THE SILENCERS (1966, Phil Karlson) [Los silenciadores]
Nos encontramos en la segunda mitad de la década de los sesenta, casi a punto de iniciarse una auténtica crisis cultural, que en el ámbito cinematográfico ya se iba percibiendo con crudeza, pese a estar aún inmersa en una especie de gigantesca pompa de jabón. Nos encontramos en plena eclosión de lo pop. De películas con colores saturados. Estamos aún en el ámbito absoluto del triunfo de lo hedonista. De ficciones en las que importa más la forma que un fondo que es tomado casi como una simple excusa para ser planteado como simple ironía. Películas pobladas por féminas opulentas vestidas en la caduca moda de aquellos tiempos. Herencia todo ello del constante éxito de la serie Bond, que tendría en el cine USA presencias tan populares como las dos incursiones de James Coburn como el agente secreto Flint o, en fin, en las cuatro adaptaciones que se llevaron a la pantalla, del personaje creado por el novelista Donald Hamilton, del agente secreto Matt Helm, encarnadas en ambos casos por un Dean Martin imbuido de su alcance lindante con la parodia, dentro de unos argumentos que combinaban su clara influencia del referente bondiano, su querencia lindante con el pulp y el pop. Todo ello, dentro de un tono abiertamente festivo y desprejuiciado, que incluso llevaba a mostrar una sucesión de asesinatos y crímenes, sin que prácticamente aparezca una sola gota de sangre. O una sucesión de beldades que casi de una secuencia a otra, se convierten en la enésima encarnación de la tradicional femme fatal, trasladada al universo de los agentes secretos.
La primera presencia cinematográfica de Helm –THE SILENCERS (1966)-, se desarrolla en su indeseado reclutamiento por su organización gubernamental ICE, para que se introduzca, investigue y torpedee, la intención descrita por el megalómano Tung-Tze (un hilarante Victor Buono), líder de la organización “Big O”, para efectuar una prueba nuclear, que desate un deseado enfrentamiento entre rusos y americanos. Para ello, contará inicialmente con la ayuda de la sensual Tina Batori (Daliah Lavi), que incluso le salvará en un primer momento, logrando despojar de Helm la pereza que le rodea, a la hora de abandonar su cómoda profesión de fotógrafo y una vida hedonista, para retornar al peligroso mundo del agente secreto. Empujados por su superior –McDonald (James Gregory)-, la pareja se trasladará hasta Phoenix, deteniéndose en un lujoso hotel, donde contactarán con la rubia y torpe Gail (Stella Stevens), que acompaña al arrogante Sam Gunther (Robert Webber). Todos ellos han acudido a contactar con la cantante y bailarina Sarita (Cyd Charisse), que saben custodia una cinta de valiosa información. En medio de un número lleno de sensualidad, Sarita será asesinada, iniciándose la sospecha de Helm y McDonald, en torno a la insinceridad de Gail. Es por ello que esta será forzada por los mandos del ICE a acompañar a una referencia que la cantante comunicó a esta instantes antes de morir, en la confianza de encontrar la pista necesaria para detener los planes de Tung-Tze.
Como se puede deducir, en realidad THE SILENCERS –que a título de curiosidad, fue la única de las cuatro aventuras del personaje en la gran pantalla, que no conoció estreno comercial en nuestro país- no es más que una escusa perfecta para –en teoría- regocijarse antes esta mirada irónica y desprejuiciada, de un universo estético y temático, que en aquellos año estaba haciendo furor, describiendo sobre las actitudes y mirada casi nihilista del agente protagonista. Una visión en torno a ese disfrute de unos tiempos en los que parecía más la apariencia y la opulencia y sumisión a las modas, más que una mirada crítica en torno a la sociedad que se vivía. Reflexiones de este tipo son las que inspira esta cinta festiva, en la que no faltará ese recorrido por gadgets varios, que tendrán su inicio en la descripción de las comodidades y adelantos mecánicos y consumistas de la mansión de Helm, y se prolongarán en las armas secretas que se le facilitarán para llevar a cabo su misión –desde esa pistola con tiro en su culata trasera; lo que proporcionará no pocos momentos hilarantes, hasta esos botones explosivos que se insertarán en su chaqueta-. A partir de unos colores aturados, merced a la intensa fotografía en color del gran Burnett Guffey, THE SILENCERS destaca ya en la garra de esos eróticos títulos de crédito, y alcanza uno de sus puntos más álgidos, en la sensualidad que desprende el número musical interpretado por una pletórica Cyd Charisse.
Atrapado en un bache creativo del que Karlson ya jamás emergería –tal y como sucedió a tantos y tantos cineastas de andadura previa remarcable-, lo cierto es que el cineasta plantea este debut de las andanzas de Matt Helm, en medio de una curiosa carambola a tres bandas. Por un lado, la evidencia de su enfoque paródico, que se extiende en la ironía e incluso insospechado alcance brechtiano de las canciones que canta Martin en sus traslados en coche con las dos mujeres que le acompañarán sucesivamente –Tina y Gail-. En private jokes como ese que sirve para ironizar ante la calidad de las canciones de su colega Frank Sinatra y las suyas propias, o en la propia presencia de una Stella Stevens, centrada en demostrar su querencia con el tempo cómico –su episodio nocturno ante una tremenda lluvia-. Sin embargo, y aún tratándose de uno más de los encargos que Karlson asumió en dicha década –en líneas generales, mejor resueltos de lo que se le ha venido a reconocer-, lo cierto es que en su condición como exponente del cine de acción, oscila entre dos vertientes, divergentes pero complementarias al mismo tiempo. De una parte, el deseo que se observa en ocasiones por parte del propio Karlson, de dar rienda suelta a su destreza en dicha vertiente. Es algo que podremos percibir en las secuencias de exteriores, centradas antes todo en la persecución que sufrirán Helm y Gail, la planificación del número musical antes señalado, o en las secuencias desarrolladas en la localidad de San José, donde la pareja se encontrará, sin saber su identidad, con el veterano Joe Wigman (Arthur O’Connell). Todo ello en ocasiones se incardinará por esa cierta inclinación de insertar esta propuesta de acción dominada por tonos irónicos, en los confines del neonoir que en aquellos años estaba floreciendo en Hollywood –la presencia en el reparto, de secundarios como los ya señalados James Gregory, Robert Webber o Arthur O’Connell refuerzan esta tesis, dentro de unos tonos en su tratamiento de color, tan ligados a dicha corriente-.
Sin embargo, todo ello quedará en un segundo término al inclinarse su conjunto dentro de un agradable tono de bufonada festiva, cercana a algunos de los pasajes de la desigual pero divertida CASINO ROYALE (Idem, 1966, Val Guest, John Huston, Robert Parrish, Joseph McGrath y Ken Hughes), que se estrenaría posteriormente y, sobre todo, ligada en exceso a los parámetros paródicos de la serie televisiva Batman, de gran éxito en aquellos años –no es ocioso a este respecto, la presencia de Victor Buono como villano casi de opereta, que también intervendría en aquella serie, o la propia configuración de su catarsis final-. Así pues, a partir de dichas influencias, nos encontramos con una película en ocasiones divertida, en otras un tanto pasada de moda, pero que sigue manteniendo una cierta vigencia como tal desmonte de un subgénero tan de moda en aquel tiempo, manteniendo de forma paralela su valor como testimonio de unas formas tan populares en el cine de aquellos sesenta, que ya iniciaban su cuenta atrás.
Calificación: 2’5
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