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CINEMA DE PERRA GORDA

LILIOM (1934, Fritz Lang)

LILIOM (1934, Fritz Lang)

Hasta hace poco, muy poco, casi nadie se había molestado en considerar LILIOM (1934), más que como un extraño corpúsculo francés, que ejercía como incluso molesta bisagra entre el periodo alemán y el norteamericano en el obra del gigante alemán –algo de ello sucedería con sus últimas obras firmadas tras su retorno a Alemania-. Así pues, mientras tirios y troyanos se enzarzaban en ver si la etapa alemana era mejor que la americana o viceversa… sin llegarse a detener que ambos periodos forman un todo en la evolución de uno de los más grandes cineastas que ha proporcionado el séptimo arte, nadie o casi nadie había tenido ocasión de contemplar este LILIOM que suponía una nueva versión de la obra de Ferenc Molnár –de la que me gustaría destacar la versión previa y un tanto fallida dirigida por Frank Borzage, sin embargo destacable en sus hallazgos escenográficos-, y de cuyo argumento el excelente Henry King filmaría una versión musical al amparo de la 20th Century Fox, que tengo autentico pavor de contemplar, ya que no quiero llevarme una decepción dentro de la obra de un cineasta que admiro profundamente.

Es curioso constatar como el título que comentamos se inicia con la conocida sintonía del estudio que comandaría Zanuck, dentro de unos títulos de crédito en los que se nos muestra un montaje especialmente ligero de diferentes aspectos de la vida de la feria en la que se desarrollará la acción. Ya de entrada esa insólita y casi centelleante introducción, nos predispone a un tipo de relato que muy pronto se contrariará al que en realidad vislumbraremos. Y es que en realidad Lang apuesta en LILIOM –que no dudo en señalar como una magnífica película, digna de ser reivindicada sin desdoro en el conjunto de su obra-, como una especie de involuntaria bisagra que transmite numerosos elementos de su periodo alemán, no dejando de introducir otros que anticipan sus primeras propuestas norteamericanas –sobre todo se detectan ecos que trasladaría a YOU ONLY LIVE ONCE (Solo se vive una vez, 1937)-, con la singularidad además de ser una propuesta inserta dentro de lo que se suele conocer como el “realismo poético” francés. En medio de ambos parámetros, LILIOM relata la conocida historia del arrogante y atractivo Liliom Zadowski (un sorprendentemente fresco Charles Boyer), empelado en un carrusel de la feria de Budapest, al servicio de la carismática y dominante madame Moscat (Florelle). Conocedor de su atractivo entre las mujeres, Liliom logra mantener la atracción siempre a punto, encontrándose entre sus clientes una tímida rubia –Julie Boulard (Madeleine Ozeray)-, con la que iniciará una extraña relación romántica, en la que se pondrá de manifiesto el candor de la muchacha y las maneras bruscas y altaneras del protagonista, quien además será despedido por parte de la despechada Moscat. La nueva pareja vivirá casi en la miseria en la muy humilde cabaña que posee la muchacha, en donde recibirá un trato despectivo por parte del hombre que ama. Este no dejará de atender la llamada de su antigua jefa para volver al carrusel, pero ni siquiera ello servirá para llenar ese vacío que atenaza su vida, y que solo tendrá un punto de inflexión cuando su esposa le confiese que se encuentra embarazada. La nueva situación y la carencia de medios ante la que se acometen, le llevará a participar en un robo junto a un viejo compañero –tentación que había rechazado anteriormente-, de un recaudador que porta una gran cantidad de dinero. Finalmente, el golpe no solo resultará fallido, sino que en su huída provocará el suicidio de un desesperado Liliom, cuyo cadáver será llevado a la vieja cabaña, en espera de ser sepultado –maravillosos esos instantes en los que casi de modo telepático, todas las atracciones de feria interrumpen su actividad en señal de duelo-. Hasta allí llegarán unos siniestros y al mismo tiempo misericordiosos ángeles, que llevarán a nuestro protagonista hasta el más allá, donde vivirá las formas de organización que funcionan en el ámbito celestial, por cierto no muy alejadas en su ámbito burocrático de las que rigen en el planeta Tierra. Liliom será condenado a varios años de purgatorio por parte del jefe de los agentes, reprochándosele la cobardía de tal acto, e indicándosele que tras sufrir dicha pena, tendrá un día para poder regresar a la tierra y encontrarse con el entorno que marcó su vida y, en especial, con su hija y su esposa. Así sucederá, culminando con la contemplación de su hija, a la que no había podido ver , ya convertida en una mujercita. Incluso su esposa, Julie, atisbará por un momento al que fue el hombre su vida.

