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CINEMA DE PERRA GORDA

BELLES ON THEIR TOES (1952, Henry Levin) Bellezas por casar

BELLES ON THEIR TOES (1952, Henry Levin) Bellezas por casar

Pese a la cierta aura de nostalgia que nos puedan brindar esas bucólicas imágenes propias de la 20th Century Fox, en donde algún fotograma parece estar respaldado por Henry King, no nos engañemos. BELLES ON THEIR TOES (Bellezas por casar, 1952. Henry Levin) es unos de los exponentes más blandos e inanes de lo que podríamos denominar la “comedia familiar”, que tuvo su caldo de cultivo en USA desde la segunda mitad de los años cuarenta, y que se extendió hasta entrados los sesenta, con exponentes olvidables, firmados por Henry Koster, y protagonizados por intérpretes tan representativos como James Stewart o Henry Fonda. Cierto es que en ocasiones, entre una producción tan menguada en atractivos, se descolgaba algún título con cierto interés, como podría ser el caso de MR. BLANDINGS BUILDS HIS DREAM HOUSE (Los Blanding ya tienen casa, 1948. Harry C. Potter), o CHEAPER BY THE ZONE (Trece por docena, 1950. Walter Lang), destacable ante todo por la presencia del siempre magnífico Clifton Webb. Siguiendo el recorrido argumental propuesto en la misma, con el protagonismo de la familia Gilbreth, aparece BELLES ON THEIR TOES. No hace falta intuir demasiado ante la ausencia del patriarca –que es evocado ante su previsible desaparición con su fotografía y, al final de la película, recuperando un brevísimo pasaje de la familia al completo, extraído del referente antes citado-, basada quizá en la voluntaria decisión del intérprete de LAURA (1944. Otto Preminger) por desligarse de un entorno comercial de escasas ambiciones.

La película se inicia con una curiosa forma de presentar a la numerosa prole, cuando se va a producir la graduación de una de las hijas. Será la ocasión para que la ya envejecida Lillian (Myrna Loy) se retrotraiga años atrás, cuando tuvo que asumir la desaparición de su marido, y responsabilizarse de la llevanza de una casa poblada por hijos, en la que se adivinan estrecheces económicas. Una impertinente componente de la familia de su marido intentará separar a sus hijos, mientras ella desea lograr ingresos como ingeniera, aunque su condición de mujer sea un impedimento para un desarrollo profesional. Todo ello en un marco cercano al crack del 29, en el que percibiremos muy en segundo término una sociedad aún debatida entre lo rural y el progreso, donde se dirime  la posible relación entre nuestra abnegada madre y el poderoso hombre de negocios Sam Harper (magnífica prestación de un ya veterano Edward Arnold), y el incipiente romance enmarcado entre Ann (Jeanne Crain) , una de sus hijas mayores, y el joven Dr. Grayson (Jeffrey Hunter). Elementos todos ellos, que podrían haber una buena base para una comedia de alcance crítico en torno a los modos y relaciones del fondo socioeconómico abordado. Vana pretensión, ante una comedia melodramática blanda, en la que el solo en ocasiones eficaz artesano Henry Levin, queda al servicio de una premisa dulzona y conservadora. Un relato en el que no nos cansaremos de contemplar lances de jóvenes enamoradizos, muchachas luciendo lacitos, muchachos sin sesera, niños poco menos que aborrecibles y, sobre todo, la transmisión de una moral conformista y rancia.

Partiendo de la base de dicho conformismo, de la blandura de su enunciado, y del desaprovechamiento de esa otra película que quizá era demasiado pedir a una producción de la Fox destinada a un rápido consumo en públicos familiares. Por ello, constatando de entrada el almíbar que la rodea, quizá convendría detenerse en los pocos elementos que nos permiten, si más no, mantener un cierto grado de interés, en una película que siendo grisácea, podría haber bordeado lo aborrecible. Son pequeños instantes en donde se traduce algo de sentimiento en el devenir de sus personajes, lo divertido que resulta el rol del criado que encarna el estupendo Hoagy Carmichael –aunque en los minutos finales del relato se abandone casi por completo su personaje-, esa relación de amor frustrada entre Harper y Lilian, los apuntes que se establecen en torno a la dificultad para que la protagonista pueda ser admitida en un club compuesto totalmente por hombres, o esa mirada melancólica que, si más no, se deja entrever en esas imágenes con un cromatismo tan inequívocamente Fox. Sin embargo, si hay un elemento que brille de manera singular en esta película, es la evocación que se realiza a las postrimerías del periodo silente, cuando la numerosa prole de los Gilbreth acudan a la gran pantalla, donde se programa SEVENTH HEAVEN (El séptimo cielo, 1927. Frank Borzage), viviendo con autentica vergüenza una grabación publicitaria que se ha realizado de la propia familia, apareciendo esta con tintes cómicos, provocando la carcajada de todos los presentes –menos sus propios protagonistas-, e incluso utilizándose la moviola para acentuar ese lado slapstick del único momento de la película, en la que esta abandona el océano de convenciones que la rodea, y que en definitiva la relega a ser catalogada como un producto convencional y acomodaticio.

Calificación: 1’5

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