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CINEMA DE PERRA GORDA

ROAD HOUSE (1948, Jean Negulesco) El parador del camino

ROAD HOUSE (1948, Jean Negulesco) El parador del camino

ROAD HOUSE (El parador del camino, 1948) fue el título con el que el rumano Jean Negulesco se introdujo en la 20th Century Fox, tras una larga y sustanciosa andadura previa en la Warner que le permitió títulos de notable interés, en especial HUMORESQUE (1947), que me sigue pareciendo la obra maestra de su realizador. Lo cierto es que ya en aquellos años, la trayectoria profesional de Negulesco parecía un valor seguro, permitiéndole hasta la mitad de la década de los cincuenta realizar una amplia serie de títulos enclavados fundamentalmente en el cine policiaco o melodramas criminales, aunque sus tareas no desdeñaran la presencia de melodramas e incluso títulos escorados a otros géneros. El conjunto de dichas aportaciones permiten considerar la valía de un hombre de cine que, lamentablemente, fue desprovisto repentinamente de cualquier valoración positiva desde el momento en que accedió a filmar y auspiciar una serie de comedias turísticas en las que varios personajes femeninos se aunaban en la búsqueda de sus “príncipes azules”. Fueron todos ellos títulos lanzados para aprovechar el uso del Cinemascope, en cuyo objetivo se aunaban estas historias con mujeres y ante fondos turísticos atractivos, encaminando tal decisión en la premisa de ofrecer al espectador otro aliciente a la hora de contemplar los títulos proyectados; desarrollar imágenes de gran belleza que ejercieran como auténtica postal turística de la ciudad en la que se ha filmado. Dicho esto, conviene centrarse en las cualidades que convierten ROAD… en uno de los títulos más valiosos de la trayectoria del director rumano.

 

Aunque en ella se detectan ecos nada ocultos de otras dos exitosas películas previas del estudio –KISS OF DEATH (El beso de la muerte, 1947. Henry Hathaway), con la que comparte la presencia y el carácter ofrecido por un espléndido Richard Widmark y, por otro lado, LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1945, John M. Sthal), de la que retoma el personaje que interpreta Cornel Wilde, así como la presencia del lago como motivo de progresión y también de muerte de sus personajes, lo cierto es que el film de Negulesco supone una por momentos explosiva mezcla de elementos y personajes arquetípicos en el cine noir. Una propuesta desarrollada con tanta elegancia como violencia contenida, introduciendo de forma muy acusada un concepto de erotismo y sensualidad marcado por la presencia de Ida Lupino, que encarna el vértice femenino del triángulo amoroso finalmente erigido como el detonante de una vertiente progresivamente trágica que se adueñará del relato a partir de su segunda mitad. Señalaba Negulesco hace muchos años que el guión de esta película fue rechazado por cuatro directores antes de llegar a sus manos, y cuando Zanuck le pidió hacerse cargo de él, el realizador tuvo claro desde el primer momento en ofrecer una historia donde la pulsión sexual fuera el elemento que provocara el detonante de la misma.

 

Jefty (Richard Widmark) es el dueño de un establecimiento de diversión situado en una pequeña localidad cercana a la frontera de Canadá. Tras volver de un viaje por California –en una práctica que al parecer reitera año tras año-, traerá a la joven y arisca Lily (Ida Lupino) para que actúe en su local bajo contrato. Muy pronto se revelará contra tal decisión el joven gerente del mismo –Pete (Cornel Wilde), al tiempo que el mejor amigo de Jefty-, pensando que tal adquisición es innecesaria y recordando cuantos ejemplos de estas características han pasado ya por este parador. Sin embargo y pese a sus deseos, Lily se quedará allí y muy pronto se comprobará que su personalísima voz servirá como atractivo a numerosos clientes. El éxito de la nueva cantante irá acompañado de la demostración de su personalidad independiente, al tiempo que ello irá aparejado con la relación que irá entablándose entre ella y Pete.  Esta circunstancia hará pensar en el hasta entonces fiel amigo de Jefty, que no ha manifestado la debida lealtad hacia él –quien desde el primer momento ha sido quien ha apostado por Lily, aunque en el fondo esta no se planteara más que como otra más de sus puntuales y efímeras conquistas-, ya que este desde hace muchos años fue su fiel protector. Durante una ausencia de varios días de Jefty se intensificará el romance entre los dos jóvenes, y cuando este regresa plantea celebrar su boda con Lily. Conscientes de la difícil situación los dos amantes decidirán marcharse y casarse, circunstancia que Jefty intentará abortar forzando un falso robo por parte de Pete, lo que le acarreará ser detenido y procesado. Una difícil circunstancia se plantea para el muchacho, quien finalmente estará obligado a aceptar la situación de acogida que Jefty ha estado implorando ante el juez, y que le forzará a tener que asumir la situación de mantenerse bajo el sometimiento de este, al tiempo que tener que soportar junto a Lily las provocaciones que constantemente le proporciona el que fuera su mejor amigo, totalmente resentido por no haber encontrado respuesta en su última conquista, e incentivando esta sensación al comprobar que esta ha sido consolidada con quien fuera su protegido. A base de humillaciones, Jefty logrará que los dos amantes acudan a una cabaña situada junto a un lago, donde finalmente se exteriorizarán las tensiones entre ambos personajes hasta confluir en una conclusión violenta en la que alcanzará un papel absolutamente decisorio el papel mediador de la siempre bondadosa y resignada Susie (Celeste Holm), secretamente enamorada de Pete, aunque consciente de que jamás podrá ocupar en este más que la presencia de una sincera amistad.

