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CINEMA DE PERRA GORDA

THE FOUR HORSEMEN OF THE APOCALYPSE (1921, Rex Ingram) Los cuatro jinetes del Apocalípsis

THE FOUR HORSEMEN OF THE APOCALYPSE (1921, Rex Ingram) Los cuatro jinetes del Apocalípsis

Aunque el paso de los años nos ha permitido ir penetrando en la ingente producción del periodo silente –perjudicada además por la pérdida irreparable de una parte nada menor de la misma-, cierto es que restan años y años de conocimiento de títulos y obras de cineastas que en su momento gozaron de fama, y con el paso de los años cayeron en el olvido. Uno de tantos ejemplos, más o men s aventados ligeramente en la últimas décadas es el del irlandés Rex Ingram (1892 – 1950), una de las figuras más insólitas generadas en el cine USA de la década de los años veinte, y a quien Erich von Stroheim no dudó en calificar como el mejor director de cine de su tiempo. Sinceramente, quizá Stroheim exagerara un poco a la hora de calificar la obra de este cineasta, que finalizó su vida abrazando la religión musulmana, abandonando Hollywood y dejando atrás una filmografía cercana a la treintena de largometrajes. Hasta la fecha, tan solo he tenido la oportunidad de contemplar uno de sus títulos –THE MAGICIAN (Mágico dominio, 1926)-, que pese a su relativo prestigio y ciertos valores no suscitó en mí un especial entusiasmo. Por ello, el impacto que me ha provocado THE FOUR HOURSEMEN OF THE APOCALYPSE (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1921), ha sido sin duda aún mayor, ya que nos encontramos a mi modo de ver en uno de los grandes títulos de su tiempo. Una auténtica epopeya –basada en la obra homónima del valenciano Vicente Blasco Ibáñez; en aquellos años tan en boga en Hollywood- que, partiendo de ecos del cine de Griffith, adelanta en algunas de sus más terribles imágenes la obra posterior del ya citado von Stroheim –de ahí quizá esa nada velada admiración-, e incluso la puesta en marcha de títulos de clara adscripción antibélica, como el que tres años después dirigiría admirablemente King Vidor con THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925). Es curioso señalar ese cúmulo de circunstancias, destacando asimismo que pese a ello, la película nunca se debilita en su personalidad propia, ni el dilatado metraje de casi dos horas y cuarto deja de resultar apasionante. Por el contrario, existe una cohesión interna en su conjunto, estructurado en base a bloques narrativos perfectamente ensamblados, que permite dotarla de una admirable progresión interna, logrando incorporar un crescendo narrativo como pocos títulos del cine de su tiempo.

Cierto es que la película solo se ha tenido en cuenta, a la hora de evaluarla como punto de referencia generadora de la figura de Rudolph Valentino. Es conocida y mencionada hasta la saciedad la secuencia del célebre tango –inserta en los primeros minutos del film-. Ello en realidad no denota más que un desconocimiento de una película excelente, que he de reconocer me ha sorprendido en mucha mayor medida de lo que pudiera parecer, y que incluso referida en el terreno de la mitología de Valentino, deviene totalmente confusa. Y lo es, dado que esa apariencia de gaucho devorador de mujeres que esgrime dicho breve pero conocido episodio, en realidad no tiene su correspondencia en el resto del film, donde él es uno de los personajes de un film coral –Julio Desnoyers-, descrito ante todo por una considerable sensibilidad. Sinceramente, cada día hay que despojar lo que de superficial pudiera emanar de un supuesto mito caduco como fue Valentino, y reconocer en él a un intérprete capaz de aportar no solo ese magnetismo que le caracterizado en su recuerdo, sino la de un actor sensible, que en esta película, y ayudado por las capacidades de Ingram como director de actores, adquiere no solo una enorme credibilidad, sino incluso estaría definido en una modernidad interpretativa.

Dejando al margen la figura de Valentino, THE FOUR HORSEMEN… nos narra la historia de la familia Madariaga, cuyo patriarca es el argentino del mismo nombre (Pomeroy Cannon), cuyas dos hijas se casaron con sendos maridos. Uno de ellos francés, y otro de ellos alemán. Madariaga fue un hombre que dedicó su vida al cultivo de grandes superficies de tierra, enriqueciéndose con el ganado, y explotando sus tierras con una mezcla de dureza y paternalismo. Entre las dos ramas de la familia, la primacía a la hora de tener un primogénito hombre por parte de la rama alemana –la que encabeza Karl Von Hartrott (un joven Alan Hale)-, les permitirá alcanzar la herencia a la muerte del patriarca. Pasarán los años, y la rama francesa, encabezada por Marcelo Desnoyers (Josef Swickard), se trasladará hasta Paris, al igual que la parte de la familia opuesta lo hará a Alemania, separando la falsa unidad que hasta el momento habían escenificado hasta la muerte de Madariaga. Pasarán los años y los Desnoyers acumularán una considerable riqueza, mientras su hijo Julio dedicará su tiempo como diletante amante de mujeres, en un estudio dedicado a pintar composiciones femeninas, o bailando el tango en un local en donde es bien conocido y deseado por las féminas. Sin embargo, nunca dejará de estar presente en su figura un ser dotado de nobles sentimientos, que no ha terminado de encontrar su lugar en la vida –es ese, uno de los grandes aciertos del film-. Por su parte, los hijos de Hartrott se dedicarán a la vida militar, haciendo patente un peligroso sentido del patriotismo, que no supondrá más que la piedra de toque de la sucesión de desgracias que se producirán a partir del asesinato del Emperador de Austria, dando como fruto la enorme tragedia de la I Guerra Mundial, que en la película supondrá la lucha entre las dos ramas de la misma familia.

