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CINEMA DE PERRA GORDA

BLACK BART (1948, George Sherman) El enmascarado

BLACK BART (1948, George Sherman) El enmascarado

Dentro de la prolífica filmografía de ese apreciable artesano estadounidense que fue George Sherman, lo cierto es que no cabe situar BLACK BART (El enmascarado, 1948) entre lo más valioso de la misma. Tampoco, por supuesto, entre lo más olvidable de la misma, que probablemente se diera cita una vez entramos en la década de los sesenta. En aquellos últimos pasos, su función –y con ella, la de tantos otros profesionales que en las décadas de los cuarenta y cincuenta ofrecieron ese corpus del cine de géneros-, había quedado casi periclitada, y ni siquiera atender a la llamada de veteranas estrellas como John Wayne logró que alcanzaran un efímero y último fulgor. En esta ocasión, en esencia, nos encontramos ante una producción de la Universal, destinada al afianzamiento del Technicolor. Todo ello, dentro de una producción destinada a servir como complemento de programa doble, asumiendo en buena parte de su discurrir un tono festivo y vitalista. Una referencia bastante similar por otra parte, a buena parte de las fantasías orientales protagonizadas en aquellos años por nombres como Rock Hudson, Tony Curtis o Piper Laurie.

BLACK BART se inicia con la pregunta formulada al veterano cowboy Jersey Brade (Percy Kilbride), por el que parece ser un periodista. Interceptado por recuerdos en torno a la figura de Charles Boles (un Dan Dureya dominado por su carisma y arrogancia). La acción se trasladará en un flashback, que nos retrotraerá a un pasado en el que Boles era un forajido junto a Lance Hardeen (Jeffrey Lynn) y el mencionado Jersey. La acción nos describe una situación en la que Boles y Hardeen se encuentran retenidos por un sheriff y sus ayudantes, y a punto de ser ajusticiados en una inesperada horca. Brade logrará revertir esta situación con la insólita voladura del árbol en donde se iba a realizar el doble ajusticiamiento –“Sin árbol, no hay horca” afirmará-. La película nos describirá con presteza el entorno de amable pillería vivido por el trío de compañeros, entre los cuales se instalará una compartida desconfianza mutua que hará romper sus vínculos, demostrándose en ese momento la superior astucia por parte de Boles. Este, poco después se convertirá en un bandolero destinado a asaltar las diligencias de la Wells Fargo, vistiendo un completo traje negro caracterizado por estar encapuchado. La acción pronto mostrará esa ligereza de tono, teniendo su punto de inflexión la llegada de una famosa figura de la canción –Lola Montez (Yvonne de Carlo)-, con la que Boles iniciará una extraña atracción, establecida en el primer abrazo que ambos se otorgarán –en uno de los instantes más atractivos del film- estando Boles  ataviado con el traje definido en su eterna capucha. Ese momento devendrá revelador para que más adelante este –que en su apariencia habitual es considerado un respetable y acaudalado individuo de la colectividad- reitere la secuencia ya con su aspecto exterior, siendo un punto de inflexión que es mostrado por Sherman con esa capacidad para la desdramatización de la que hizo gala en los mejores momentos de su cine. Aquí se pondrá también de manifiesto, como el aprovechamiento de las secuencias de exteriores, en las que el protagonismo de los paisajes será perceptible. Sin embargo, el conjunto de BLACK BART adolece de esa ausencia de enjundia que en última instancia les proporciona una cierta aura de insustancialidad. No vale comprobar el juego que desarrolla Boles al tener como aliado a Clark (John McIntyre), perteneciente al círculo de la empresa que representa Mark Lorimer (Frank Lovejoy), que traslada al enmascarado todos los pasos seguidos por la firma para realizar sus transportes de capital y también las acciones planificadas encaminadas a capturarlo.

Será ese el punto de inflexión que levantará el interés del relato, localizándose todo ello en su último tramo, caracterizado por un mayor dinamismo a partir de la ofensiva desarrollada por la compañía de transportes –que se encuentra ya en una situación desesperada a la hora de ver peligrar su futuro-, al tiempo que con el deseo del hasta entonces enmascarado de abandonar su condición como tal asaltante para desarrollar su futuro junto a Lola. La situación se complicará en torno a ese último y frustrado asalto, en donde su unirá Lance –que junto a Brade se ha sumado a la empresa como conductores de la diligencia-, intentando saber donde se encuentra el botín del supuesto asalto –en realidad la empresa ha evitado ubicarlo en el arcón, que se encontrará vacío-. Los antiguos compañeros de correrías se verán en la tesitura de huir juntos, renaciendo en ellos esa antigua amistad, que permitirá contemplar en este fragmento un insospechado giro dramático, hasta el punto de erigirse como un extraño preludio de la muy posterior BUTCH CASSIDY AND THE SUNDANCE KID (Dos hombres y un destino, 1969. George Roy Hill). Ello dará pie a la trágica inmolación de los dos delincuentes, en una extraña conclusión de la película, que sin duda pillará a contrapelo a un espectador que espera concluya con el mismo vitalismo con el que ha discurrido el resto del metraje. Este retornado la acción hasta los admirativos comentarios iniciales de Brade, quien señalará que a partir de aquel momento deseó hacerse respetable, describiendo la cámara un inesperado travelling de retroceso, descubriendo la vivencia de este en la prisión, donde en teoría se ha regenerado como ciudadano. Sorprendente final para una película discreta y apacible a partes iguales, en la que esa propia insustancialidad de relato de programa doble, es la que ofrece los límites a una historia que, en su tramo final, adquiere esa personalidad de la que hasta el momento carecía.

Calificación: 2

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