NOBODY LIVES FOREVER (1946, Jean Negulesco) [Nadie vive para siempre]
Dentro de la enorme riqueza del cine noir, podemos encontrar clásicos incontestables, exponentes sobrevalorados en función de su mítica, y otros a los que el paso del tiempo no ha permitido su redescubrimiento hasta hace pocos años –es el caso de MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner) entre otros muchos-. Y hay también referentes que lo tenían todo para erigirse en referentes incontestables, sobre todo debido al background que alberga su ficha técnica y artística y que, sea por las causas que fuera, se quedan a medio camino en sus resultados. El ejemplo que brinda NOBODY LIVES FOREVER (1946) es paradigmático a este respecto. Está firmado –y se nota- por un realizador como Jean Negulesco, que bregó con acierto por las aguas turbulentas del noir, en aquellos fértiles años de conexión con la Warner. Se cuenta con la firma del novelista W. R. Burnett, la iluminación de Arthur Edeson deviene espesa y llena de personalidad, el reparto es magnífico, con el protagonismo de un John Garfield en su momento de esplendor, interactuando con la menos conocida pero igualmente brillante Geraldine Fitzgerald o el mítico Walter Brennan. Sin embargo, teniéndolo todo a favor, y aún reconociendo que se trata de un título estimable, e incluso brillante en algunos de sus pasajes, no puede situarse ni siquiera entre la cima de lo más notable rodado por Negulesco, en un periodo en el que el realizador ofreció títulos tan memorables como HUMORESQUE (1946). Hay algo que con un mirada más o menos distanciada con el título que comentamos, que se aprecia ya en los primeros minutos del metraje; su dispersión. En su inicio, NOBODY LIVES FOREVER aparece de manera equívoca, como la crónica de la reinserción de un inadaptado, recuperado de heridas en la contienda bélica. Nick Blaine (Garfield), es un joven del que pronto descubriremos su ética, añorante de su antigua novia –Toni (Faye Emerson)-, pero al mismo tiempo participe en el pasado por sus actividades lindantes con la delincuencia. Al descubrir el engaño que esta le ha brindado en sus ausencia –Toni se unirá a un tipo de turbia ascendencia, montando un club entre ambos-, recuperará los cincuenta mil dólares que le prestó antes de alistarse como voluntario, y que en primera instancia su prometida quería eludir.
Viajará con su amigo Al Doyle (George Tobias) –conformando una extraña relación de amistad y dependencia-, hasta la costa en Los Angeles, para disfrutar de un descanso temporal. Allí se encontrará con su viejo amigo Pop Gruber (Walter Brennan) –primera incongruencia ¿con qué facilidad se encuentra con este “en acción”?-, aún limitado pese a su avanzada edad, a pequeñas estafas con borrachos. Pop le pondrá en contacto con el resentido Doc Ganson (George Couloris), un delincuente de guante blanco caído en desgracia, y caracterizado por la aversión que siempre ha demostrado ante el carisma y la soltura de Blaine. Ganson ha establecido la posibilidad de un plan que se apropie la fortuna de una viuda de aún buena presencia –Gladys Halvorsen (Geraldine Fitzgerald)-. Para ello se pretende la utilización de Blaine como señuelo para engatusarla y lograr un presunto acercamiento amoroso con ella. Este asumirá el mando de la operación, incluso patrocinando sus pormenores. No obstante, lo que en un principio parece como un trabajo fácil para alguien tan experto como Nick, con su discurrir planteará la aparición de un nuevo planteamiento; ambos se enamorarán.
Curiosa mezcla de elementos genéricos, quizá el principal reproche que se le pueda formular a NOBODY LIVES FOREVER, provenga de su propia indefinición. Antes señalaba la existencia de ese inicio formulando la presencia de un voluntario de carácter poco definido, dejando en el aire la posible crónica de un retorno en cierto modo definida por elementos traumáticos. Poco después, aparecen apuntes que nos podrían indicar introducirnos en el mundo cercano a Damon Runyon, con la descripción de ese sustrato ligado al borde de la Ley, con ese club que regenta su ex novia Toni. Más adelante, con su viaje a Los Angeles aparecerán elementos más comunes al mundo de Burnett –la figura de Pep, esas descripciones puntuales pero efectivas de tabernas, tugurios o reuniones clandestinas-, y se dará paso a un plan que permitirá introducir a Negulesco en su predilección por el melodrama, al escenificar ese proceso, por que el que Blaine y Gladis asumen la llegada para ellos de un amor sincero. Será sin duda el punto de inflexión de la película, escenificado en un excelente fragmento, desarrollado en la misión de Fray Junípero Serra en lugar cercano a Los Angeles. Hasta allí llevará Gladis a Nick, viviendo ambos una de esas ascesis ya conocidas en el cine de la mano del Leo McCarey de LOVE AFFAIR (Tu y yo, 1939), y reiteradas por el propio cineasta en su posterior y aún más logrado remake. Es en dicha visita, donde la intensidad de Negulesco se superpone a la elegancia de la que ha hecho gala durante el resto del metraje, marcando un referente a la hora de sincerarse en unos sentimientos que se han planteado hasta entonces bajo una cortina del fingimiento. Sin embargo, el conjunto de NOBODY LIVES FOREVER no adquiere la homogeneidad de este fragmento. Esa falta de densidad en la no siempre afortunada combinación de géneros, hace que que algunos momentos se advierta una dispersión, una falta de densidad que perjudica al conjunto. La presencia de detalles humorísticos –que aparecen incluso en los planos finales de la película-, casi nunca resultan oportunas; el personaje encarnado por Couloris aparece chirriante y de escasa credibilidad. El desarrollo del plan de Blaine nos hace añorar el planteamiento de la excelente HOLD BACK THE DAWN (Si no amaneciera, 1941) de Mitchell Leisen, e incluso la inoportuna reaparición del rol de Toni, aparece por el metraje sin resolver su justificación ni sus consecuencias.
Sería injusto, sin embargo, negar a Negulesco la impronta de su elegancia en la puesta en escena, puesta de manifiesto en la casi constante y oportuna movilidad de la cámara, la fuerza del look de la Warner, y la consecución de un magnífico fragmento final nocturno, desarrollado junto a una cabaña ubicada en la costa, en la que la presencia de la niebla y una magnífica planificación, caracterizada por ofrecer un especial desasosiego, permitirá concluir con brillantes –salvo ese innecesario guiño cómico final-, una película atractiva, pero carente de ese plus que atesoran para si, las obras perdurables.
Calificación: 2’5
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Luis Tovar -