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CINEMA DE PERRA GORDA

BULLFIGHTER AND THE LADY (1951, Budd Boetticher)

BULLFIGHTER AND THE LADY (1951, Budd Boetticher)

Tras una andadura previa fogueándose realizando títulos escorados en la serie B, que el propio director deseaba olvidar, firmados bajo su nombre auténtico de Oscar Boetticher, y del que en los últimos tiempos solo se ha conocido BEHIND LOCKED DOORS (1948), Budd Boetticher inicia la parte más atractiva de su filmografía con BULLFIGHTER AND THE LADY (1951). Un título producido por John Wayne al amparo de la Republic, que sufrió en el momento de su estreno una tremenda amputación de su metraje, dejando en poco más de ochenta minutos una duración original de unos ciento veinticuatro. Por fortuna, hace años que mediante el control del propio Boetticher, se logró reconstruir su configuración original –en España jamás se estrenó comercialmente-. Y hay que partir, de entrada, que más allá de suponer su primer gran título y adelantar no pocos de sus estilemas narrativos, nos encontramos quizá con la que sea la película definitiva sobre el mundo del toro. Entiéndaseme bien. No es que la historia de Boetticher y Ray Nazario, trasladada como guión por el experto James Edward Grant, pretenda erigirse como una mirada en torno a los rituales y manifestaciones externas de la tauromaquia. Por el contrario, la película intenta –y estimo que lo logra- penetrar en la entraña de ese mundo ancestral, lleno de miedos y pasiones. No es por ello de extrañar, que para unas generaciones más jóvenes, para las cuales el mundo del toro no deja de suponer una tortura animal –que conste que nunca me ha interesado especialmente- o un ritual de resabios franquistas, carezca del menor interés intentar acercarse a una cultura que fascinó a personalidades tan dispares como Hemingway, Picasso, Welles.. o el propio James Dean –quien fue amigo de Boetticher, precisamente por estos temas-. Esas mismas generaciones que miran por encima del hombro el western –las películas de vaqueritos-, sin considerar que en sus imágenes se encuentra la esencia del cine.

Hecho este preámbulo, ya desde el bello tema inicial de Victor Young –quien compone una banda sonora centrada en sutiles temas de guitarra-, tomando como fondo en los títulos de crédito un impactante grupo escultórico de evocación a la tauromaquia, nos introduce de manera muy rápida en la fascinación de una corrida de toros en la plaza más grande del mundo; la de México. Por medio de una planificación que acentúa las enormes dimensiones del recinto, completamente lleno de público, una voz en off presenta a una serie de auténticos matadores, entre los que introducirá a Manolo Estrada (Gilbert Roland). Este realiza una faena magnífica, demostrando su magisterio y carisma entre los matadores, provocando muy pronto el entusiasmo del empresario de espectáculos norteamericano Johnny Regan (Robert Stack). Ya en los primeros minutos, Boetticher acierta al mostrar la causa y el efecto, describiendo en cortos pasajes la personalidad –amable y altanera al mismo tiempo- de Regan, al que acompañarán dos amigos americanos –Lisbeth (Virginia Grey) y Barney (John Hubbard)- de los que apenas conoceremos nada. No hace ninguna falta.

Lo que importa, lo que realmente convierte BULLFIGHTER… en un film admirable, es esa mirada serena, mesurada, honda y, por momentos, fascinante, que se realiza en torno a los recovecos de la tauromaquia. A una extraña religión en la que se transmite un auténtico modo de vida. Por momentos, parece que Boetticher realizó aquí el primer western de su filmografía. Hay en los recovecos de este relato, inserta una especie de código ético, en torno a los comportamientos de cuantos forman parte de este mundo, del servilismo, incluso el –falso- papel pasivo de sus mujeres, en los ritos y costumbres que conlleva su práctica, incluso en el respeto hacia ese animal al que van a sacrificar. En definitiva, al sabor a muerte que se esconde tras cada capotazo y pase, en ese enfrentamiento directo que se establece entre el hombre y el animal de lidia. Todo ello es expuesto con una extraña serenidad, envuelta en aires mortuorios. Poco a poco la extraña pasión que vive en su interior ese atractivo y mundano joven empresario, le hará introducirse en un mundo que le fascina exteriormente, pero que poco a poco se convertirá en una autentica transformación existencial. Es el que le hará abandonar esa cierta altanería que hasta entonces le ha caracterizado. El que le hará insinuarse con la joven Anita de la Vega (Joy Page), aunque entre ambos se encuentre la figura del joven matador Antonio Gómez, ligado hasta entonces a ella, pero que sabrá entender ese nuevo soplo amoroso marcado hacia el americano, aunque una falta de entendimiento de este –una vez más, su explosiva personalidad-, lleve a casi la ruptura en dicha relación.

