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CINEMA DE PERRA GORDA

HOLD BACK TOMORROW (1955, Hugo Haas)

HOLD BACK TOMORROW (1955, Hugo Haas)

Que aún, con todo lo que se ha avanzado en el redescubrimiento y el análisis de las diferentes vertientes de lo que podemos denominar “cine clásico”, nos quedan lagunas por iluminar, lo ejemplifica personalmente, este primer acercamiento a la filmografía del checo Hugo Haas (1901 – 1968). Actor y figura polifacética, en la década de los cincuenta se decidió a escribir, producir y realizar sus propias películas, por lo general escoradas hacia el noir. En los escasos círculos en donde se conoce su obra en Estados Unidos, se la suele emparentar con la del estrafalario Ed Wood, aunque a tenor de lo que he podido apreciar en HOLD BACK TOMORROW (1955), además de dejarme literalmente fijado en la intención de acercarme a más títulos suyos, podríamos encontrarnos con otro desclasado europeo, en la égida del mítico Edgar G. Ulmer. Esa sensación de desasosiego. El pathos que desprende desde el inicio y hasta la expectante conclusión de una película distribuída por la Universal International, nos devuelven ese universo de dramas existenciales amparados bajo el ámbito del policíaco y el thriller. Exponentes que en aquellos años realizaron también cineasta europeos que se encontraban en horas bajas –no creativas- como E. A. Dupont, encontrando en este ámbito el lugar adecuado para canalizar una sensibilidad sin duda europea, de raíz existencial, en la que ese sentido del fatalismo se encuentra presente desde sus primeros fotogramas.

Los de HOLD BACK TOMORROW son fascinantes, en medio de la nocturnidad y la niebla de una innombrada ciudad portuaria, podemos contemplar la intención de una joven de suicidarse. El contraste entre esa densa bruma y el brillo del ondear tranquilo del mar deviene arrebatador en su capacidad de sugerencia. En dicho marco, casi de embrujo, Dora (una sensible Cleo Moore, actriz recurrente por Haas) decide decir adiós a la vida, en soledad. La presencia de un soldado la sacará del agua, y esta, desdichada al no haber llevado hasta el fin sus intenciones, deambulará por las calles de la ciudad, percibiendo los primeros detalles que la unirán a la figura de Joe Cardos (John Agar), juzgado y condenado como asesino de mujeres. El primer indicio se producirá por el anuncio del vendedor de periódicos, que anuncia su próxima ejecución. Admirable capacidad para ligar a esos dos seres, sobre los que se cernirá una película de poco más de setenta minutos de duración, escasos actores y casi un único escenario, pero que atesora más cine en cada uno de sus fotogramas, que en el 90% del que se rueda en nuestros días.

La capacidad que esgrime Haas de extraer la fuerza expresiva de todos y cada uno de los recovecos, de esta historia de redención de dos jóvenes víctimas del mundo que les rodea, adquiere en sus mejores momentos un enrome aliento romántico, que le podría emparentar al Frank Borzage de la previa MOONRISE (1948). En ambos títulos nos encontramos con un condenado a muerte en muy pocas horas. Cardos ha renunciado a la súplica, al consuelo del sacerdote, e incluso a la visita de su hermanastra. Se siente enfadado con un contexto que va a abandonar en muy poco tiempo, aislado en una celda que le quema en sus barrotes. Mientras tanto, Dora se encuentra desahuciada, incluso de la lúgubre habitación de la que se la va a echar por falta de pago. A punto se encuentra de suicidarse cortándose las venas. Lo que en el caso de Joe será su último deseo –la petición de una muchacha para compartir sus últimas horas-, aparecerá para ella una oportunidad vital. De entrada aceptará el ofrecimiento brindado por dos agentes de policía, que han rechazado muchas otras chicas de vida alegre, temerosas de convertirse en otra victima más del condenado. A Dora ello no le importa. No da importancia a su vida y su futuro, y esos doscientos dólares que le pagarán por complacer al condenado, le pueden pagar “un bonito funeral”. A partir de ese encuentro, Hugo Haas logra articular un bello drama existencial, rodado en su casi totalidad en la húmeda celda en la que Cardos vives sus últimas horas, confrontando su drama junto a una joven que también desprecia el mundo. Una muchacha que no sabe reír, junto a un hombre que no sabe llorar. A partir de la sencillez de esta premisa. El checo compone un relato de considerable calado, en el que se transpira la humedad de la celda, las sensaciones encontradas de sus dos personajes, y en el que se aprecia de manera sutil la progresión que se establece en el interior de esos dos seres que, en principio, se rechazan, pero que en apenas unas horas verán unidos sus corazones. Es sorprendente la sensibilidad con la que Haas planifica y funde el progresivo acercamiento de esos dos outsiders que poco a poco van viendo reflejadas y comprendiendo sus errores y, sobre todo, viendo en el drama de quien tienen enfrente, un espejo de su propia frustración personal.

Hay mucha implicación emocional y, por ende, expresiva y cinematográfica, en un drama que poco a poco deja espacio para los sentimientos, dejando entrever en una magnifica secuencia –en la que Joe pide ir al aseo-, esa salida de Dora por el pasillo, en el que contemplará dos elementos; la esperanza representada en esa capilla, y la rotundidad  y la amenaza de la horca, de la que huirá aterrorizada. Con apenas unos planos, Haas acierta al introducir de nuevo esa negrura que se ha ido dejando de lado en el acercamiento de los dos protagonistas. Será algo que tendrá su cima en el instante en el que Dora logre que Joe desahogue el tormento interior que le atenaza, llorando por vez primera vez en su vida. Antes relatará a esa mujer que inicialmente despreciaba el pasado que le hizo aparentar como una bestia, siendo mostrado con una serie de impactantes sobreimpresiones sobre su rostro. Sin embargo, un momento de especial fuerza tendrá lugar cuando ambos se besen por primera vez, reconociendo ese sentimiento que ha ido anidando en su interior, y que culminará Haas, incapaz de prolongar la emoción que se registra en la celda, trasladando la imagen al exterior de la penitenciaría, y encuadrando el movimiento de las nubes iluminadas por la luna., en una bellísima metáfora visual.

Cierto es que en la película se echa de menos un actor más dúctil que John Agar quien, pese a sus esfuerzos, no logra trascender la hondura de su personaje en los momentos más intensos. Es algo que sí logrará esa Cleo Moore que, por momentos, parece una heredera de la silente Janet Gaynor. Cierto es que la descripción de algunos roles secundarios carece de la necesaria hondura –el guardia de la celda-, ejerciendo casi como meros comparsas. Pero no es menos perceptible que la intensidad emocional de HOLD BACK TOMORROW concluye con esa admirable ascesis que culminará en la unión de los protagonistas en matrimonio, y en esa esperanza de que se vea cumplido el sueño de Joe, de que la gracia perdone su condena. La película concluirá admirablemente con un picado desde la parte superior de la cruz que preside la capilla, queriendo escuchar los ruegos de Dora al sonar las campanas. Una obra imperfecta pero magnífica, que me ha abierto el sendero de un cineasta olvidado pero, a  tenor de esta película, revestido de talento.

Calificación: 3’5

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