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CINEMA DE PERRA GORDA

CIMARRON (1931, Wesley Ruggles) Cimarrón

CIMARRON (1931, Wesley Ruggles) Cimarrón

Hermano del actor cómico Charles Ruggles, lo cierto es que la figura de Wesley Ruggles (1889 – 1972) representa a un director casi olvidado, quedando como uno de los artesanos que durante la década de los años treinta e inicios de los cuarenta, gozó de un cierto predicamento. Por ejemplo, en el canónico ‘50 años de cine norteamericano’ Tavernier y Coursodon ni siquiera lo mencionan. Sin embargo, y aún reconociendo que en su figura no nos encontramos ante un cineasta de primera fila, no es menos cierto que lo que he podido contemplar de su filmografía, avala a un director solvente, capaz fundamentalmente de recrear mixturas de género en las que imperaba el componente de comedia. Una apuesta que, por lo general, se utilizaba para atenazar el componente dramático de las mismas, caracterizándose sus films por una mirada provista de una cierta suave ironía. Quizá sea algo atrevido hablar de un rasgo común a su cine, cuando en realidad he podido contemplar pocos de sus más de cuarenta largometrajes, que tuvieron el inicio real de su inflexión a finales del periodo silente. Sin embargo, lo cierto es que este enunciado se cumple, punto por punto, en la atractiva CIMARRON (Cimarrón, 1931). Más allá del hecho anecdótico que se recoge en las líneas del titular, nos encontramos ante una propuesta que combina a partes iguales su adscripción al cine del Oeste, roza en no pocos momentos su inclinación con la vertiente Americana, esa querencia con la comedia que se convertiría en una de sus marcas de fábrica, y también un cierto rasgo de veracidad, a la hora de llevar a la pantalla la novela de Edna Ferber, que muchos años después –en concreto en 1960- volvería a retomar Anthony Mann, en uno de sus títulos menos reconocidos –a mi juicio injustamente-. Tengo bastante lejano el recuerdo del film de Mann, y con ello la comparación del que nos ocupa se me antoja ociosa. Pero a riesgo de que una revisión me hiciera recapitular en la comparación entre ambos títulos –que dentro de su divergencia, encuentro similares en el grado de interés-, lo cierto es que resulta interesante redescubrir a las nuevas generaciones una película que gozó de un gran éxito en el momento de su estreno, recibiendo el Oscar a la mejor película de aquel año.

CIMARRON se ofrece como una auténtica epopeya, narrando la evolución del estado de Oklahoma entre la aprobación del territorio en 1889, y las vísperas del crack financiero de 1929. Un periodo este último que finalmente tendría bastante cercanía con el del propio rodaje del film, lo que en primera instancia proporciona a sus imágenes un extraño aire de cercanía, incluso cuando su acción se remonta a los primeros instantes de la población del territorio. En un relato en el que casi en todo momento –salvo en sus instantes finales- se detecta la ausencia de música, una de sus cualidades -que le hace permanecer con una considerable vigencia casi nueve décadas después de su realización-, es ese casi inalterable rasgo de cotidianeidad, transmitido a través de un metraje dividido en capítulos, narrando la andadura vivida por el matrimonio formado por Yancey (Richard Dix) y Sabra Cravat (Irenne Dunne). Yancey es un hombre aventurero, que desde el primer momento logrará la aquiescencia de su esposa –perteneciente a una familia acomodada y conservadora-, para que le siga en la intención de compartir con él una andadura vital, alejada de las ataduras que imprime la familia de su esposa. Sabra desde el primer momento seguirá a su esposo, teniendo como inesperado acompañante al pequeño sirviente negro –Isaiah-, que les acompañará durante buena parte de su singladura en la ciudad de Osage.

A partir de la magnífica caravana inicial que describen los planos de Ruggles, en los que se percibe una sensación de veracidad de inusitada eficacia, la película se dividirá en una serie de episodios centrados en la aventura que acometerá Yancey, quien desde el primer momento creará un rotativo, pero no por ello dejará de imprimir constantes giros a su vida, aunque ellos vayan acompañados por el abandono durante años de su experiencia familiar. Tomando como base los avatares de la popular novela de la Ferber, el director logra imponer al relato un rasgo de personalidad propia, que equidista entre el seguidismo de ese western que en aquel tiempo aún estaba configurando sus rasgos de verdadera identidad, y el equilibrio entre el elemento melodramático y los constantes apuntes de comedia, ayudando a configurar un relato atractivo, quizá algo estático en algunos instantes –algo común en buena parte del cine del Oeste de su tiempo-, pero que el cineasta logra insuflar de personalidad propia, introduciendo en el recorrido temporal la evolución de una sociedad casi embrutecida, hasta la consolidación de un rasgo urbano.

