PRIMA DELLA RIVOLUZIONE (1964, Bernardo Bertolucci) Antes de la revolución
No tuve, dada mi definición generacional, una ligazón en torno a todo aquello que marcó una determinada adscripción de la cinefilia, hacia una serie de cineastas y figuras que, como ha sucedido en tantas ocasiones, fueron fruto de modas pasajeras. Recuerdo como en no pocas ocasiones aludía a ello en sus comentarios el maestro José Mª Latorre, evidenciando como tótems en su momento erigidos como portaestandartes de la supuesta vanguardia fílmica. No nos engañemos. Es algo que se ha venido sucediendo con posterioridad, incluso en los tiempos actuales, donde las generaciones más jóvenes sienten el impulso de entronizar nuevos cineastas, que pocos años después caen al olvido con la misma ligereza con la que fueron descubiertos. En dichos parámetros, podemos situar la aparición del italiano Bernardo Bertolucci, de inmediato llevado a los altares de la modernidad cinematográfica. La célebre y pueril frase pronunciada en una de las secuencias más caducas de PRIMA DELLA RIVOLUZIONE (Antes de la revolución, 1964) “No se puede vivir sin Rossellini”, aparece como el elemento más reconocible de esta crónica del conflicto existencial y político vivido por Fabrizio (Francesco Barilli), en la provinciana ciudad de Parma –localidad natal de Bertolucci- de 1962.
Unas vistas aéreas de la misma, punteadas por la voz en off del protagonista, exteriorizando esa sensación de ahogo que se produce en su día a día, como burgués que desea rebelarse de tal condición, heredada de su entorno familiar, y en el cual tanto tiene que ver el contexto urbano en que se desarrolla su vida diaria. En su oposición, se ha implicado en la afiliación con el partido comunista, intentando extender esa inquietud que le rodea, aunque no deje de ver a los ciudadanos que le axfisan, como una masa carente de alma y pensamiento. Intentará trasladar esa inquietud a su buen amigo, el joven Agostino, del que pronto sabremos su desapego familiar y su extraña condición interior, que culminará inesperada y trágicamente con el suicidio.
El paso de los años nos permite modificar las percepciones de cualquier aportación artística, y estoy convencido que esta circunstancia se extiende de manera considerable sobre esta célebre obra de Bertolucci. De entrada, uno siente como algo vieja esa querencia del cineasta por ciertas formulaciones visuales propias de la Nouvelle Vague. Esa determinada libertad formal se me antoja caduca, casi en colisión, con una mirada que logra transmitir el desasosiego existente, con un entorno en el que el atavismo de esa sociedad anclada en el pasado, aparece tan palpable a través de la iluminación que brinda la fotografía en blanco y negro de Aldo Scavarda. Con esos tonos lívidos, tan familiares en el cine italiano de la época, que se antojan casi físicos en su cercanía con el espectador. Caduca aparece también esa querencia con el conflicto planteado en la filiación comunista del protagonista, como envejecida aparece esa ya señalada secuencia en la que Fabrizio conversa con un amigo cinéfilo, entablándose un casi hilarante debate, tras haber contemplado ambos un film de Godard, que queda ejemplificado como un bálsamo para emerger de la mediocridad cultural de la ciudad. O también casi infantiles; las secuencias en las que se describe esa fiesta anual para los militantes comunistas. Instantes quizá en los que Bertolucci incidió situándolos en un primer plano, pero como en un cuadro, han aparecido totalmente desteñidos.
Y es que, a fin de cuentas, lo que realmente sigue otorgando fuerza a PRIMA DELLA RIVOLUZIONE, es el grito de auténtica rebeldía, de búsqueda de realización personal, establecido entre Fabrizio y su aún joven y atractiva tía Gina (Adriana Asti). Esa mujer a la que acogerá a su retorno a Padua, y con la que sobrellevará una historia de amor, sincera, apasionada, en la que la sombra de ese auténtico incesto quedará diluida por la sinceridad de su comportamiento. De la luz que ilumina unas almas que, esta vez sí, logran una rebeldía auténtica, real y tangible. Una unión que saben se encuentra condenada a una efímera existencia, pero a la cual la imagen legará a plantear color en medio de la negrura del paraje urbano, en una de las soluciones visuales más atrevidas y entrañables. Así pues, también el paso del tiempo ha despojado de la posible aura de escándalo de una relación en principio contra natura, quedando hoy día en la pantalla con un aura de sinceridad, de anhelo buscado, de vislumbre de una realidad quizá efímera pero, por ello, más auténtica.
Por ello, pese a la ligereza formal de la que hace gala el director, y que probablemente limite el alcance de su resultado, lo perdurable de PRIMA DELLA RIVOLUZIONE aparece en la fuerza romántica y desgarradora que fragua entre los dos protagonistas. Algo, por otra parte, bastante extendido en el cine italiano de su tiempo, no solo en sus cineastas de cabecera, sino en otros hoy día lamentablemente olvidados, pero en aquel entonces capaces de ofrecer pinceladas de una sociedad en constante transformación. Me refiero a nombres reconocido como Valerio Zurlini, o desiguales como Mauro Bolognini. En ellos y en muchos otros, se logró establecer una mirada global sobre ese pueblo italiano que aparecía ligado al progreso, y que no abandonaba esos atavismos que habían conformado y limitado su personalidad. Es algo que Bernardo Bertolucci asumió con astucia, y que supongo logró imbuir de cierta aura de novedad a un relato, que en su esencia se entronca con una corriente de especial riqueza en el cine de su país. Esa mirada nihilista al entorno de una Italia aún traumatizada, incapaz de salir de su oscurantismo, cantada por escritores como Pratolini, Sciascia, Pavese, y que quizá tenga en la conmovedora secuencia de la salida de la boda, con los besos desesperados, entre lágrimas, de una Gina destrozada, al contemplar como Fabrizio ha consumado ese inevitable pacto con el conformismo burgués. Poco antes, el reencuentro de ambos en el teatro de la ópera, conformará por un lado la prueba de la ligazón que ambos mantienen, y de otra la imposibilidad de prolongar su relación. Valiosa en lo que en su momento pudo tener de escandalosa, periclitada en lo que podía ofrecer de propuesta novedosa a nivel formal y temático, PRIMA DELLA RIVOLIZIONE mantiene buena parte de su interés, aunque el mismo deba ser compartido dentro del marco creativo existente en el cine de su tiempo, en el cual su propuesta se inserta con más astucia y al mismo convencionalismo, del que se le pudo reconocer.
Calificación: 3
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