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CINEMA DE PERRA GORDA

SEVEN ANGRY MEN (1955, Charles Marquis Warren)

SEVEN ANGRY MEN (1955, Charles Marquis Warren)

Dentro de la siempre reverenciada consulta de la ‘biblia’ cinematográfica que para mí supone ‘50 años de cine norteamericano’ escrita por Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon, las líneas que recorren la aportación como realizador del habitual novelista Charles Marquis Warren no son demasiado halagadoras. Uno puede estar parcialmente de acuerdo con dicho enunciado, pero lo cierto es que los cinco títulos que he podido contemplar de entre los 16 que filmó esencialmente en la década de los 50, no me proporcionan un resultado desdeñable. Antes al contrario, y pese a las escasa ortodoxia que en ocasiones pueden expresar unos modos narrativos quizá demasiado fragmentados, lo cierto es que su cine destaca por un lado en su afán por describir episodios ligados a la historia norteamericana. Por otro, una querencia por la incorporación de fragmentos libres, desligados del relato, en los que se inserta una originalísima -quizá casi inconsciente- plasmación de la violencia, que los propios Tavernier y Coursodon ligaban -con bastante intuición- a determinados modos del cine de Fuller.

SEVEN ANGRY MEN (1955) se centra en la andadura, tan noble como fanática, de la controvertida figura del abolicionista John Brown, quien años antes de la guerra civil norteamericana destacó por su férrea lucha contra la esclavitud, al tiempo que sobrellevó dicha convicción con un peligroso fanatismo de raíz religiosa en el que fue aparejada su andadura vital. De nuevo, el personaje sería encarnado en la pantalla por el veterano Raymond Massey, quien ya lo había interpretado -de manera más episódica y esquemática- en la ya lejana SANTA FE TRAIL (Camino de Santa Fe, 1940. Michael Curtiz). En esta ocasión la base argumental se circunscribe al entorno de su figura, sus controvertidas acciones y, también, a la incidencia de las mismas sobre todo en la descendencia de sus seis hijos, varios de los cuales morirán como consecuencia de seguir sus pasos. Ya desde sus propios créditos el film de Warren aparece como una producción que parece surgir de la 20th Century Fox, aunque en realidad devenga de la Allied Artists. Desde la configuración de sus propios títulos de crédito, hasta la destacada presencia en el reparto de los jóvenes y estupendos Jeffrey Hunter y Debra Paget -que debutaron juntos en roles secundarios dentro de FOURTEEN HOURS (1951, Henry Hathaway) emergida dentro del estudio de Darryl F. Zanuck-, lo cierto que nos encontramos ante un relato que aparece casi como un producto bastardo -dicho sea, con la mejor intención- de dicho estudio. Este se iniciará con el contacto inicial entre Owen Brown (Hunter) y Elizabeth Clark (Paget), mientras ambos se desplazan en tren hasta Kansas en 1850 y estando acompañado el primero por uno de sus hermanos, ya que se disponen a reencontrarse con su padre. En el desplazamiento los dos hermanos tendrán un encontronazo con un par de desalmados, en donde la ayuda de la muchacha será esencial para no llegar va mayores. Será el inicio de una progresiva atracción entre la pareja, que marcará una de las líneas de interés de la película, en la que la muchacha se mostrará reticente dado que se trata del hijo de alguien del que mantiene enormes reservas, por más que su propio padre vierta comentarios elogiosos hacia él.

Será el momento en que la película se centre en la figura de Brown, mimando la cámara la fuerza gestual e incluso el carisma de Raymond Massey, en lo que será un retrato de carácter que destacará la ambivalencia de su personalidad. Y será, en buena medida, la principal cualidad que atesora una película que prolonga esa aura sombría tan familiar en los títulos de su realizador -a lo que ayudará la atmósfera ofrecida por la iluminación en b/n de Ellsworth Fredericks-, en la que el trazado de su personaje protagonista irá configurándose a través de diversas capas. Esa capacidad para profundizar en la compleja entraña de un fanático violento, que por otro lado alberga un noble objetivo en sus reivindicaciones, justo es reconocer que suponía una base argumental francamente incómoda de llevar a la pantalla. Solo por ello nos debería llamar a la simpatía, un relato que por otro lado se sostiene con sólidas bases, al acertar e imbricar esas dos subtramas su devenir argumental, puesto que la relativa a la deriva sentimental de la joven pareja servirá como contrapunto a la propia andadura vital de nuestro protagonista, en todo momento inmerso en una lucha claramente violenta, y en la que su artífice querrá ver una ascendencia divina.

