LA BOHÈME (1926, King Vidor) La bohème
Rodada tras el admirable éxito –en su momento y en la actualidad manteniendo sus excelencias- de THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925. King Vidor), podemos señalar sin temor a equivocarnos, que LA BOHÈME (1926) –titulada del mismo modo en el momento de su estreno comercial en España, aunque editada digitalmente con el título de VIDA BOHEMIA-, es una película que bebe a partes iguales de la personalidad de su realizador y la impronta de la figura que en realidad impulsó el proyecto; Lillian Gish. Convertida quizá desde sus intensos trabajos de la mano de David W. Griffith en la primera gran estrella femenina de la pantalla, la Gish supo a partir de ese momento elegir sus propios proyectos, intentando en ellos aplicar sus características como intensa y al mismo frágil intérprete, en los cuales tenía de su mano la elección de los realizadores que consideraba más adecuados para los mismos. Es por ello que al contemplar unos rollos de la citada THE BIG PARADE –que aún no se encontraba conclusa-, en un pase privado de la Metro Goldwyn Mayer, decidió que su siguiente proyecto contara con Vidor como realizador, y con John Gilbert en calidad de oponente masculino. Esta circunstancia es la que proporciona a esta película sus límites, quizá limitando un tanto el torrente que podía emanar de un director en aquellos años en estado de gracia –un par de años después filmaría su obra cumbre; THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928)-, pero del mismo modo habla de la capacidad de plasmar un título atractivo, apasionante incluso por momentos, en el que la inteligencia de una de las mejores actrices que ha proporcionado la pantalla desde que se creara el cine, habla bien a las claras de una extraña compenetración entre intérprete y director, tal y como ambos posteriormente destacaron en sus respectivas memorias.
LA BOHÈME –que con facilidad se aprecia en su división en tres actos-, se desarrolla en el Barrio Latino del Paris de 1830. Muy pronto conoceremos al grupo de artistas que se reúnen en una habitación de un vetusto edificio. Todos ellos sueñan con la fama en la práctica de sus respectivas parcelas artísticas, pero en la realidad están en la práctica miseria, casi sin poder comer, y sin dinero para pagar el alquiler correspondiente. Sin embargo, nada de ello enturbia sus sueños, viviendo esa extraña bohemia que se describe como un modo de vida en el que el apego hacia lo material se transforma en un sueño anhelado por el triunfo a través del arte, aunque este siempre se escape por completo en esas vidas pese a todo regocijantes. Vidor muy pronto nos introducirá en el ámbito de nuestros protagonistas, tras unos breves planos de la capital del Sena nevada en invierno, mostrándonos también la llegada del casero, lo que servirá como hilo conductor para acercarnos a otra inquilina de aquella indigna vivienda. Se trata de la joven y sensible Mimi (Lillian Gish), una bordadora que vive en condiciones miserables, y que se encuentra sin el suficiente crédito para pagar ese alquiler que le impida ser desahuciada. Así como esos vecinos que no conoce logran salir adelante del atolladero, ella no podrá lograr el importe ni siquiera empeñando lo que posee en la casa de Paris –en una secuencia llena de triste vitalidad, que nos describe la miseria de sus clientes-. Sin embargo, esta circunstancia permitirá el conocimiento entre la joven y Rodolphe (espléndido John Gilbert), el aspirante a escritor del grupo de vecinos amigos, pero que apenas obtiene recursos enviando indeseadas columnas en un pobre periódico que detesta. Entre ambos muy pronto se establecerá una sincera relación amorosa, que coincidirá con el encuentro entre Mimi y el poco recomendable Vizconde Paul (Roy D’Arcy), que se encontrará con la muchacha en la puerta de su miserable vivienda, haciéndole numerosos encargos que servirán para que esta subsista con una relativa estabilidad. Esos ingresos, junto a la intensidad del amor que se produce entre Mimi y Rodolphe, serán los elementos que permitirán que el segundo se dedique a la creación de su primera obra teatral, mientras que su amada pondrá en práctica una mentira piadosa, ya que las crónicas que lleva de su adorado escritor, han sido rechazadas en el periódico, cuyo irascible director ha despedido a este por su rebeldía e inconstancia. Por ello, el dinero que le entregue partirá del que reciba de los encargos de D’Arcy, quien en realidad solo pretende conseguir a la sensible bordadora.
