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CINEMA DE PERRA GORDA

ANATOMY OF A MURDER (1959, Otto Preminger) Anatomía de un asesinato

ANATOMY OF A MURDER (1959, Otto Preminger) Anatomía de un asesinato

El periodo que comprende los últimos instantes de la década de los cincuenta, y el inicio del decenio siguiente del pasado siglo, puede considerarse la última edad de oro de la historia del cine. La confluencia de diversas generaciones de cineastas, el aperturismo a nuevas temáticas, y la aquiescencia de ciertos adelantos técnicos, permitió un espacio creativo de singular riqueza, en medio de la cual, el austriaco Otto Preminger brindó un conjunto de títulos, realmente extraordinario. No quiero ello decir que su filmografía previa careciera de un gran relieve. No solo cabe recordar su extraordinario periodo encuadrado en la 20th Century Fox, donde pudo ratificarse como uno de los más relevantes y personales cultivadores del noir’. Tras dicho contexto, durante la década de los cincuenta, prolongó su talento en una valiosa serie de propuestas, en las que poco a poco, además, contribuyó a dinamitar los códigos censores, que aún tomaban carta de naturaleza en Hollywood. Sucede, sin embargo, que Preminger supo imbricarse de ese contexto de extraordinario fulgor creativo, ofreciendo una especie de ciclo, que concluiría con IN HARM’S WAY (Primera victoria, 1965), y que se iniciaría con la extraordinaria ANATOMY OF A MURDER (Anatomía de un asesinato, 1959). Fueron todas ellas, miradas a diferentes estratos de la vida norteamericana, a través de cuyos argumentos, se describía la ambivalencia del comportamiento humano, ejerciendo como preludio de este este singular ciclo, la adaptación de la novela del jurista John D. Voelker quien, bajo el seudónimo de Robert Travers, escribió el drama judicial que da título a la película, basado en hechos reales. Convertido de manera inesperada en un auténtico best seller, y no sin una dura pugna, la obra tentó al astuto comerciante -además de extraordinario cineasta-, que siempre fue Otto Preminger -no lo olvidemos, ejerciendo asimismo como productor. Todo ello confluirá en una película, que se distanciará quizá, de las que le sucedan, al apostar por una mayor cercanía, e incluso con predominio de lo intimista, huyendo de esas miradas mayestáticas que -sin abandonar ese mismo rasgo-, se proyectará en sus títulos posteriores.

“La gente no es buena o mala, sino que puede ser ambas cosas”, exclamará en un momento dado Paul Bleger (un eminente James Stewart, en uno de los mejores roles de su carrera). Es posible que esa reflexión, formulada a la joven Mary Pilant -personaje episódico, que tendrá sin embargo una importancia decisiva en el relato-. Bleger es un veterano abogado, aún saludable, que adivina el ocaso de su vida, y que sobrelleva en su interior, el eco de un fracaso profesional, al haber abandonado años atrás la fiscalía de la localidad protagonista. Consume sus días dedicándose a la pesca, en una vivienda que ejerce de oficina, carente de clientes, y gestionada por su fiel secretaria Maida (Eve Arden, todo un prodigio de sutileza), y teniendo como fiel allegado al ya muy veterano Emmett Mccarthy (un fantástico Arthur O’Connell). Su rutina se verá alterada ante la posibilidad de un caso; la defensa del rudo Frederick Manion (Ben Gazzara), un joven oficial de los Estados Unidos, que ha asesinado al dueño de una taberna, al haber este violado a su esposa, la voluptuosa Laura (Lee Remick). Será un encargo que aceptará finalmente, vislumbrando en el matrimonio una relación tormentosa, pero al mismo tiempo las grietas jurídicas, que pueden permitir el inicio del recorrido, de la inocencia condicionada del acusado, en función de las circunstancias en que se ha desarrollado el suceso.

A partir de estas premisas, ANATOMY OF A MURDER se erigirá, de entrada, como el exponente más ilustre del ‘cine de juicios’. Pero, más allá de esta circunstancia, Otto Preminger brinda en ella esa oposición de mundos, que establecerá por un lado de la localidad en donde se describe la vista -la película se rodó en los mismos escenarios que vivieron el suceso original-. En otra, esa generación rota por la presencia bélica, que representará el joven e inestable matrimonio Banion. Y en su oposición, la presencia de un mundo dominado por ejecutivos sin escrúpulos, que en la película estará representada por el implacable Dancer (George C. Scott), soporte del fiscal en el caso. A partir del mismo, el maestro vienés articulará los diferentes perfiles emanados por sus diversos personajes, en función de un relato apasionante. Todo ello, confluirá en la narración de la vista judicial, en la que no se sabrá más si admirar el desarrollo de la dramaturgia de la misma, o aquellas secuencias que la complementan, envolviendo las mismas, por lo general, con un matiz intimista.

