimo que su omisión no se hubiera resentido en el resultado global, dominado por una estética cercana al “Cotton Club” de Francis Ford Coppola. La abundancia de números musicales o secuencias filmadas en locales de baile, sorprenden en el sentido de estar totalmente desgajadas del contenido central del film, aunque en última instancia sirvan para posibilitar el encuentro del joven Malcolm (un soberbio trabajo del gran Denzel Washington) con el poderoso Archie (excelente Delroy Lindo), ligado al mundo de las apuestas ilegales. Serán unos apuntes en los que el artificio y ese sentido del ritmo consustancial al cine de Lee –basado en no pocas ocasiones a través de recursos de montaje-, cerrarán un quizá excesivamente largo tercio inicial, que pesa a la hora de valorar el conjunto presentado, que por fortuna irá ganando en interés en sus dos tercios finales, hasta conformar el relato de un hombre condenado a la cárcel, y donde por medio de un preso se integrará en la religión islámica formulada por Elijah Muhammad (extraordinario Al Freeman Jr.). A partir de su salida del recinto, este se integrará de forma abierta en una religión que propugna –al contrario que las alternativas de Martin Luther King-, por una clara disociación de la raza negra de la blanca. Lo curioso –y en este caso valioso de este nuevo escenario- es comprobar como el diseño de producción aparece como si nos encontráramos en el seno de un típico melodrama de Douglas Sirk de los cincuenta. Ese acierto nos introduce de manera progresiva en el ascenso que irá adquiriendo Malcolm X en el seno de un grupo religioso y racial, que poco a poco irá comprobando con recelo como capta la atención de la comunidad negra, por más que Muhammad en todo momento haga caso omiso a los consejos de sus hombres cercanos, de cara a desacreditarlo. La historia es de sobras conocida, viviendo el protagonista un viaje hacia tierras orientales, en donde descubrirá otra concepción de la existencia, y sirviéndole ello para modificar los radicalismos que hasta entonces habían rodeado la expresión de sus ideales. La incidencia de una serie de jóvenes que denunciarán al veterano lider por presuntos abusos, serán otro detonante para abandonar la denominada Nación del Islam, instaurando un grupo liderado por él mismo. Será el inicio de su calvario personal, siendo sometido a amenazas e incluso atentados, sin que ello haga mella en sus convicciones, aunque intuyendo que su final quedará próximo… quedando en el aire si el mismo provino por sus antiguos compañeros o por agentes gubernamentales, que espiaban y controlaban sus conversaciones y movimientos. Curiosamente, estos últimos episodios, adquieren una estética cercana a la de los thrillers que proliferaron durante la primera mitad de la década de los setenta, de la mano de cineastas como Sidney Lumet o Alan J. Pakula.

De entrada, uno de los elementos más atractivos del film, reside precisamente en esa combinación de modos cinematográficos que nos evocan diversas de las estéticas que proliferaron en determinados periodos. Con ellas, el cineasta apuesta de manera clara al insertar en ellas la evolución de su personaje, aportando elementos que pueden incluso lindar con lo fantastique –el instante en que la revelación del contacto con Muhammad se producirá en plena celda carcelaria-. Aspectos como este no nos permitirán olvidar esa manera peculiar y efectiva que Spike Lee plasmará en determinados pasajes de la narración –por ejemplo, la manera con la que describe ese largo peregrinaje por países árabes-, en donde resaltará la aportación del montaje y el equilibrio mantenido con el relato del propio protagonista –que en ocasiones tendrá presencia en otros de sus pasajes- o la fuerza que imprime la banda sonora del gran Terrence Blanchard –un inquebrantable aliado de su obra-.

