TRASH (1970, Paul Morrissey) Basura
Apenas dos años después del inesperado impacto logrado con FLESH (Carne, 1968) –y estando por en medio la insólita experiencia de LONESOME COWBOYS (1968, Andy Warhol), en la que Morrissey colaboró activamente, el cineasta decidió retomar buena parte del universo casposo, decadente y al mismo tiempo veraz de los bajos fondos newyorkinos, en TRASH (Basura, 1970), para lo cual decidió contar de nuevo con el protagonismo del joven Joe Dallesandro, a partir de cuyo indolente personaje se estructuraría una visión disolvente sobre una sociedad como la norteamericana, que es mostrada con tanta agudeza como desprejuiciada actitud. Y lo hará, de nuevo, aplicando unos modos visuales que de manera abierta al mismo tiempo que desprecian por completo las más elementales normas narrativas, hasta el punto de que en algunos momentos dichas elecciones formales hagan pensar al espectador en el hecho de encontrar en la figura de Morrissey a un auténtico incompetente de arte fílmico. Evidentemente, si por ello nos atenemos al respeto de una ortodoxia narrativa, cierto es que sería muy fácil descalificar tanto el título que comentamos, como el previo F LESH. Sin embargo, no seré yo quien lo haga, apelando a dos cuestiones esenciales. La primera de ellas, señalar la posibilidad de entender el hecho cinematográfico de maneras contrapuestas y variadas. La segunda, se basa en el propio gusto personal, que en ocasiones traiciona cualquier premisa previa que se pudiera tener al respecto. Este es para mi uno de dichos ejemplos, ya que se parte de un título en donde el pretendido rigor que siempre he tomado como premisa, se encuentra ausente por completo, pero que sin embargo desprende del conjunto de sus imágenes una extraña fascinación.
Descrita visualmente dentro del ámbito del cine underground, TRASH se centra en la figura del joven Joe (Dallesandro), un muchacho dotado de una gran belleza física –en la que no falta una visión de la misma revestida de imperfecciones, en ningún momento la exhibición del muchacho está revestida de glamour-, enganchado en el consumo de la heroína, lo que le ha convertido en un ser impotente. Así se iniciará la película, describiendo la imposibilidad de erección de Joe al ser incitado por su protectora Holly (Hoolly Woodlawn). En apenas unas pinceladas, el espectador advierte el desolador panorama existencial que se cierne sobre esta extraña e improbable pareja, en la que su componente masculino reside en la mugrienta vivienda de Holly, siempre encargada de recuperar muebles y objetos de la basura, al tiempo que atraer a jóvenes muchachos para poder desahogar con ellos sus instintos sexuales, y poder sacarles los dólares que llevan encima.
A partir de dicha premisa, el film de Morrissey se estructura en una serie de episodios, buena parte de ellos insertos a partir del corte abrupto con el que le precedía, mostrando una serie de “aventuras” que tendrán siempre como protagonista a Joe, aunque su personaje se erija como detonante pasivo de todo aquello que vaya aconteciendo a su alrededor. Así pues, a partir de unos modos visuales que no respetan ni el raccord y, ni siquiera en ocasiones el más mínimo cuidado en el enfoque adecuado, lo cierto es que TRASH se erige, a través de esas diversas andanzas, en una mirada en ocasiones demoledora de la sociedad norteamericana, precisamente plasmada a partir de esa “otra” sociedad que discurre de forma paralela dentro del denominado “gran sueño norteamericano”, que en aquellos años conocía en su seno el trauma de la guerra del Vietnam, o la aparición de los movimientos pacifistas. Y es que sin estar presentes ambos términos en el film –más allá de algún diálogo comentado por el desprejuiciado joven-, lo cierto es que en el metraje de la película hay motivos suficientes para percibir ese contraste de mundos, aunque la misma solo se centre en el ambiente sórdido, decadente que preside la relación entre los dos protagonistas, la decrepitud que emana de la mugrienta y chirriante Holly, o la desaprovechada belleza de un Joe que no tiene el menor inconveniente en seguir viviendo una existencia miserable, cuando su aspecto le permitiría salir de ese submundo con la mayor de las facilidades.
Varios son los elementos que proporcionan finalmente a TRASH su definitiva personalidad y el nada desdeñable bagaje de cualidades, que sobresalen por encima de su desprecio a la narrativa convencional. Será algo que en última instancia se erigirá como una de sus mayores singularidades, proporcionando al conjunto una extraña sensación de verdad ante lo que es filmado –elementos como la delectación y al mismo tiempo la naturalidad a la hora de mostrar como Joe se pincha la heroína es una buena muestra de ello-. Junto a ello, no se puede ocultar la evidente carga misógina del relato –la galería de mujeres que pueblan la película pueden competir entre sí mismas en el rechazo que provocan-, quizá queriendo justificar con ello la impotencia que en todo momento asume con sana resignación su protagonista. Pero por encima de todo ello, bajo mi punto de vista la mayor virtud de la película reside en el soterrado sentido del humor que se introduce en cada uno de los episodios de que consta, proporcionando un contrapunto siempre divertido a situaciones que a primera instancia podrían aparecer como desagradables o reprobables. Desde el hecho de que Holly tenga que masturbarse utilizando una botella ante la impotencia de Joe, la seducción de esta a un joven de buena familia al que drogará para seducirlo, el episodio vivido por Joe cuando va a robar en una vivienda en la que reside un matrimonio formado por una pareja de bisexuales –en donde este se erigirá como un auténtico pelele al contemplar la discusión de dicho matrimonio, siendo tirado literalmente de la misma desnudo después de drogarse-, la situación que se produce cuando Holly pilla in fraganti a Joe y su hermana embarazada a punto de iniciar una acción sexual, o el hilarante encuentro de los dos protagonistas con un inspector gubernamental bajo cuyo veredicto podrían darles un subsidio al quedarse Holly embarazada –un estado este que es mostrado sin sentido de la progresión dramática-, en el que este mostrará su fijación fetichista por los horteras zapatos plateados que ella luce y que ha pillado de la basura, pero que el inspector desea comprarle, ya que le recuerdan “los que utilizaba Joan Crawford”. La negativa de Holly a desprenderse de estos y su progresiva iracundia, dará pie a una situación kafkiana, propia de cualquier screewall comedy, aunque revestida de esa cutrez característica del conjunto de TRASH En definitiva, hablamos de una película que, de forma sorprendente, sigue manteniendo el extraño vigor de mostrar con sinceridad una serie de aspectos de la sociedad de su tiempo, sin prejuicios, tapujos, y al mismo tiempo utilizando un lenguaje que, probablemente, en otro ámbito, ofrecería un resultado rechazable. No es el caso.
Calificación: 2’5
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