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CINEMA DE PERRA GORDA

BANANAS (1971, Woody Allen) Bananas

BANANAS (1971, Woody Allen) Bananas

La entronización vivida por la figura y la obra de Woody Allen, especialmente a partir de ANNIE HALL (Idem, 1978), ha oscurecido para su numerosa pléyade de fans, la circunstancia de encontrarnos con una aportación cinematográfica desigual. Lo que debería ser asumible incluso por cineastas muy por encima de las facultades de Allen, parece que se resiste a ser asumido por un cineasta que es indudable debe ocupar un lugar de cierta referencia, en el cine norteamericano de las últimas décadas. Pero al mismo tiempo, en más ocasiones de las deseables, flaqueó en su excesiva subordinación a la palabra, en detrimento de un trabajo más sólido de puesta en escena y también, en la prolongación de las neuras del personaje eternamente encarnado por Allen, que no dudo supondrá un elemento de placer para sus múltiples admiradores, pero que a mi en pocas ocasiones me ha transmitido autenticidad como tal exponente fílmico.

Esa incapacidad para separar el grano de la paja en la corpulenta y saludable obra alleniana, es la que permite que un título tan endeble, tan zafio y tan poco atractivo como BANANAS (Idem, 1971), siga gozando de cierto prestigio incluso, a la hora de establecer una mirada en torno a los derroteros de la comedia USA en aquellos primeros años setenta. Segunda película como realizador de Allen, me sorprende su escaso grado de acierto, en la medida que su debut como director conserva para mi un buen recuerdo –TAKE THE MONEY AND RUN (Toma el dinero y corre, 1967)-. Por el contrario, BANANAS no resiste bajo mi punto de vista el menor análisis, diluyéndose por un lado en una de las más molestas plasmaciones del torpe, parlanchín y egocéntrico personaje alleniano, al tiempo que gasta la pólvora en salvas, en su supuesto alcance satírico, tanto en esa mirada a la contracultura americana, como los mecanismos gubernamentales del momento, o el propio devenir de las revoluciones centroamericanas, con especial mirada en la figura del recientemente desaparecido Fidel Castro, al que nunca se menciona, pero siempre se tiene presente.

De entrada, cabe ubicar BANANAS dentro de un contexto en el que la comedia americana –como tantos otros géneros tradicionales- se encontraba sin rumbo. Jerry Lewis se encontraba casi perdido, realizando el extraño WHICH WAY TO THE FRONT? (¿Donde está el frente?, 1970), mientras que Frank Tashlin había abandonado la realización, y moriría prematuramente al año siguiente. Stanley Donen había abandonado dicho ámbito –retornaría a él con la estupenda pero nunca apreciada MOVIE MOVIE (Idem, 1978)-, abriendo un sendero seguido con mayor dramatismo por Richard Quine, mientras que tanto Vincente Minnelli como Blake Edwards daban palos de ciego –el segundo sin embargo volvería con sus comerciales más poco remarcables “panteras rosas”. De hecho, el único gran cultivador de la comedia que prolongaría con acierto su aporte sería Billy Wilder, que abriría senderos muy singulares, brindando algunos de los mejores exponentes más perdurables del decenio. Al margen de dicho contexto, lo cierto es que la comedia americana pierde buena parte de sus señas de identidad según finalice la década de los sesenta, introduciéndose en los sesenta bajo un predominio del elemento satírico y la ascendencia de la comedia judía. Es decir, nombres como Robert Altman, Mel Brooks, Carl Reiner, o estrellas como Dick Van Dyke, unidos a nombres hegemónicos como Jack Lemmon y Walter Matthaw, prolongarán el devenir de una de las vertientes cinematográficas más valiosas de Hollywood. Y en un contexto que aún produciría gemas ocultas como COLD TURKEY (Un mes de abstinencia, 1971. Norman Lear), Woody Allen exteriorizó un ámbito de aprendizaje que quizá sorprendiera por lo supuestamente transgresor de sus propuestas, pero que a mi modo de ver, en BANANAS aparece revestido de una simplonería casi sonrojante.