Lo importante, a fin de cuentas, de MALCOLM X, es la capacidad que Spike Lee encuentra a la hora de dotar de la suficiente ambivalencia al personaje central de la misma. Del mismo no se escatima en mostrar sus elementos más discutibles, pero tampoco de plasmar la evolución y el giro que en un momento dado propiciará su conversión como tal líder afroamericano, una vez abandone la denominada Nación del Islam. Un grupo del que no se dudará en mostrar su vertiente más inquietante –ese multitudinario mitin cuyo gigantesco retrato de su líder y la parafernalia demostrada, destila tintes totalitarios. Dentro de esa capacidad para describir con intimismo los detalles de la vida familiar del protagonista, sobre todo cuando esta se encuentra sumida en un peligro creciente, cierto es que en ocasiones Lee queda encosertado en su rabioso estilo cinematográfico –ese que se le suele cuestionar y que uno personalmente admira-. Sin embargo, este aparece en ocasiones, casi como rebelándose contra las convenciones que impera en una superproducción de Hollywood. Y será, una vez más, en sus minutos finales, cuando su artífice alcanza ese grado de sinceridad que encierran las mejores conclusiones de su cine. La plasmación de ese asesinato que su propia víctima casi espera como “la hora de los mártires”, le permitirá una conclusión emocionante, revestida de una enorme carga de adhesión, en la que no faltará ni el testimonio del recientemente desaparecido Nelson Mandela, ni esos títulos de créditos coronados con la bella canción, entronizando la figura de este hombre de ideas discutibles, pero indiscutible líder de los derechos civiles de una raza hasta entonces marginada en la vida norteamericana. Con sinceridad, creo que si MALCOLM X se hubiera realizado al margen de los condicionamientos de gran producción que le caracterizan, nos hubiéramos encontrado con ese título casi definitivo que su resultado solo apunta en determinados instantes. Ello no quiere decir que invalidemos, por supuesto, su conjunto, aunque sí lamentar como ciertos convencionalismos y, por supuesto, esa desmesura en su duración, dejan en interesante lo que podría haber resultado uno de los grandes títulos rodados durante la década de los noventa.

Calificación: 3

SUMMER OF SAM (1999, Spike Lee) Summer of Sam

SUMMER OF SAM (1999, Spike Lee) Summer of Sam

A la hora de asumir como espectador las películas de Spike Lee, siempre me suele suceder lo mismo. Aprecio conjuntos de desmesurada duración en los que se alternan momentos deslumbrantes y fragmentos interesantes, con otros irregulares o prescindibles y momentos caracterizados por el efectismo. Pero siempre hay algo que me hace apreciarlos más allá de los que pudiera pensarse. No se si es la visión de conjunto, el virtuosismo del que hace gala, la facilidad con la que logra alcanzar conclusiones atractivas… Sin duda, algo hay que no sabría definir en el cine de este sempiterno cronista del caos urbano, que habría que situar como el otro gran cantor newyorkino –junto a Woody Allen-, si bien sus objetivos temáticos y cinematográficos sean bien dispares de los ofrecidos por el célebre cómico y realizador. Me confieso un seguidor del cine de Spike Lee, que alcanza a mi juicio un nivel general en su obra bastante por encima del medio existente en la industria estadounidense, aunque bien es cierto se ha ralentizado en los últimos años, rebelando una notable personalidad quizá en ocasiones proclives al enfatismo, pero que es capaz de ofrecer un producto tan sincero y emocionado como 25th HOUR (La última noche, 2002), uno de los grandes títulos USA de la pasada década, y que supone una apuesta de coherencia con sus inquietudes cinematográficas, tamizadas por el trauma creado por los atentados del 11M.

Una visión atenta del título que centra estas líneas –me estoy refiriendo a SUMMER OF SAM (1999)-, además de ratificar la coherencia que –para bien y para mal- define el cine del afroamericano, resulta casi premonitoria para ese pavoroso retrato de una sociedad rota por un hecho tan inesperado como el atentado contra las torres gemelas ¿Podría ello revelar que nos encontramos ante una convivencia sostenida entre alfileres en el marasmo de un auténtico caos de etnias de aparente coexistencia pacífica, en un conjunto donde esta puede ser alterada y arrinconada con facilidad?

