THE CORPSE CAME C.O.D. (1947, Henry Levin)
No es la primera vez en la que he incidido en la fuerza oculta que la comedia americana albergó durante la década de los 40, más allá del aporte de algunas de sus figuras legendarias como Leo McCarey, George Cukor, Howard Hawks o Ernst Lubitsch, entre otros. Incluso en la aportación de estos cineastas punteros en el género, se encuentran títulos poco o nada conocidos, punta del iceberg de la fuerza de un género, que practicaron con pertinencia incluso realizadores en principios tan refractarios al mismo, como pudieron ser Edgar G. Ulmer o Richard Wallace. Y precisamente dentro de la muy interesante obra de Wallace, se encuentra una divertidísima mixtura de comedia y cune de misterio, rodada para la Columbia; A NIGHT TO REMEMBER (¡Que noche aquella!, 1942).
No sé si hubo en el mismo estudio una cierta inclinación hacia muestras de estas características, pero lo cierto es que cinco años después se rueda dentro del estudio de la dama de la antorcha THE CORPSE CAME C.O.D. (1947), a cargo de uno de los ‘directores para todo’ en su seno; Henry Levin. Recordado durante décadas por esas comedias blandas que prodigó en los últimos años de su andadura, lo cierto es que Levin alberga títulos atractivos, que van desde aportaciones al western como THE LONELY MAN (Un hombre solitario, 1957) o al cine de aventuras, caso de la muy poco conocida THE RETURN OF MONTE CRISTO (1946) o la más apreciada adaptación de Julio Verne JOURNEY TO THE CENTER OF THE EARTH (Viaje al centro de la tierra, 1959). Ello sin citar otras apreciables realizaciones suyas también insertas en géneros como el noir. Pues buen, fruto de una curiosa mixtura de cine de misterio y comedia aparece otro de los títulos más o menos ligados a la vertiente emanados por Columbia, apenas conocido al carecer de estreno o edición digital en nuestro país. Vaya por delante que considero THE CORPSE CAME C.O.D. una película simpática, pero nada memorable, en la que resulta curioso el hecho de que funcionan mucho más las secuencias y episodios de misterio e intriga, que aquellas ligadas al ámbito de comedia.
El relato se inicia con un interesante arranque, en el que se ofrece una mirada al contexto de Hollywood, mostrando breves imágenes de algunos de sus más célebres columnistas y gacetilleros -entre ellos las influyentes Hedda Hooper y Louella Parsons-. Un preámbulo que podría aparecer como contexto de una comedia satírica -en la línea de un primerizo Billy Wilder- que pronto nos introduce en un estudio cinematográfico, uno de los epicentros de la acción. Allí veremos el desarrollo de un asalto, que la voz en off que nos ha introducido en contexto nos aclarará, sirviendo de presentación a la diva cinematográfica Mona Harrison (Adele Jergens), quien desde su mansión comprobaremos su carácter caprichoso y la especial confianza que mantiene con su mayordomo. De manera inesperada llegará el envío de un baúl del diseñador de vestuario Héctor Rose (Cosmo Sardo), en el que la diva cree recibir una serie de rollos de tela que precisaba para sus futuros vestidos. Sin embargo, la sorpresa será mayúscula al comprobar -primer golpe de misterio- que en su interior se encuentra el cadáver de Rose. Aterrorizada, Mona decidirá pedir la ayuda del avispado periodista del mundo del espectáculo Joe Medford (George Brent), al que siempre ha tenido sometido a sus caprichos. Este acudirá con rapidez, enterándose de inmediato del crimen y ayudando a la actriz a la hora de avisar a la policía, llamando al teniente Mark Wilson (Jim Bannon), al tiempo que aprovechando para enviar a un fotógrafo para que alcance la primicia del hecho. Este crimen será el inicio de una peripecia detectivesca en la que se verá vinculado el propio estudio, la vivencia de otro asesinato, la creciente sospecha de un turbio negocio de tráfico de joyas, y la presencia de otros delincuentes. Todo ello irá acompañado en su vertiente cómica, con la constante pugna periodística –a modo de eterna muestra de la ‘guerra de los sexos’- existente entre Medford y la también periodista Rosemary Durant (Joan Blondell), que se pasarán toda la película demostrando por un lado su rivalidad profesional, y por otro la ligazón sentimental que les une, como si ejercieran como un exponente tardío en la herencia de la Screewall Comedy. Para ello, no cabe más que recordar la cercana presencia de la brillante pareja de periodistas que encarnaban Cary Gran y Rosalind Russell en la muy cercana IS GIRL FRIDAY (Lunas nueva, 1940. Howard Hawks) Lamentablemente, las comparaciones son odiosas, y sin ser un fervoroso del mencionado referente de Hawks -que creo tiene otras muestras del género muy superiores-, lo cierto es que uno de los lastres de la película lo ofrece el miscasting de un intérprete tan limitado y poco facultado para la comedia como es George Brent. En su oposición Joan Blondell demuestra su destreza en dicho ámbito -que frecuentó en diversas ocasiones-, pero no se establece entre ellos química, aunque resulte divertida esa constante vivencia de encierros en armarios que jalonarán esta peripecia. Inclinación a la comedia que albergará ocasionales personajes secundarios, como ese eterno y siempre orillado aspirante a formar parte del elenco del estudio, que finalmente nos brindará quizá el más divertido e inesperado gag de la función.
Sin embargo, y contra esas limitaciones como exponente de gémero, y defraudando incluso las expectativas que nos plantean sus pasajes iniciales, sí en algo destaca el film de Levin -que practicaría con eficacia el ámbito del policiaco y el cine de misterio en aquellos años- reside en la capacidad que alberga de adentrarse en los derroteros de lo inquietante, ayudado de manera poderosa por la iluminación en blanco y negro de Lucien Andriot, este juega con habilidad en el uso de sombras y claroscuros, hasta crear en ocasiones una atmósfera que se aleja poco de los exponentes del género al uso. Momentos como el que describe al apuñalamiento de uno de los responsables del estudio, algunas secuencias casi en penumbra que muestran la búsqueda de pistas por parte de la pareja de periodistas, o el inquietante giro que describirá la película en sus últimos minutos -en los que se llegará a jugar con la sempiterna sospecha del en apariencia fiel mayordomo- darán la medida de esta combinación de géneros, más habitual de que lo que pudiera parecer en aquel tiempo, y de la cual esta pequeña propuesta, dirigida con eficacia pero sin gran inspiración por Henry Levin aparece como un exponente simpático pero irrelevante.
Calificación: 2’5
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