La película, que tiene uno de sus mayores aliados en su corta duración, describe la torpeza del joven Fielding Mellish (Allen), al que descubriremos trabaja como probador en una empresa encargada de fabricar diseños supuestamente novedosos. Un día recibirá la visita de una joven y hermosa activista –Nancy (Louise Lasser)- de la que se enamorará perdidamente, y que le contagiará en sus anhelos revolucionarios. Como quiera que esta intuirá que la relación entre ambos no termina de funcionar, Mellish se enrolará como voluntario al estado latinoamericano de San Marcos, donde se está fraguando una rebelión para derrocar al dictador Vargas (Carlos Montalbán). Llegará incluso a entrevistarse con este, pero será capturado por los hombres de Esposito (Jacobo Morales), ayudando a los revolucionarios a llegar al poder, entronizando a un nuevo líder, que muy pronto se contemplará resulta peor que el que han derrocado. Es por ello, que los mandos de la revolución propondrán al atolondrado Mellish como presidente, que llegará a viajar hasta USA para lograr una serie de mejoras económicas, siendo no obstante perseguido y condenado por la autoridades.

En realidad, BANANAS se plantea como una extraña mezcla en torno a dos figuras cómicas tan opuestas como complementarias, como fueron las de Groucho Marx –a quien Allen siempre profesó veneración- y Jerry Lewis. La ascendencia del segundo se puede percibir en esas fallidas secuencias en las que se nos presenta al protagonista probando una serie de artefactos creados por la empresa en la que trabaja. En realidad, todos aquellos pasajes en los que se incide en la torpeza de Mellish llevan la sombra del autor de THE NUTTY PROFESSOR (El profesor chiflado, 1963), sin su sentido del ritmo, su don para la comedia ni, por supuesto, su adecuada plasmación como tal exponente del género en la gran pantalla. Justo es reconocer que las primeras apariciones fílmicas de Lewis adolecían de falta de definición, pero en su descargo, cabía destacar que en el Lewis inicial no aparecía un elemento discursivo que si abanderó Allen. Un cómico que, por otro lado, funciona bastante mejor en las constantes réplicas de sus ocurrentes y distanciados diálogos, prolongando notablemente la estela del ya señalado Groucho.

A partir de dichas premisas, BANANAS funciona a través de une estructura inconexa de episodios, la mayor parte de los cuales, y es una opinión muy especial, devienen hoy día de una pobreza casi sonrojante. No encuentro la supuesta comicidad en el episodio en el que Allen tiene que comprar una revista porno, ni en el posterior en el que se tiene que enfrentar con un par de facinerosos en el metro –uno de ellos encarnado por un horrible y jovencísimo Sylvester Stallone-. Ni siquiera en el episodio pregenérico, escenificando la muerte del presidente de San Marcos, antes de llegar al poder el dictador militar, o en la mayor parte de los pasajes de la supuesta historia de amor entre Fielding y la activista que despertará en él un involuntario sentido revolucionario. En su conjunto, el film de Allen resulta pobre, conceptual y narrativamente. Su comicidad deviene tan periclitada, que uno no deja de sorprenderse ante el hecho del relativo prestigio que sigue manteniendo. Ni siquiera a la hora de destacar su alcance satírico, uno deja de añorar propuestas mucho más valiosas, creadas en la década de los sesenta. En cualquier caso, y rebajando mucho el listón, hay aspectos que apuntan a las posibilidades de lo que podía haber propuesto su conjunto, si Allen hubiera dejado de lado su obsesión supuestamente centrada en subvertir convenciones, y hubiera trabajado mucho más el timing y el elemento netamente cinematográfico de la propuesta. Atendamos a la adecuada banda sonora propuesta por un sorprendente Marvin Hamlish –en la que no faltarán canciones de raíz latina-, o episodios que aún resultan divertidos, dentro de su propio carácter absurdo, como el de la cena de Allen con el dictador ¡que tendrá que costear personalmente!, el hilarante pasaje de la compra de la comida del conjunto de revolucionarios –sin duda lo mejor de la película-, o ese juicio a que es sometido en USA, donde prácticamente se le llegará a atar y amordazar, impidiéndole su propia defensa.

Calificación: 1’5

2 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

Por supuesto. Toda obra cinematográfica, sea del nivel que sea, merece una reflexión, se comparta o no.

Segundo De Vicente -

Vale la pena dedicar espacio en el blog a decir lo mala que es una película ?