Son muchas las virtudes que adornan esta inusual y magnífica producción francesa. En ella, desde el primer momento el ya consagrado director trabajó utilizando esa sequedad narrativa habitual en su cine, sometiéndola a un rodaje en estudios, encaminado a destacar el rasgo teatral de la película, sin que ello sirviera como menoscabo a sus virtudes narrativas. En LILIOM, Lang utiliza con magisterio el uso del reencuadre, con planos largos que siguen a sus actores con una extraña parsimonia, en medio de una escenografía que por momentos parece realista y en otros dominada por una singular aura surrealista. Dentro de esa dinámica, el maestro alemán supera bastante el no demasiado inspirado resultado alcanzado por Borzage en su versión previa –remarcable sin embargo por sus aciertos plásticos en su parte sobrenatural-, con una combinación de elementos que permiten singularizar su conjunto, en el que lo realista, lo fantasmagórico y el elemento de ensoñación, se integran como una amalgama de notable pertinencia. Ni faltarán las referencias irónicas surgidas por la obra, en torno a la ineficacia de la burocracia que experimenta Liliom en su cita con la justicia, aunque más valiosas resulten esos instantes en donde la febril imaginación del cineasta entroncan la película hacia el terreno de lo fantástico, en unos elementos que van desde el parecido que la propia actitud y la inexpresividad de Julie muestra con la célebre muñeca de METROPOLIS (Metrópolis, 1927), y la presencia de ese afilador o los propios guardas celestiales conservan no pocas concomitancias con célebres referentes como los propuestos en la más lejana DER MÜDE TOD (Las tres luces, 1921).

Será sin embargo, a partir del suicidio de su protagonista –admirable el plano en que se contempla su cadáver en la mesa de la cabaña acompañado de dos velas y la llegada de los guardas celestiales-, cuando LILIOM abraza de modo claro la vertiente fantastique con una pasmosa eficacia, en la que se combina una mirada a lo sobrenatural en la que la ironía, la majestuosidad y una inusual cercanía, proporciona una de las páginas más valiosas del género en la primera mitad de los años treinta. Liliom acudirá a un más allá en donde se encuentra con la misma burocracia existente en la tierra –ejemplificada por el jefe que somete a juicio a nuestro protagonista, que no perderá la ocasión de demostrar de nuevo sus dotes como galanteador con una de las secretarias-. Será un  magnífico fragmento, en el que la llegada al imperio de lo ultraterreno se antoja majestuosa, y la presencia de la ironía –las alas de los funcionarios, la escenografía dispuesta en la dimensión de la eternidad-, adquiere una singularidad, destacando tanto la maestría de Lang en el uso de la escenografia, describiendo una nueva parcela en la versatilidad de su cine, en la que el dominio de los resortes del fantastique va aunado de una mirada irónica que, mucho me temo, desconcertó al público y la crítica de la época, aunque a casi ochenta años de su realización, se revele de una absoluta modernidad. Pero la película no evitará concluir –tal y como marca la obra resultante- con el obligado retorno de un envejecido Liliom a su antigua casa, donde su ya envejecida esposa trabaja con una extraña serenidad, encontrándose con su hija ya crecida, en unas secuencias en donde se encuentra ya presente ese aura romántica desesperanzada que Lang utilizaría en alguno de sus títulos americanos posteriores. Será en esos instantes, cuando Julie adivine e incluso contemple por un momento el rostro de su desaparecido marido, del que mintió a su hija en la condición que tenía como ser humano, retornando en ella una paz interior largo tiempo buscada.

Ninguneada durante décadas –como por otro lado pasó con tantos y tantos títulos de Lang, del que el muy posterior HOUSE OF THE RIVER (1950) sería otro ejemplo elegido al azar-, LILIOM ha logrado ser reivindicada y puesta a punto con el paso del tiempo. En su condición de obra puente o bisagra entre los dos gigantescos periodos de su obra no desmerece de ninguno de ellos, y demuestra que en cualquier ámbito, el genio langiano tenía suficientes muestras para emerger con absoluta pertinencia.

Calificación: 3’5

2 comentarios

Alfredo Alonso -

Buenas tardes,

Hace más de una año comenté algunos aspectos de esta obra en mi blog Cineyarte.Me alegro de que cada vez seamos más los admiradores de este infravalorado filme.

Enlace artículo Liliom (Cineyarte):

http://cineyarte.blogia.com/2011/010601-critica-numero-86-liliom-fritz-lang-1934-.php

Atentamente,

Alfredo

Hildy Johnson -

... ¡Qué causalidad! Este mismo domingo pude verla. Fue uno de mis regalos navideños. Y en muchos sentidos fue una sorpresa aunque sabía que Lang era difícil que me decepcionara.

La primera escena, la del tiovivo me parece genial, tanto cinematográficamente como para la presentación de los personajes y tono de la primera parte de la historia.

La escena en el banco no sólo sensible sino buenísima en su puesta en escena y ese paso del tiempo con los nombres grabados en la madera muy original.

El ángel de la guarda (el afilador)con la cara del poeta Antonin Artaud todo un hallazgo. La escena que apuntas de la muerte de Liliom junto a la chica extraña, como llama a Julie, también llamó mucho mi atención... Y el silencio de la feria...

Los distintos espacios y ambientes (la feria, el estudio de fotografía de la tía, el patio de la cabaña donde viven...)

Y de la parte fantástica me entusiasmó que la vida del protagonista fuera filmada y le sea proyectada en el cielo (y que además atrape también los pensamientos). Dios como director de cine, genial.

En fin ver a Charles Boyer un placer.

Toda una sorpresa el paso por Francia de Lang.

Tu reseña como siempre un placer.

Besos
Hildy