 

Lo primero que cabe destacar en ROAD HOUSE, es el fascinante retrato que se realiza del personaje interpretado de manera personalísima por Ida Lupino –y en el que resulta imprescindible apreciar su rugosa voz original-. Desde los detalles con los que se describen rasgos de su personalidad –la manera con la que Pete se encuentra por vez primera con ella, cuando se atusa una pierna, el rasgo importante que reviste su excesiva dependencia al tabaco-, hasta la constatación de la independencia de su personalidad, lo cierto es que el film de Negulesco apuesta en este sentido por un retrato femenino bastante avanzado para el contexto en que está insertado. Un marco social este que además es mostrado en toda su convulsión. Los detalles de la condición de ex voluntario de Pete no son más que un elementos dentro de un entorno social turbulento y casi sin destino definido, que es descrito sin subrayados ni moralismos, y en donde la existencia de este lugar de diversión no supone más que una metáfora en una huída hacia delante de una sociedad en auténtico estado de schock que se manifiesta en la misma planificación de exteriores. Pero es que este mismo contexto se expresa en la singular composición arquitectónica y en la planificación efectuada de unas instalaciones con las que el espectador se sitúa y familiariza.

 

A partir de estas características y desde la referencia al atractivo look habitual en el cine negro de la Fox –que tan bien supo tomar como base Otto Preminger en estos mismos años-, Negulesco logra plasmar un atractivo melodrama triangular en el que son destacadas –y quizá un poco excesivas- las referencia de índole sexual –esa recurrencia a cabezas de alces que sirven como decoración, el propio nombre del hotel donde se alojará Lily-, caracterizado por una inusual fuerza en sus diálogos, e igualmente remarcable en la perfecta adecuación de sus intérpretes. No cabe dudar ni de la personalísima Ida Lupino ni de la mezcla de brutalidad y aparente amabilidad demostrada en la evolución del personaje encarnado por Widmark –algunas de sus miradas expresan una brutalidad contenida-, por más que quizá sobren esas risotadas heredadas de su recordado Tommy Udo en la ya citada KISS OF DEATH-. Pero lo que resulta interesante es comprobar la adecuación del por lo general limitado Cornel Wilde, e incluso de una Celeste Holm a la cual la pasividad de su registro se ajusta casi a la perfección en un rol comprensivo y resignado. Una circunstancia esta que se extiende, lógicamente, al conjunto de personajes secundarios presentes en el relato, en el que quizá me gustaría destacar ese sargento de policia que detiene al acusado Pete, caracterizado por el escepticismo en el desempeño de sus funciones –cinco casos al día, 35 a la semana-.

 

Probablemente pueda detectarse en ROAD HOUSE una cierta dependencia de ciertas debilidades argumentales –la nota con esos seiscientos dólares que Pete recogerá de la caja fuerte de Jefty cuando intenta huir con Lily, que en los compases finales del film aparecerán como un casi innecesario mcguffin; la charla que Jefty mantiene con el juez poco antes de que este dicte sentencia, logrando modificar la misma-.Aún con ello, lo cierto es que nos encontramos con un film magnífico, tenso, revelador de un tenso estado de ánimo social, en donde se logra destacar el que quizá sea uno de los retratos femeninos más complejos del cine noir norteamericano, y que alcanza en el conjunto de sus secuencias finales –desarrolladas en un nocturno y casi fantasmal bosque dominado por la niebla-, una temperatura y tensión física y psicológica ciertamente admirable. En definitiva, una estupenda y poco recordada muestra de melodrama criminal que revela la necesidad de reconocer de forma definitiva la existencia de una primera mitad de la trayectoria cinematográfica de Jean Negulesco, caracterizada por un singular buen pulso y un ramillete de títulos de considerable valía. En ella, nuestro hombre se expresó como un realizador de primera fila.

 

Calificación: 3’5

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