CLOAK AND DAGGER (1946, Fritz Lang) [Clandestino y caballero]
Desprovista del atractivo que, en una u otra vertiente, esgrimen sus tres previas contribuciones al cine antinazi, no creo que resulte extraño destacar que CLOAK AND DAGGER (1946. Fritz Lang), aparece casi como un oscuro y poco frecuentado epígono, único además que se rodó una vez culminó la contienda mundial con la derrota del nazismo. Y este un elemento que no debe quedar al margen, puesto que nos encontramos ante el exponente más áspero y pesimista de la admirable tetralogía langiana en torno a uno de los dramas y episodios más terribles de la historia moderna. Escuchando las manifestaciones del siempre reticente y autocrítico realizador, realizadas al norteamericano Peter Bogdanovich, evocaba las numerosas dificultades que mantuvo con los productores y, sobre todo, relataba con especial delectación, el rollo final, de unos veinte minutos de duración, con el que Lang concluía la película, que fue eliminado de la misma, sin que hasta la fecha nadie haya podido recuperarlo -quizá permanezca oculto en alguno archivo de la Warner-. El fragmento permitía descubrir al científico protagonista, un recinto subterráneo excavado y construido por los nazis con el aporte de sesenta mil esclavos, cuyos cuerpos sin vida permanecían hacinados y sepultados, escondiéndose en sus instalaciones las pruebas atómicas experimentadas por los alemanes. Conociendo la fabulación visual y arquitectónica que Lang desplegó en toda su obra, lo cierto es que la sola descripción del episodio, nos permite elucubrar sobre uno de los más aterradores pasajes de su obra, aunque su ausencia en modo alguno nos debe permitir dejar en un muy segundo término una obra admirable, desasosegadora, en la que el maestro vienés despliega una vez más, su desesperanzada visión fatalista de la condición humana, en marcos internacionales que viajarán hasta Suiza o una Italia reconstruida en estudio, plasmando a través de un relato que en apariencia aparecía como una apología de la OSS –órgano precursor de la CIA –, en el que de manera paradójica se insertará una de las más singulares historias de amor de su obra.
Auspiciada por un guión, obra de los posteriormente blacklisted Albert Maltz y Ring Lardner, y en el que se contará con la presencia del extrañísimo Boris Ingster entre su nómina de argumentistas, CLOAK AND DAGGER en realidad aparece como una rareza. Un film de espías en definitiva, que tocó un tema muy espinoso en aquellos momentos, con el recuerdo tan cercano de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, planteando a su través, un descenso en torno a la transformación de su personaje central, el científico Alvah Jesper encarnado por Gary Cooper, de despistado ser en la vida diaria, hasta aterrizar en el núcleo de un mundo en descomposición, donde se fraguará una insólita historia de amor. La película se iniciará con cierta aspereza, combinando los estilemas del cine de espías –la elección de Jesper por parte de los agentes de la OSS-, con ciertos ecos de comedia sofisticada, centrados en la estancia del científico en un lujoso hotel, donde trabará contacto con una espía alemana, ante la que fingirá un acercamiento romántico, descrito además con un elegante encadenado de sucesivos regalos y citas buscado por este. Poco a poco, se irá imponiendo el elemento sórdido, dentro de un tercio inicial en el que se apreciará un especial dinamismo y precisión en el manejo de la cámara, con movimientos delineados que logran acercarnos a los primeros escarceos dramáticos en los que se insertará su conjunto. Ejemplos de ello serán la desolación que ofrece el encuentro con la veterana científica Katerin Lodor (Helene Thimig), o la propia y célebre secuencia en la que Jasper y su enlace querrán rescatarla del secuestro de los nazis, siendo asesinada en una oscuridad rota por el resplandor de los disparos. Será el momento en que el científico se atreva a viajar hasta la Italia ocupada por el fascismo y opuesta por la resistencia, al objeto de rescatar al célebre científico Polda (Vladimir Sokoloff), que se encuentra retenido por los fascistas, al objeto de colaborar con los alemanes para producir una bomba atómica. A partir de ese momento, CLOAK AND DAGGER se hará más intensa, más sombría, insertando un creciente desasosiego, que Lang describirá en muy diferentes vertientes, incorporando esa veta creativa que el vienés atesoraba en su ya extraordinaria obra precedente. Es algo que comprobamos por ejemplo en su diestra disposición de ejes