BULLFIGHTER AND THE LADY es un bello canto en torno a la autenticidad del mundo de la tauromaquia. Un recorrido en el que no omite sus aspectos más sombríos –esa visita realizada a la vivienda de un experto en la materia, que haría las delicias de Hanry James, y que parece ofrecerse como un templo en torno a los recuerdos de matadores fallecidos-. Que evoca los elementos que obedecen a la ética de sus oficiantes, el respeto a los maestros más consagrados, la mirada en torno a esa amistad entendida hasta el último momento –la tragedia que costará la vida a Manolo, para defender a Regan de una torpeza en sus momentos de actuación-. En la que se cuestiona la fanfarronería de aquellos que se atreven a evaluar el valor –el provocador encarnado por Rodolfo Acosta, culpable de general una peligrosa situación a Manolo, y al que su mujer no hubiera dudado en asesinar caso de haber terminado en tragedia-. El film de Boetticher no carece de defectos formales –en algunos de sus planos de percibe cierta ausencia de raccords-, pero se adentra con credibilidad en su modo de filmar las corridas y los lances de cada torero –dichos pasajes están revestidos de una notable sensación de veracidad y, sobre todo, de auténtica alma. Sentimiento en las capeas, en la descripción de los entrenamientos, en la emoción que se dibuja en el rostro de un entregado Robert Stack –quien percibimos rodó algunas de dichas secuencias toreando ante becerros realmente-.

Hay en el conjunto de este largo pero en todo momento apasionante metraje, una sensación sombría y de irreductible fatalismo. Boetticher sabe apostar por el uso de la profundidad de campo, por la fuerza expresiva de los recintos taurinos, de sus esculturas. Por las miradas y gestos entre los actores. Por sus emociones calladas y sus resignaciones. Por tener la sensación de que se nos brinda ser parte activa de un  auténtico modo de vida. De una ética que sabe al polvo de un ruedo. Y en medio de esa autentica ceremonia, podemos asistir a instantes tan estremecedores como el que se desarrolla en el interior de la capilla, con el intento de John de volver a atraer hacia sí a Anita –el detalle del pañuelo que finalmente se le cae-, en el encuentro entre el norteamericano y la viuda de Manolo –Chelo (Katy Jurado)-, quien pese a su dolor le entrega el capote de su marido para que le proteja, en ese toro que ha de lidiar casi como inmolación, o en esa mirada al cielo que Regan dirige, cuando aparece junto a sus compañeros en la Plaza de Toros de México. Un cúmulo de detalles en la historia de una obsesión –la de su joven protagonista, quien culminará su andadura transformado, como si hubiera vivido una experiencia metafísica-. Todo ello una película realizada con el corazón, que curiosamente veneraba el maestro John Ford, y con la que Boetticher mostró por vez primera –y al parecer con más acierto que nunca- su pasión por la tauromaquia. Probablemente, nos encontremos ante una de las cimas del cine norteamericano de su tiempo.

Calificación: 4

1 comentario

Luis -

La verdad es que hasta la fecha dienpre había tenido como obra maestra del realizador La ley del hampa. Hoy he visto esta maravillosa película y tendría que volver a ver la anterior para confirmar cuál de las dos merece situarse en la cima. Esta es una película de una sensibilidad especial, magníficamente orquestada por Víctor ayoung y que merece ser rescatada del más injusto de los olvidos. Joya sublime.