Creo que las imágenes descompensadas, apasionadas, por momentos farragosas en el exceso de diálogo y de argot, y en otras fascinantes –el montaje que en pocos instantes describe las consecuencias de un apagón en New York-, permiten contemplar otra apuesta del realizador. Todo ello, a partir de la psicosis que se produce en la ciudad de la gran manzana en el verano de 1977, en el que a la presencia de unas altísimas temperaturas, hay que unir los crímenes cometidos por un asesino, que ha logrado aterrorizar a su población. Por momentos, las características de este caso criminal –que realmente aconteció en aquella época-, nos remite al cine de Fritz Lang; -el asesino que se comunica con la policía WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955)-, el fantasma de un linchamiento latente –FURY (Furia, 1936)-, o la movilización de los bajos fondos para lograr atraparlo antes que la policía –M (M, el vampiro de Dusseldorf, 1931)-, un aspecto este que quizá lo ligaría con más presteza en la magnífica y eternamente menospreciada versión que Joseph Losey efectuó de dicho argumento, trasladándolo en 1951 a territorio norteamericano. En este sentido, SUMMER OF SAM logra expresar en su microcosmos de imágenes, situaciones y personajes, ese latente estado de inseguridad que muy pronto devendrá en el florecimiento de la desconfianza, el resentimiento, la lucha y, finalmente, la violencia. Todo ello, permitiendo emerger las fantasías de un racismo latente y nunca superado –en un momento determinado y ante la cámara de televisión, una mujer negra de mediana edad afirma que si los crímenes del psicópata; que solo mata a parejas blancas, los realizara un negro, pronto surgirían los disturbios reciales-. No le faltará razón, pero al mismo tiempo la cámara de Lee muestra como a consecuencia del ya mencionado apagón, son especialmente los componentes de las minorías quienes asalten comercios y almacenes.

Al tiempo que este retrato sociológico, SUMMER OF SAM centras su radio de acción en la relación que mantienen un grupo de jóvenes newyorkinos blancos, algunos procedentes de la minoría italiana, otros dependientes de pequeños trapicheos con la droga, enamorados de la música disco –que en aquellos años se encontrará en todo su esplendor-, y que verán con creciente recelo el retorno de Richie (Adrien Broody), que se distancia de los aparentemente normales hábitos de estos por su estética punk, totalmente diferente en el vestir, y su presencia y actuación en clubs gays. Una vez más, para aquellos que son víctimas de ser ciudadanos de segunda, en el fondo no hacen más que continuar las peores tendencias que han sufrido en sus propias carnes, hasta hacer víctima a Richie de unas conclusiones infundadas.

El conjunto filmado por Spike Lee, en algunos momentos retoma ecos de SEVEN (1995, David Fincher) –en mi opinión, uno de los mayores bluffs del cine de los noventa-, en otros parece sumarse a la evocación crítica de la estética de los setenta –BOOGIE NIGTS (1997, Paul Thomas Anderson); de la que asume algunos brillantes y complejos planos secuencia o la menos valiosa aunque nada desdeñable 54 (54, 1998. Mark Christopher)-. En cualquier caso, no deja de mostrarse como otro capítulo coherente en su trayectoria como hombre de cine. Una película en la que se describe la patología de una serie de individuos sometidos a situaciones personales extremas, que confluyen en un caos colectivo que ejercerá como catarsis para cada uno de ellos. Dentro de dichos parámetros, una vez más demostrará junto a su pericia y excesos narrativos, un perfecto dominio de la dirección de actores –logra controlar y extraer los mejores registros del generalmente sobreactuado John Leguizamo-, que incluso permite el brillo en una breve participación del veterano Ben Gazzara. Junto a sus actores, el equipo técnico del director –su compositor, Terence Blanchard entre ellos-, logran concretar una propuesta tan valiente como irregular, clarividente y descompensada, que revela el talento reflexivo y cinematográfico de uno de cineastas más completos, desconcertantes, lúcidos e incómodos con que ha contado el cine USA, y del que su retirada del primer plano del mismo, no cabe sino lamentar.

Calificación: 3

INSIDE MAN (2006, Spike Lee) Plan oculto

INSIDE MAN (2006, Spike Lee) Plan oculto

Es bastante probable que, más aún que al misterioso protagonista de la película, esta casi siempre apasionante INSIDE MAN (Plan oculto, 2006), haya resultado una jugada redonda para su director Spike Lee, puesto que le ha supuesto uno de los mayores éxitos de público y crítica de toda su carrera y, fundamentalmente, ha logrado conciliar las intenciones de un producto mainstream, con las inquietudes temáticas y críticas que desde siempre ha venido caracterizando su cine. Es una combinación bastante similar a la lograda el mismo año por Andrew Niccol con LORD OF THE WAR (El señor de la guerra, 2006). Ojala, me atrevo a señalar, que dentro del cine comercial norteamericano de nuestros días, existieran propuestas de estas características, que además de permitirnos asistir a un buen espectáculo y comprobar la valía de sus métodos narrativos, no dejaran de introducir un componente lleno de disolvente capacidad crítica ante diferentes aspectos de la sociedad que nos rodea.