arquitectónicos, que aparecerá en el uso de la oscura iluminación de Sol Polito, con profusión de sombras a modos de rejas y elementos que parecen oprimir a sus personajes a través de sus sombras. Pero esa querencia por la importancia física de la disposición escenográfica, aparece en la propia configuración de la mansión en la que se encuentra recluido Polda, que parece destilar amenaza en cada objeto dispuesto en su aparentemente inofensiva y lujosa decoración. Y aparecerá también en el vibrante episodio de acoso a este, acompañado por Jesper, y escoltados por los miembros de la resistencia, encabezados por Pikie (Robert Alda). Ante el acoso sufrido, a través de la pista dejada por la falsa hija de Polda –la auténtica ha sido asesinada, falsificando unas supuestas cartas escritas por esta, para forzar al científico a seguir con su ayuda a los nazis-, estos huirán por un sótano que les permitirá escapar del ataque nazi, en un pasaje que, por momentos, parece prefigurar los subterráneos de la muy posterior MOONFLEET (Los contrabandistas de Moonfleet, 1955). En realidad, en este relato sombrío, seco y de escasas asideras emocionales, lo único que en realidad aporta un grado de esperanza, es la inesperada, nunca buscada, e intensa relación amorosa que se establece entre ese científico ya veterano, al que Gary Cooper aporta una inusual impronta revestida de credibilidad. Para él, esta inesperada y peligrosa aventura en realidad le proporciona una total transformación, al contemplar ese mundo convulso que quizá hasta entonces ni intuía, con esa joven resistente italiana –Gina- a la que la jovencísima Lilli Palmer brinda uno de los retratos femeninos más sensibles del cine langiano –en el que encontraremos no pocos ecos de la Joan Bennett de MAN HUNT (El hombre atrapado, 1941), quizá la muestra más rotunda de esta tetralogía antinazi de Lang-.
Así pues, pese al paso de los años CLOAK AND DAGGER sigue sin saborear las mieles del reconocimiento que merece. Sea por la aspereza de su enunciado –algo que estoy seguro que buscó abiertamente su realizador, apelando en todo momento a ese fatalismo que aparece aquí de manera más rotunda que en sus otros tres exponentes precedentes, pese a que sus protagonistas queden con vida y den margen a la esperanza-. Sea también por esa sensación de asistir a un relato dominado por el pesimismo, en contraposición a un rodaje cuando la contienda mundial había concluido, es curioso como nos encontramos con una producción que pese a asumir el look de la Warner, adquiere un extraño sentido de la abstracción, que incluso se podría extender en esa ambientación italiana, por momentos casi cercana a la opereta, quizá deliberadamente recreada para insertar esa pesadilla, en la que se combinará la lealtad y la traición, la nobleza de los sentimientos, y un irreductible sentido de angustia. Sin embargo, justo es reconocer que incluso por aquellos que no estiman esta película en la medida que merece, en este relato tenso y casi esculpido, fotograma a fotograma, en un contexto apenas iluminado por una lejana esperanza, contiene un fragmento que debería ser resaltado, entre los más valiosos de la obra langiana. Me refiero, obvio se señalarlo, a la admirable secuencia en la que Jasper tenga que luchar contra un siniestro vigilante fascista, en el patio de una escalera que da a la calle, en pleno día, y siempre en silencio, para evitar con ello llamar la atención, que impida la deseada fuga de Polda. Un episodio dotado de un extraordinario sentido de la tensión, en el que según Lang, Gary Cooper rodó sin necesidad de doble, y que no pocos vemos como un claro antecedente del célebre asesinato del espía ruso, inserto en TORN CURTAIN (Cortina rasgada, 1967) de Hitchcock. La pelea, inquietante como pocas, irá reforzada en la tensión, tras el asesinato del fascista, con la bajada de una pelota por las escaleras, evocándonos de inmediato el universo infantil presente en M (M, el vampiro de Düsseldorf, 1931), uno de los grandes éxitos del director, hasta concluir con una tan ingeniosa como inquietante resolución del fragmento, demostrando una vez más, que en el cine de Fritz Lang cada película formó un peldaño, en el que se relacionaba el pasado y el futuro, de una de las obras más memorables de la Historia del Cine. Es algo que podemos casi palpar en esta obra nada complaciente, incluso incómoda en su disfrute, que queda a mi modo de ver, como una de las propuestas más arriesgadas de su filmografía.
Calificación: 4
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