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CINEMA DE PERRA GORDA

ORLACS HÄNDE (1924, Robert Wiene) [Las manos de Orlac]

ORLACS HÄNDE (1924, Robert Wiene) [Las manos de Orlac]

Es triste que la figura del alemán Robert Wiene (1873 – 1938), tan solo ocupe una nota al pie de página en la historiografía cinematográfica, a partir de un título tan inesperado como canónico; DAS CABINET DES DR. CALIGARI (El gabinete del Dr. Caligari, 1920). Sin embargo, ceñirse a un título tan influyente como este, supone oscurecer una amplísima y polivalente faceta cinematográfica, que solo en el ámbito de la realización, atesora más de medio centenar de títulos. Intuyo que no pocos de ellos, inscritos en la segunda década del siglo XX, se encuentren perdidos. En cualquier caso, quizá sea el momento de establecer una mínima revisitación de una obra extensa y, sobre todo, de enorme significación en la consolidación del cine alemán y, subsiguientemente, en la influencia expresionista, que se extendería al conjunto de la expresión fílmica mundial.

Al hablar de ORLACS HÄNDE (1924), cabe unir el suponer quizá el exponente más ilustre de la filmografía de Wiene, pero que al mismo tiempo no deja de suponer otro ejemplo más de este desconocimiento generalizado de su obra. Conozco tres adaptaciones de la novela de Maurice Renard. De ellas, tengo un recuerdo francamente negativo de la dirigida por el misterioso Edmond T. Gréville a principios de los sesenta, mientras que resulta magnífica la filmada por Karl Freund en los primeros años treinta. Obra que, pese a su notable interés, siempre ha quedado oscurecida por otros de los exponentes surgidos en el periodo dorado de la Universal, siendo sin embargo superior a no pocos de ellos. Sin duda, el ser un exponente de horror puro, sin recurrir a la anuencia de monstruosidades, llevó a dejar en un segundo plano sus logros.

Sin embargo, durante décadas, la primera adaptación de esta novela fantástica, ha quedado en las estanterías de aquello de lo que se hablaba y disertaba ‘de pasada’. Un ejemplo más, de esa historiografía, que hasta hace poco tiempo citaba títulos de mayor o menor prestigio, basándose en lejanas referencias. Es importante señalar este preámbulo, ya que uno no deja de sorprenderse, al contemplar una obra tan densa, tormentosa y llena de sensibilidad, como este ORLACS HÄNDE, que no haya sobrepasado la barrera del tiempo, con la merecida consideración de logro absoluto. Es, por otra parte, una circunstancia bastante extendida en la historiografía del periodo silente, donde pese a constantes avances, nos topamos con la pérdida irreparable de buena parte de su producción.

Si tuviera que definir en pocas palabras la esencia de esta magnífica película, no dudaría en considerarla como una actualización, depurada escenográficamente, e incluso a nivel argumental, del influjo marcado cuatro años antes por el canónico Caligari. Y es que, pese a encontrarnos con una base argumental completamente diferente al título antes señalado, creo que una mirada desprejuiciada a su enunciado, nos traslada a aquel universo pesadillesco, que marcó la consolidación cinematográfica del movimiento expresionista. La película se inicia con la ratificación del amor que mantiene la pareja formada por Paul (Conrad Veidt) e Yvonne Orlac. De hecho, contemplamos una apasionada carta de amor que Yvonne (Alexandra Sorina) lee con emoción, en la cual su esposo, un afamado pianista, le confiesa su deseo por retornar con ella tras una gira. Casi se palpa un amor que fluye a borbotones, y que se expande por encima de la distancia que de manera provisional los separa. Al mismo tiempo, seguiremos los pasos del dr. Serral, al objeto de hacerse con el cadáver de un asesino condenado a muerte; Vasseur. De momento, nada sabemos de lo que puede ligar ambas situaciones. Sin embargo, muy pronto surgirá la tragedia. El tren en el que Paul se desplaza hasta su hogar, se estrellará entre la oscuridad de la noche, provocando desolación y muerte. Avisada, su esposa llegará hasta el lugar del suceso, rescatándose al pianista con vida. La esperanza de su recuperación, llevará a Yvonne, conocer que perderá sus manos, por lo que rogará al viejo amigo, el dr. Serral, que haga lo imposible para salvarlas, ya que son el centro de su vida. Este, en una decisión arriesgada, le trasplantará las manos del ajusticiado Vasseur, lo que en principio llevará la esperanza al pianista, que poco a poco irá recuperándose. Sin embargo, muy pronto comenzará a tener visiones, pesadillas, viviendo hechos extraños, que le harán pensar que algo oscuro le amenaza. Ello irá atenazando esa sensación tormentosa, que irá acompañada de una creciente inestabilidad en su entorno, unido a una creciente carencia de recursos. Por ello, Yvonne no dudará a acudir al padre de Paul, un hombre siniestro que vive en una mansión aislada, para que pueda ayudar a su hijo a pagar las crecientes deudas que se les presentan, ya que el pianista no ha podido retomar su vocación musical. El progenitor se negará con soberbia, teniendo que acudir el propio hijo a suplicarle. Sin embargo, cuando se encuentra con este, su ya tormentosa aura llegará al climax, al comprobar que este ha sido apuñalado, quedando a su alrededor pruebas que incriminan al desaparecido Vasseur, cuyas manos él posee. Poco después, en la oscuridad de una taberna, se topará con un sombrío personaje, que se presentará como el mismísimo Vasseur, portando unas manos metálicas, e incluso la señal de la guillotina en el cuello. Este le reclamará a Orlac un millón de francos, fruto de la herencia que va a obtener de su padre, so pena de delatar el hecho de que las huellas que rodearon el crimen de este, son las suyas.