Será ese, sin duda, uno de los atractivos más perdurables del film, y el que permite dejar de lado esas ya señaladas debilidades, permaneciendo vigente como un auténtico fresco épico, al que esa ya señalada y relativa cercanía otorga un plus de veracidad y autenticidad a su trazado. En este caso, el cineasta que muy poco después firmaría una de las más perdurables cintas al servicio de Mae West –I’M NO ANGEL (No soy ningún ángel, 1933)-, no dejará de mostrar con cierta simpatía la azarosa andadura vital de la joven Dixie Lee (Estelle Taylor), quien, forzada por circunstancias familiares y prejuicios sociales, se verá casi obligada a trabajar como dueña de un saloon. En el recorrido de CIMARRON, podremos contemplar como se van forjando los rasgos de una sociedad que poco a poco irá aceptando la realidad de los indios –veremos al principio como Sabra los desprecia abiertamente-. Como esa misma sociedad irá creando los mecanismos de poder, evolucionando desde su configuración rural –ese rotativo que ejercerá como elemento de ascenso de nuestro protagonista, y que incluso le propiciará para ejercer como pastor de la recién configurada población-. Pero al mismo tiempo, la película dejará el suficiente espacio para mostrar interesantes roles secundarios, como el joven Sol Levy (George E. Stone), un comerciante hebreo que será humillado por el facineroso Yountis y sus hombres, y que será defendido por Yancey, adivinándose en el muchacho –que irá envejeciendo a lo largo del film- una secreta admiración por Sagra. Junto a él, aparecerán no pocos personajes característicos, en su mayor parte escorados hacia un personal y relajado sentido de la comedia.

CIMARRON es una película que resalta al otorgar un especial protagonismo a esa ciudad, que irá avanzando y erigiéndose como auténtica protagonista de la función. Su trazado estará delimitado por la abundancia de travellings laterales exteriores, no dejando que la aventura interior y el progreso de sus personajes, ahogue en ningún momento el epicentro de la historia. La realización de Ruggles destacará igualmente en su clara apuesta por la desdramatización –incluso en instantes terribles, como la muerte de Isaiah en una refriega-, utilizando para ello inteligentemente la ausencia de sonido de fondo, precisamente en esos instantes donde se dejarán de escuchar los comentarios que emergerán en la mayor parte del metraje. Dotada de un extraño sentido de la fisicidad –se nos antojan muy cercanos el barro de las calles, la suciedad de sus lugares-, esa acertada ambientación, se erigirá como uno de los rasgos más atractivos de su discurrir. Con ello, potenciará la vitalidad del engranaje en una sociedad que aparece ante nuestros ojos con un notable sentido de la verdad fílmica, visualizando su consolidación como tal colectivo humano, y evitando con ello recaer en más ocasiones de lo deseable, en esa tendencia al estatismo que en ocasiones se perciben, como en buena parte del cine emanado en los primeros compases del cine sonoro. Algo de ello podemos apreciar en la hierática composición que ofrece Richard Dix en su rol protagonista, pero justo es reconocer que junto a esos elementos un tanto avejentados, y que se extendieron en la producción del género en aquellos años en que abandonaba su condición de productos ligados al serial, CIMARRON supone un paso adelante en el mismo. Una evolución quizá no tan valiosa como la aportada por Raoul Walsh con su estupenda THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930), pero si abriendo el terreno para otras producciones de similares características –quizá más elaboradas- como pudiera ser IN OLD CHICAGO (Chicago, 1937. Henry King) o, incluso en su propia vertiente narrativa, la cabalgada inicial planteará soluciones visuales que años después retomaría John Ford en su canónica STAGECOACH (La diligencia, 1939) –los planos filmados a ras de tierra, discurriendo por encima de la cámara las diligencias que se aprestan veloces para lograr ocupar un terreno virgen-.

Sin embargo, para cualquier curioso que pudiera interesarse en el cine de su director, cierto es que Ruggles trasladó la fórmula de esta CIMARRON, mejorándola incluso a través de la posterior TUCSON, ARIZONA (Arizona, 1940), quizá el mejor exponente, en una filmografía caracterizada por la frecuencia con la comedia, su adscripción con la Paramount, y su dilatada colaboración con el dramaturgo Claude Binyon.

Calificación: 3

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