MALCOLM X (1992, Spike Lee) Malcolm X
Aunque hemos de reconocer que hoy su nombre no cotice muy alto en la industria e incluso la crítica estadounidense –ni incluso la europea, pese a su reciente OLDBOY (2013)-, nunca he ocultado mi admiración por la obra del afroamericano Spike Lee. Capaz de alternar en su cine lo mejor y en ocasiones elementos visuales y narrativos quizá algo cuestionables, no por ello lo que he podido apreciar de su obra en todo momento me ha resultado carente de interés. Un interés que trasciende muy mucho el enunciado temático de la mayor parte de su obra –la reivindicación de la importancia de la raza negra en la sociedad norteamericana, y que se extiende en sus mejores momentos en la captación de la furia interna que la misma manifiesta bajo su aparente y civilizada superficie. Aspectos como este y otros, eran los que durante largo tiempo me incitaban a contemplar MALCOLM X (1992), sin duda uno de los títulos más conocidos de su filmografía, quizá su mayor esfuerzo de producción, y probablemente su producto más ambicioso –lo cual no quiere decir que ello lleve consigo aparejado una superación a nivel de cualidades-. A este respecto, hay que señalar que las ambiciones buscadas no se tradujeron a la hora de concurrir con ventaja en la carrera de los Oscars de aquel año –en la que solo obtuvo dos nominaciones, siendo la más destacable la de mejor actor para Delzel Washington-, acompañada de una considerable sucesión de premios menores que no compensaron una apuesta quizá inadecuada para un cineasta más cómodo en aquel entonces en unos formatos cinematográficos más sencillos a nivel de producción.
Es por ello que llegado el momento de enfrentarme ante este biopic de la vida del líder negro Malcolm X, uno no deja de asumir una extraña sensación ambivalente, basada en los sentimientos contrapuestos que su visionado me produce. Por un lado, no puedo ocultar que atisbo en sus imágenes una propuesta interesante, en la que durante sus mejores momentos se encuentra lo más valioso del cine de su realizador, que tiene además la virtud de alcanzar un crescendo narrativo e ir acompañado de una progresiva dramatización en los elementos que configuran su metraje. Sin embargo, no es menos cierto que MALCOLM X film se resume en un título caracterizado por una desmesura en su duración –cerca de tres horas y cuarto-, que en realidad perjudica su resultado final. Un resultado que además asume diferentes tendencias antes ya exploradas en el cine de décadas precedentes, lo cual en sí mismo no debe apuntarse como elemento negativo, más que cuando se imiten referencias quizá cuestionables ya del propio referente a imitar. Esto es lo que me sucede cuando casi la primera hora del metraje –la más prescindible del mismo-, se centra en la descripción de los años de juventud del protagonista. Será un largo fragmento que bien podría haberse resumido en pequeños apuntes, o incluso estimo que su omisión no se hubiera resentido en el resultado global, dominado por una estética cercana al “Cotton Club” de Francis Ford Coppola. La abundancia de números musicales o secuencias filmadas en locales de baile, sorprenden en el sentido de estar totalmente desgajadas del contenido central del film, aunque en última instancia sirvan para posibilitar el encuentro del joven Malcolm (un soberbio trabajo del gran Denzel Washington) con el poderoso Archie (excelente Delroy Lindo), ligado al mundo de las apuestas ilegales. Serán unos apuntes en los que el artificio y ese sentido del ritmo consustancial al cine de Lee –basado en no pocas ocasiones a través de recursos de montaje-, cerrarán un quizá excesivamente largo tercio inicial, que pesa a la hora de valorar el conjunto presentado, que por fortuna irá ganando en interés en sus dos tercios finales, hasta conformar el relato de un hombre condenado a la cárcel, y donde por medio de un preso se integrará en la religión islámica formulada por Elijah Muhammad (extraordinario Al Freeman Jr.). A partir de su salida del recinto, este se integrará de forma abierta en una religión que propugna –al contrario que las alternativas de Martin Luther King-, por una clara disociación de la raza negra de la blanca. Lo curioso –y en este caso valioso de este nuevo escenario- es comprobar como el diseño de producción aparece como si nos encontráramos en el seno de un típico melodrama de Douglas Sirk de los cincuenta. Ese acierto nos introduce de manera progresiva en el ascenso que irá adquiriendo Malcolm X en el seno de un grupo religioso y racial, que poco a poco irá comprobando con recelo como capta la atención de la comunidad negra, por más que Muhammad en todo momento haga caso omiso a los consejos de sus hombres cercanos, de cara a desacreditarlo. La historia es de sobras conocida, viviendo el protagonista un viaje hacia tierras orientales, en donde descubrirá otra concepción de la existencia, y sirviéndole ello para modificar los radicalismos que hasta entonces habían rodeado la expresión de sus ideales. La incidencia de una serie de jóvenes que denunciarán al veterano lider por presuntos abusos, serán otro detonante para abandonar la denominada Nación del Islam, instaurando un grupo liderado por él mismo. Será el inicio de su calvario personal, siendo sometido a amenazas e incluso atentados, sin que ello haga mella en sus convicciones, aunque intuyendo que su final quedará próximo… quedando en el aire si el mismo provino por sus antiguos compañeros o por agentes gubernamentales, que espiaban y controlaban sus conversaciones y movimientos. Curiosamente, estos últimos episodios, adquieren una estética cercana a la de los thrillers que proliferaron durante la primera mitad de la década de los setenta, de la mano de cineastas como Sidney Lumet o Alan J. Pakula.