A partir de estas coordenadas, en las que inicialmente se ofrece un matiz de comedia –aspecto este que Vidor ya expresaría en varios de los episodios iniciales de la citada de THE CROWD y la posterior SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928), nos revela su capacidad para crear una atmósfera ligera –por instantes, las actitudes de los cuatro artistas bohemios en su compartido apartamento, me aparecen como ligero adelanto de la aún lejana screewall comedy-, que de manera paulatina irá inclinándose hacia una visión sincera del hecho amoroso, especialmente centrada en la pareja protagonista, y manifestada en esa excursión campestre que realizarán junto con el resto de amigos. Entre la humilde bordadora y el aspirante a escritor se ha expresado de manera admirable esa sensación de inmediato amor, que quizá en él adquiera un ascendente especialmente posesivo, lo que le llevará a asumir unos excesivos celos al contemplar a D’Arcy desde su ventana. Será en un instante en el que una aparente seducción de este a Mimi –basada en la explicación de esta al diletante aristócrata de las cualidades de la obra de su amado-, provocarán las iras de Adolphe, aunque no conozca la intención de su amada de llevar dicha obra hasta el director de un teatro que conoce.
Todo ello llevará a la posteriormente conocida catarsis melodramática del género, que sin embargo en aquellos tiempos tan solo había sido puesta en práctica con intensidad por Griffith. Y es quizá por ello, que la impronta que la película brinda –aunado por la siempre admirable labor de la Gish-, permite emparentar esta película con ciertos momentos intensos del drama griffithtiano. Nada de malo hay en ello en un relato que adquiere una adecuada progresión desde su ligereza inicial, hasta ir profundizando mediante la presencia de un amor intenso, hasta un grado sombrío e incluso finalmente trágico. La huída de Mimi del alcance de Alphonse, trabajando en los suburbios de Paris hasta dejarse la salud, mientras que su amado logra triunfa con esa obra que ella logró sacar a la luz, será mostrada con un excelente sentido del montaje, planteándose una de esas consustanciales casualidades que desde siempre fueron norma de fábrica en el drama cinematográfico, al coincidir la última noche de la vida de Mimi –ha caído derrotada en la fábrica textil en la que trabaja en condiciones infrahumanas-, con la del triunfo de su amado, que ella desconoce. Por un lado, mientras Adolphe recibe los aplausos del aforo, insertando Vidor oportunos primeros planos de su amada, que tiene en todo momento presente en esos instantes tan emocionantes. Por su parte, Mimi escapará del camastro en el que está confinada, discurriendo casi sin fuerzas por el exterior de las murallas de Paris –en unas secuencias de concepción arquitectónica de ciertos ecos langianos-, hasta llegar incluso con la ayuda del apoyo de carruajes, hasta la que fuera su humilde vivienda, que la encargada le ha dejado tal cual la dejara.
Será el momento de esperar la llegada de su muerte, y será del mismo modo el instante del reencuentro con el hombre que ha amado –admirable la expresión de Gilbert al verla postrada-. Secuencias o episodios como este, son los que acreditaban la capacidad de Vidor para extraer la fuerza y pasión amorosa de sus personajes. No será el primer momento en que ello se produzca –contemplaremos un hermoso travelling en pleno campo donde esa sensación de amor absoluto adquiere un lirismo casi absoluto. Por otra parte, conviene incidir de nuevo en esa simbiosis que supone esta película, en la que por cierto la protagonista femenina ofrece la suficiente inteligencia como para no imponer en exceso su presencia en pantalla. Con ello logra demostrar que un personaje puede poseer más fuerza en el off narrativo, al tiempo que incidir en el dominio de los primeros planos –en especial los dedicados a ella, capaz de extraer de su rostro una extraordinaria gama de matices repletos de inocencia y candor-, aunque también ellos permitan a John Gilbert llevar a cabo uno de sus mejores trabajos para la pantalla. Esa sensación de que nos encontramos ante una extraña mixtura fílmica, en modo alguno limita el alcance de su resultado, atractivo, capaz de ofrecer una evolución dramática impecable, y al mismo tiempo siendo consciente de que no nos encontramos ante un título rodado con más ambición de la necesaria. Desde esa humildad y sencillez, es cuando mejor se aprecian sus cualidades. Destacar por último la presencia de un jovencísimo Edward Everett Horton, encarnando a uno de los bohemios personajes de esta interesante propuesta silente.
Calificación: 3
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feaito -