En ese sentido, no pocos comentaristas han señalado que el film de Lee, puede servir como una continuación del excelente 25th HOUR (La última noche, 2002), en la medida que mas allá de la charada con que se puede definir el aparente atraco a un banco orquestado por el misterioso Dalton Russell (Clive Owen), sirve como punto de partida para un nada encubierto y punzante análisis de la aún traumatizada sociedad norteamericana de nuestros días, a partir de los atentados del 11S. Es ese, sin duda alguna, el principal objetivo de la tarea de Spike Lee, aunque en esta ocasión los ropajes sobre los que viste la función, hayan permitido acercarse a la película a un numeroso público, adicto a las películas de atracos perfectos –lo confieso, soy uno de ellos-, y por otro lado estando formado su reparto por rostros suficientemente conocidos. Bienvenido sea el acierto de esta combinación, y bienvenido sea igualmente este “baño de masas” a quien considero –con todos sus aspectos discutibles-, uno de los realizadores norteamericanos más interesantes y lúcidos surgidos en las dos últimas décadas. Incluso para los detractores de su cine, parece cierto que Lee está profundizando en una depuración de sus constantes visuales, logrando amortiguar los rasgos más virulentos de su obra. Vaya por delante que, aún con la presencia de estos elementos ocasionalmente chirriantes, siempre me han interesado sus películas, pero es evidente que estamos asistiendo a un intento bastante positivo por su parte, para lograr abrir nuevos senderos expresivos en su filmografía mas reciente, en la que es indudable que sería de gran interés poder acceder a sus documentales o realizaciones televisivas, que desgraciadamente no llegan hasta nosotros.

La enigmática presencia del ya citado Dalton Russell –en una breve e impactante aparición que será de nuevo retomada en los compases finales del film-, nos introduce en materia, definiendo de modo muy sintético el entorno inquietante que rodea su personalidad segura y escurridiza. Muy pocos instantes después, se ejecuta un aparente atraco a una importante entidad bancaria newyorkina. Con el incidente pronto llegará la relativa rutina del proceso policial encaminado a controlar el hecho y reducir a los atracadores. Y con ello se introduce el personaje del detective Frazier (Denzel Washington), un hombre diestro en su oficio pero marcado por algunos hechos del pasado –que en realidad no han hecho mella en su honestidad-, pero que para algunos estratos superiores será un flanco por el que intentarán hacer influir en sus decisiones y pesquisas.

Es en la confluencia de esta circunstancia, en donde se revelarán los dos mejores aspectos de la película –en líneas generales magnífica, pese a algunos levísimos baches de ritmo o de planificación algo efectista-. Se trata por un lado del duelo psicológico a que se someten los personajes de Russell y Frezier, y de otro la enorme influencia que el suceso del atraco provoca en una serie de representantes del llamado orden establecido, dejando al descubierto una serie de falsedades, hipocresías y ruindades de un moderno mundo urbano en el que unos aparentes buenos modales e incluso una andadura caracterizada por el altruismo, encubre trayectorias siniestras, comportamientos lamentables y, fundamentalmente, una utilización torticera de la legalidad de las instituciones por parte de individuos sin escrúpulos y decididamente amorales. Un entorno realmente pesimista, que permitirá incluso un rasgo de complicidad entre el atracador y el detective –y en esa línea incidirán esos planos casi finales en que ambos se encuentran y se relacionan-, puesto que uno representa la cara defendible de la ley, y otro revela una mayor integridad tras su condición de delincuente, aunque en realidad realiza su trabajo como su fuera un juego de inteligencia y precisión, a partir del cual conformar el rasgo distintivo de su vida.

