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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WHITE TRAP (1959, Sidney Hayers)

THE WHITE TRAP (1959, Sidney Hayers)

Cada día tengo más claro que el grueso del cine británico –en especial el enmarcado entre las décadas de los cuarenta y sesenta-, supone la posibilidad de adentrarse en una monumental y supuesta videoteca. En ella podemos encontrarnos con decenas y decenas de notables e incluso admirables exponentes, buena parte de los cuales se encuentran carentes del menos conocimiento del espectador e incluso el comentarista, sepultados en muchas ocasiones por los convencionalismos heredados en su repercusión en el momento de su estreno, y la imposibilidad de ser visionados durante décadas. Es por ello que los últimos años están permitiendo la revalorización de numerosos títulos que en su momento pasaron desapercibidos, prolongando con ello un proceso iniciado con el cine USA de género décadas atrás. Así pues, esta es la ocasión que nos permite acceder a THE WHITE TRAP (1959), una producción de bajo presupuesto, de menos de una hora de duración, segundo título dirigido por Sidney Hayers, que de buenas a primeras me parece una de las cimas del cine policíaco británico. No olvido las aportaciones en aquellos años de un creciente Joseph Losey y tantas otras muestras de una vertiente genérica que alcanzó un especial predicamento en el cine inglés desde entrada la década de los cincuenta. Sin embargo, en pocas ocasiones como en la presente, se ha tenido ocasión de contemplar un relato tan desnudo, tan denso en la austeridad de su trazado. Tan lacónico y al mismo tiempo carente de intención alguna de incardinarse en esa vertiente discursiva que sí pondría en práctica el mencionado Losey, en títulos por otra parte tan brillantes como BLIND DATE (La clave del enigma, 1959) o THE CRIMINAL (El criminal, 1960).

Para todos aquellos que hace algunos años tuvimos oportunidad de admirar la hasta entonces muy poco comentada THE NIGHT AND THE EAGLE (1962), podríamos señalar que fue quizá un logro de Sidney Hayers, que pilló a este posteriormente realizador televisivo en un insólito momento de especial inspiración. Sin embargo, contemplar el que sería su segundo film -que sería exhibido en USA en la pequeña pantalla-, viene a ratificar el buen momento de un cineasta que inició su carrera con unas capacidades fílmicas que solo me aparecen frustradas en CIRCUS OF HORRORS (1960), que por otra parte no carece de fervorosos. THE WHITE TRAP se inicia de manera física, mostrando la huida del joven Peter Langley (un poderoso Lee Paterson), quien emerge en la campiña inglesa de una laguna, siendo perseguido por gran cantidad de agentes británicos. Muy pronto descubriremos que Langley ha protagonizado otra de sus numerosas fugas, ya que se encuentra encarcelado por una condena por contrabando. Algo que asegura no haber cometido, y el espectador comparte en sus enunciados, ya que si algo queda claro desde el primer momento, es la seguridad que transmite el personaje, erigiéndose por encima de todos aquellos que le rodean en uno u otro momento.

Y es que, conviene señalarlo ya, el film de Hayers aparece como una extraña mixtura, que por momentos nos remite el Robert Bresson de UN CONDAMNÉ À MORT S’EST ÉCHAPPÉ OU LE VENT SOUFFLE OÛL IL VEUT (Un condenado a muerte se ha escapado, 1956), pasando por los ecos que nos podría trasladar de extrañas muestras que en aquellos años se estaban rodando en el “cinema bis” norteamericano, en especial las dirigidas por Irving Lerner -MURDER BY CONTRACT (1958) y CITY OF FEAR (1959). Unamos a ello que las propias imágenes e incluso la configuración de su protagonista -esa aparente altanería que en el fondo es una demostración de la autoafirmación de su personalidad-, lo podría emparentar sin dificultades con los Angry Young Men que estaban protagonizando los principales exponentes fílmicos del Free Cinema. En la conjunción de dichas características, THE WHITE TRAP deviene una fascinante propuesta en el cine policíaco, que destaca por la hondura de sus perfiles, introducidos paradójicamente con un casi escalofriante sentido de lo inmediato, y haciendo que por comparación, la apuesta ideológica propuesta por Losey en los títulos antes citados, aparezca casi discursiva. Es sin duda una de las grandes virtudes de este admirable relato que pese a no alcanzar la hora de duración, y a poseer un asombroso sentido interno del ritmo, esgrime tal densidad en su desarrollo, que a su conclusión ofrece la sensación de asistir a un largometraje provisto de extraordinaria complejidad. Y todo obedece a la asombrosa inspiración desplegada por su director, quien supo al mismo tiempo extraer lo mejor de sí mismo, de un conjunto en líneas generales poco conocido –presumiblemente escorado a la serie B del cine británico-, pero que se revela de enorme eficacia. Lo admirable del film de Hayers, reside en la precisión que sus imágenes adquieren en el seguimiento del recorrido personal del joven protagonista. Son numerosos los detalles que con apenas una simple pincelada, una mirada o un gesto, saben complementar el perfil más adecuado de la situación vivida, o exteriorizar el elemento psicológico inherente en dicha secuencia. Hay muchos ejemplos al respecto, pero citaré uno que me llamó la atención. Me refiero a la manera con la que se expresa la opresión del protagonista, tras concluir la secuencia inicial de su captura. Se muestran en un plano sus botas antes de ser encuadrado, y recibir la visita de un sacerdote amigo suyo.

