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CINEMA DE PERRA GORDA

EDGE OF DOOM (1950, Mark Robson) Nube de sangre

EDGE OF DOOM (1950, Mark Robson) Nube de sangre

Ignorada por no estar avalada por la firma de un cineasta de prestigio. Camuflada bajo la impronta de una producción de Samuel Goldwyn, quizá destinada al lanzamiento de su estrella juvenil, Farley Granger. Menospreciada probablemente por estar envuelta en la apariencia de un relato piadoso, EDGE OF DOOM (Nube de sangre, 1950) es uno de tantos títulos rodados en los primeros años cincuenta, que combinaban en su trazado, ecos muy cercanos al cine noir, con una entraña dramática llena de fuerza, que a poco que se mire con la debida agudeza, alberga bastante de transgresor. Es, asimismo, una de las películas más valiosas filmadas por el en ocasiones competente Mark Robson, que recupera en algunos de los pasajes más intensos, ecos de aquel deslumbrante debut que protagonizara con THE SEVENTH VICTIM (1943), al amparo del inolvidable Val Lewton. Y es cierto que su inicio nos predispone a ese desarrollo de un argumento piadoso, aunque una visión ya más certera apela a la sobriedad con la que se plantea este drama casi existencial, en torno a un muchacho al que la vida se le hace casi irrespirable. Un joven sacerdote confesará al padre Thomas Roth (el siempre magnífico Dana Andrews), su voluntad de abandonar una parroquia con la que no ha podido sintonizar. La misma se encuentra ubicada en un necesitado barrio newyorkino, y dicha circunstancia permitirá a Roth un relato –en un flashback que describirá el conjunto del metraje-, en el que la voz en off del sacerdote, punteará en ocasiones, el drama vivido por un joven obrero, presa de una familia de humilde condición, cuyo padre se suicidió siendo él niño, sin haber recibido un entierro cristiano. Actualmente trabaja transportando flores un una furgoneta, viviendo en un pobrísimo apartamento en compañía de su madre, que se encuentra presa de una grave enfermedad. Acosado por el estado de su progenitora, intentará en vano lograr un aumento de sueldo por parte de su jefe. En un encuentro nocturno con su novia, recibirá la llamada del médico, indicando la grave recaída en la que ha recaído su madre, que poco después fallecerá. Totalmente sobrepasado por la situación, el joven, atormentado y resentido Martin Lynn (Farley Granger, encarnando con brillantez el rol que reiteró en su efímera carrera en tantas ocasiones) acudirá de noche hasta la casa parroquial, siendo recibido por el padre Kirkman (Harold Vermilyea), el párroco que años atrás rechazara proporcionar servicios religiosos al padre del muchacho, en su condición de suicida. Hombre superado por el desgaste en su vocación, este mostrará de nuevo su incapacidad para conectar con la feligresía, en especial con este representante de una juventud traumatizada. El enfrentamiento irá elevándose de tono, hasta que en un arrebato de ira Martin mate involuntariamente al religioso al atizarle con un crucifijo. Para desgracia del muchacho, se producirá un atraco en un cine por el que discurrirá poco después del crimen, cometido además por un vecino suyo –Craig (Paul Stewart)-, implicándole la policia en el asalto. Se irá produciendo una maraña de situaciones casi irrespirables para un joven que, casi de un momento a otro, será despedido de su trabajo, o se enfrentará con los responsables de una funeraria, a la hora de buscar una despedida a su madre acorde con sus cualidades. Sobre él se cernirá la investigación del detective Mandel (el extraordinario Robert Keith), quien sin embargo verá en el atormentado joven al posible atracador. Será sin embargo el joven sacerdote, quien en un momento determinado vislumbrará la culpabilidad de Martin en el crimen de su superior, aunque comprenderá el tormento interior de este, intentando ante todo ayudarlo a emerger de dicha situación límite.