Serán ambos los elementos más apasionantes de este INSIDE MAN que se define, una vez más en su filmografía, por la espléndida compenetración que el director alcanza en la banda sonora de Terence Blanchard, con la que Lee emplea con especial brillantez toda su experta mano visual, y en la que destacan tres personajes a mi juicio magníficos, caracterizados además por su breve presencia en pantalla –lo cual permite que la fuerza de dichos personajes se extienda al conjunto de la película de forma plena-. Por supuesto, uno de ellos es el veterano Christopher Plumier que encarna al aparente benefactor gerente del banco, y que esconde un pasado siniestro –“vendí mi alma al diablo”, reconoce en un estremecedor primer plano-. De otro lado resalta la sofisticada y temible “negociadora” de asuntos turbios, que encarna Jodie Foster y que no duda en el desempeño de sus actividades, sortear cualquier tipo de obstáculos legales. Ambos realizan interpretaciones admirables, pero quien ratifica su carisma casi inagotable es un soberbio Clive Owen, quien con una labor realizada en buena parte con el rostro cubierto, compone uno de los personajes más carismáticos, originales y cautivadores que he podido contemplar en el cine policíaco de los últimos años. No puedo decir lo mismo de los rasgos que presiden el trabajo de Denzel Washington; tampoco hace falta. Con el caudal de inventiva, crítica y talento narrativo demostrado en INSIDE MAN, tenemos sin duda expresadas una de las mejores películas surgidas de Hollywood en 2006.

Calificación: 3’5

 

BAMBOOZLED (2000, Spike Lee) Bamboozled

BAMBOOZLED (2000, Spike Lee) Bamboozled

Me consta que la figura del cineasta Spike Lee no escapa a la controversia. Desde aquellos que lo entronizan por sus constantes temáticas e incluso estéticas, no faltan quienes formulan constantes reservas con respecto a sus películas, centradas fundamentalmente en su tendencia al efectismo o el recurso fácil. No voy a determinar en estas líneas la fidelidad de uno u otro argumento, máxime cuando he podido contemplar hasta ahora una porción limitada de su obra. Lo que sí puedo afirmar es que el muestro de lo que ella he visionado, me permite considerarlo uno de los realizadores más interesantes con que cuenta actualmente el cine norteamericano. Y para ello me baso en diversos elementos que lo caracterizan, entre los que podría citar su capacidad de provocación –entendida la misma como algo positivo y transgresor en su obra- y evidentemente una considerable inventiva y búsqueda de nuevos caminos, que permiten que su obra –o al menos lo que de ella he visto- huyan de discurrir por senderos ya trillados.

El caso es que una prueba de ello los constituye la sorprendente BAMBOOZLED (2000) –cuya traducción aproximada podría ser DESQUICIADO- y que podría calificarse sino como una de sus mejores obras, sí al menos como una de las más singulares. Y lo es no solo por la temática abordada –que se extiende en el desarrollo de diversas vertientes como si fueran las ondas que describe el agua cuando se lanza una pequeña piedra en ellas- sino por lo atrevido del aspecto visual elegido para plasmarlas, que inicialmente puede desconcertar al espectador, pero que muy pronto se hace familiar, puesto que se elige un formato puramente televisivo alejado de la precisión del comúnmente cinematográfico.

Y es que BAMBOOZLED se centra fundamentalmente en una gran cadena televisiva, uno de cuyos creativos es el único de color en la misma –Pierre Delacroix (Damon Wayans)-, que en un momento determinado decide crear un show provocador para captar la audiencia del público negro. Para ello recurrirá a dos músicos callejeros a los que incluso maquillará subrayando su evidente condición racial, pretendiendo con ellos formular una reedición de aquellos personajes que décadas tras formaron la imagen más común del “negro gracioso” en el “entertainment” norteamericano. Una premisa sin duda interesante que es plasmada en la película con garra y fuerza, al tiempo que con una constante variación de tono en todo el metraje de la película. Y es que si algo caracteriza esta interesante propuesta de Lee es precisamente ese aire incómodo que recoge todo su metraje, que en su carácter de sátira se permite recorrer diversos frentes y generalmente con una notable densidad. Junto a la sucesión de elementos de comedia o de pura apología al espectáculo, se agolpan elementos dramáticos e incluso trágicos, que en muchos momentos da la intención de ofrecer al mismo tiempo un recorrido sobre los vicios de la sociedad norteamericana, utilizando para ello los códigos visuales de los diferentes formatos televisivos –y para ello la nada casual elección de su modo narrativo-. Es en esa curiosa y por momentos apasionante mezcolanza, a través de la cual se traza una parábola nada complaciente de la obsesión por el éxito, los vicios televisivos, la alienación, la manipulación y la renuncia a los orígenes.

