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CINEMA DE PERRA GORDA

HELL IS A CITY (1960, Val Guest)

HELL IS A CITY (1960, Val Guest)

1960 fue el año que permitió al actor Stanley Baker protagonizar el emblemático policíaco de Joseph Losey THE CRIMINAL (El criminal). Sin embargo, cuando accedió a este título, Baker ya se encontraba especialmente fogueado y consolidado como especialista en títulos de acción –policíacos, bélicos, aventuras…-, llegando incluso a establecerse como productor, faceta esta en la que destacó por su olfato para consolidar casi un subgénero de títulos caracterizados por su dureza, al tiempo que merced a su mecenazgo, pudieron tener acomodo profesional profesionales represaliados de la “Caza de Brujas” norteamericana, como el ya citado Joseph Losey –con quien previamente protagonizó BLIND DATE (La clave del enigma, 1959), y posteriormente frecuentaría en su filmografía posterior- o Cyril Endfield. Dentro de ese sello propio que manifestó el cine que interpretó este magnífico actor, se encontraba por cierto YESTERDAY’S ENEMY (Ayer enemigos, 1959), que supuso el inicio en la colaboración de Baker con el director Val Guest, también bajo el amparo de una Hammer Films, que en aquellos primeros años de su boom cinematográfico, extendía su producción a propuestas de diferentes y variados géneros. Un conjunto de títulos que en su momento quedaron totalmente –e injustamente- oscurecidos, tras los logros dentro del cine fantástico y de terror que, sobre todo, encabezaba Terence Fisher. Por fortuna, el paso del tiempo nos está permitiendo desempolvarlos, y comprobar que se mantenía en la penumbra un magnífico conjunto de producción, muy integrado además con las corrientes renovadoras que el cine británico venía asumiendo en su seno.

Dentro de dicho contexto, HELL IS A CITY (1960) supone una nueva muestra de la solidez e incluso la inspiración que el thriller y el cine policíaco poseía en aquellos años, hasta el punto de erigirse como un auténtico bloque compacto dentro de las diversas corrientes que el género popularizó en Europa. En las islas, estas manifestaciones destacaban por su fisicidad, la integración dentro de un contexto de lucha de clases, el aura húmeda de unas películas que por lo general se rodaban en blanco y negro, el tono urbano de sus propuestas, la dimensión psicológica de sus personajes y, en contraposición a sus equivalentes estadounidenses, la ausencia de toda impronta mítica en sus argumentos. Todo ello se manifiesta, punto por punto, en esta atractiva producción, que se centra ante todo en la repercusión que albergará entre determinados seres que se encuentran ubicados en la industriosa Manchester, por la fuga de la cárcel de Don Starling (John Crawford), un delincuente que ha herido a un policía en su fuga –más adelante este fallecerá, acrecentando el alcance delictivo de este a la categoría de homicida-, tras cumplir cinco de los catorce años de prisión a los que fue condenado por el asalto a una joyería, cuyo botín mantiene escondido. Dicha fuga,supondrá el eje de una serie de situaciones de tensión, que en definitiva permitirán que afloren una serie de conflictos en la galería humana que poblará su metraje.

