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CINEMA DE PERRA GORDA

JUNGFRÜKALLAN (1960, Ingmar Bergman) El manantial de la doncella

JUNGFRÜKALLAN (1960, Ingmar Bergman) El manantial de la doncella

Cuando Ingmar Bergman rueda JUNGFRÜKALLAN (El manantial de la doncella, 1960), puede decirse que ya albergaba una muy importante filmografía a sus espaldas. Un estilo y unas formas narrativas y visuales, y un mundo propio, que no solo se consolidó en títulos que han pasado ya a la Historia del Cine, sino incluso en otros exponentes menos reconocidos, que se encuentran presentes entre sus primeras y siempre atractivas obras, en los que prolongaba la larga tradición del drama nórdico –el denominado kammerspiel-, hasta unos senderos absolutamente personales. Dentro de dicho ámbito, es cierto que esta nueva película de Bergman logró una enorme popularidad, hasta el punto de recibir el primero de los diversos Oscars que la Academia de Holywood proporcionó a títulos del sueco, dentro de la modalidad de mejor película extranjera. Ello no le evitó ser objeto de controversia, siendo acusada por algunos como esteticista, mientras que fue de los pocos títulos bergmanianos que legaron a la España franquista, intentando con ello colar la etiqueta religiosa de un cineasta, que cada de vez de manera más acusada, no hacía más que transmitir un grito de angustia existencial en su cine.

En cualquier caso, sin poder ubicarla a la altura de esos hitos precedentes en su cine, JUNGFRÜKALLAN aparece como una atractiva propuesta, en la que el cineasta prolonga elementos ya presentes en su obra, como podría ser esa ambientación medieval, reconocible en la mítica DET SJUNDEN INSEGLET (El séptimo sello, 1957), o la presencia de aspectos ligados con una identificación pagana y mágica, que podríamos encontrar con anterioridad en la admirable ANSIKTET (El rostro, 1958) –a mi juicio, una de las cumbres de su obra-. Todo ello se encontrará presente en esta historia de argumento minimalista, en el que se dirime una sucesión de contrastes, a través de la plasmación de la historia de una venganza, en la que lo esquemático se une con lo fascinante, casi a partes iguales. Su base argumental describirá la extraña historia de un matrimonio de nobles, de asumida y férrea ascendencia religiosa –Töre (Max von Sydow) y Märetta (Birgitta Valberg), residentes en pleno campo. Su joven hija Karin (Birgitta Pettersson), se dispone a efectuar la habitual ofrenda estival al altar de la Virgen, que quedará especialmente representado en un lote de velas confeccionadas en su propia familia. La muchacha será acompañada por la extraña Ingerl (Gunnel Lindblom), joven bastarda que nunca oculta su recelo por la hija de los nobles, y que desahoga su rebelión, sometiéndose a rituales paganos. En el camino, muy pronto dejará sola a Karin, en la ruta por el bosque. En dicho recorrido, esta será abordada por tres pastores –ambos familia-, que inicialmente establecerán complicidad con la muchacha. Poco a poco ello se mutará en una sensación febril, que culminará con su violación y posterior asesinato, robándole tras ello su propia ropa y pertenencias. Sin que ellos conozcan que han llegado hasta la estancia de sus padres, los pastores visitarán la estancia y serán acogidos, hasta que Märetta –que ya está mostrando una creciente inquietud ante la ausencia de su hija-, reciba con estupor la oferta del líder de los pastores, para comprar la túnica que Karin vestía, deteriorada y manchada de sangre. De inmediato informará a su marido, quien de manera imperturbable esperará el momento adecuado para matarlos como venganza, no sin antes haber logrado la confesión de Ingerl, testigo de los hechos. Acudirán tras ello a rescatar el cadáver de su hija, ante el cual Töre implore a Dios la crueldad del asesinato, al tiempo que la ejecución de la venganza en sus manos, ofreciendo sin embargo la edificación en dicho marco de una iglesia en su honor. En ese momento, y cuando se dispongan a acoger el cuerpo de Karin, de su rastro en tierra aparecerá de manera inesperada un manantial.

Desde su previsible base dramática, JUNGFRÜKALLAN aparece como una propuesta en la que el espectador asiste a un drama en el que importa más el magnetismo de sus imágenes, que el carácter reflexivo que puede aparecer, en la narración de una venganza en el periodo medieval. Me da la impresión que Bergman, optó en este caso por una película de marcado carácter impresionista, antes que teorizar o apelar a alguno de esos grandes temas inherentes al cine de su realizador. Es cierto. No han faltado voces que destacaban al elemento trascendente, que podía aportar una conclusión de supuesta clave religiosa. Sin embargo, uno se queda más con esos marcados contrastes que antes señalaba, en ocasiones quizá lindantes con lo maniqueo, pero cuya oposición reviste una notable fuerza, precisamente por la mesura visual que marca Bergman en sus imágenes, contando con el imprescindible aliado de su operador de fotografía Sven Nykvist, que logra una entrega y un aura casi fantastique en sus imágenes, en ese húmedo blanco y negro de sus fotogramas.

El realizador sueco introduce en todo momentos contrastes. El que demuestran las dos jóvenes que iniciarán el viaje. Entre la pureza de Karen y el aura casi expresionista de sus violadores. El comportamiento violento de estos, en contraposición a la austeridad de comportamiento de los padres de la muchacha. E incluso la divergencia demostrada entre dichos padres, con un inmutable Töre, mostrando una religiosidad mucho menos expresiva, en contraposición a esa plasmación de la que asume su esposa –esa flagelación en base a la cera ardiente que esta se inflige como penitencia-. Sin embargo, el gran contraste de JUNGFRÜKALLAN, aparece en la oposición de lo sombrío de la estancia de Töre, y la febrilidad de las secuencias descritas en el bosque, con las que Bergman compone una autentica sinfonía visual, ayudada por una cuidadísima banda de sonido –atención a como vuelven a sonar los cánticos de los pájaros, cuando las aguas del inesperado manantial empiezan a brotar-. Uno prefiere detenerse en esas secuencias que quedan grabadas en la retina. El pasaje inicial, donde Ingerl se imbuye en un rito pagano. La brutalidad de la violación y el asesinato de Karen. La fuerza evocadora de los travellings laterales en el follaje del bosque. El gesto de desahogo de Töre al intentar arrancar un árbol. En la frialdad con la que ejecuta la venganza con los tres pastores –especialmente cruel resulta el asesinato del niño, que en realidad solo ha sido testigo del crimen de sus mayores-. En la fisicidad del episodio en el que se proporciona un baño con hojas de láudano. En la irresistible fuerza que adquiere el episodio de cierre, que al mismo tiempo queda descrita con absoluta sencillez. Sin creer que nos encontremos ante uno de los títulos claves de la obra bergmaniana, es evidente que  nos encontramos con una obra, que traslada a ráfagas lo mejor de su cine.

Calificación: 3

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