THE BIG PARADE (1925, King Vidor) El gran desfile
No cabría afirmar con propiedad que THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925. King Vidor), es el primer gran film bélico producido en la historia del cine. Pese a su lejanía en el tiempo, Griffith ya había ofrecido algunos años atrás HEARTS OF THE WORLD (Corazones del mundo, 1918), una película realmente magnífica que debe inscribirse con derecho propio entre los grandes exponentes de la historia del género. Sin embargo, es indudable que el título que nos ocupa debe incluirse como un referente canónico en el devenir del melodrama bélico, incluyendo entre sus propuestas –argumentales y específicamente cinematográficas-, numerosos elementos imitados a lo largo de posterior desarrollo. Títulos como ALL QUIET IN THE WESTERN FRONT (Lewis Milestone, 1930), BROKEN LULLABY (Remordimiento, 1932. Ernst Lubitsch), A FAREWELL TO ARMS (Adiós a las armas, 1932. Frank Borzage) o la muy posterior A TIME TO LOVE AND A TIME TO DIE (Tiempo de amar, tiempo de morir, 1958. Douglas Sirk), con todas sus excelencias, estoy convencido que siguen la estela del magnífico film de Vidor, sabiendo combinar la sensibilidad de una historia de amor en el contexto de un panorama de contienda totalmente desolador. Solo por eso cabría recordar la vigencia de esta superproducción de la Metro Goldwyn Mayer. Pero es que en sí mismo, este resulta un producto admirable, que en su momento supuso un auténtico hito cinematográfico –su éxito de público y crítica rompió los límites establecidos hasta la fecha-, y que en sus fotogramas iniciales ya describe esa enorme capacidad descriptiva, esa capacidad para lograr en muy pocos instantes fraguar un fresco social, que Vidor llevó a su máxima expresión en la mayestática THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928).
En esta ocasión, los planos de apertura de THE BIG PARADE nos evocan un ambiente ciudadano norteamericano de 1917. Mientras los alemanes asolan Europa en la I Guerra Mundial, contemplamos un entorno urbano caracterizado por el progreso industrial. Del mismo emergerán los tres personajes que vivirán juntos la experiencia de la guerra, y que a dos de ellos les costará la vida. Y el único que finalmente sobrevivirá a la contienda, será el que inicialmente había evidenciado una trayectoria vital basada en la indolencia y ausencia de trabajo dentro del seno de una familia acomodada. Se trata de Jim Apperson (una magnífica labor de John Gilbert, provista de una sorprendentemente modernidad), un joven ocioso que está a punto de verse expulsado de su casa por sus padres, y que de buenas a primeras –tras un casual encuentro de amigos-, se afiliará como voluntario, lo que le llevará a viajar hasta Francia, logrando con ello que sus padres feliciten su iniciativa.
Hasta entonces, las imágenes del film de Vidor oscilan entre la crónica social, integrando el individualismo de sus personajes dentro de un marco colectivo definido con precisión –es magnífica la manera con la que se describe el repentino interés del protagonista, imbuido en el falso oropel del patriotismo, por aliarse-. Unos fragmentos en los que el elemento de comedia se muestra de forma clara, incorporándose situaciones realmente divertidas –como la forma con la que Jim conoce a la joven Melisande (Renée Dorée), mirándola desde el agujero de un tonel que ha portado para que sirva de ducha a los soldados-, e iniciándose los escarceos románticos entre nuestro protagonista y Melisande, mientras el primero no deja de atormentarse. También en este fragmento, la visión del hecho bélico será mostrada con una cierta condescendencia. Tal es así que los propios soldados sienten que este largo viaje ha supuesto fundamentalmente unas extrañas vacaciones y un marco propicio para juergas, tropelías y compañerismos. Y también para el amor, representado en la pareja protagonista, que logran revertir la tensión de los preparativos de batalla, para estrechar los elementos que los unen, teniendo Jim que confesar a su amada –con gran dolor de esta y partiendo de la base del escaso conocimiento que los dos tienen de su respectivo amante-, que en su país dejó una novia.
El impacto de este anuncio quedará de alguna manera mitigado con la llegada del frente activo en la guerra. Todos los grupos, batallones y destacamentos se preparan para una ofensiva de inmediato, y ello permitirá un interludio admirable en la película con la secuencia de la partida del protagonista, combinada con el reencuentro y la despedida de los dos amantes. Tal y como está mostrado por la cámara del realizador, eliminando todo punto de encuentro entre ambos –no se muestra ninguna referencia que sitúe a los personajes-, provoca una sensación de desamparo en el espectador, que permite que el encuentro final y la esperanzadora despedida de ambos, haya que situarla entre las cumbres del cine silente. Es a partir de esa medida y al mismo tiempo intensamente romántica secuencia, cuando el crescendo de la película llega a un altísimo nivel que, por fortuna, jamás descenderá, finalizando la sucesión de sensaciones con el plano general y simétrico de la hilera de vehículos militares dirigiéndose hasta el frente –en los compases finales este plano se reiterará con un desfile de ambulancias-, y fundiendo con la imagen solitaria en el camino de Melisande hundida en el camino, pensando en la promesa de regreso de su amado. No se puede decir más y mejor con la imagen.