De entrada, la versión de Wiene, difiere argumentalmente de la posterior dirigida por Karl Freund. Sobre todo, en esta primera encarnación cinematográfica, el protagonismo recae en la figura del atormentado protagonista, que en la versión Universal cobra, sin embargo, una presencia mucho más secundaria. ORLACS HÄNDE destaca, en primer lugar, por suponer un drama casi interiorizado, plasmando en la pantalla ese mundo que se derrumba de un alma sensible, que de la noche a la mañana, parece vivir en una dimensión aterradora de la existencia. El gran acierto del film de Wiene, reside en la asombrosa capacidad del realizador, para plasmar con tanta intensidad, fuerza visual y atmósfera casi terrorífica, una historia de extrema sencillez, basado ante todo en observaciones y un aura casi alucinatoria, que describirán el desmoronamiento de un entorno acomodado, descendiendo casi a un submundo infernal.

Nos encontramos con una obra de extrema austeridad y escasos decorados. Un drama que se centra en el alma torturada del pianista Paul Orlac. Y, evidentemente, para ello, se requería un intérprete que asumiera sobre sus hombros un personaje complejo, sensible y huidizo al mismo tiempo. Era una apuesta arriesgada, pero a la que se entrega Conrad Veidt de una manera estremecedora. Su performance va más allá de todo elogio, resultando de una asombrosa modernidad e intensidad, hasta el punto de transmitir y compartir con el espectador ese drama emocional, que llega a expresar mediante un lenguaje corporal de sobrecogedora efectividad. Pocas interpretaciones del periodo silente, me han conmovido más, que la realizada por Veidt en esta ocasión, en la que quizá sea su encarnación más excepcional, aunque aún no lo suficientemente conocida, de una carrera admirable, truncada por una muerte demasiado prematura.

Es cierto. ORLACS HÄNDE ofrece finalmente una conclusión, tan convencional, prosaica, como poco creíble, que rompe por completo con esa aura casi sobrenatural de sus imágenes ¿Es motivo ello para cuestionar esa desasosegadora pesadilla que casi empapa sus imágenes? En mi opinión, no es el caso. Como no lo sería en una maravilla posterior como THE CAT AND THE CANNARY (El legado tenebroso, 1928. Paul Leni). O, muchos años después, en THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961. Roger Corman). Es tanta la densidad de sus imágenes. El desasosiego que desprenden. La creatividad de sus recursos visuales. La amenazadora fuerza que despliegan algunas de sus escenografías -lo siniestro de la mansión del padre del protagonista-. Todo ello confluye en la prolongación de una atmósfera desoladora. De prolongada pesadilla. Antes lo señalaba. En el conjunto de ese logro apenas señalado en las enciclopedias, estimo que el film de Wiene aparece como una versión depurada en sus aristas. Más confinada a los recursos del Kammerspiel. En esa precisa simbiosis, ofrece un relato admirable en su intensidad y depuración. En la plasmación de un universo absolutamente aterrador en su ascendencia psicológica, que se mantiene inalterable cinematográficamente en nuestros días, cerca de un siglo después de su realización.

Calificación: 4

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