A la largo de este escueto metraje, la película ofrece numerosos instantes característicos de dicha corriente. Episodios breves pero contundentes como el casual encuentro con un clavo en el banco donde es sentado esposado, que permitirá Langley escapar una vez más de la policía. El previo encuentro con el director de la prisión –que mostrará su frustración por la actitud desconcertante de este dentro de un recinto caracterizado por su carácter abierto-, la breve visita de su esposa, que nos permitirá comprobar su delicado estado de salud y la dependencia que mantiene con su marido. Lo cierto es que todos y cada uno de los pequeños episodios de THE WHITE TRAP, aportan y proponen información suplementaria, logrando en su conjunto forjar un relato provisto de inusual densidad, sin abusar ni en la presencia de diálogos –que siempre son escuetos, pero dotados de una enorme eficacia-, ni en la extensión de unas situaciones que se tratan con tanta concisión como pertinencia. En realidad, el discurrir del relato tiene su principal foco de interés en las dependencias de un hospital, en donde se encuentra interna la esposa de Langley –Joan (Felicity Young)-, a punto de dar a luz, y con el temor de que dicha circunstancia le cueste la vida, tal y como sucedió con su madre al nacer ella. El protagonista contará con un amigo exterior –al que llamará- para que le ayude a escapar de su casa, realizando este un truco de fingimiento ante un agente que vigila la vivienda, acercándose finalmente a ese recinto hospitalario, esa “trampa blanca” a la que alude el título, que es mostrada con una iluminación lívida que acentúa un cierto tono blanquecino, caracterizada por impersonales pasillos que son mostrados, como el resto del film, sin intención alguna de subrayar o remarcar nada. Todo discurre en su metraje con un extraño sentido de la causalidad. La que mantiene el veterano inspector Walters (Michael Goodliffe), quien no ocultará una cierta admiración hacia Langley –que muy pronto descubriremos fue un auténtico héroe en la II Guerra Mundial, quedando en nuestros días como un auténtico desplazado en una sociedad que intuimos no está hecha para hombres como él, amantes del riesgo-, y al mismo tiempo mantiene un cierto enfrentamiento con el sargento Morrison (Conrad Phillips), de opuesta personalidad a él, y que quizá por ello ha logrado un rápido ascenso en la profesión que molesta a Walters.

Todo adquiere en el acontecer del film de Hayers una extraña concatenación. Como lo tendrá el encuentro del fugado con la enfermera Ann Fisher (Yvette Wyatt), quien poco a poco descubrirá y comprenderá la auténtica personalidad del protagonista, admirando su valor al venir al hospital a visitar a su esposa, y conmoviéndose de manera paulatina por la rectitud de su carácter. Ella le permitirá acceder a contemplar a su esposa instantes antes de su muerte tras dar a luz, en una secuencia de estremecedora intensidad, que precederá a la lucha mantenida por los agentes, quienes finalmente lo reducirán. Las miradas entre Langley y la enfermera tendrán un hondo significado, como lo tendrá el encuentro de este con un niño en el hall del hospital, mientras que Ann contemplará a ese pequeño que su padre no ha podido ni siquiera admirar. Bien pudiera establecerse una nueva relación entre ambos, que apenas queda insinuada, mientras que para Walters, la captura del que podría establecerse como su rival –aunque secretamente cuente con su solidaridad-, le haga sentirse “asqueado”. Demoledora y al mismo tiempo esperanzadora conclusión, para este desconocido THE WHITE TRAP, que al tiempo que no dudo en situar entre las muestras más valiosas del género en Gran Bretaña, me hace tener alerta en el seguimiento de los primeros pasos cinematográficos de Sidney Hayers.

Calificación: 4

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