YOUNG BILLY YOUNG (1969, Burt Kennedy) Pistolero
Reputado guionista -sobre todo en sus míticas colaboraciones para el ciclo Ranow dirigido por Budd Boetticher y protagonizado por Randolph Scott-, Burt Kennedy inicia en los primeros años de la década de los sesenta inicia su aventura como realizador, en donde destacará su reiterada implicación con el western que, de manera progresiva, se irá extendiendo con otros géneros clásicos. Es curioso señalar esta circunstancia, en la medida que quizá su película más evocable sea la nostálgica THE MONEY TRAP (La trampa del dinero, 1965), en la que supo aprovechar la química de la ya otoñal recuperación del tándem formado por Rita Hayworth y Glenn Ford. Del mismo modo, tengo buen recuerdo de uno de sus primeros títulos -MAIL ORDER BRIDE (1964)- en donde ya apostaba por la incorporación de un matiz desmitificador al cine del Oeste que reiterará en unas películas más o menos funcionales, pero que puede decirse jamás anotarán tintes de gloria a una deriva seminal del género, como por otro lado le podría suceder a las propuestas firmadas por Andrew L. McLaglen.
Ese desaliño narrativo que caracterizará su producción es algo que se manifestará, punto por punto, en esta inicialmente prometedora YOUNG BILLY YOUNG (Pistolero, 1969). La presencia de un dúo protagonista de verdadero atractivo, supondrá sin duda un aliciente en esta historia de venganza y de redención centrada en la figura del ya curtido Ben Kane (Robert Mitchum), a quien se le brindará la oportunidad de ser sheriff de una pequeña localidad de Lordsburg, en Nuevo México, abandonando su escepticismo inicial al poder tener la oportunidad en ella de vengar la muerte de su hijo, y eliminando al que lo mató -Frank Boone (John Anderson)- en una acción que no fue deliberada. Nos encontramos ante un argumento mil veces llevado ya a la pantalla -se encuentra basado en una novela de Will Henry-, lo cual de antemano no debería impedirnos contemplar una propuesta provista de interés. Lo malo es que asistimos a una película en todo momento apagada. Es algo que comprobaremos en la secuencia inicial -carente de importancia en el desarrollo posterior de su trama-, en la que veremos un fusilamiento de indígenas y el asesinato de varios oficiales e incluso un general mexicano, por parte de dos jóvenes. Ellos serán Billy Young (Robert Walker Jr.) y Jesse Boone (David Carradine), quienes huirán hacia Texas siendo perseguidos, lo que propiciará que el primero se quede sin caballo y se produzca su primer -y seco- encuentro con Kane, a la orilla de un río. Será este el inicio de una relación entre ambos desprovista de chispa, con un Mitchum correcto pero incapaz de brindar un timbre suplementario a su personaje, y un simpático Walker. Es por ello que el espectador no podrá intuir la intención de plasmar en la relación entre ellos, ecos de la paternidad truncada en Ben.
Todo en YOUNG BILLY YOUNG discurre en esa sensación de desgana. Los paisajes utilizados quedarán dominados por la rutina. Se desperdiciarán algunos minutos de metraje en cabalgadas filmadas de manera chapucera, e incluso se destilarán algunos zooms formularios, por más que su presencia no resulte excesiva. Pero lo peor del film de Kennedy reside en esa apagada puesta en escena, incapaz de profundizar en las menguadas posibilidades de su base argumental. La persecución que protagonizan en la diligencia por parte de los hombres de Jesse, aparece como un elemento arbitrario y sin tensión alguna. La llegada a Lordsburg del protagonista y su primer encuentro con la cárcel carece de emotividad alguna, como también aparece desprovisto de garra su enfrentamiento con el despreciable dueño del salón John Beham (Jack Kelly). Incluso quedarán ausentes de fuerza dos secuencias a priori con posibilidades. Una de ellas la del entierro del doctor Cushman (Willis Bouchley), asesinado de manera accidental en una emboscada destinada a Kane, o la presencia de una fuerte tormenta nocturna mientras este último intuye la emboscada que va a vivir, al tener detenido a Jesse, el hijo de ese Frank del que se desea vengar -es curioso, además, como casi de un plano a otro, nos trasladaremos a una secuencia del amanecer siguiente, donde el suelo se encuentra completamente seco-.
Ese desaliño generalizado, la presencia de esos pequeños y horribles flashes que evocarán la muerte del hijo de Kane, irán desaprovechando una pequeña propuesta siempre necesitada de densidad, es la que, justo es reconocerlo, hay un elemento que permite que la película emerja de la mediocridad más absoluta. Me refiero a la presencia, la calidez y la sensualidad brindada por Angie Dickinson en su personaje de Lily Beloit, la sensible mujer de vida alegre que verá en la llegada de Kane, no solo alguien que le brinda respeto y decencia, sino el reflejo de aquello que no ha podido albergar en su estancia como cantante y bailarina en el local que regenta el indeseable Beham. Alguien que en todo momento ha actuado como su chulo, y que no dudará en pegarle cuando esta se acerque al recién llegado e incluso le brinde su vivienda para dormir. La capacidad de la Dickinson para insuflar calidez a sus secuencias. De demostrar que fue una de las actrices y presencias más singulares del cine USA en la década de los sesenta, será el mayor elemento de interés de esta película grisácea, en la que incluso el acoso brindado al nuevo sheriff por parte de los hombres de Boone aparecerá sin especial fuerza dramática, como no la tendrá incluso la manera con la que este logre zafarse de la encerrona mortal a la que había sido sometido. Todo en YOUNG BILLY YOUNG aparece tan desganado, tan falto de densidad e intención, como ese final acomodaticio que proporciona una segunda oportunidad a sus protagonistas.
Calificación: 1’5
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