Siguiendo el argumento de la obra de Blasco Ibáñez, aunque tamizado y simplificado por el guión de June Mathis, el film de Ingram resalta en primer lugar por su magnífica descripción de los diferentes ambientes en que se desarrolla su acción. Lo plasma igualmente en la definición de sus personajes, en donde se acentúan por lo general los rasgos inherentes a la codicia –Desnoyer padre, empeñado en acumular tesoros y objetos definitorios de la riqueza, en vez de desarrollar una sincera estabilidad familiar; el ultranacionalismo germano que ponen en practica Von Hartrott y sus hijos-. Por el contrario, Ingram sabe desarrollar esa sensibilidad sin definir de Julio, pese a su vida diletante y a sus constantes conquistas amorosas, que exteriorizará en el destartalado estudio que posee, encima del cual reside un extraño y mesiánico personaje. Lo que no podrá evitar el joven muchacho, es que inesperadamente el amor verdadero se introduzca en su vida en la persona de la joven Margueritte Laurier (Alice Terry). Con ella parece que otro mundo se abre en él, siendo correspondido por la recién conocida, que encuentra en Julio aquello que siempre ha anhelado. Lamentablemente, Margueritte se encuentra casada –en una boda orquestada por su padres- con Etienne Laurier (John St. Polis), un hombre que retará a duelo a Julio, pero que finalmente se rendirá a la evidencia y aceptará el divorcio de una esposa que nunca lo ha podido amar. Es en esos instantes, cuando la cadencia de Ingram sabe modular esos cambios en los pensamientos de sus personajes y hacerlos verosímiles y creíbles.

Sin embargo, lo que parecía un terreno despejado para los dos amantes, pronto se nublará con la llegada de la guerra a partir del asesinato del emperador austriaco. El extraño ser que habita en el piso superior anunciará a Julio y a su fiel ayudante, la hecatombe que se avecina, en un fragmento dominado por un aura fantastique, que podría preludiar el Benjamín Christensen de HÄXAN (La brujería a través de los tiempos, 1922), de la que no dudo Christensen tomó no pocas referencias, tanto en la recreación de esos jinetes de ascendencia simbólica sobrenatural que auguran la destrucción y la muerte. Del mismo modo, la recreación de la bestia, aparece como una nada velada inspiración para la figura demoníaca incorporada por Hal C. Chester en la admirable NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur).

Toda esa eclosión de destrucción irá adquiriendo una catarsis, en un film caracterizado en todo momento por su ascendencia pictórica, donde la presencia episódica de animales aparece como sutil metáfora del comportamiento de sus personajes, en la que podremos contemplar incluso un plano en color –inserto dentro de la parte final, dominada por la eclosión bélica-, y en la que su última media hora puede considerarse por completo admirable, cuando Julio finalmente decide incorporarse a una guerra que se extiende en cuatro años. Será un paso adelante que le convertirá de manera definitiva en un ser bondadoso, respetado y querido por todos. Por su parte, Margueritte se ha convertido en enfermera, decidiendo cuidar a su antiguo esposo, que se ha quedado ciego, sin que su amor por Julio pueda ser olvidado. Pero será en los últimos minutos de THE FOUR HORSEMEN OF THE APOCALYPSE, donde la película adquirirá un rasgo supremo. Las orgías de los alemanes en el castillo de Desnoyer –que preludian el cine de Strohëim- o, de manera muy especial, el estremecedor encuentro de Julio en pleno combate con su primo, en un instante que iluminará una bomba antes de la inmediata muerte de ambos, que advertirá de manera sobrenatural Margueritte con la inesperada aparición del espectro de su amado, en una secuencia que adelanta títulos como PETER IBBETSON (Sueño de amor eterno, 1935. Henry Hathaway) o la previa DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leisen). La guerra pasará con todo su inmenso caudal de destrucción. La cámara nos acercará a un inmenso valle atestado de cruces con las víctimas de los franceses, entre las cuales se encuentra la de Julio. Su padre, un hombre hasta entonces dominado por su materialismo, besará amorosamente la misma en una secuencia conmovedora. Nada podrá con ello para remediar las atrocidades vividas y una personalidad dominada por la codicia, pero si al menos el recuerdo de su hijo le permitirá vivir el resto de su vida desde un nuevo prisma presidido quizá por vez primera en su vida por auténticos sentimientos humanos. El film de Ingram, verdadero desconocido en sus excelencias, vivió un magnífico remake en 1962, de la mano de Vincente Minnelli, aunque trasladando su marco argumental de la I a la II Guerra Mundial.

Calificación: 4

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