Elementos y detalles que se entrelazan formando un complejo y arriesgado tapiz –cierto es decirlo, no siempre logrado-, que incita  al debate, la provocación y la participación activa del espectador, y que por encima de todos los temas y contenidos que aborda, tiene un especial hincapié en la condición de explotación y despoje de su propia cultura por parte de la forma de realizar el espectáculo que ha caracterizado de forma paralela a ese innato racismo existente en los Estados Unidos, la evolución de los negros.

Provocadora y transgresora, más compleja de lo que pudiera parecer a primera vista, terrible en algunos momentos –como el asesinato de Manray a cargo de unos Mau Mau que lo secuestran por su traición a la raza- BAMBOOZLED culmina con una extraordinaria sucesión de momentos característicos de la visión folklórica y humillante con el que el mundo de la pantalla –grande, pequeña y el propio cartoon- consideró a la raza negra. Imágenes reveladoras y al mismo tiempo emotivas excelentemente punteadas por el impecable fondo sonoro de Terence Blanchard, a la que suceden unos magníficos títulos de crédito finales –y es este uno de los rasgos que también caracterizan a Spike Lee; el cuidado de esos elementos formales que contribuyen a apreciar en mayor medida un producto como este, si se quiere no perfecto, pero en su conjunto demostrativo de la vitalidad de uno de los realizadores más críticos e inventivos con que actualmente cuenta el cine norteamericano.

Calificación: 3

25th HOUR (2002, Spike Lee) La última noche

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No se puede decir que conozca muy de cerca la ya amplia filmografía de Spike Lee. En cualquier caso y a tenor del pequeño muestreo que hasta la fecha he podido contemplar –lo bueno del caso es que es bastante fácil ir acercándose a otras de sus obras-, me permite considerarlo como uno de los más interesantes realizadores norteamericanos de los últimos tiempos. Desde su obsesiva mirada a la ciudad de Nueva York –es junto a Woody Allen el otro gran cantor de esta ciudad, aunque Lee se centre en unos entornos menos glamourosos que Allen-, su destreza con los retratos corales, la mirada ambigua que ofrece de esas zonas de extrarradio, las problemáticas de las minorías –especialmente la afroamericana-, la latente presencia del racismo tamizada con una llamada a la tolerancia, su excelente dirección de actores o el atrevimiento de una puesta en escena que si bien en no pocas ocasiones es tachada de efectista, en la mayor parte de sus exponentes demuestra una clarividencia e intuición admirable.

Sin embargo, con ser bastantes dichos elementos y definitorios de un hombre de cine lleno de fuerza y personalidad, hay dos rasgos que hasta el momento me han permitido acercarme con interés a las pocas obras suyas que he logrado visionar hasta hoy. Una de ellas es la enorme ambivalencia que ofrece en la descripción y comportamientos de sus personajes, que en ningún modo cabe definir de una pieza y que con cuya presencia observan retratos complejos y generalmente hondos llenos de espesura dramática. Por último, el otro gran rasgo que me produce una especial debilidad por la obra de Spike Lee es sin duda su extraordinaria compenetración con las bandas sonoras y la introducción de canciones en sus films. Tal es así que en numerosos de los momentos de sus películas nos encontramos con auténticas sinfonías elegíacas, que unidas al virtuosismo de los montajes ofrecen instantes realmente admirables.

Todo ello tiene un extraordinario exponente en 25th HOUR (2002) –en España titulada LA ÚLTIMA NOCHE-, que es considerada por diversos comentaristas cinematográficos como la mejor película de su filmografía. Como quiera que es el cuarto título que veo de entre la treintena que ha realizado, que yo suscriba dicha afirmación tendrá poco peso. En cualquier caso creo que LA ÚLTIMA NOCHE es en sí misma una excelente película, al que solo unas pequeñas irregularidades de ritmo privan de la condición de obra maestra, pero que al mismo tiempo logra en diversas de sus set-piêces una temperatura emocional y una emotividad realmente insólitas en el cine de nuestros días. No tengo rubor en confesar que en algunos de estos momentos la intensidad de lo que estaba viendo me hizo aflorar lágrimas.

25th HOUR nos narra la odisea que le espera a Monty Brogan (un Edward Norton realmente fabuloso en esta ocasión), joven y atractivo traficante de drogas newyorkino en un instituto, que es condenado finalmente a siete años de cárcel por las autoridades del estado. A partir de esa inminente encarcelación, Brogan vive las últimas horas de libertad repasando –con el uso de flash-backs- diversos episodios de su vida precedente, y temiendo al mismo tiempo el siniestro panorama que se le plantea a la hora de ingresar en prisión, donde incluso su aspecto agradable juega en su contra. Monty dudará por momentos de la lealtad de su amante –Naturelle Riviera (Rosario Dawson)-, y se reunirá con sus dos mejores amigos para celebrar una triste celebración de despedida llena de amargura.

