THE GUILT OF JANET AMES (1947, Henry Levin)
Para cualquier rastreador de rarezas cinematográficas, no cabe la menor duda que THE GUILT OF JANET AMES (1947), aparece como un exponente perfecto. Ahí es nada, asistir a una fantasmagoría de tintes psicoanalíticos, basando sus consecuencias en un incidente vivido en la II Guerra Mundial, uniendo en su base argumental referencias en torno al célebre Peter Ibetson, y fraguándose una historia de amor en apenas una noche. Toda una extravagancia auspiciada por la Columbia, abierta por el bellísimo tema musical de George Duning -¿Cuándo se reconocerá en su sensibilidad, a uno de los mayores compositores de bandas sonoras de la generación intermedia?-. Nos presupondrá a una impactante secuencia que perseguirá el desplazamiento, de una mujer que discurre en estado catatónico, sin hacer caso del ofrecimiento de invitación de un hombre, hasta que finalmente –en off narrativo- esta sea atropellada. Recogida por una ambulancia será llevada a un hospital, siendo atendida sin portar identidad alguna, salvo una lista de cinco nombres, que concluye con el de Smitty Cobb (convincente Melvyn Douglas, en un rol quizá alejado a sus características). Muy pronto, la película se trasladará a su situación, siendo un periodista de prestigio que desde su retorno en la contienda mundial ahogó sus penas en el alcoholismo. Smitty mantiene, sin embargo, una especial relación con el dueño de la taberna a la que acude diariamente, con el que conversa en torno a la fuerza del amor por encima del espacio y el tiempo, evocando para ello el personaje de Peter Ibestson, Pese a la decadencia de sus últimos tiempos, el periodista ha recibido una oferta para dirigir un rotativo y, con ello, rehacer su vida. No obstante, y pese a su renuencia, al conocer de quien se trata acudirá en su ayuda, en medio de una noche lluviosa, superando el acoso de un joven y molesto periodista, que intuye en la trastienda de esta ingresada, se encuentra la oportunidad de una gran noticia.
Cobb desde el primer momento sabrá que se trata de Janet Aimes (una Rosalind Russell, siempre bordeando su peligrosa tendencia a la sobreactuación). Ella es una mujer traumatizada desde que dos años atrás, su marido muriera en plena contienda mundial, al salvar con su cuerpo el estallido de una granada, y salvando con ello la muerte segura de sus cinco compañeros. Desde entonces, ha ido alimentando un creciente resentimiento, que en realidad la ha mantenido atormentada, y que tras el accidente le imposibilitará andar, no como consecuencia de una fractura en el accidente, sino por el schock psicológico que se ha desarrollado a partir del mismo. Smitty, pronto lo sabremos, fue el superior del comando que ordenó al marido de Janet dicho gesto, sintiendo desde entonces ese remordimiento, que en el fondo motivaría su decadencia personal tras su regreso de la contienda.
Asi pues, THE GUILT OF JANET AMES se plantea como una extraña fantasmagoría, en la que el atormentado y alcoholizado periodista, intentará devolver a la realidad a la no menos atormentada Janet. Para ello, sinceramente, hubiera hecho falta un realizador con más pulso y personalidad que el –por otra parte en otras ocasiones más atinado- Henry Levin, que ahoga la película en un exceso de verborrea, sin proponer en sus imágenes la suficiente entidad, para lograr hacer emerger su conjunto de esa atonía que invade su metraje. Es evidente que la película, con un diseño de producción modesto, y que solo mantiene un cierto estatus en función de su pareja protagonista, se inscribe dentro de esa corriente psicoanalítica que tanta fuerza tuvo en el cine USA de aquellos años, al que proporcionó por otra parte títulos magníficos. No es este el caso.
La figura del periodista y su interacción constante con Janet, le llevará a forzar con esta serie de ensoñaciones de la protagonista, con las que se visualizará a modo de fantasmagoría, lo que de idílico podrían tener aquellos cinco supervivientes. Serán pasajes que podrían haber tenido su plus de hálito fantastique pero que, lamento decirlo, en más ocasiones de las deseadas, se acercan al ridículo. Es más, una de ellas nos permitirá la actuación –integrada en su supuesto espectáculo-, del gesticulante cómico Sid Caesar –una institución en USA, y al que recordaremos por IT’S A MAD MAD MAD MAD WORLD (El mundo está loco, loco, loco, loco, 1963) de Stanley Kramer. Así pues, en realidad, el film de Levin provoca simpatía por su propia modestia –o la presencia de actrices tan notables como Betsy Blair y Nina Foch, en roles episódicos-, y por el hecho de devenir una pequeña extravagancia, por más que la misma concluya con el inicio de una historia de amor entre la pareja protagonista ¡Fraguada en una sola noche!. Ni siquiera la creencia más desenfrenada en el romanticismo que desprenderá ese Peter Ibetson al que recurrirá Simtty con frecuencia, espoleado por las charlas del entrañable tabernero, puede hacernos creer una conclusión desplegada con tanta ausencia de convicción.
Calificación: 1’5
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