Justo es reconocerlo, pese a partir de una base argumental del experto y destajista Philip Yordan, a partir de una novela de Leo Brady –se habla de presencia no acreditada en el guión de Ben Hetch y Charles Brackett-, EDGE OF DOOM palidece un tanto a la hora de describir personajes, tan faltos de matiz como el viejo dueño de la floristería, carentes de la debida hondura, o el de la propia novia del protagonista, que apenas aporta un elemento episódico. Sin embargo, ni siquiera ese aparente envoltorio que inicia y cierra el relato, apelando a la supuesta importancia de la cercanía a Dios, oscurece la fuerza dramática de esta notable película, que aparece casi como un título de referencia para una corriente, que podría preceder a títulos mucho más esquemáticos –aunque más prestigiosos como DETECTIVE STORY (Brigada 21, 1951- William Wyler), o aún superiores, como el magnífico I CONFESS (Yo confieso, 1953) de Alfred Hitchcock, que estoy convencido tuvo que tomar como base esta película. Películas desarrolladas en un ámbito urbano, que atesoran en sus imágenes conflictos de diversa índole, que pueden estar centrados en contrastes generaciones o incluso de ámbitos y planteamientos opuestos. El film de Robson se beneficia del extraordinario acierto de un casting casi perfecto, de la impagable aportación del operador de fotografía Harry Stradling, y del innegable empeño que le aporta un Mark Robson en plena forma, dispuesto a descender con armas y bagajes, a los subterráneos de una soledad urbana, en la que las masas dispuestas en la gran urbe neoyorkina, que es mostrada sin el más mínimo atisbo de glamour, no suponen más que el contexto donde se almacenan masas humanas, sin el menos ápice de comprensión o comunicación entre ellas. Esa sensación de soledad compartida, es transmitida al espectador con extraordinaria pertinencia, en una odisea dramática, que casi podría aparecer como la absoluta transgresión de una fábula navideña, que en esta ocasión se dirime sin piedad en torno a un contexto existencial que se desmorona de manera definitiva en torno a nuestro joven protagonista. Martin aparecerá, por otra parte, como de los jóvenes rebeldes precursores en las pantallas norteamericanas –como tiempo antes lo ejemplificó el Guy Madison de TILL THE END OF TIME (Hasta el fin del tiempo, 1946. Edward Dmytryk), prolongando una estela que poco años después llevaría a la inmortalidad fílmica el James Dean de REBEL WHITOUT A CAUSE (Rebelde sin causa, 1955. Nicholas Ray). Esa oposición generacional, ese existencialismo representado el rol que con tanta entrega representa Farley Granger, aparecerá por otra parte casi como un vía crucis para un muchacho al que sus circunstancias vitales han forzado al más absoluto escepticismo. Robson acierta al imbricarse al máximo con el drama del muchacho y el contrapunto de serenidad que le brinda el sacerdote interpretado por Dana Andrews.

En su conjunto, EDGE OF DOOM aparece dominada por cierta irregularidad –lo que le impide llegar a la condición de logro absoluto-. Sin embargo, su discurrir se encuentra trufado de episodios inmersos de fuerza dramática. La manera con la que se describe el miserable entorno en que vive Martin y su madre, sabiendo emerger tanto del esquematismo o la teatralización. La creciente intensidad que adquiere el episodio que culminará con el asesinato del padre Kirkman, tomando siempre como referente del mismo la ominosa presencia del crucifico que se encuentra encima de la mesa. La sensación de irreprimible soledad y alienación del discurrir de Martin desolado por la multitudinaria noche neoyorkina. El matiz cuasi expresionista con el que se insertan primeros planos sobre el rostro de Martin, según va creciendo su desasosiego. La magnífica secuencia en la que este se encuentra entre Roth y Mandel, explicando el segundo –no sin cierta intención- la cercanía que manifiesta en la resolución del asesinato del viejo sacerdote. Las dudas de este a la hora de perseguir a una vieja anciana que puede identificarlo, pensando en eliminarla para que no testifique contra él. O el propio episodio en que la misma testigo, irá visionando los presuntos sospechosos, reiterando la situación en la que la anciana contempló al muchacho. Sin embargo, dos fragmentos se situarán no solo como los más memorables de la película, sino que a mi modo de ver se encuentran entre los más perdurables jamás rodados por Robson. Los dos, curiosamente, se desarrollarán en la funeraria de Murray. Uno de ellos será el conmovedor episodio de conclusión, en el que una planificación austera y simétrica, nos transmitirá el grito de desahogo de Martin ante el féretro solitario de su madre y la presencia de un crucifijo, hasta que la inesperada presencia de Roth permita al muchacho por vez primera, la posibilidad de compartir el drama interior que le atormenta. El otro es quizá aún mejor, por inesperado, y en el que Robson regresó de manera inesperada al universo del cine de terror que experimentara en su debut junto a Val Lewton. Me refiero a la bajada de Granger a los sótanos de la funeraria, descrita con un asombroso sentido de la atmósfera ligada al cine de terror, que culminará con la inesperada llegada de este a una sala, sombría y solitaria… donde se encontrará con el cadáver expuesto de Kirkman.

Calificación: 3

1 comentario

Luis -

Una película magnífica