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Sus dos compañeros son Frank (Barry Pepper) y Jacob (Philip Seymour Hoffman). El primero es un acelerado agente de Wall Street mientras que el segundo se define como un adinerado y tímido profesor de instituto que se encuentra embelesado por una alumna menor de edad. A partir de la confluencia de estos personajes y la cercanía de la hora de ingresar en prisión, parece que el fondo de la ciudad de Nueva York sea el escenario para sufrir un exorcismo moral, intentando valorar la influencia del entorno de vida y, quizá, de una sociedad acelerada que permite cualquier infracción de la ley en una sociedad convulsa –y a ello la referencia al 11 de septiembre no resulta en modo alguno ociosa-.

En cualquier caso, podría calificarse LA ÚLTIMA NOCHE como un auténtico musical. Como una película que sabe profundizar hasta el límite los comportamientos de sus personajes y, finalmente, e incluso con cierto sentido del humor, albergar una capacidad para la esperanza en un ser humano encerrado en banalidades y que olvida el peso de la lealtad y la amistad. Una vez más Spike Lee juega con diversas licencias narrativas, que si bien en manos de un realizador menos capacitado hubiera condenado al film al fracaso, permite que este cobre esa extraña sensualidad, ese grito interior y sordo de rebeldía –excelente detalle de figurar en el apartamento de Monty el poster de LA LEYENDA DEL INDOMABLE (Cool Hand LukeCool Hand Lukeque añadir la hermosa prestación de Brian Cox al dar vida a James Brogan, padre de Monty-, e igualmente en una magnífica elección técnica en el operador de fotografía –obra de Rodrigo Prieto- y, fundamentalmente, una banda sonora excepcional a cargo de Terence Blanchard, con cuyas composiciones sinfónicas se logra la alta temperatura emocional requerida en los momentos más intensos del film.

Comentaba anteriormente esos ciertos baches de ritmo que en algunos momento se observan –especialmente en la larga secuencia de la fiesta en la discoteca-. Es muy poco a oponer en un film que alberga secuencias tan impactantes como la de los propios títulos de crédito mostrando los haces de luz que sustituyen las desaparecidas “torres gemelas” en Manhattan; aquella en la que tras una conversación en un bar con su padre, en el lavabo conversa consigo mismo mirándose al espejo, y deviene en una larga sarta de insultos hacia todas las minorías, religiones, elementos sucios e incluso sus seres más allegados e intentando expiar con ellos su culpa (un tour de force que se encuentra entre lo más hondo y logrado de toda la obra del realizador); finalmente no es posible olvidar esa ilusoria escapada que le brinda a Monty su padre, que en una narración en off le aconseja que rompa totalmente con su pasado y jamás regrese a Nueva York e incluso ni vuelva a buscar noticias suyas. Pese a resultar finalmente una ilusión –Monty decidirá cumplir su pena-, esos momentos adquieren una profunda emotividad y aliento de esperanza, quizá necesarios en un metraje donde lo desesperanzado está presente en todo momento, y para ello las tonalidades de sus fotografía inciden en ese nihilismo que campa por las más de dos horas de duración del film.

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Resulta reconfortante encontrarse en el cine de nuestros días con propuestas tan hondas, honestas y, sobre todo, bien desarrolladas cinematográficamente. Es por ello que no dudo en recomendar ampliamente una película como LA ÚLTIMA NOCHE, que además se extiende en sus últimos pasajes como un original y muy sentido homenaje a la diversidad cultural y étnica y la vitalidad que siempre ha caracterizado la ciudad que el 11 de septiembre de 2001 recibió el mayor atentado de su historia. Y como de la ceniza surge la nueva vida, de un acto terrorista de esta magnitud no podía surgir más que una película tan asumida, sentida y emocionada como este 25th HOUR, que al tiempo que en sus imágenes tiene presente la tragedia, en el fondo es una mirada ante el desconcierto social y una pequeña llamada a la esperanza.

Calificación: 4