Hay un elemento que me sorprende y me apasiona en el desarrollo del juicio, que ocupará dos tercios de la película, y es la manera de plasmarlo cinematográficamente, potenciando su matiz didáctico -ese apunte de Stewart a su cliente, señalándole la importancia de dejar caer preguntas que se van a retirar del acta, pero que dejan influencia en el jurado- y, al mismo tiempo, restando a su relato, cualquier atisbo de épica. En ello, supondrá un especial aliado la anuencia de un agudo sentido del humor, para el cual resultará de capital importancia, la presencia de Joseph H. Welch, un veterano jurista, que Preminger captó para encarnar al juez Weaber, en su única participación cinematográfica, con un resultado memorable -es otro ejemplo ilustre de inolvidable participación única en la pantalla, como el Carlo Batisti, de la no menos admirable UMBERTO D. (Umberto D, 1952. Vittorio De Sica). Hay momentos, en los que la complicidad de Stewart con Welch, o la propia presencia de este en su segundo término del encuadre, que insertos con absoluta pertinencia por la cámara del gran director, proporcionan al relato, credibilidad y distanciación a partes iguales. Como lo harán aquellos instantes, en los que el enfrentamiento de abogado y fiscal -situando a George C. Scott en un lugar secundario a modo de observador-, permitirán que, en determinados instantes, la película contrarreste a partir de ese tempo habitual en el lenguaje jurídico.

Con resultar absolutamente magistral, la plasmación del juicio, que centrará la mayor parte del apasionante metraje de ANATOMY OF A MURDER, no cabe dudas que este adquiere un preciso contrapunto, en esas secuencias descritas al margen de la misma. Uno no deja de conmoverse de los pequeños pasajes desarrollados en la desvencijada vivienda del letrado protagonista, teniendo como lúdico contrapunto el personaje que encarna la maravillosa Eve Arden, o ese instante confesional de Arthur O’Connell con esta, confesándole su satisfacción por contar con la confianza de Bleger en su nuevo caso. O la secuencia que este comparte con la Sra. Manion, dándole incluso cerveza al perro que esta porta. O incluso ese instante memorable, en el que el veterano juez, contemplará al abogado y su viejo pero optimista ayudante, buscando documentación, en la amplia biblioteca del palacio de justicia. O la impagable secuencia, en la que Weaeber introduce, casi como un mal necesario, el término ‘bragas’ en el juicio, algo que en el momento del estreno de la película, aparecía como una auténtica transgresión, y aún hoy no deja de provocar una mirada cómplice. Esa capacidad por la impronta humanística, por la letra pequeña, por dotar de densidad a la fauna humana que puebla la película -¡ese instante magistral, en el que el interrogatorio de Dancer, este se topará con la realidad secreta de Mary Pilant!-, para lo cual se ayudará por los claroscuros y la fuerza que proporcionará la extraordinaria iluminación en blanco y negro del habitual colaborador del cineasta, Sam Leavitt.

La película de Preminger está repleta de sugerencias, de aciertos. La banda sonora de Duke Ellington, a quien se brindará una breve y cómplice aparición, junto a James Stewart. El magisterio con el que se describe el juicio, con ese inconfundible uso de la grúa, marca de estilo de su artífice, que expresaría de manera suprema en la posterior ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington, 1962). El director, y Wendell Mayes, su guionista, saben apelar al nervio y a la esencia. A la causa y el efecto. A la descripción de una sociedad en vías de transformación, en la que la presencia de esta vista, ejercerá como involuntario tablero de ajedrez. Pero más allá de sus excelencias, ANATOMY OF A MURDER, ‘respira’ en todos sus planos, la esencia de un periodo dorado y ya casi irrepetible para el cine mundial. Un ámbito de creatividad, en el que Otto Preminger contribuyó, sin duda, como uno de sus más valiosos practicantes.

Calificación: 4

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