Iniciado y concluido de la misma manera –la visión del coche de policía discurriendo por la noche en las calles de Manchester-, con el acompañamiento de una música en ocasiones oportuna, en otras algo chirriante, de Stanley Black, desde sus primeros compases el epicentro del film quedará focalizado en la figura del inspector Harry Martineau (Baker), un hombre centrado en su profesión, amigo en el pasado de Starling, y que cinco años atrás fue quien lo capturó y llevó a la cárcel. Al mismo tiempo, se encuentra viviendo una profunda crisis matrimonial con una esposa, a la que no atiende como debiera, y de la que al mismo tiempo recibe una serie de perjuicios de clase. Martineau quiere que su mujer tenga hijos, llegando a decir que es su papel en la vida, mientras que ella se queja de la nula atención que él le brinda, que incluso se traduce en una nula actividad sexual entre ambos. Sorprende gratamente encontrarse con planteamientos tan sinceros dentro de una producción como la que comentamos. Es indudable que la consolidación del Free Cinema y la apuesta de cineastas como el ya citado Losey, fueron los que abrieron la espita a la hora de mostrar dentro de la vertiente psicológica del tratamiento de personajes, una serie de temáticas hasta entonces vedadas en la cinematografía british. Es por ello que el diálogo que mantiene el inspector y su mujer –convenientemente planificado a través de encuadres cerrados que acentúan ese conflicto que sobrelleva el matrimonio destaca por su dureza, inserto además cuando la película apenas mantiene unos diez minutos de duración. Esta circunstancia es la que proporciona al film la singularidad, que de forma paulatina iremos comprobando, ligando el hurto de unas libras de forma fraudulenta, el atraco organizado por el huido y retornado Starling de cuatro mil libras que pertenecen al corredor de apuestas Gus Hawkins (Donald Pleasance). Este asalto, en el que el huido presidiarios esperaba encontrar apenas unos cientos de libras, se realizará con la ayuda de los que cinco años atrás le ayudaron en el atraco, y a los que tras la detención en ningún momento delató. Sin embargo, el inicialmente sencillo asalto se saldará con la muerte por un golpe a la joven que portaba la cartera con una cadena en la mano, tras introducirla en un vehículo para recoger el dinero. Ante las resistencias de esta, Don le proporcionará ese golpe indeseadamente mortal a la muchacha, causándole la muerte, e introduciendo en la ficción un elemento trágico de especial importancia.

Pero con ser atractivo el seguimiento de la investigación planteado, sin duda dos son los elementos que ofrecen inusual significación a esta notable película. Por un lado la importancia y acierto que describe la galería de pequeños personajes que irán complementando su conjunto, todos ellos violentados en su cotidianeidad, en sus miserias y –en escasas ocasiones- en sus grandezas, a partir de la presencia de ese fugado que ejercerá como catarsis de todos ellos. Así pues, podremos conocer desde una mujer de mundo que nunca ocultará la atracción que siente por Martineau, hasta la mezquindad del matrimonio que mantienen el acomodado Hawkins con la poco recomendable Chloe (Bilie Whitelaw), habiéndose casado esta última con este solo por interés. Seres como el inquebrantable dueño de una modesta tienda de muebles, que en su momento fue el artífice de la detención de Don, que vive dignamente con su joven y hermosa nieta sordomuda –Silver-, en el fondo aislada y feliz de la mediocridad existencial que le rodea, y de la cual se sentirá atraído desde el primer momento Devery (Geoffrey Frederick), el fiel ayudante del inspector.

El otro aliciente reside en la capacidad de Guest a la hora de transmitir al espectador una especial sensación de veracidad en su conjunto. Secuencias como las que se desarrollan en pleno campo, cuando se abandona el cadáver de la asesinada, la descripción que se ofrece de los exteriores industriales de Manchester, especialmente en el fragmento que describe el ritual de apuestas a “doble o nada” ejecutadas por decenas de habitantes de la zona, el conjunto del episodio en el que Starling busca el botín del asalto realizado cinco años antes, que tiene escondido en un rincón de la vieja tienda de muebles, o la persecución que mantendrá con la joven sordomuda en el interior de la misma –es impactante el instante en el que ella se encuentra cara a cara con él, adquiriendo la película el punto de vista de la muchacha-, o la persecución que protagonizarán Martineau tras un cada vez más acorralado Don, son algunos de los fragmentos más apasionantes, de un conjunto que culmina con cierta aura existencial. Lo brindará con un epílogo en el que el oficial protagonista –del que percibiremos la extraña sensación que le manifiesta haber llevado a la horca al delincuente- ha ascendido de puesto, pero en el fondo sigue albergando esa insatisfacción personal con su esposa.

Magníficamente interpretada, describiendo una galería humana con especial precisión, provisto de un guión pródigo en matices y sugerencias, dotada de un especial gusto por el detalle servido por una atinada planificación en Hammerscope, HELL IS A CITY es una estupenda muestra de la vitalidad que el thriller manifestaba en el cine británico, en un periodo de especial fertilidad e inspiración creativa en dicho país.

Calificación: 3

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