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CINEMA DE PERRA GORDA

DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE (1924, Fritz Lang) Los nibelungos: la venganza de Krimilda

DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE (1924, Fritz Lang) Los nibelungos: la venganza de Krimilda

Sigfrido ha sido asesinado. Su viuda Krimilda (Margarete Schoen) se considera una muerta en vida al desaparecer su amado. A lo largo de siete bellos y trágicos cantos, asistiremos al proceso por el que Krimilda desarrolla la venganza para honrar la ausencia de su joven esposo, y al mismo tiempo volver a reunirse con él con dignidad. En pocas líneas esta es la génesis de la admirable segunda parte de la mayestática DIE NIBELUNGEN, la epopeya con la que un Fritz Lang ya dotado de un extraordinario talento para la puesta en escena y pleno dominio de los recursos expresivos del Séptimo Arte, logró –bajo mi punto de vista- superar si cabe el extraordinario nivel de la primera parte de esta escenificación de la célebre leyenda germana. Quizá la presencia de ese aliento trágico que define ante todo el discurrir de su siempre apasionante metraje, es el elemento que permita considerar como aún superior el techo alcanzado por esta DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE (Los nibelungos: la venganza de Krimilda, 1924). Ello sin dejar de reconocer en todo momento, la unidad lograda por ambas partes de esta asombrosa leyenda trasladada al celuloide que aún hoy, mantiene llena de frescura y sensibilidad la propuesta del maestro vienés.

En mi anterior texto ya comentaba la primera parte de este díptico. Sirvan para su prolongación los mismos elogios y elementos descriptivos, así como la capacidad de asombro e incluso de conmoción que provocan algunos de los pasajes de esta nueva cita con la imaginación. En cualquier caso, esta nueva cita posee personalidad propia, basada fundamentalmente en el rasgo antes señalado, y que se convertirá en unos de los elementos vectores de la obra cinematográfica de Lang: la fuerza de la venganza. Krimilda atiende la petición de boda con Atila, Rey de los Hunos, con la sola intención de lograr con ello la plasmación de su venganza. Ya el primero de los siete cuadros en los que se desarrolla la leyenda, se caracterizará por la prolongación en las construcciones arquitectónicas que se erigen una vez más en el autentico eje de toda la producción. Tanto los interiores como los exteriores del palacio aparecen impregnados de una especial frialdad, dotados de rasgos simétricos y una grandiosidad quizá ausente de calidez humana. Sin embargo, en un paisaje como el descrito, no faltan en este canto inicial momentos imborrables: la despedida de Krimilda de la tumba de Sigfrido, tocando con sus dedos lentamente el mausoleo. La desgarradora y prolongada secuencia en la que la resentida joven se niega a despedirse de sus hermanos pese a los ruegos de su desconsolada madre y el sacerdote. El instante en que recoge tierra del lugar que va a abandonar, en el sitio donde Sigfrido fuera asesinado. Es difícil no emocionarse por la cantidad de momentos y detalles que ofrece una propuesta portentosa.

Una vez la hermosa e hierática joven logra enloquecer a Atila y darle un hijo, esta le pide que invite a sus hermanos a una fiesta. El guerrero accede y cuando estos acuden en la víspera del solsticio de verano, la resentida esposa recuerda tanto al Rey de los Hunos como a su mensajero que deben cumplir la promesa que le hicieron en su momento de darle la cabeza de Hagen Tronje (Hans Adalbert Schettow), asesino material de Sigfrido y fiel vasallo de los Nibelungos. Es realmente el inicio de la tragedia; Atila se niega a luchar con unos invitados que no le han demostrado hostilidad, mientras que la reina arenga a sus súbditos a que se solidaricen con su dolor. Todo ello provoca que Tronje mate en plena cena al pequeño hijo de Atila y Krimilda. Para ella no es más que un motivo que justifique su venganza –no tiene sentimiento alguno más que vengar la muerte de Sigfrido-. Sin embargo, para su destrozado padre ello es motivo de total desolación y el inicio de la lucha que se prolongará de forma casi numantina, hasta que finalmente Krimilda logre la aniquilación de los Nibelungos y su propia muerte, en la búsqueda de su propia liberación y el encuentro con su amado en el más allá.

Todo en esta DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE adquiere una fuerza de epopeya, de aliento trágico. Todo confluye en una muestra de fidelidades, en un desprecio de la vida ante la defensa del honor y del amor que tiene su culminación –como toda leyenda que se precie- en la parte final ante la cual el espectador asiste a un cúmulo de sensaciones extremas vividas por todos los personajes. En esos momentos, una de las máximas virtudes de Lang es hacernos sentir como espectadores las motivaciones de todos sus personajes... de todos los elementos que pone en solfa en ese gran escenario vital del que se adueña la grandiosa composición plástica del film. Y en los fragmentos finales uno comprende tanto a Krimilda como al propio Tronje –que en el fondo siempre ha actuado como fiel vasallo-. Comprende la forma de actuar del terrible Atila –quien sin embargo en pasajes anteriores se ha conmovido ante la llegada de su hijo-, de los Nibelungos y los Hunos. La actuación y sentir de todas las “piezas humanas” que muestra esta plasmación de la leyenda germana por parte del maestro Lang adquiere un carácter conmovedor. Todos sabemos del inevitable pathos final. Es sin duda el camino último, en el fondo el destino está marcado. Sin embargo, el gran mérito de esta bellísima película es de hacérnoslo vivir de forma tan intensa y emocionada como si fuéramos un personaje más de la leyenda. Por medio de su asombrosa puesta en escena, diseño formal, utilización de luces y sombras, de espacios dramáticos –las escaleras como ejes de momentos cumbres-. Incluso su fondo sonoro –con el hermosísimo y trágico tema central-, o la propia utilización física de los actores –Lang los tiene presentes fundamentalmente como elementos generadores de tensión y en ellos hay que destacar fundamentalmente el estatismo y la propia configuración del vestuario y el aspecto de Krimilda-. Todo, absolutamente todo, confluye en un desarrollo de progresión creciente. Pocos momentos escapan a ese destino ya marcado desde el propio inicio. Sabemos que la odisea de su protagonista, de todos los personajes, es la propia aniquilación de aquellos que han tenido que ver en la muerte de un ser en el que se encarnaba la perfección y la bondad humanas.

Es el gran logro de Lang, haber sido en su momento el artífice de la plasmación de la tragedia en toda su magnitud. DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE es una obra maestra. Un film lleno de mortuoria belleza, en el que incluso encontraremos elementos luego desarrollados en otros títulos posteriores de su autor –esas muchedumbres de pordioseros que nos recuerdan los leprosos de DAS INDISCHE GRABMAL (La tumba india, 1958)-. Se podría seguir detallando de forma interminable la valía de sus imáganes. En cualquier caso lo recomendable es su visionado y en él impregnarse de leyenda y fabulación, orquestada por la magia del maestro vienés. Ante una producción de estas características, lo único que cabe como espectador es implicarse en la historia que nos es narrada de forma grandiosa y al mismo tiempo tan cercana. Por ello, y aún por encima del logro su primera parte, considero DIE NIBELUNGEN: KRIEMHILDS RACHE como una de sus mayores aportaciones en el periodo alemán, así como una de sus incuestionables obras maestras.

Calificación: 4’5

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