THE BIG PARADE se introduce a partir de ese instante en una nueva vertiente que muestra el verdadero rostro de la guerra. Lo que realmente ofrece su existencia para todo aquel que a ella se acerca; muerte y destrucción, horror sin límite. Es algo que se describe de forma admirable con el avance de las tropas americanas, en medio de un bosque tras el que se asientan escondidas las tropas alemanas. No cabe más que espanto ante lo que se expresa y admiración para la maestría cinematográfica con la que esta auténtica danza de la muerte la misma está definida. Mientras los americanos avanzan al ritmo de una mortuoria musicalidad situados dentro de un entorno arbolado que nos remite a reminiscencias arquitectónicas, van cayendo compañeros de Jim en el avance, y también soldados alemanes dispuestos en las copas de los árboles. Los cuerpos irán cayendo sin cesar, con una macabra cadencia –que es muy bien punteada por los compases musicales ofrecidos por el oportuno Carl Davis en su fondo sonoro-.
De esa atmósfera se evadirán momentáneamente los tres compañeros de escuadrón, refugiándose en una trinchera donde se guarecen del ataque alemán. Allí permanecerán hasta que uno de ellos demande el contraataque al frente germano, cayendo abatido una vez estaba a punto de cumplir su misión, y provocando el estallido de la furia contenida de Jim y su otro compañero. Ambos avanzarán de forma casi suicida al tener la certeza de la muerte del amigo de ambos, cayendo el segundo de ellos, y avanzando el protagonista hasta que resulte herido en una pierna. La escenificación de las secuencias bélicas sigue siendo uno de los aspectos más sorprendentes de THE BIG PARADE. Pese a los años transcurridos estas permanecen inalterables en su verosimilitud. Una reconstrucción impecable, la aplicación de una iluminación que subraya en su contraste el dramatismo de las escenas nocturnas –el impacto del disparo de las bengalas-, la magnífica dirección de actores, o el impecable montaje, son elementos que Vidor sabe orquestar con la sabiduría y la intuición de un artista sensible. Un hombre que muestra como en muy pocas ocasiones se había hecho hasta entonces en la pantalla, el verdadero rostro que se escondía bajo la visión que hasta entonces se había ofrecido de la guerra, envuelta en falsos mensajes de camaradería y romanticismo –tal y como refleja la primera mitad del film-. Vidor se cuestiona cualquier implicación en ese mensaje universal transmitido por cualquier contienda, que ahogan la personalidad del individuo y que, tal y como proclama Jim desesperado en la trinchera, prefieren obedecer una orden antes que salvar un amigo. Una secuencia inmediatamente posterior incidirá en esa vertiente; Jim caerá en otra trinchera en la que se resguarda aparentemente insolente –una fría sonrisa así lo parece indicar- un joven soldado alemán. Tras el aparente odio del inesperado reencuentro, se desvela la verdadera faz del mismo; el enemigo inicial se encuentra gravemente herido, es un joven en realidad desorientado y demudado por el dolor. Nuestro protagonista le brinda un cigarrillo, que este apenas podrá exhalar; en un instante conmovedor el joven alemán fallecerá ante la mirada horrorizada del americano.
Jim es ingresado en un hospital –impresionante el plano general del interior de las instalaciones-, donde comprobará el desolador panorama de enfermos desquiciados, y también podrá descubrir la actualidad mediante un joven interno que con amabilidad le informa. El americano escapa desesperado del lugar al descubrir que la localidad donde vive Melisande está siendo asediada. Acude hasta el ahora desolado entorno, donde vive en carne propia otro bombardeo. De allí es recogido nuevamente herido. Por su parte, su amada huye del lugar junto con otros habitantes; una siniestra intuición se cierne sobre ella. La acción avanza. Nuestro protagonista regresa a Estados Unidos. Lo contemplamos con el semblante serio en su rostro, mientras que su padre lo acompaña aparentemente satisfecho al comprobar la evolución de ese hijo al que tomaba como un diletante. Cuando este regresa a casa, comprobamos que ha perdido una pierna. Antes hemos contemplado como su novia americana en realidad ha perdido –como él-, el sesgo romántico que los unía, ligándose por el contrario con el urbano y apocado hermano de este. El reencuentro de Jim con su madre es desolador. Esta recuerda –las sobreimpresiones que Vidor inserta lo indican de forma conmovedora- el cariño que siempre se han profesado. En medio de un contexto de absoluta sinceridad, y tras antes haber despachado ásperamente la falsedad de la unidad familiar precisamente con su hermano, nuestro protagonista confesará a su madre la existencia de ese amor que ha dejado en Francia. Ella le animará a recuperarlo por encima de todo, y es lo que finalmente llevará a cabo Jim para recuperar su ilusión por la vida. Ni la pérdida de su pierna, ni el cambio brutal que se operará en su personalidad, podrán con la grandeza del amor encontrado, y finalmente reencontrado. El individuo logra revelarse contra la adversidad de lo establecido en la colectividad encontrando, al mismo tiempo, su lugar de relativa felicidad en el seno de esta. THE BIG PARADE es un clásico inalterable, un film modélico en su construcción, rico en matices, y desolador en sus momentos más terribles. Uno de los grandes títulos de la primera mitad de los años veinte, éxito atronador en su momento, y absolutamente vigente en nuestros días.
Calificación: 4
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santiago -