PERFORMANCE (1969, Donald Cammell & Nicolas Roeg) Performance
La aplicación de la psicodelia y diversas licencias visuales populares en las postrimerías de los años sesenta, fue una de las modas más molestas y caducas del cine de su tiempo. Presente en títulos en ocasiones exitosos –POINT BLACK (A quemarropa, 1967. John Boorman)-, en otros caracterizados por su aparente severidad –PETULIA (1968, Richard Lester)-, y en ocasiones incluso inserta en propuestas de género insólitas por su incorporación –EYE OF THE DEVIL (1966, John Lee Thompson)-, lo cierto es que fueron parte determinante de la expresión de unos modos fílmicos, que hoy día aparecen quizá tan caducos como en el momento de su propia aplicación, pero en ocasiones permiten la aparición de exponentes, que más allá de estar adornados por dicha estética, emergen precisamente como parte implícita de la misma.
Mi recuerdo al lejano visionado de PERFORMANCE (1969, Donald Cammell y Nicolas Roeg, 1969), era poco menos que calamitoso. Con menos de veinte años de edad las imágenes de esta cruel fábula, dominada entre una extraña adscripción a una violenta aplicación el cine de gangsters, y la inserción dentro del ámbito del drama psicológico, que asumía por un lado corrientes de gran riqueza inherente al cine inglés, pero al mismo tiempo se imbuía con el espíritu de una corrientes extremas marcadas en una cultura urbana británica, en aquellos momentos en estado de decadente ebullición. Fruto de todo ello y, fundamentalmente, de la mente de esa extraña personalidad que fue Donald Cammell (1934 - 1996), surge una película que en el momento de su estreno fue literalmente vilipendiada, y que vista con el paso de los años, adquiere una extraña condición de punto de referencia, de cara a posteriores exponentes en los dos ámbitos antes señalados –el que podría representar en un sentido el GET CARTER (Asesino implacable, 1971. Mike Hodges), y por otro el Roman Polanski de LE LOCATAIRE (El quimérico inquilino, 1976)-. Lo cierto y verdad es que el inicio de esta autentica paranoia psicológica que brinda PERFORMANCE, se inicia con una excesiva recurrencia al montaje psicodélico, aquilatando marcos y ámbitos temporales, y acentuando el aspecto crispado de la propuesta, en lo que no fue más que una opción elegida para solventar diversos problemas de posproducción. En muchas ocasiones, los resultados finales de determinadas elecciones, más allá de su resultado final, provienen de circunstancias externas que, caso de ofrecer un resultado positivo, suelen ser ocultas.
Sin embargo, más allá de aspectos puntuales, de lo caótico que al parecer resultó un rodaje, en donde el consumo colectivo de drogas fue uno de los elementos determinantes, lo cierto es que la entraña de PERFORMANCE aparece viva, violenta en estado extremo, desatando el apasionamiento que impregnan todas sus imágenes, recargadas por un cromatismo desaforado, excesivo como la propia película. Un recorrido en el que importa poco lo liviano de su guión, puesto que más que asistir a un relato, la película se erige como una experiencia, todo lo irregular que se quiera, pero a fin de cuentas extrema, como una especie de punto sin retorno, representativo en último término, de la virulencia que se estaba viviendo en una sociedad que dejaba atrás de manera abrupta unos años dominados por el hedonismo. Esos exteriores tan alejados del Swinging London, serían el marco de una relativa decadencia, de una severidad poco a poco habitual en el cine de las islas, en el que contemplaremos durante los primeros minutos las andanzas de Chas (James Fox), un matón de notable carisma y buena presencia, caracterizado por su acentuado sadismo y carácter expeditivo, a la hora de dar rienda suelta a los encargos para intimidar a aquellos que se resisten a las llamadas de su jefe Harry Flowers (Johnny Shannon). Caracterizado por un innato narcisismo –cu aspecto cuidado, la tendencia a observarse ante el espejo-, por momentos aparece casi como un precedente primitivo del Patrick Bateman que encarnó Christian Bale en AMERICAN PSYCHO (2000, Mary Harron). La querencia de Chas en una escalada que llegará a escandalizar a sus jefes, trasladará un punto de inflexión cuando llegue a atacar a un antiguo compañero de colegio, que se ha aliado a sus superiores, ya suspicaces, signifique para él, el inicio de su caída en desgracia. Vivirá una tremenda emboscada desarrollada en su propio apartamento, sufriendo una agresión de tintes homosexuales, que de manera inesperada logrará revertir, eliminando a ese antiguo compañero de infancia y competidor. Será la oportuna motivación para que aquellos que lo han estado utilizando hasta entonces, inicien su búsqueda y captura. En parte para quitarse de encima alguien que podía rebelarse a los códigos imperantes en el “hampa”, y en parte para evitar que la injerencia policial pudiera perjudicarles –un poco como sucedía con el M de Fritz Lang-. Abocado a ello, Chas se teñirá el pelo y huirá para evitar ser eliminado. De manera casual, en la terminal del tren obtendrá una dirección en una vieja y desvencijada mansión ubicada en un barrio decadente de Londres, donde se aloja una estrella del rock retirada de la popularidad y la fama –Turner (Mick Jagger)-, a quien rodean dos muchachas, conformando una atmósfera turbia y malsana. Imbuido por un lado en la mejora de sus heridas, y en llevar a la práctica una huída definitiva que le lleve hasta Nueva York, Chas será rechazado por Turner en el primer encuentro que tengan ambos –es aceptado a ocupar el sótano de la vivienda por la mediación de Pherber (Anita Pallenberg), una joven más cercana a este-. Sin embargo, logrará mantener su estancia mintiendo al señalar que se trata de un malabarista, y adoptando el nombre de Johnny Dean –en la habitación se encuentra un troquelado con la figura de James Dean-. A partir de ese momento, nada será igual para nuestro protagonista, al que todos los residentes en la decrépita mansión verán no solo a un hombre que despierte sus instintos más íntimos. Para ello lo sobreprotegerán, pero al mismo tiempo iniciarán con él una relación en la que la bisexualidad, la relatividad en el juego de identidades, o en el que nada será como parece, llegándose a introducir ciertos matices oníricos e incluso ligeramente fantastiques. Todo ello, conformando una atmósfera asfixiante. Casi de otro mundo, en la que aflorarán los matices más recónditos de la psique humana, representado en unos personajes extremos, que mirándose en el espejo de sus propias interioridades, no dudarán en exteriorizarlos, en una especie de ceremonia de la confusión. En una danza bizarra y malsana, en la que las pasiones más reprimidas se harán presentes, en un universo de aparente liberación total, hasta el punto de que llegado un inevitable reencuentro con su realidad, el futuro de Chas se dilucide en una sorprendente conclusión que, en el fondo, no es más que una hipnótica y catárquica consecuencia a todo lo vivido.
Dividida en dos mitades de opuesta condición, destaca en PERFORMANCE el carácter nervioso y violento de su primera parte, en contraste con la sinuosa, claustrofóbica e hipnótica segunda mitad, que se iniciará con un poderoso picado en el que se describirá la llegada de Chas a la mansión de Turner, describiéndolo como un ser que casi aparece atrapado en un marco con vida propia –a mi modo de ver, el instante más inquietante del relato-. Conocido es el aura terriblemente violenta que tendrá el ataque con ácido a un Mercedes y el afeitado de la cabeza de su chofer con motivos intimidatorios que, junto al ataque al propio Chas, se erigirán como los fragmentos más violentos del conjunto. En su oposición, el amplio bloque desarrollado en el decrépito edificio propiedad de la enigmática estrella del rock, se caracterizará por una menor recurrencia al montaje sincopado, asistiendo por el contrario a una sintonía con la psicodelia, sobre todo en las secuencias en las que nuestros personajes se dan a la ingesta de drogas alucinógenas.
Excesiva de manera genérica, capaz de múltiples lecturas, en una ceremonia abierta en todo momento, densa y gratuita a partes iguales, representativa de un momento concreto y, al mismo tiempo, expuesta a contrastadas referencias, es curioso que se recuerde en muchas ocasiones PERFORMANCE por la presencia en su reparto de la estrella de los Rolling Stones, Mick Jagger. Cierto es que fue el punto de partida para poder llevar adelante este insólito proyecto. Sin embargo, si hay alguien que de verdad merece una mención más allá de todo elogio, es la entrega que ofrece James Fox encarnando a ese matón de extraña psicología, que le costó una crisis personal y abandonar la profesión durante ocho años. Como quiera que siempre he considerado a Fox uno de los grandes intérpretes ingleses de su tiempo, su adscripción a una escuela interpretativa más o menos “clásica”, le impidió adscribirse a la irrefrenable corriente de los Angry Young Man, a los que en algún caso superó en talento. En una carrera dominada por roles que unían su apostura con la versatilidad, cierto es que Fox ofreció dos referencias que anticipan lo alcanzado en el film de Cammell y Roeg. Por un lado su revelación en THE SERVANT (El sirviente, 1963. Joseph Losey) -¿Quizá por ello fue elegido para esta película?-, y por otra el hosco y magnífico personaje encarnado en la no menos admirable KING RAT (1965, Bryan Forbes). Su performance –valga la redundancia-, sobrepasa cualquier medida en el terreno de la encarnación de un personaje, para convertirse en la mayor representación de la experiencia extrema que, en última instancia, brinda está insólita y enfermiza obra de Cammell y Roeg.
Calificación: 3
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