De entrada, uno de los elementos más atractivos del film, reside precisamente en esa combinación de modos cinematográficos que nos evocan diversas de las estéticas que proliferaron en determinados periodos. Con ellas, el cineasta apuesta de manera clara al insertar en ellas la evolución de su personaje, aportando elementos que pueden incluso lindar con lo fantastique –el instante en que la revelación del contacto con Muhammad se producirá en plena celda carcelaria-. Aspectos como este no nos permitirán olvidar esa manera peculiar y efectiva que Spike Lee plasmará en determinados pasajes de la narración –por ejemplo, la manera con la que describe ese largo peregrinaje por países árabes-, en donde resaltará la aportación del montaje y el equilibrio mantenido con el relato del propio protagonista –que en ocasiones tendrá presencia en otros de sus pasajes- o la fuerza que imprime la banda sonora del gran Terrence Blanchard –un inquebrantable aliado de su obra-.
Lo importante, a fin de cuentas, de MALCOLM X, es la capacidad que Spike Lee encuentra a la hora de dotar de la suficiente ambivalencia al personaje central de la misma. Del mismo no se escatima en mostrar sus elementos más discutibles, pero tampoco de plasmar la evolución y el giro que en un momento dado propiciará su conversión como tal líder afroamericano, una vez abandone la denominada Nación del Islam. Un grupo del que no se dudará en mostrar su vertiente más inquietante –ese multitudinario mitin cuyo gigantesco retrato de su líder y la parafernalia demostrada, destila tintes totalitarios. Dentro de esa capacidad para describir con intimismo los detalles de la vida familiar del protagonista, sobre todo cuando esta se encuentra sumida en un peligro creciente, cierto es que en ocasiones Lee queda encosertado en su rabioso estilo cinematográfico –ese que se le suele cuestionar y que uno personalmente admira-. Sin embargo, este aparece en ocasiones, casi como rebelándose contra las convenciones que impera en una superproducción de Hollywood. Y será, una vez más, en sus minutos finales, cuando su artífice alcanza ese grado de sinceridad que encierran las mejores conclusiones de su cine. La plasmación de ese asesinato que su propia víctima casi espera como “la hora de los mártires”, le permitirá una conclusión emocionante, revestida de una enorme carga de adhesión, en la que no faltará ni el testimonio del recientemente desaparecido Nelson Mandela, ni esos títulos de créditos coronados con la bella canción, entronizando la figura de este hombre de ideas discutibles, pero indiscutible líder de los derechos civiles de una raza hasta entonces marginada en la vida norteamericana. Con sinceridad, creo que si MALCOLM X se hubiera realizado al margen de los condicionamientos de gran producción que le caracterizan, nos hubiéramos encontrado con ese título casi definitivo que su resultado solo apunta en determinados instantes. Ello no quiere decir que invalidemos, por supuesto, su conjunto, aunque sí lamentar como ciertos convencionalismos y, por supuesto, esa desmesura en su duración, dejan en interesante lo que podría haber resultado uno de los grandes títulos rodados durante la década de los noventa.
Calificación: 3