A partir de dichas premisas, muy pronto observaremos la hostilidad que ciudadanos de Kansas -comandados por Martin White (Leo Gordon)- manifestarán al entorno y campamento de los seguidores de Brown, y que se traducirá inicialmente en un cruento ataque incendiando la ciudad ya construida. A partir de ese momento SEVEN ANGRY MEN profundizará en el elemento que quizá le brindará su mayor atractivo; la plasmación de la violencia nada latente entre aquellos que luchaban contra las ideas de Brown, y la cruel réplica que este pondrá en práctica siempre que la ocasión lo permita, y que tendrá su colofón en el fracasado intento de secuestro en el Harper’s Ferry Arsenal. Un asedio que costará la vida de dos de sus hijos -otro habrá sido asesinado previamente por parte de White-, y en el que finalmente se rendirá, accediendo a ser condenado a muerte sin apelar a defensa alguna, aunque mostrando su felicidad al observar indicios de que su lucha contra la esclavitud ha empezado a calar.

Así pues, dentro de un tono oscuro y ominoso que nunca abandonará su metraje, o de ciertas secuencias que avalan el manejo de exteriores por parte de su director, lo cierto es que lo mejor, lo más perdurable de esta más que estimable SEVEN ANGRY MEN proviene precisamente de esa extraña y seca plasmación de elementos violentos. En ese asalto e incendio nocturno a la población que iniciará las hostilidades de los hombres de White contra Brown y sus seguidores. En el ataque de los primeros al campamento de Brown, o en la fuerza claustrofóbica que albergará el episodio ya citado del asedio final al arsenal de armas.

Sin embargo, dentro de esa deriva de violencia, he de reconocer que dos serán las secuencias que a mi juicio albergarán una más aterradora sensación de violencia, por más que paradójicamente estas sean de mucha más ajustada duración. Una de ellas supondrá el terrible ajusticiamiento, mediante horca y puñaladas, de algunos jóvenes que Brown secuestrará como venganza, al ser algunos de los autores del abordaje nocturno a la población. Pese a la rudeza con la que se encuentra rodado -algo extensivo al conjunto de la película-, lo cierto que se tratan unos instantes asfixiantes, que no dudo deben encontrarse entre los más violentos del cine americano de su tiempo. Unido a dicho episodio y como consecuencia de las atrocidades de su padre, Frederick (John Smith) le abandonará con el deseo de vivir una nueva vida, al margen de esa constante querencia por una violencia trágicamente justificada. En su huida por el bosque, ya en plena noche, y mientras se encuentra descansando, será interpelado por los hombres de White. El muchacho se negará a aceptar el intento de estos de que se sume a sus fuerzas, al tiempo que evitará volver su rostro, mientras este adquiere la creciente angustia de la inminencia de su muerte.

SEVEN ANGRY MEN devendrá unos últimos minutos dominados por una extraña atmósfera. Una vez White sea detenido será sometido a juicio mientras es encuadrado con el fondo de una tormenta que proporcionará al instante un aura expresionista casi fulleriana, mientras el protagonista asumirá con una extraña actitud beatífica la oscuridad de su destino, incluso alentado por el hecho de que ese cometido que guió su existencia -la abolición de la esclavitud-, poco a poco se está extendiendo. La película certificará la ambivalencia con la que ha ido recorriendo la andadura vital del protagonista, cuando este se encuentre a punto de ser ejecutado y, al pie de cadalso, la cámara ofrezca una panorámica que se detenga en la sombra de la horca, y en la que la misma se asemeje a un crucifijo cristiano.

Calificación: 2’5

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